lunes, 6 de abril de 2015

R.Sanchez Ferlosio....todo un personaje.

Rafael Sánchez Ferlosio: «Del pasado no tengo más que vergüenza, de toda mi vida, hasta ayer»


  • (acontecimientos)

A sus 87 años, su obra recupera vigencia: el 9 de abril aparece una antología de sus pecios y a finales de año comenzarán a editarse todos sus ensayos

Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) no le gustan las fotografías. Es posible que tampoco le agraden en exceso las entrevistas, pero la ocasión lo merece: la próxima semana se publica «Campo de retamas»(Literatura Random House), una antología de sus mejores pecios editada por Ignacio Echevarría. Después vendrá la recuperación de su biblioteca y toda su obra ensayística.
ABC
Cubierta de «Campo de retamas»
Ferlosio recibe a ABC en su casa del barrio madrileño de Prosperidad. Trajeado y cejijunto, con el móvil colgando del cuello y una libreta siempre a resguardo en la chaqueta, acude solícito a estrechar la mano de la periodista. Es uno de los más grandes de la Literaturaespañola del siglo XX pero, frente a ti, se siente pequeño. Cuestionado. Inseguro.
Sorprende en quien ha labrado un pensamiento sólido y sin fisuras, hasta llegar a ser fuente de estudio y conocimiento. Siente que ha perdido el juicio sumarísimo de la (maldita) vejez. Pero, a medida que avanza la conversación, su franqueza va robándole protagonismo al pudor e, incluso, se atisba algo de complicidad. Es palabra de Ferlosio: juzguen ustedes mismos.
—Me gustaría que valorara la obra que ahora se publica. Porque, en mi opinión, los pecios son la expresión más acertada de su filosofía.
—Filosofía no tengo.
—¿Cómo lo definiría usted?
—A mí me interesa bastante la religión y hablo de la justicia en general, empezando por la justicia divina. Cuando escribo alguna cosa sobre eso hablo de teodicea, que trata de la justicia de Dios.
—¿De quién surge la idea de editarlos?
—De Ignacio Echevarría. El libro lo ha preparado él; yo he quitado algunos pecios, porque no eran correctos, sobre todo los que eran como chistes, tonterías, sarcasmo… No me gusta hacer chistes, ni el sarcasmo; el sarcasmo es un vicio español, del castellano.
—Un vicio que algunos admiran.
—Bueno, a mí no me gusta el sarcasmo. ¿Cómo le digo yo? El sarcasmo elemental: «Un día sí y otro también». Eso es un sarcasmo; es como una especie de redundancia estúpida.
—Lo publica en Literatura Random House, después de 60 años en Destino.
—Pero eso no tiene importancia.
—Eso quiere decir que los grandes del mundo editorial todavía tienen mucho que decir. Porque a veces nos detenemos en cosas demasiado superficiales.
—Bueno, superficiales son los pecios. Son observaciones sobre todo de superficie, de cosas oídas, de tópicos, de frases estereotipadas…
—Como la «vuelta a la normalidad».
—Sí [ríe]. La normalidad es una especie de refugio ficticio de la burguesía, que la tiene siempre detrás como protección. Pasan cosas, catástrofes, se destroza todo, y luego… «El país está volviendo a la normalidad». La normalidad es un sitio de tranquilidad, pero no hay tal normalidad. La normalidad está perfectamente reflejada en «La cantante calva», de Ionesco. Cuando el matrimonio está hablando con frases inútiles, diciendo tópicos, tópicos… Es genial, porque esa es la normalidad, la cosa más banal. Pero es un refugio de la mentalidad burguesa, que cree que hay una normalidad en la que puede ampararse después de una desgracia. Sin ese refugio, mal vivirían, pero bueno…
—Debate va a publicar toda su obra ensayística. Miguel Aguilar, su editor, me comparaba sus ensayos con los de Orwell. ¿Qué le parece esa comparación?
—Pues no conozco. De Orwell me parece que sólo he leído, en italiano, «Homenaje a Cataluña».
—Decía José Luis Pardo que «el pensamiento en España en el siglo XX para por Ferlosio».
—Bueno, eso es muy exagerado, yo no quiero pasar por ningún lado. ¿A mi edad por dónde voy a pasar?
—Ya que estamos metidos en materia temporal, me pregunto qué opina usted de la España actual.
—No me gusta nada
—¿Por qué?
—Porque, por ejemplo, la política no responde a nada. Yo digo que en España las personas importan tanto que no hay hechos ni cosas; hay palabras, que a veces tienen algún sentido, a veces casi ninguno. Dígame usted qué son esas frases de un predicado repetido bastantes veces o un sujeto repetido bastantes veces: «¿Quién arruinó a los zapateros? Usted, señor presidente»; «¿quién dejó que el Ebro se desbordase e inundase Zaragoza? Usted, señor presidente». Esto es, un mismo sujeto y los predicados repetidos. Eso es una retórica que es lo más tonto y lo más banal que hay.
—Esa no es forma de hacer política.
—No creo que se haya hecho nunca alguna política decente.
—¿En este país o en general?
—En general. Bueno, no sé… En este país menos. La coherencia no es siempre una virtud; la coherencia, a veces, es muy mala, porque es el empeño en hacer una cosa y remacharla. Pero, por ejemplo, un gobernante que era un llorón y era un adorador del emperador, Bismarck, era un enorme político. Ahora, con este sistema de rebatirse uno a otro…
—Y echarse la culpa uno a otro. El famoso «y tú más».
—Bueno, el «y tú más»... Hasta para hablar del «y tú más» hacen el «y tú más».
—Le cito: «Desde el Imperio romano, la cultura ha sido un instrumento de control social».
—Era eso de «panem et circenses», para tener al pueblo tranquilo. En España se llegó a escribir una zarzuela, que se titulaba «Pan y toros»; ahora, quizá, a los toros se los haya comido el fútbol.
—Esta mañana estaban emitiendo en directo la rueda de prensa de Florentino Pérez como si estuviera hablando Obama. Hemos perdido la cabeza.
—Y el entusiasmo público es una cosa… No sé si tanto antes de la expansión grande del fútbol, que debe haber sido hace 20 años o así. Ahora se compran una cantidad de cosas... Que son carísimas, además.
—Es una forma de mantener a la gente entretenida. ¿Usted ve la televisión habitualmente?
—Yo veo los telediarios y algún programa, pero no son muy buenos, porque se estropean, repiten mucho las cosas.
—¿Y qué opina de la telebasura?
—Tiene mucha importancia la deformación recibida de la publicidad. La publicidad es lo que está detrás de todo eso. Incluso sale el niño ése, uno que se ha retratado con todos los políticos.
—¿El pequeño Nicolás?
—¡El pequeño Nicolás! Eso es una cosa incomprensible, que saquen al pequeño Nicolás tanto.
—¿Cómo puede existir un personaje de ese tipo en España?
—Puede ocurrir en cualquier parte, en Estados Unidos seguramente. Lo que pasa es que en Estados Unidos los presentadores son mucho más importantes. Aquí no tanto.
—Hablemos de novela.
—Yo ya no leo novela. Hace muchísimos años que ni voy al cine ni leo novela.
—¿Cuál fue la última novela que leyó?
—No me acuerdo. Hace muchos años. A lo mejor leí, excepcionalmente, una muy buena de P. D. James, «La octava víctima»; es la única que recuerdo ahora de las últimas que he leído. Me gustaba mucho, por ejemplo, Ross Macdonald, que tiene un pecio.
—Hay una cosa que siempre he querido preguntarle: ¿por qué dejó de escribir novela durante tantos años?
—Bueno, no sé. No me acuerdo por qué.
—Por cierto, ¿hay alguien que hoy en día se atreva a decir la verdad?
—No, muchos quieren decir la verdad, pero lo mío no es cuestión de verdad. Lo mío es cuestión de opiniones y críticas. Cicerón decía: la justicia extrema es la peor injusticia. Es decir, si la justicia se lleva a cabo hasta el final, se convierte en una suma injusticia, incurre en la contradicción.
—Hablando de verdades, ¿cómo ve usted el actual periodismo?
—Muy sinvergüenza.
—¿Por qué?
—En primer lugar por parcial, claro. Habiendo Gobierno y oposición me parece que el periodismo no puede dejar de ser parcial. En el periodismo hay conveniencia y prudencia, hay postura.
—¿Qué opina del periodismo cultural?
—Mal.
—Vuelvo a citarle: «Las únicas novedades de la cultura actual parece que no son ya más que los aniversarios».
—El periodismo va de aniversario en aniversario.
—Eso es muy triste, con lo rica que es la cultura.
—No sé si ahora es tan rica. Yo distingo entre cultura e ilustración. La ilustración es la forma de contracultura. Voltaire denunciaba los tabús que había entonces, y se suele poner su ejemplo. Él condenó el terremoto de Lisboa [el 1 de noviembre de 1755] en nombre de la razón humana; lo cual fue una lúcida ironía sobre el culto a la razón. Ahora se condenan muchas cosas que se parecen mucho a fenómenos como un terremoto, y quizás se aplica la condena a cosas que son completamente fenómenos sin responsabilidad alguna de las personas. Me refiero a acciones de los hombres: puede que sean asesinatos, bombas… Ser responsable no quiere decir ser culpable.
—Al conocernos me ha dicho que ya escribe sólo a mano. ¿Lo hace a diario?
—No. Apuntes sí tomo a diario algunas veces. Antes escribía dando paseos y con una libreta; apuntaba en los techos de los coches. Siempre llevo una libreta encima. Ahora no escribo tanto, ni mucho menos.
—¿Sigue considerando «grotesco» el «papelón» del literato?
—[Ríe]. Más que nunca, quizás. Me sentí incómodo, porque me hicieron un homenaje. Pero me está usted preguntando demasiadas cosas escabrosas. Me da mucha vergüenza hablar de ciertas cosas. Porque yo soy muy tonto, y lo he sido más; ahora me creo menos tonto que hace unos años. Cuando tenía 30 o 40 años… ¡madre mía! No, no me gusta mi juventud, ni mi madurez. No tengo buenos recuerdos, me da mucha vergüenza. Porque el sentimiento de vergüenza, de ridículo, que se tiene a esta edad al recordar lo de ayer es muy fuerte.
—¿Está la palabra enferma hoy en día?
—La palabra lo sufre todo, sufre muchísimas cosas. Todos los golpes que se dan en el mundo los sufren también las palabras. Pero enferma.... No lo diría yo. Usted apunta demasiadas cosas, de las que yo no le puedo responder.
—¿Qué piensa del Papa Francisco?
—El Papa Francisco se hace mucho el simpático y es un poquito ordinario. Papas ha habido pocos respetables. Juan Pablo II es un monstruo de vanidad. Me acuerdo que en Puebla, en México, hizo una reunión en un estadio de fútbol expresamente de obreros, y dijo [enfatiza el tono de voz]: «El trabaaaaaaajo no es una maldición, es una beeeeeeeeendición». ¿Me está grabando?
—¿No quiere que le grabe?
—Sí, sí, es que quiero que me grabe. Les dijo aquello cuando el trabajo para ellos se oponía al paro, no al ocio. Decirlo es una bellaquería. Logró lo que buscaba, un inmenso clamor de entusiasmo.
—Siempre me he preguntado si llegaría a escribir un libro de memorias.
—No, qué va, nunca, nunca. ¿Cómo iba a escribir un libro de memorias? Qué cosas… Si del pasado no tengo más que vergüenza, de toda mi vida, hasta ayer.

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