Otro 14 de abril contra la desmemoria.
Son muchos los artículos en periódicos y revistas que llevo publicados sobre el significado de la 2ª República.
Reproduzco uno de esos artículos. Éste data del 14-IV de 2005 e incide en aquello que dejó escrito Marichal acerca de que en aquel Estado confluyeron la República de las Letras y la Res pública que se creó aquel 14 de abril. Va dedicado a la memoria de un compañero y amigo, Félix Menéndez, bibliotecario de Vegadeo, que acaba de fallecer. Amigo y compañero de Facultad. Amigo del alma, que vino al mundo, como yo, en el bajo Narcea. Va por ti, compañero del aula, compañero:
Cuando el logos se hizo mito: La cultura en la II República:
Sobre el único Estado no lampedusiano de la España contemporánea
La de hoy 14 de abril es una fecha irrepetible e inolvidable que remite al único Estado no lampedusiano de la España contemporánea. Un año más correrá tinta impresa sobre la efeméride en la mayor parte de los casos desde el asombro. En otros, cada vez menos por insobornables leyes biológicas, desde la nostalgia. Y también, en una porción nada desdeñable cuantitativamente, desde el malestar que para muchos supone que el advenimiento de la II República no se haya olvidado, pues su mero recordatorio pone de relieve que hubo generaciones que gozaron del privilegio de ver que la utopía se hizo tangible, aunque hubiera sido de una forma tan efímera como el conocido ejemplo de Bergson del agua en un cesto.
«Sólo la República de Weimar y la española -escribe Edward Malefakis- no han quedado eclipsadas como fuerzas históricas con el paso del tiempo. (...) La República española se distinguió de la de Weimar y de las demás repúblicas de su tiempo por la ambición y la amplitud de su visión social y política. Sigue siendo una presencia más viva porque sus aspiraciones eran más elevadas que las de las demás repúblicas contemporáneas suyas. (...) En su etapa inicial, la República manifestó también más preocupación que ningún otro régimen contemporáneo por elevar el nivel cultural del pueblo».
Prolegómenos del 14 de abril
El 29 de enero de 1930 Alfonso XIII decide librarse del dictador. Tras la caída de Primo, el todavía monarca nombra jefe de Gobierno al general Dámaso Berenguer.
En agosto de 1930 se reúnen los republicanos y se firmó el Pacto de San Sebastián. El republicanismo «histórico» estaba encarnado por Alejandro Lerroux. La nueva izquierda republicana la representaba Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz acudieron como representantes del radical socialismo. Por el PSOE comparecieron Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Asistieron también Carrasco Formiguera por Acció Catalana, Matías Malliol por Acció Republicana de Catalunya y Jaume Aiguader por Estat Català. El regionalismo gallego envió a Santiago Casares Quiroga. El republicanismo moderado estuvo personificado por Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura. Alcalá Zamora fue nombrado presidente del comité revolucionario.
Ortega el 15 de noviembre de 1930 publicó en el diario «El Sol» el artículo titulado «El error Berenguer», que concluía con las conocidas palabras: «delenda est monarchia».
El 12 de diciembre de 1930, la guarnición de Jaca, situada en las estribaciones de los Pirineos, se subleva contra la Monarquía al mando de un capitán y un teniente, Fermín Galán y García Hernández. La intentona fue sofocada. Fueron detenidos, entre otros, Niceto Alcalá Zamora. Azaña, haciendo creer que había huido al extranjero, se refugió en Madrid en la casa de su suegro, donde empezó a escribir la novela Fresdeval.
Otro foco de conflictos en los últimos días de Alfonso XIII fueron los desórdenes continuos que creaba la FUE (Federación Universitaria de Estudiantes)
El 10 de febrero de 1931 se publicaba en el diario «El Sol» el manifiesto de la agrupación al servicio de la República. Lo firmaban Marañón, Pérez de Ayala y el propio Ortega.
Al general Berenguer le sucedió el almirante Aznar. Es este Gobierno el que convoca elecciones municipales el 12 de abril de 1931. El resultado fue que en la mayor parte de las grandes ciudades triunfaron los candidatos republicanos y de izquierdas. Los datos oficiales señalaron 29.953 concejales monárquicos frente a 8.855 republicanos. Sin embargo, las candidaturas republicanas habían triunfado en la casi totalidad de las capitales de provincias españolas.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la República. La primera localidad fue Éibar. La tarde del 14 de abril las multitudes inundaron entusiasmadas las calles de Madrid. El general Sanjurjo, que estaba al frente de la Guardia Civil, hizo saber a Alfonso XIII que no defendería a la Monarquía. El Gobierno sugirió al rey que aceptara el consejo de los líderes republicanos de abandonar España para evitar el derramamiento de sangre.
El primer presidente del Gobierno de la República fue Niceto Alcalá Zamora. Miguel Maura fue nombrado ministro de la Gobernación y Manuel Azaña, ministro de la Guerra. La República comenzaba su andadura.
Entre la oceánica bibliografía que existe acerca de lo que fue el advenimiento de la República, me atrevo a sugerir el tránsito por el libro de Pla que recoge el advenimiento del nuevo Estado con una escritura ágil y con envidiable amenidad salpicada en todo momento de sentido del humor.
El logos se hacía mito
Surgía, así las cosas, un nuevo Estado con el saber al hombro, parto de un consistente aluvión de empresas cívicas y de iniciativas culturales que remitían al regeneracionismo y al institucionismo. «Y es que era habitual concebir la República -escribe Mainer en su libro La Edad de Plata- en términos de educación colectiva y hasta de palmeta disciplinaria como culminación, en fin, de aquella obsesión pedagógica que desde el siglo XIX venía singularizando el pensamiento de un amplio sector de la sociedad nacional: desde la burguesía liberal hasta la pequeña burguesía radical y no pocos sectores del proletariado "consciente"».
En España faltaba agua y sobraba analfabetismo. (La despensa y la escuela, según el discurso regeneracionista de Costa). Era un terreno virgen apenas explotado. Sin regadío, los campos no estaban en condiciones de producir buenas cosechas. Sin cultura, la ciudadanía carecía de recursos para cambiar en lo individual y en lo colectivo. Fue aquélla una genuina circunstancia histórica. Como escribió Marichal, se daba la extraña singularidad de que las dos repúblicas, la de las letras y la de la política, coincidían. Compartían no sólo tiempos y escenarios, sino también protagonistas. Caso irrepetible. Destino no buscado.
Campos por fin roturados. Tierras vírgenes que dieron sus frutos. El afán pedagógico de las generaciones del 98 y del 14, sobre todo de esta última, fue el arado que destripó terrones. Afán pedagógico que llevó a casi todos a ensanchar los escenarios de lo que había sido la extensión universitaria. Se ensancharon hasta el extremo de que llegaron mucho más lejos a través de «la plazuela intelectual» (Ortega dixit) que es el periódico. Sobre otro espacio que había sido erial edificaron iniciativas cívicas y empresas culturales. Así, la Liga de Educación Política (1913) creada también por Ortega. Así, empresas editoriales cuya cumbre fue, sin duda, la «Revista de Occidente», fundada, por cierto, en 1923, en el mismo año en que se produjo el pronunciamiento de Primo.
Las empresas culturales y editoriales fueron los cimientos del empeño más logrado de la República: las escuelas. La geografía hispana fue un escenario susceptible de convertirse en aula. Y la República, con aquellos cimientos, hizo de la construcción de escuelas su principal afán.
Misiones pedagógicas, con Alejandro Casona como uno de sus principales valedores. Espacios abiertos al espectáculo más educativo, que no era otro que el teatro. Así, Lorca y La Barraca.
Cultura en la II República que, sin renunciar a poner todo el conocimiento posible y asimilable al alcance de toda la sociedad, no declinó tampoco volar todo lo alto que ambicionaba, dando alcance a algo tan difícil como fue lograr que el arte, la literatura y el pensamiento por vez primera en mucho tiempo no estuviesen por debajo de lo que marcaban los designios de los tiempos, de los techos que había ido apuntalando Europa, aquello en lo que Ortega ubicaba la solución de España.
Altolaguirre funda las revistas «Poesía», «Héroe», «1616» y «Caballo Verde». Pedro Salinas crea la revista «Los Cuatro Vientos». Todas ellas fueron minoritarias y sólo dieron cabida a la creación literaria, teniendo también vida efímera. Frente a ellas, con una vocación más mayoritaria está «La Gaceta Literaria» (1927-1932), criatura de un personaje tan peculiar como Ernesto Giménez Caballero. Entre el 33 y el 34 María Teresa León y Alberti editaron la revista «Octubre», del lado del compromiso político de los años 30.
Si se presta atención a los datos referidos, no causará sorpresa saber que hubo quien consideró que a la Generación del 27 habría que denominarla Generación de la República, una generación vanguardista que en su mayor parte se sintió implicada con la República, sin perder de vista por lo general la voluntad de estilo y el compromiso estético.
Sobre concepciones estéticas y literarias, en tiempos de la República, Rosa Chacel escribió: «La literatura se calibró por sus dotes supremas, las poéticas. Consecuentemente, los poetas ocuparon el primer plano, pero el poder, el mandato de la poesía, sobrepasó la incumbencia de los poetas. La literatura adoptó el sistema de andar por las cumbres, quiero decir que pretendió usar sólo el lenguaje de lo culminante».
Reparemos en algunos datos muy ilustrativos. En 1931, Unamuno publica su novela más conocida, San Manuel Bueno, mártir. Se aprueba en ese mismo año un decreto para convocar 7.000 puestos de maestros y para construir 6.570 escuelas. Ortega inaugura el curso universitario con la conferencia que lleva por título «Misión de la Universidad». En 1932, el teatro universitario «La Barraca» comienza sus actividades. Aleixandre publica Espadas como labios. En el 33, ve la luz La voz a ti debida, de Pedro Salinas. Lorca estrena Bodas de sangre. Miguel Hernández publica Perito en Lunas. Bergamín funda la revista «Cruz y Raya». En el 34, Lorca estrena Yerma. Se publican poemarios de la envergadura de La Destrucción o el amor, de Aleixandre, así como Donde habite el olvido, de Cernuda. 1936 se abre con el trágico preludio de la muerte en enero de Valle-Inclán y se cierra con el fallecimiento de Unamuno en diciembre. Tan pronto se produjo su fallecimiento, pocos días después del incidente que tuvo con un militar de infausto recuerdo que dio vivas a la muerte y mueras a la inteligencia, Ortega, estremecido, vaticinó que tras la pérdida de Unamuno a España le esperaba «una era de atroz silencio», como, en efecto, ocurrió. Y en ese año Cernuda publica La realidad y el deseo; también se edita en junio la primera parte Juan de Mairena, de Machado.
Concluyendo...
La Edad de Plata fue una constelación admirada y admirable desde el punto de mira de los grandes hombres de la República, que llegaron a ver en ella, singularmente Azaña, una dramática tabla de salvación desde el desgarro existencial más estremecedor: «¡República española, régimen nacional, nación, ser de la civilización española, civilización española, tabla a la que uno está adherido para salvarse en la vida humana, para salvarse en el paso por la tierra donde uno ha nacido, afán de que vuelva a surcar el cielo la historia de un rayo de la civilización española, pasión de mi alma que no me da vergüenza confesar ante vosotros!».
La II República fue una historia en que un puñado de hombres hamletianos, admiradores todos ellos de El Quijote como lo prueban los libros publicados al respecto por Ortega y Azaña entre otros, pasaron a la acción, creyendo en el poder de la instrucción pública y en la cultura con no menor fe y empeño que don Quijote en las proezas caballerescas.
En su tiempo, el logos se hizo mito. Frente a ellos, se alzaron unos molinos de viento con los que no contaban. Hablamos de los totalitarismos del siglo XX con sus aspas asesinas. Sólo Ortega vislumbró que un mundo se terminaba y que el horror se adueñaba del momento. Seguramente por eso, La rebelión de las masas es un libro que rezuma y destila una amargura no menor que la del jinete lorquiano.
El logos se hizo mito. Mito que para los españoles de entonces fue seccionado. Y descuartizado. Sin embargo, pasados los años, cabalga entre nosotros, como don Quijote. Como lo mejor de nosotros mismos. Eso que con cierta petulancia algunos llamarían nuestro imaginario colectivo. Y forma parte de nosotros, porque la historia también es selectiva.
Otro 14 de abril contra la desmemoria.
Son muchos los artículos en periódicos y revistas que llevo publicados sobre el significado de la 2ª República.
Reproduzco uno de esos artículos. Éste data del 14-IV de 2005 e incide en aquello que dejó escrito Marichal acerca de que en aquel Estado confluyeron la República de las Letras y la Res pública que se creó aquel 14 de abril. Va dedicado a la memoria de un compañero y amigo, Félix Menéndez, bibliotecario de Vegadeo, que acaba de fallecer. Amigo y compañero de Facultad. Amigo del alma, que vino al mundo, como yo, en el bajo Narcea. Va por ti, compañero del aula, compañero:
Son muchos los artículos en periódicos y revistas que llevo publicados sobre el significado de la 2ª República.
Reproduzco uno de esos artículos. Éste data del 14-IV de 2005 e incide en aquello que dejó escrito Marichal acerca de que en aquel Estado confluyeron la República de las Letras y la Res pública que se creó aquel 14 de abril. Va dedicado a la memoria de un compañero y amigo, Félix Menéndez, bibliotecario de Vegadeo, que acaba de fallecer. Amigo y compañero de Facultad. Amigo del alma, que vino al mundo, como yo, en el bajo Narcea. Va por ti, compañero del aula, compañero:
Cuando el logos se hizo mito: La cultura en la II República:
Sobre el único Estado no lampedusiano de la España contemporánea
La de hoy 14 de abril es una fecha irrepetible e inolvidable que remite al único Estado no lampedusiano de la España contemporánea. Un año más correrá tinta impresa sobre la efeméride en la mayor parte de los casos desde el asombro. En otros, cada vez menos por insobornables leyes biológicas, desde la nostalgia. Y también, en una porción nada desdeñable cuantitativamente, desde el malestar que para muchos supone que el advenimiento de la II República no se haya olvidado, pues su mero recordatorio pone de relieve que hubo generaciones que gozaron del privilegio de ver que la utopía se hizo tangible, aunque hubiera sido de una forma tan efímera como el conocido ejemplo de Bergson del agua en un cesto.
«Sólo la República de Weimar y la española -escribe Edward Malefakis- no han quedado eclipsadas como fuerzas históricas con el paso del tiempo. (...) La República española se distinguió de la de Weimar y de las demás repúblicas de su tiempo por la ambición y la amplitud de su visión social y política. Sigue siendo una presencia más viva porque sus aspiraciones eran más elevadas que las de las demás repúblicas contemporáneas suyas. (...) En su etapa inicial, la República manifestó también más preocupación que ningún otro régimen contemporáneo por elevar el nivel cultural del pueblo».
Prolegómenos del 14 de abril
El 29 de enero de 1930 Alfonso XIII decide librarse del dictador. Tras la caída de Primo, el todavía monarca nombra jefe de Gobierno al general Dámaso Berenguer.
En agosto de 1930 se reúnen los republicanos y se firmó el Pacto de San Sebastián. El republicanismo «histórico» estaba encarnado por Alejandro Lerroux. La nueva izquierda republicana la representaba Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz acudieron como representantes del radical socialismo. Por el PSOE comparecieron Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Asistieron también Carrasco Formiguera por Acció Catalana, Matías Malliol por Acció Republicana de Catalunya y Jaume Aiguader por Estat Català. El regionalismo gallego envió a Santiago Casares Quiroga. El republicanismo moderado estuvo personificado por Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura. Alcalá Zamora fue nombrado presidente del comité revolucionario.
Ortega el 15 de noviembre de 1930 publicó en el diario «El Sol» el artículo titulado «El error Berenguer», que concluía con las conocidas palabras: «delenda est monarchia».
El 12 de diciembre de 1930, la guarnición de Jaca, situada en las estribaciones de los Pirineos, se subleva contra la Monarquía al mando de un capitán y un teniente, Fermín Galán y García Hernández. La intentona fue sofocada. Fueron detenidos, entre otros, Niceto Alcalá Zamora. Azaña, haciendo creer que había huido al extranjero, se refugió en Madrid en la casa de su suegro, donde empezó a escribir la novela Fresdeval.
Otro foco de conflictos en los últimos días de Alfonso XIII fueron los desórdenes continuos que creaba la FUE (Federación Universitaria de Estudiantes)
El 10 de febrero de 1931 se publicaba en el diario «El Sol» el manifiesto de la agrupación al servicio de la República. Lo firmaban Marañón, Pérez de Ayala y el propio Ortega.
Al general Berenguer le sucedió el almirante Aznar. Es este Gobierno el que convoca elecciones municipales el 12 de abril de 1931. El resultado fue que en la mayor parte de las grandes ciudades triunfaron los candidatos republicanos y de izquierdas. Los datos oficiales señalaron 29.953 concejales monárquicos frente a 8.855 republicanos. Sin embargo, las candidaturas republicanas habían triunfado en la casi totalidad de las capitales de provincias españolas.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la República. La primera localidad fue Éibar. La tarde del 14 de abril las multitudes inundaron entusiasmadas las calles de Madrid. El general Sanjurjo, que estaba al frente de la Guardia Civil, hizo saber a Alfonso XIII que no defendería a la Monarquía. El Gobierno sugirió al rey que aceptara el consejo de los líderes republicanos de abandonar España para evitar el derramamiento de sangre.
El primer presidente del Gobierno de la República fue Niceto Alcalá Zamora. Miguel Maura fue nombrado ministro de la Gobernación y Manuel Azaña, ministro de la Guerra. La República comenzaba su andadura.
Entre la oceánica bibliografía que existe acerca de lo que fue el advenimiento de la República, me atrevo a sugerir el tránsito por el libro de Pla que recoge el advenimiento del nuevo Estado con una escritura ágil y con envidiable amenidad salpicada en todo momento de sentido del humor.
El logos se hacía mito
Surgía, así las cosas, un nuevo Estado con el saber al hombro, parto de un consistente aluvión de empresas cívicas y de iniciativas culturales que remitían al regeneracionismo y al institucionismo. «Y es que era habitual concebir la República -escribe Mainer en su libro La Edad de Plata- en términos de educación colectiva y hasta de palmeta disciplinaria como culminación, en fin, de aquella obsesión pedagógica que desde el siglo XIX venía singularizando el pensamiento de un amplio sector de la sociedad nacional: desde la burguesía liberal hasta la pequeña burguesía radical y no pocos sectores del proletariado "consciente"».
En España faltaba agua y sobraba analfabetismo. (La despensa y la escuela, según el discurso regeneracionista de Costa). Era un terreno virgen apenas explotado. Sin regadío, los campos no estaban en condiciones de producir buenas cosechas. Sin cultura, la ciudadanía carecía de recursos para cambiar en lo individual y en lo colectivo. Fue aquélla una genuina circunstancia histórica. Como escribió Marichal, se daba la extraña singularidad de que las dos repúblicas, la de las letras y la de la política, coincidían. Compartían no sólo tiempos y escenarios, sino también protagonistas. Caso irrepetible. Destino no buscado.
Campos por fin roturados. Tierras vírgenes que dieron sus frutos. El afán pedagógico de las generaciones del 98 y del 14, sobre todo de esta última, fue el arado que destripó terrones. Afán pedagógico que llevó a casi todos a ensanchar los escenarios de lo que había sido la extensión universitaria. Se ensancharon hasta el extremo de que llegaron mucho más lejos a través de «la plazuela intelectual» (Ortega dixit) que es el periódico. Sobre otro espacio que había sido erial edificaron iniciativas cívicas y empresas culturales. Así, la Liga de Educación Política (1913) creada también por Ortega. Así, empresas editoriales cuya cumbre fue, sin duda, la «Revista de Occidente», fundada, por cierto, en 1923, en el mismo año en que se produjo el pronunciamiento de Primo.
Las empresas culturales y editoriales fueron los cimientos del empeño más logrado de la República: las escuelas. La geografía hispana fue un escenario susceptible de convertirse en aula. Y la República, con aquellos cimientos, hizo de la construcción de escuelas su principal afán.
Misiones pedagógicas, con Alejandro Casona como uno de sus principales valedores. Espacios abiertos al espectáculo más educativo, que no era otro que el teatro. Así, Lorca y La Barraca.
Cultura en la II República que, sin renunciar a poner todo el conocimiento posible y asimilable al alcance de toda la sociedad, no declinó tampoco volar todo lo alto que ambicionaba, dando alcance a algo tan difícil como fue lograr que el arte, la literatura y el pensamiento por vez primera en mucho tiempo no estuviesen por debajo de lo que marcaban los designios de los tiempos, de los techos que había ido apuntalando Europa, aquello en lo que Ortega ubicaba la solución de España.
Altolaguirre funda las revistas «Poesía», «Héroe», «1616» y «Caballo Verde». Pedro Salinas crea la revista «Los Cuatro Vientos». Todas ellas fueron minoritarias y sólo dieron cabida a la creación literaria, teniendo también vida efímera. Frente a ellas, con una vocación más mayoritaria está «La Gaceta Literaria» (1927-1932), criatura de un personaje tan peculiar como Ernesto Giménez Caballero. Entre el 33 y el 34 María Teresa León y Alberti editaron la revista «Octubre», del lado del compromiso político de los años 30.
Si se presta atención a los datos referidos, no causará sorpresa saber que hubo quien consideró que a la Generación del 27 habría que denominarla Generación de la República, una generación vanguardista que en su mayor parte se sintió implicada con la República, sin perder de vista por lo general la voluntad de estilo y el compromiso estético.
Sobre concepciones estéticas y literarias, en tiempos de la República, Rosa Chacel escribió: «La literatura se calibró por sus dotes supremas, las poéticas. Consecuentemente, los poetas ocuparon el primer plano, pero el poder, el mandato de la poesía, sobrepasó la incumbencia de los poetas. La literatura adoptó el sistema de andar por las cumbres, quiero decir que pretendió usar sólo el lenguaje de lo culminante».
Reparemos en algunos datos muy ilustrativos. En 1931, Unamuno publica su novela más conocida, San Manuel Bueno, mártir. Se aprueba en ese mismo año un decreto para convocar 7.000 puestos de maestros y para construir 6.570 escuelas. Ortega inaugura el curso universitario con la conferencia que lleva por título «Misión de la Universidad». En 1932, el teatro universitario «La Barraca» comienza sus actividades. Aleixandre publica Espadas como labios. En el 33, ve la luz La voz a ti debida, de Pedro Salinas. Lorca estrena Bodas de sangre. Miguel Hernández publica Perito en Lunas. Bergamín funda la revista «Cruz y Raya». En el 34, Lorca estrena Yerma. Se publican poemarios de la envergadura de La Destrucción o el amor, de Aleixandre, así como Donde habite el olvido, de Cernuda. 1936 se abre con el trágico preludio de la muerte en enero de Valle-Inclán y se cierra con el fallecimiento de Unamuno en diciembre. Tan pronto se produjo su fallecimiento, pocos días después del incidente que tuvo con un militar de infausto recuerdo que dio vivas a la muerte y mueras a la inteligencia, Ortega, estremecido, vaticinó que tras la pérdida de Unamuno a España le esperaba «una era de atroz silencio», como, en efecto, ocurrió. Y en ese año Cernuda publica La realidad y el deseo; también se edita en junio la primera parte Juan de Mairena, de Machado.
Concluyendo...
La Edad de Plata fue una constelación admirada y admirable desde el punto de mira de los grandes hombres de la República, que llegaron a ver en ella, singularmente Azaña, una dramática tabla de salvación desde el desgarro existencial más estremecedor: «¡República española, régimen nacional, nación, ser de la civilización española, civilización española, tabla a la que uno está adherido para salvarse en la vida humana, para salvarse en el paso por la tierra donde uno ha nacido, afán de que vuelva a surcar el cielo la historia de un rayo de la civilización española, pasión de mi alma que no me da vergüenza confesar ante vosotros!».
La II República fue una historia en que un puñado de hombres hamletianos, admiradores todos ellos de El Quijote como lo prueban los libros publicados al respecto por Ortega y Azaña entre otros, pasaron a la acción, creyendo en el poder de la instrucción pública y en la cultura con no menor fe y empeño que don Quijote en las proezas caballerescas.
En su tiempo, el logos se hizo mito. Frente a ellos, se alzaron unos molinos de viento con los que no contaban. Hablamos de los totalitarismos del siglo XX con sus aspas asesinas. Sólo Ortega vislumbró que un mundo se terminaba y que el horror se adueñaba del momento. Seguramente por eso, La rebelión de las masas es un libro que rezuma y destila una amargura no menor que la del jinete lorquiano.
El logos se hizo mito. Mito que para los españoles de entonces fue seccionado. Y descuartizado. Sin embargo, pasados los años, cabalga entre nosotros, como don Quijote. Como lo mejor de nosotros mismos. Eso que con cierta petulancia algunos llamarían nuestro imaginario colectivo. Y forma parte de nosotros, porque la historia también es selectiva.
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