sábado, 1 de noviembre de 2014

El Nuevo Bellas Artes se exhibe...

El nuevo Bellas Artes se expone a sí mismo

El museo organiza para este fin de semana y el que viene un programa de visitas guiadas abierto al público con el fin de dar a conocer la ampliación proyectada por Patxi Mangado // ASTURIAS24 participó en la primera de las visitas y ofrece un recorrido por las nuevas dependencias del centro
Viernes31 de octubre de 2014
Juan Carlos Gea Juan Carlos Gea
Un bello edificio, un diáfano espacio que, de momento, solo se alberga a sí mismo, se expone a sí mismo y expone también su exterior: la luz y el peculiar entorno donde ha crecido. Eso es de momento la ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias, que desde ayer y durante unas cuantas jornadas dará a conocer a varios colectivos y al público en general lo que el arquitecto Patxi Mangado ha concebido y levantado desde finales de 2007 --a falta de algunos remates, algunos añadidos de relativa importancia y de otros de importancia capital-- como "un museo para el siglo XXI".
Con esas palabras lo definía su director, Alfonso Palacio, justo antes de iniciar junto a la prensa el primero de los "paseos" a los que el centro invitará a grupos de artistas, arquitectos, gestores culturales o políticos-- y sobre todo a la ciudadanía, en una serie de visitas guiadas que se iniciaron ayer a las 18,30 y se repetirán de nuevo este sábado y domingo (11,30 y 13,00) y de nuevo el sábado 8 (11,30, 13,00 y 18,00) y el domingo, 9 de noviembre (11,30 y 13,00) previa reserva a través del teléfono 985 21 20 57 o del e-mail visitantes@museobbaa.com. Para Palacio la ampliación permitirá un "salto cualitativo que proyectará al museo hacia el siglo XXI" y que afectará tanto a las nuevas instalaciones como a los viejos espacios del palacio de Velarde o la Casa Oviedo-Portal.

EDIFICIO NUEVO, CONTENIDO NUEVO

Esa condición de contemporaneidad marcará también los contenidos: "A edificio nuevo, contenido nuevo", proclama en tono casi de lema el director del Bellas Artes, que ha decidido repartir en tres plantas (bajo, primera y segunda) las colecciones del período de entresiglos, las del siglo XX y las de lo que llevamos del XXI en un recorrido cronológicamente ascendente. La visita se iniciará en las salas de la planta baja con un espacio dedicado a Sorolla y sus coetáneos iluministas, otro reservado al asturiano Darío de Regoyos y los pintores de la "España Negra" y un tercero para los maestros del postimpresionismo catalán.
Pero, yendo por partes, en esta visita de exploración se empieza desde los cimientos. El recorrido funciona como una escalada desde la penumbra refrigerada de los grandes almacenes del subsótano hasta las salas de la segunda planta, rematadas por unos ascendentes embudos de luz.
Y es en realidad en las profundidades del museo --lo que el público ya no podrá ver a partir de su inauguración presumiblemente en algún día de 2015 que nadie se atreve a pronosticar-- donde está la clave de todo lo que sí se ve. Porque fue ante todo la apremiante necesidad de almacenamiento y cuidado de los ricos fondos del centro, amenazados por el colapso, el factor que presionó para el trabajoso y a ratos conflictivo proyecto que está a punto de rematarse y que se inició físicamente con la compra, permuta o expropiación, para su posterior derribo parcial, de cuatro solares entre la calle de la Rúa y la plaza de la Catedral.

CAVERNAS DEL TESORO

En su subsuelo (que reveló algunas sorpresas, complicando aún más el proyecto) se abren ahora los tres almacenes que resolverán, una vez equipados, ese problema, nunca mejor dicho, de fondo; en total, unos 487 m2 repartidos en dos grandes salas y otra algo más pequeña para las delicadas obras en papel, espacios en un crudo hormigón gris verdoso con mucho de búnquer y una perfecta climatización para garantizar la conservación de los fondos. Nada menos que unas 15.000 piezas.
De todos modos, serán estos espacios los últimos en cumplir su función porque, como es sabido, los obstáculos y las modificaciones sustanciales que el proyecto ha sufrido en su desarrollo plantearon un serio problema de acceso a los almacenes que ya está definitivamente resuelto, según Alfonso Palacio, con un montacargas cuyo proyecto está a punto de ser entregado por Mangado. La solución estará operativa en el curso del año que viene, y en ese tiempo ya se habrá también adquirido y habilitado el complejo sistema de peines que multiplicará la capacidad de estas maravillosas cavernas del tesoro.
Atravesando el sótano 1 y sus dependencias de servicio, donde ya se adivina en la oscuridad tecnología de última generación vigilando y controlando el funcionamiento del edificio, se desemboca en la luz: planta baja, recepción y primeras salas, con los contenidos antes citados. Pero el visitante accederá, naturalmente, de otro modo, a través de la entrada que se abre hacia el corazón mismo de Oviedo, la plaza de la Catedral, un espacio privilegiado cuya potencia tiene muy clara Alfonso Palacio: "Es un lugar que tenemos que ganar; tenemos que apropiarnos de la plaza desde el punto de vista físico y cultural", asegura, convencido de que, a la inversa, es la plaza la que contribuirá a hacer visible el centro como no lo es ahora: la que desembocará con su flujo de visitantes y turistas en el museo.
"Tenemos que apropiarnos de la plaza desde el punto de vista físico y cultural", proclama Palacio
Y ahí, en esa embocadura, en esa entrada que se convertirá en principal aunque también se mantenga la del palacio de Velarde, está una de las primeras osadías y de las primeras sorpresas que dispensa un edificio por lo demás elegante, sobrio y escasamente efectista. El autor del proyecto, que tenía que mantener forzosamente las fachadas de algunos de los edificios demolidos conforme a su catalogación como Bienes Culturales, decidió convertir de algún modo el contenedor en contenido; quizá una especie de coquetería para hacer ver que, el edificio en sí, es también una pieza más de la colección. Porque la fachada "real" del museo y su entrada a través de un prisma acristalado están retranqueados respecto a la fachada antigua, la piel más exterior, unidas ambas por unos tirantes de acero, de modo que da la impresión de que la vieja carcasa alberga la nueva.
Las dos fachadas discurren convergiendo en un espacio que llega al metro y medio en su máximo y a solo 40 centímetros en su parte más angosta, formando una especie de atrio cada vez más estrecho que al final se hace intransitable. La superposición de sus ventanas y vanos descubre parcialmente el interior a quien pasa por la calle. Y viceversa, puesto que en todo momento Mangado ha fomentado, como una especie de leitmotiv, la conexión del centro con lo que queda fuera.

un regalo envenenado

En el interior, el visitante es acogido por unos elegantes mostradores de recepción en madera de roble (utilizada también en el suelo y las barandillas de todo el centro) diseñadas por el propio Mangado, al igual que las lámparas sobre ellas. Lo primero que llama la atencion, además de la perspectiva de los tramos de la escalera que ascienden en línea recta hasta el tercer piso pegadas a la fachada, es la presencia de una gran masa de vieja piedra a la vista. Son los restos de la fuente romana del siglo IV que apareció durante las obras, que dejó planteada a los arqueólogos la revisión de los orígenes de la ciudad, y que al arquitecto y a los responsables políticos les obsequió con el regalo envenenado de esa especie de instalación intempestiva.
El dictamen de la comisión de Patrimonio ha obligado a mantener al descubierto una superficie claramente excesiva, en términos estéticos al menos, en la que se aprecian los huecos de los cimientos de las edificaciones que crecieron en ese suelo en los siglos XVI o XVII. La fuente y su canal, parcialmente cubierto por cristal, parecen remitir en dirección a las primeras salas. El resto, finalmente, será también protegido por una cubierta de cristal a distintas alturas. Pero aun así, resultará una presencia incómoda, un tanto desmesurada.
Detrás de los restos y de un panel que posteriormente se rebajará, una rampa conduce a lo que ahora mismo es una puerta pintada. Cuando se abra el muro y se convierta en puerta real, constituirá el nexo de unión entre el viejo y el nuevo museo, comunicando la Casa Oviedo-Portal con el flamante y blanquísimo vestíbulo de Mangado.

"la chimenea"

También en la primera planta se habilitará, por fin, un espacio estable para las exposiciones temporales del Bellas Artes. Es seguramente el lugar más espectacular y más hermoso de todo el edificio. Un gran patio central ("la chimenea", lo llama el personal del museo) que funge como el eje central, la "columna vertebral" --dice Palacio-- del edificio. Inundado de luz por una claraboya cenital y por un ventanal abierto al final de un sorprendente e irregular conducto prismático que es casi una escultura, a su vacío se abren en disposición también irregular los siete vanos en forma de balcón de los pisos superiores. Y abajo, en torno a él, se dispone una suerte de atrio y las tres salas para exposiciones temporales.
El ascenso se realiza de momento por la gran escalinata que arranca del vestíbulo, puesto que los ascensores aún no están en funcionamiento. Las plantas primera y segunda son gemelas, aunque con diferentes alturas y muy diferentes efectos estéticos. La primera (donde habitarán Valle y Piñole, el arte de vanguardia y arte nuevo asturiano, español e internacional, las salas monográficas dedicadas a Luis Fernández y Aurelio Suárez) está algo menos volcada al exterior.
Pero el "afuera" vuelve a entrar masivamente por la segunda planta, con un ancho corredor paralelo a la fachada horadado por tres grandes vanos que son, más que marcos, auténticas bocas de escenario para los edificios de afuera, y en el que se abren las entradas a las otras salas y recorridos. Al fondo, como en la primera planta, un luminoso mirador de suelo a techo consigue meter la catedral de Oviedo en el Bellas Artes. Otro gran ventanal de suelo a techo ocupa una de las salas del fondo. Con todo ello convivirán los fondos de arte asturiano, español e internacional de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI y sendas salas monográficas dedicadas a Orlando Pelayo y José María Navascués. Y, en cierto modo, tendrán que competir con las hipnóticas y un tanto vertiginosas vistas del gran hueco central, la claraboya y el ventanal, que sin duda se convertirá en una de las "piezas" más admiradas del museo nuevo.

lo que pudo haber sido

Como curiosidad y testimonio de lo que pudo haber sido, y seguramente de las frustraciones de un tiempo de crisis, queda un corredor ciego que debería haber conectado la primera fase con la segunda en un edificio anexo que tendría que haber desaparecido, pero que sigue ahí, albergando dependencias administrativas del museo. Hay otra espectacular vista de la torre de la catedral desde el extremo de ese pasaje abortado, pero el público no podrá verlo porque el corredor quedará cerrado por motivos de seguridad.
El recorrido por el nuevo Bellas Artes confirma, en fin, que el contenedor se basta a sí mismo como objeto estético. Queda en pie la cuestión de si también funcionará, sin más, como contenedor de un contenido tan complejo como un museo; si se ha aprovechado al máximo los espacios de los que disponía para crecer. Cuando habiten en ellos sus verdaderos protagonistas, las otras piezas, se podrá empezar a responder a esa pregunta.

No hay comentarios: