Pablo Iglesias y el liderazgo reflexivo
Se nos fue el año con un nombre nuevo en la agenda de las expectativas políticas que hace un año no tenían los ciudadanos. Pablo Iglesias Turrión ha sido, sin duda, el nombre del año en España. En 1890 también lo fue otro Pablo Iglesias, al menos para los trabajadores. Iglesias Possé, fundador del Partido Socialista, encabezó entonces la primera manifestación del primero mayo en la que se reivindicaba la jornada laboral de ocho horas, así como acabar con el trabajo infantil. Dos utopías hechas realidad. Ese mismo año, en el segundo congreso del partido, el PSOE decidió participar en las elecciones. No se trata de comparar, pero estoy por asegurar que en la historia de este país se ha dado una coincidencia singular: que un Pablo Iglesias de hace más de un siglo y otro Pablo Iglesias del nuestro pueden ser decisivos como líderes políticos en el porvenir de España.
Hecha esta referencia, que no les gustará nada a don Alfonso Guerra -en el último número de la revista de la Fundación Pablo Iglesias que preside se vierten durísimos ataques contra el nuevo partido político de Iglesias Turrión-, no me resisto a comentar lo que para el líder de Podemos ha supuesto, desde hace seis meses, su repentina relevancia como protagonista político del año. Aparte de perder el anonimato del que gozaba en 2013, la vida de Iglesias está sometida ahora a un permanente trajín, pues a su actividad como eurodiputado ha de unir sus viajes por España como secretario general de su partido y su participación en varios programas de televisión, a más de las entrevistas para las que es continuamente requerido y la popularidad consiguiente a su personalidad política y mediática. Nada que ver con sus hábitos de vida de hace un año, cuando se dedicaba profesionalmente a impartir sus clases en la Complutense y su existencia discurría mucho más relajada, con tiempo para cultivar sus amistades, aficiones y lecturas.
Si se me permitiera aconsejar algo al líder de Podemos, aun considerando que como tal ha de estar sujeto a una actividad y activismo sumamente dinámicos a lo largo del año 15, le recomendaría que no dejase de permitirse -siempre que le fuera posible y con la más absoluta calma- un cierto distanciamiento de la realidad política cotidiana, para observarla al aire libre del ocio retirado con la objetividad y perspicacia que ese alejamiento reflexivo permite. Y que siguiera cultivando la lectura, la meditación y el estudio que le han llevado a ser la voz que mejor ha interpretado en 2014 la voz de la calle. Sería, a mi juicio, la actitud más adecuada y provechosa para que su discurso ganará profundidad de campo y concepto, en evitación del leguaje de tópicos, simplezas y reiteraciones manidas a que nos viene sometiendo la vieja, adulterada y desalentada política, esa de la que Podemos ha venido a rescatarnos.
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