¿Será la madera el combustible del futuro?
11 abril 2013
THE ECONOMIST LONDRES
11 abril 2013
THE ECONOMIST LONDRES
¿Qué tipo de energía renovable es la más importante para la Unión Europea? ¿La energía solar, quizá? (Europa posee las tres cuartas partes de la capacidad total de energía solar fotovoltaica del mundo). ¿O la eólica? (Alemania triplicó su capacidad eólica en la última década). La respuesta es ninguna de las dos. Con diferencia, el combustible renovable más utilizado en Europa es la madera.
En sus diversas formas, desde troncos hasta pellets o serrín, la madera (o utilizando su nombre de moda, la biomasa) representa aproximadamente la mitad del consumo de energía renovable en Europa. En algunos países, como por ejemplo Polonia y Finlandia, la madera proporciona más del 80% de la demanda energética renovable. Incluso en Alemania, hogar de la Energiewende (transformación de la energía), que ha concedido enormes subvenciones a la energía solar y eólica, el 38% del consumo de combustible no fósil procede de esa materia.
Después de años en que los gobiernos europeos han alardeado de su alta tecnología, la revolución de la energía de bajo carbono, el principal beneficiario parece ser el combustible favorito de las sociedades preindustriales.
Neutral en carbono
La idea de que la madera es baja en emisiones de carbono suena un tanto extraña, pero el argumento original para incluirla en la lista de suministros de energía renovable de la UE fue convincente. Si la madera utilizada en una central eléctrica procede de bosques gestionados debidamente, entonces el carbono que sale de las chimeneas puede compensarse con el recogido y almacenado en los árboles recién plantados. La madera puede ser neutral en carbono. Que luego lo sea en la práctica, ya es otra cuestión. Pero una vez que se decidió denominarla renovable, su uso se incrementó de forma vertiginosa.
En el sector de la electricidad, la madera tiene algunas ventajas. Construir un parque eólico es caro, pero las centrales eléctricas pueden adaptarse para quemar una combinación del 90% de carbón y un 10% de madera (lo que se denomina combustión combinada) con muy poca inversión. A diferencia de las nuevas plantas solares y eólicas, las centrales eléctricas están conectadas a la red. Además, la energía procedente de la madera no es intermitente como la producida por el sol o el viento; es decir, que no requiere de una fuente de alimentación por la noche o en los días sin viento. Y, puesto que la madera puede utilizarse en las centrales eléctricas con combustión combinada que de no ser así se habrían cerrado bajo las nuevas normativas medioambientales, es sumamente popular entre las compañías eléctricas.
El dinero crece en los árboles
El resultado fue que se formó rápidamente una alianza para respaldar las subvenciones públicas para la biomasa. Eso unió a los ecologistas, que pensaron que la madera era neutral en carbono; las empresas de servicios públicos, que consideraron la combustión combinada como la forma más barata de salvar sus centrales de carbón; y los gobiernos, que consideraron la madera como la única manera de cumplir con sus objetivos de energía renovable. La UE quiere obtener el 20% de su energía de fuentes renovables para el 2020; un objetivo que no cumplirá ni por asomo si confía solamente en la energía solar y eólica.
Las prisas por cumplir con el objetivo del 2020 están creando una nueva clase de economía energética. En el pasado, la electricidad procedente de la madera era una operación de reciclado a pequeña escala: la pulpa escandinava y las fábricas de papel tenían una central eléctrica en las cercanías que quemaba ramas y serrín. Posteriormente, surgió la combustión combinada, lo que supuso un cambio marginal. Sin embargo, en 2011, RWE, una gran empresa de servicios públicos alemana, transformó su central eléctrica Tilbury B, ubicada al este de Inglaterra, para que funcionase utilizando tan solo pellets de madera (una forma común de madera para uso industrial). La central no tardó en incendiarse.
Sin existencias frente al aumento de demanda
Europa consumió 13 millones de toneladas de pellets de madera en 2012, según International Wood Markets Group, una empresa canadiense. Si nos guiamos por las tendencias actuales, la demanda europea aumentará hasta 25 o 30 millones al año en 2020.
Europa no produce suficiente madera para satisfacer ese incremento de la demanda. Por eso, una gran parte procederá de las importaciones. La importación de pellets de madera en la UE aumentó en un 50% en 2010, y el comercio global de ese producto (influenciado por la demanda china y europea) puede multiplicarse por cinco o seis, pasando de los 10-12 millones de toneladas al año hasta los 60 millones en 2020, según el Consejo Europeo de Pellets. Gran parte de esa cantidad procederá de una nueva economía de exportación maderera que está creciendo al oeste de Canadá y América del Sur.
Los precios están aumentando considerablemente. La madera no es un producto básico y no hay un precio único. Sin embargo, el índice de los precios de los pellets de madera recogido por el Argus Biomass Report aumentó de 116 euros la tonelada en agosto de 2010 a 129 la tonelada a finales de 2012.
Por tanto, ¿es eficiente? La respuesta es “No”. La madera produce dióxido de carbono en dos ocasiones: una en la central eléctrica y otra en la cadena de suministros. El proceso para fabricar pellets a partir de madera conlleva molerla, convertirla en una pasta y prensarla. Eso, junto con el transporte, requiere energía y produce dióxido de carbono: 200 kg de CO2 por la cantidad de madera necesaria para generar 1MWh de electricidad. Eso disminuye la cantidad de dióxido de carbono que se ahorra al pasarse a la madera, pero aumenta el precio del ahorro. Dada la subvención de 53 euros por MWh, según afirma Roland Vetter, el analista sénior de CF Partners, la mayor compañía europea de gestión de emisiones, cuesta 263 euros ahorrar una tonelada de CO2 cambiando del gas a la madera. Y eso asumiendo que durante el resto del proceso (en la central eléctrica) sea neutral en carbono, algo que probablemente no suceda.
Una cara subvención
Durante los últimos años, los científicos han concluido que la idea original (que el dióxido de carbono en los bosques gestionados compensa el dióxido de carbono en las centrales eléctricas) era una simplificación excesiva. En realidad, la neutralidad del carbono depende del tipo de bosque que se emplee, lo rápido que crezcan los árboles, o si se utiliza viruta, astillas o el árbol entero. En otro informe de la UE, la Agencia Europea del Medio Ambiente dijo en 2011 que la asunción de “que la combustión de biomasa era inherentemente neutral en carbono… no es correcta… ya que no tiene en cuenta el hecho de que, el usar tierra para producir plantas para energía, implica normalmente que esa tierra no produce plantas para otros propósitos, incluido el dióxido de carbono capturado de otra manera”.
Tim Searchinger, de la Universidad de Princeton, calcula que si se utilizan árboles enteros para producir energía, como suele hacerse en ocasiones, aumentarán las emisiones de dióxido de carbono comparadas con el carbón (el combustible más sucio) en un 79% en los próximos 20 años y un 49% en los próximos 40: no habrá reducción de dióxido de carbono hasta que no transcurran 100 años, cuando hayan crecido los árboles plantados. Sin embargo, como señala Tom Brookes de la Fundación Europea para el Clima, “intentamos reducir el dióxido de carbono ahora, no dentro de 100 años”.
En pocas palabras, que la UE ha creado una subvención que cuesta una fortuna, probablemente no reduzca las emisiones de dióxido de carbono, no fomenta las nuevas tecnologías energéticas y crece tan lenta como un ciprés.
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