Rodrigo Rato, el ocaso de un símbolo del PP asturiano
Los populares barajaron al exvicepresidente como cabeza de lista al Congreso por Asturias, entre múltiples alabanzas // Luces y sombras de los lazos del exministro con el Principado
VIERNES 17 DE ABRIL DE 2015
En un mundo alternativo, pero solo levemente distinto de la realidad española, la demolición final de la imagen pública de Rodrigo Rato –llevada a cabo con firmeza por la mano del policía que le bajó la cabeza al introducirlo ayer, detenido, en un coche— podría haber ocurrido mientras el exministro y exdirector general del Fondo Monetario Internacional (FMI) ocupaba en el Congreso de los Diputados un escaño por Asturias. Es un hecho que el Partido Popular se pensó muy en serio durante la segunda mitad de 2011 la recuperación de uno los símbolos de la década dorada de José María Aznar como el anti-Cascos que restaurara la unidad de la derecha regional tras la escisión de Foro Asturias y la llegada del otro exvicepresidente del Gobierno popular a la presidencia del Principado. Las hemerotecas conservan los elogios de Gabino de Lorenzo, Ovidio Sánchez o Mercedes Fernández a quien, de regreso de Washington y antes de encontrar en Bankia una puerta de acceso al descrédito, conservaba intacta entre sus compañeros de partido el aura del triunfador que había apadrinado el crecimiento económico de España en el cambio de siglo y a quien, por sus lazos familiares con la región, siempre se había presentado como un ministro asturiano en Madrid. Las hemerotecas también reflejan las continuas alabanzas del PP asturiano hacia Rato como ejemplo de gestión ecónomica impecable.
Las cosas, sin embargo, salieron de otra manera, y tal vez el exministro lo lamente. Mariano Rajoy prefirió apostar por Mercedes Fernández y no abrir ninguna tronera por la que Rato pudiera colarse de vuelta a la política. Muchos en el PP piensan, o lo pensaban hasta que la figura de Rato empezó a cuartearse, que Aznar había escogido al vicepresidente equivocado para su sucesión y el nuevo líder del partido ya estaba harto de comparaciones. El exministro siguió al frente de Bankia, apoyado por Esperanza Aguirre, y desde esa posición aparece ahora como el máximo responsable de la catastrófica –los jueces dirán si fraudulenta— salida a bolsa de la antigua caja madrileña y de la pérdida de los ahorros de miles de pequeños inversores atrapados en las preferentes.
El PP pensó en él como un antídoto contra el Foro de Cascos
Ahí empezó a hundirse la reputación de Rato, investigado por esas operaciones y, después, por su falta de acción ante el escándalo de las tarjetas b de la entidad, que permitían a ejecutivos y consejeros financiarse un lujoso tren de vida opaco al fisco. Él mismo dejó un rastro de pagos en Asturias que incluyen tanto artículos caros como humildes tortillas de patatas en los merenderos de la parroquia gijonesa de Deva. El golpe final, sin embargo, por lo que ha trascendido hasta ahora, parece tener que ver más con su patrimonio personal y familiar. La detención llega por una investigación fiscal (blanqueo y alzamiento de bienes) relacionada con la regularización de fondos en la amnistía fiscal de 2012, la misma que ha puesto al exsindicalista José Ángel Fernández Villa bajo el foco de la atención de la Fiscalía Anticorrupción. El ministro de Economía y Hacienda que autorizó la creación de los fondos mineros y el poderoso dirigente laboral que llegó a encarnar su uso acaban así, en un curioso giro de la actualidad, hermanados como parias políticos por motivos parecidos. Existe también un paralelismo innegable en su caída desde las alturas del poder y su estatus simbólico hasta los pisos inferiores de los tribunales de justicia donde la política se mezcla con la crónica de sucesos.
En la foto del primer consejo de ministros presidido por Aznar en 1996, se decía por entonces, aparecían dos ministros asturianos. Sobre Francisco Álvarez-Cascos no había dudas: era y ejercía como tal desde el mismo comienzo de su carrera política. Rato nació y se educó en Madrid pero, por sus relaciones familiares, no era difícil describirlo como asturiano. Sus vacaciones veraniegas en Gijón, documentadas al milímetro por la prensa, convirtieron el chalet de su familia materna, los Figaredo, en Cabueñes, en un escenario de poder al que muchos políticos y empresarios pugnaban por tener acceso. Como el balcón de su otra residencia en Carabaña (Madrid), donde se tomó una célebre imagen de su esposa y él con el matrimonio Aznar-Botella, la casa asturiana se incorporó a la iconografía del poder popular. Pero Rato no acudía al Principado para recluirse: se le veía en el muro de San Lorenzo, en la playa, en los toros y otros espectáculos de la semana grande de Begoña en la ciudad, y también más lejos. Era un habitual de las fiestas de la familia de oftalmólogos Fernández-Vega en su finca de Ceceda, en el concejo de Nava.
Fue hijo adoptivo de Gijón, un título que fue revocado
Con esos contactos y esa integración en la sociedad asturiana, a nadie le habría extrañado que ocupara un escaño por la provincia en el Congreso. Nunca lo hizo, pero tampoco se trataba de una operación quimérica. Aún gobernaba el PSOE en Gijón cuando el Ayuntamiento le otorgó el título de hijo adoptivo a finales de 2010. Ya no lo es: a finales del año pasado, con la indignación por las preferentes y las tarjetas de Bankia en su punto máximo, el consistorio decidió revocarle la distinción. Pero en 2011 la posibilidad no era quimérica. Habría sido curioso comprobar la reacción de Cascos, que en los meses anteriores había asegurado que su antiguo compañero en la mesa del consejo de ministros había intentado mediar para evitar la implosión del PP asturiano y había aconsejado a la dirección regional que aceptara su vuelta con mando en plaza.
También es cierto que si Asturias ha sido fuente de reconocimientos a Rato también podría haberse convertido en el lugar de uno de los primeros reveses judiciales para él. En 2010, un juez puso punto final a un procedimiento que se había pasado en los tribunales buena parte de la década anterior. Un accionista de Banesto y el Banco de Santander se querelló contra Rato, su hermano Ramón y la cúpula del Santander encabezada por el fallecido Emilio Botín y Alfredo Sáenz por delitos de falsedad relacionados la venta al Santander de la participación familiar de los Rato en Aguas de Fuensanta. El querellante aseguraba que la sociedad estaba en quiebra técnica cuando la familia se deshizo de su 43,5% y que el banco había pagado por ella un precio desproporcionado (el equivalente a 9,8 millones de euros en pesetas de 1999) para congraciarse con Rato y obtener buena voluntad política del zar financiero de Aznar. Los jueces, sin embargo, avalaron la operación y desestimaron la existencia de delitos.
Si el fiscal no pide su ingreso en prisión, es probable que la detención de Rato sea breve. Pero el exministro ya no es un activo del PP ni un triunfador, sino un hombre acusado de delitos graves y un político roto por el dinero fácil de los años anteriores a la crisis. Quién hubiera sospechado que la historia acabaría así cuando era el centro de atención en la plaza de toros de El Bibio o en las espichas de Ceceda, cuando representaba el éxito del PP en el poder.
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