miércoles, 17 de abril de 2013

Economistas Frente a la Crísis ...

El análisis neoliberal del mercado de trabajo

José Ignacio Pérez Infante es miembro de Economistas Frente a la Crisis

Si hay una materia en la que el análisis de la teoría económica ortodoxa neoliberal está claramente ideologizado esta es la del mercado de trabajo. Y ello por la propia naturaleza de esa materia y, en concreto, de ese mercado, en el que el empresario compra al trabajador la fuerza de trabajo o su capacidad de trabajar y a cambio de su utilización paga un salario.

Pero, a pesar de esa naturaleza, el análisis de la teoría convencional del mercado de trabajo es similar al de cualquier otro mercado, al tratar a la mercancía intercambiada en ese mercado como si fuera otra cualquiera y la determinación del salario como si fuese el precio de cualquier bien. Es decir, la cantidad, el empleo, y el precio, el salario, se determinarían a través de las fuerzas del mercado, la demanda y la oferta de trabajo, como si ambas fuerzas, y, por lo tanto, los empresarios y los trabajadores individualmente considerados, tuvieran la misma capacidad o influencia y el mismo protagonismo, algo que no ocurre normalmente en el mercado de trabajo, pero que tampoco suele ocurrir en la mayoría de los otros mercados, que no son precisamente lugares ficticios de coordinación sino lugares de relaciones de fuerza entre los participantes (Jean-Paul Fitoussi, La democracia y el mercado, Editorial Paidós).

Pero, además, mientras que el resto de las mercancías ya han sido producidas, la mercancía que realmente se intercambia en el mercado de trabajo no es el trabajo ya realizado, sino, como ya se ha señalado, la fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar del trabajador, por cuya utilización en el proceso productivo, de cuyos resultados se apropia, el empresario paga al trabajador el salario.

La compra-venta de la fuerza de trabajo, algo que no puede abstraerse de la persona del trabajador, así como el proceso de conversión de la fuerza de trabajo en el trabajo realizado, implica una relación social entre empresario y trabajador, normalmente desigual, que no existe en el mercado de cualquier otra mercancía, lo que entraña que el mercado de trabajo debiera de analizarse como una institución social y no como una mera relación mercantil, como hace la teoría económica ortodoxa.

Al hacer abstracción de esa relación social, el análisis de la teoría económica neoliberal se centra en las fuerzas de mercado, cobrando protagonismo el modelo de competencia perfecta, en el que, debido a la hipótesis de flexibilidad total del salario, tanto al alza como, sobre todo, a la baja, en situación de equilibrio el salario será aquél para el que se iguale la oferta (realizada por el trabajador) y la demanda de trabajo (realizada por el empresario), por lo que en esa situación no existiría paro involuntario, todos los trabajadores que deseen trabajar al salario del mercado encontrarán trabajo, aunque la oferta potencial por parte de los trabajadores sea muy superior a la demanda y pese a que el trabajador desocupado busque empleo ( si bien a un salario superior al del mercado) y esté disponible para trabajar (situación que en las encuestas de fuerza de trabajo, como la EPA, se consideraría como de parada).

La existencia de paro en el análisis ortodoxo de la teoría económica solo podrá ser voluntario (los trabajadores solo quieren trabajar a un salario superior al del mercado) o fruto de imperfecciones del mercado de trabajo, como que no exista competencia perfecta o que los salarios no sean flexibles a la baja, en parte como consecuencia de la existencia de los sindicatos y de la propia negociación colectiva. De hecho, en el modelo perfecto de competencia perfecta los empresarios y trabajadores actuarían aisladamente, sin agruparse entre sí, y, por lo tanto, sin negociación alguna entre los representantes de los unos y de los otros, a pesar de que la negociación colectiva, y no las meras fuerzas del mercado, es la forma fundamental y predominante de la determinación de los salarios y de otras condiciones de trabajo en las sociedades actuales, especialmente las europeas. En cualquier caso, la única negociación que habría en este modelo perfectamente competitivo sería la individual de cada empresario con cada trabajador.

Todo este tipo de análisis lleva a los economistas convencionales y a la mayoría de los organismos nacionales e internacionales a defender la eficacia del mercado de trabajo competitivo y flexible, por lo que justifican la necesidad de eliminar o, al menos, reducir esas imperfecciones o, como se suelen denominar, rigideces del mercado de trabajo, y de una mayor flexibilidad salarial, lo que, como refleja la reforma laboral de 2012, supone, en realidad, el intento de debilitar a los sindicatos y a la negociación colectiva.

En este sentido, la teoría económica convencional, en concreto la neoclásica pero también gran parte de la denominada neokeynesiana, fundamenta la explicación de los salarios reales (salarios nominales deflactados de la evolución de los precios) en una ecuación de determinación de los salarios reales (W/P), que estarían relacionados de forma inversa con los desequilibrios entre la oferta y la demanda de trabajo, es decir, con el nivel de la tasa de paro (u), y con una serie de factores, que presionarían al alza los salarios por encima de los que se determinarían por las propias fuerzas del mercado, factores que son exógenos al modelo y que, en realidad, se convierten en elementos perturbadores (rigideces o imperfecciones) que limitan o entorpecen la flexibilidad de los salarios.

Entre estos elementos exógenos y perturbadores en la determinación del salario real destacan fenómenos como el establecimiento del salario mínimo y la negociación colectiva, que influirían en un salario superior al explicado por las fuerzas del mercado, la generosidad de las prestaciones por desempleo, que desincentivaría la búsqueda activa de empleo de muchos desempleados, excluyéndolos de la presión a la baja de los salarios, y las dificultades y costes de despido, que pueden permitir una mayor capacidad negociadora de los trabajadores internos (indefinidos) y, por lo tanto, una mayor presión de esos trabajadores sobre los salarios. También afectarían a la rigidez de salarios otros factores relacionados con la falta de ajuste entre la oferta y la demanda de trabajo, como las deficiencias del sistema de gestión de la colocación y de la formación profesional, así como las dificultades para la movilidad geográfica de los trabajadores.

Una forma de expresar ese modo de determinación de los salarios, siguiendo a Blanchard en su libro Macroeconomía, sería:

W/P= h (u, z),

(-)(+)

donde z englobaría, a esos factores exógenos al modelo y “perturbadores” sobre la determinación de los salarios. Y son “perturbadores” porque, como ya se ha indicado el análisis ortodoxo prescinde de la consideración del mercado de trabajo como una institución social y solo lo considera como una relación mercantil, en la que la situación más eficaz implicaría la actuación aislada, no organizada, de trabajadores y empresarios, sin que existan, por lo tanto, ni sindicatos ni organizaciones patronales, y en la que la determinación de los salarios se realizaría a través de las fuerzas del mercado sin que medie negociación ni consenso colectivo alguno.

Esto implica también una determinada explicación de la tasa de paro (u). En este tipo de teoría económica, la tasa de paro se descompone en la tasa de paro cíclica o coyuntural y la tasa de paro “natural” o de “equilibrio”, expresiones ambas cargadas de contenido ideológico. La tasa de paro cíclica se justificaría por la diferencia o brecha entre el PIB potencial (el que se obtendría con el empleo de los recursos productivos existentes, entre ellos la fuerza de trabajo, manteniendo constante la inflación) y el PIB efectivo o real, de modo que el paro cíclico crecerá más cuanto mayor sea la brecha entre el PIB potencial y el PIB real o efectivo. Pero el paro cíclico solo tendría importancia a corto plazo en la teoría neoclásica, ya que a plazo más largo se cumpliría la Ley de Say, toda oferta genera su propia demanda, el PIB potencial y el efectivo tenderían a coincidir, y la economía se encontraría en pleno empleo, lo que significa, como ya se ha señalado, que no existiría paro involuntario, y, en cualquier caso, el paro sería voluntario o debido a loas imperfecciones y rigideces de la economía. Pero incluso a corto plazo la eliminación o reducción del paro cíclico no tendría por qué ser el objetivo económico principal, ya que ese objetivo podría estar condicionado por el cumplimiento de otros objetivos más “esenciales” para la teoría económica ortodoxa, digámoslo claramente para el sistema capitalista, como son los beneficios empresariales, la estabilidad de los precios o la disminución del déficit público.

El problema principal sería entonces la tasa de paro “natural” o de “equilibrio”, también denominada NAIRU, tasa de paro no aceleradora de inflación, que existiría aunque el paro cíclico fuese nulo. En realidad, cuando no exista brecha o diferencia entre el PIB potencial y el efectivo la tasa de paro total coincidirá con la tasa de paro “natural” o de “equilibrio”, no aceleradora de la inflación, y la tasa de paro cíclico será nula. En el planteamiento de la teoría económica convencional esta tasa de paro de equilibrio (u*), podría sintetizarse, también según Blanchard, con la expresión:

u*=f (W/P,z)[1],

(+)(+)

es decir, que la tasa del paro de equilibrio será mayor cuanto más altos (menos flexibles) sean los salarios reales y cuanto mayor sea la importancia de esos elementos exógenos al modelo, incluidos en la variable z, que suponen, según la teoría económica, importantes imperfecciones, perturbaciones y rigideces al mercado de trabajo, y que, además de las consideradas al analizar la variable del salario real, incluiría otros factores que afectarían no solo a la falta de competencia del mercado de trabajo sino también a la falta de competencia de los mercados de productos que pudieran dificultar la creación de empleo.

Por lo tanto, la tasa de paro “natural” o de “equilibrio” dependerá, además de la falta de competencia en el mercado de productos, de las deficiencias del funcionamiento del mercado de trabajo, de sus rigideces e imperfecciones, o, lo que es lo mismo, de su alejamiento de la competencia perfecta, incluyendo el poder de los sindicatos y la capacidad e importancia de la negociación colectiva. Además, puede ocurrir que la tasa de paro “natural” o de equilibrio aumente no solo cuando sean mayores las citadas “perturbaciones” sino también cuando crezca el paro cíclico o coyuntural, por un fenómeno conocido como de “histéresis”, motivado, entre otras razones por el incremento del paro de larga duración, que provocaría que una parte de los desempleados, que en el momento actual en España es importante (superior al 50%de los parados) y, además, creciente, deje de ser elegible por parte de los empresarios por el elevado tiempo que llevan en esa situación, dejando de ser relevantes para el mercado de trabajo y, por lo tanto, para presionar a la baja los salarios.

Pero esta teoría económica, que ha fundamentado y fundamenta muchas de las políticas instrumentadas por el Gobierno español en relación con los salarios y el mercado de trabajo, como de forma radical lo demuestra la reforma laboral aprobada en 2012, tiene, como se ha ido analizando, fallos e implicaciones políticas importantes debido a la ideología que la sustenta, algunos de los cuales se pueden resumir a modo de conclusión en los siguientes:

En primer lugar, la no consideración del mercado de trabajo como una institución social, sino considerándolo como el de una mercancía cualquiera, en el que la cantidad, empleo, y el precio, salario, se determinarían por las fuerzas de mercado; por lo que cualquier perturbación de esas fuerzas, como el poder sindical y la importancia de la negociación colectiva, provocaría paro y rigidez salarial. Ello exigiría la eliminación (o, al menos, la amortiguación) de todas las rigideces y regulaciones del mercado de trabajo (los elementos englobados en la variable z), mediante la aprobación de algunas de las llamadas reformas laborales, como el debilitamiento de los sindicatos y la negociación salarial, la supresión o reducción del salario mínimo, la mayor facilidad y disminución del coste del despido o el endurecimiento al acceso y el mantenimiento de las prestaciones por desempleo, así como la disminución de su cuantía y duración.
En segundo lugar, en este tipo de análisis teórico, tanto en lo que se refiere a la determinación de los salarios como a la explicación del paro, subyace, como en el caso tan claramente fallido de los mercados financieros, la idea de que el mercado de trabajo eficiente sería el plenamente competitivo y desregulado, en el que predominaría en toda su intensidad las fuerzas de mercado. Ello contrasta con la situación actual de las economías capitalistas desarrolladas en las que la forma ordinaria de determinación de los salarios es a través de la negociación colectiva o de acuerdos específicos entre empresas y trabajadores, lo que puede favorecer lo que los economistas denominan “economías externas” por los efectos favorables que el consenso puede tener en la reducción de la conflictividad social y en el aumento del rendimiento y productividad de los trabajadores, algo que no se tendría en cuenta en ese modelo del mercado de trabajo y que no se garantizaría totalmente con la plena competitividad del mercado, sobre todo si los salarios son muy bajos y las condiciones de trabajo muy deficientes.
En tercer lugar, que esa “eficiencia” de los mercados de trabajo perfectamente competitivos, en los que en teoría no existiría paro involuntario y todo el paro sería voluntario, podría implicar bien un importante excedente de fuerza de trabajo sin ocupar, sobre todo cualificada, porque el salario fuese excesivamente reducido, inferior al salario de reserva de muchos trabajadores, o bien que una parte sustancial de esos trabajadores estuvieran ocupados en empleos de baja cualificación y de salarios bajos, independientemente de su nivel de cualificación, lo que significaría una importante pérdida o deterioro del capital humano de los trabajadores cualificados.
Y, en cuarto lugar, que la eficiencia de la flexibilidad salarial, así como los beneficios que esa flexibilidad puede reportar en el aumento de la producción y el empleo de la economía, se fundamentan en que la dimensión salarial que considera la teoría económica convencional de forma prioritaria y en la práctica casi única es la del salario como coste laboral del empresario, marginando, si no excluyendo, la dimensión del salario como ingreso de los trabajadores y, por consiguiente, como una de las formas principales de generación de la demanda de consumo y, en consecuencia, de la demanda interna. En el fondo lo que está suponiendo implícitamente la teoría económica convencional es el cumplimento de la Ley de Say, de que toda oferta genera su propia demanda, algo consustancial a la teoría neoclásica, pero muy alejado de la realidad, puesto que, aunque, en principio, sea rentable al empresario aumentar la producción y el empleo cuando los salarios se reduzcan, por el descenso que ello puede provocar en los costes laborales unitarios, el aumento de la producción y el empleo no se producirá si la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores que puede acompañar a la disminución de los salarios limita y disminuye el consumo y la demanda interna de la economía, lo que será difícil de contrarrestar por las exportaciones en una situación de debilidad económica generalizada como la actual, no sólo en España sino también en otros países desarrollados.
En realidad, nos encontraríamos ante lo que Krugman llama la “paradoja de la flexibilidad” (¡Acabad ya con esta crisis!. Editorial Crítica), ya que sí bien desde el punto de vista microeconómico puede ser cierto que la reducción del salario (entiéndase real) que paga un empresario puede hacer que este, al disminuir sus costes laborales, contrate a un nuevo trabajador que estaba en paro y, por lo tanto, mejore la situación económica del mismo, desde el punto de vista macroeconómico el retroceso generalizado de los salarios (reales) reducirá la demanda de consumo del conjunto de los trabajadores, lo que será muy difícil de contrarrestar por otros componentes de la demanda efectiva nacional (incluidas las exportaciones), y el empleo total del país disminuirá.

[1] Tanto esta expresión como la del salario real están tomadas del libro del economista jefe del Fondo Monetario Internacional Olivier Blanchard, Macroeconomía.

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