Las ignoradas causas de la enorme crisis que estamos viviendo
Por extraño que parezca, poco se ha escrito sobre las causas reales de la enorme crisis económica y financiera que se conoce como la Gran Recesión (que para millones de españoles es la Gran Depresión), crisis que continúa existiendo. Soy consciente de que esta afirmación producirá sorpresa entre muchos lectores, pues se ha escrito muchísimo sobre esta Gran Recesión que, además, se presenta como un hecho pasado, pues se asume que ya hemos salido de ella. Pero veamos los datos.
La Gran Recesión se ha ido gestando desde los años ochenta y está causada por la enorme concentración de la riqueza y de las rentas en la gran mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte, lo que ha estado ocurriendo a costa del descenso de la riqueza y de las rentas de la mayoría de la población, que deriva sus ingresos del mundo de trabajo. En realidad, desde los años ochenta ha habido una redistribución de las rentas con una gran transferencia de fondos de la mayoría de la población a una minoría muy reducida de esta, fenómeno que ha causado la crisis (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual”, Le Monde Diplomatique, julio 2013).
La distribución de las rentas en la “época dorada del capitalismo” (1945-1979)
Comencemos por analizar la situación en EEUU (cuyo gobierno federal es uno de los que recoge con mayor detalle la información sobre la distribución de las rentas) y la evolución de las rentas durante el periodo 1945-2014, que dividiremos en dos periodos. El primero va desde la II Guerra Mundial hasta el año 1979-1980. Durante este periodo hubo una redistribución de las rentas, de manera que el 80% de la población (los cuatro quintiles inferiores) vio crecer año tras año sus ingresos un 2,3% anual como promedio, siendo tal crecimiento en las rentas inferiores (2,5%) mayor que en las renta superiores (2,2%). En realidad, el grupo que vio crecer menos sus rentas fue el 5% superior de la población (los súper ricos). Su tasa de crecimiento anual promedio fue de un 1,9%. Durante aquel periodo, los salarios crecieron paralelamente al crecimiento de la productividad. El país iba creciendo, pero las rentas de la mayoría de la población iban creciendo más y más rápido que las rentas superiores (ver Elise Gould, Debates on Income Inequality and Social Cohesion, Economic Policy Institute, February 2016).
La reacción neoliberal (1979-2014)
Pero a partir de los años ochenta, cuando se llevaron a cabo las políticas neoliberales iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en el Reino Unido, y más tarde hechas suyas por la Tercera Vía en el socialismo europeo, esto cambió y se revirtió. A partir de entonces, el crecimiento de las rentas superiores, el 5% superior de la población, fue mucho más rápido (un 2%) que el de las del resto de la población. En realidad, el 40% (los dos quintiles inferiores de la población, que constituyen la clase trabajadora de EEUU) apenas vio crecer sus ingresos durante el periodo 1979-2007 (un promedio del 0,2%). Y en el periodo de la Gran Recesión (2007-2015), que no ha terminado, sufrió un descenso en sus ingresos de un 2,4%. La bajada de la capacidad adquisitiva de la gran mayoría de la población (la clase trabajadora y las clases medias de renta media y baja) ha sido muy dramática durante esta crisis. Durante este periodo, el crecimiento de los salarios ha sido muy inferior al crecimiento de la productividad. Así, mientras en el periodo 1948-1973 el crecimiento de los salarios (un 91,3% de crecimiento acumulado) fue parecido al crecimiento de la productividad (un crecimiento acumulado del 96,7%), en el periodo 1973-2014 el crecimiento de los salarios fue solo de un 9,2%, mientras que el de la productividad fue del 72,2% (los salarios son la compensación laboral por hora, y todos los datos son acumulativos para el periodo definido. Véase Understanding the Historic Divergence Between Productivity and a Typical Worker’s Pay, Economic Policy Institute, September 2015).
Las consecuencias del crecimiento de las desigualdades de renta
Las consecuencias de este crecimiento de las desigualdades de renta son muchas. A nivel humano (que es el nivel que debería ser más importante), estas desigualdades han tenido un enorme impacto en la calidad de vida, salud y bienestar de las poblaciones. La esperanza de vida (años de vida de la persona) de las personas con niveles de ingreso iguales o superiores a la media ha subido, durante el período neoliberal 1972-2001, casi siete años. En cambio, para las personas de nivel de ingresos inferior a la media (la mitad inferior de la población estadounidense), ha subido solo 1,9 años. En realidad, para las mujeres de clase trabajadora la esperanza de vida ha descendido 3 años, un descenso más que considerable.
Pero lo que es igualmente importante es que cuando analizamos el impacto de este crecimiento de las desigualdades de renta en las áreas económicas, es cuando vemos las causas de la crisis actual. La reducción de la capacidad adquisitiva de la gran mayoría de la población (al ser el crecimiento de los ingresos mucho menor, e incluso negativo) determinó una bajada muy marcada de la demanda de bienes y servicios, generando un enorme descenso del crecimiento económico, alcanzando incluso niveles negativos como hemos estado viendo en el sur de Europa, incluyendo España. La reducción de los salarios (así como la reducción del gasto público, incluyendo el social) ha sido una de las mayores causas de la Gran Recesión. La evidencia científica de ello es abrumadora y se podía ver fácilmente que las políticas de austeridad y las reformas laborales que caracterizan las políticas liberales (conocidas como neoliberales), encaminadas a reducir los salarios estaban creando un grave problema económico, como ya indiqué en mi libro Neoliberalismo y Estado del Bienestar, escrito en 1997. Hoy, por fin, incluso el último informe de la OCDE y el grupo de investigación del Fondo Monetario Internacional (FMI) han admitido el error de tales políticas, aunque los economistas neoliberales que monopolizan los espacios mediáticos en España, con chaquetas llamativas o normales, todavía no lo reconocen, aferrados a su dogma liberal.
Pero este descenso de la demanda ha generado a su vez otros dos graves problemas. Uno es que la población, que veía disminuir sus ingresos, intentó mantener su nivel de vida a base de endeudarse. Tanto la población como las empresas y el Estado se endeudaron más y más, con lo cual, el capital financiero (es decir, la banca) creció considerablemente. Pero aquel descenso salarial creó otro problema: el descenso de la demanda de productos y servicios, disminuyendo con ello la rentabilidad de las inversiones en las áreas de la economía productiva, es decir, donde se producen los bienes y servicios cuyo consumo ha disminuido. De ahí que el gran capital (los súper ricos) fuera invirtiendo más y más en actividades especulativas (tales como en el sector inmobiliario) que tienen una elevada rentabilidad. Un resultado de ello es que la actividad especulativa ha ido sustituyendo la actividad productiva, apareciendo así el capitalismo del casino. De ahí que hemos visto que el capital financiero, además de crecer debido al endeudamiento de la población, también ha crecido debido al enorme desarrollo de tal actividad especulativa, puesto que las instituciones financieras se han ido especializando más y más en inversiones especulativas. Hoy tal sector (que es sumamente negativo para la economía) está hipertrofiado en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte, y significa asimismo una enorme absorción de recursos que deberían utilizarse en la economía productiva. España, donde el sector bancario es (en relación con el PIB) uno de los más grandes de la UE-15, es un claro ejemplo de ello.
Pero además de absorber recursos que deberían haberse invertido en áreas productivas (donde se producen bienes y servicios) en el país, la expansión del capital financiero creó una enorme inestabilidad, pues toda actividad especulativa (que crea enormes burbujas, como la inmobiliaria que hemos vivido en España) conlleva un riesgo. Toda burbuja explota, con consecuencias negativas para la economía y, más importante, para el bienestar de la población, como hemos visto en España. Ahora bien, lo que es importante subrayar es que el riesgo no lo asume la banca, pues cuando está en dificultades (es decir, cuando corre el peligro de colapsar) inmediatamente viene el Estado (es decir, los ciudadanos que pagamos impuestos) y la “rescata”, con lo cual la banca nunca se arriesga, pues sabe que el Estado benefactor la salvará. Se ha creado así una complicidad banca-Estado que está en la raíz de la crisis financiera.
¿Qué es lo que debería hacerse?
A la luz de esta evidencia está muy claro qué es lo que debería hacerse, y que se resume en hacer casi lo opuesto a lo que la mayoría de gobiernos a los dos lados del Atlántico Norte (Norteamérica y la UE) han estado haciendo. Las soluciones desde el punto de vista de política económica son muy fáciles de entender, aunque, por desgracia, no son fáciles de ver o de leer en los medios españoles, debido al abusivo control de estos medios por parte de los grupos económicos y financieros que han originado la crisis y se han beneficiado de ella. Es probable que usted, lector, no haya leído esta explicación en los medios porque la mayoría de ellos están influenciados, cuando no controlados, por los grupos económicos y financieros que dominan la economía de estos países. Y ello ocurre no solo en los medios privados (poseídos por grupos empresariales privados), sino también en los públicos (controlados por partidos políticos próximos, cuando no financiados, por tales grupos).
El mayor obstáculo para resolver el grave problema actual no es económico, sino político, pues el cambio propuesto implica un enfrentamiento con grupos muy poderosos: en primer lugar, nos encontramos con el enorme poder del 1% de la población de más renta (los súper ricos), al cual hay que sumar, en segundo lugar, el 10 ó el 15% de renta superior, es decir, de la clase media de renta alta, la clase media profesional, que está al servicio de aquel 1%, gestionando los aparatos de la reproducción del sistema a través de la difusión de valores, percepciones, creencias, recursos e instituciones que sostienen el dominio político y la hegemonía ideológica cultural en tales países.
Estos cambios pueden hacerse en España
Quisiera hacer aquí una reflexión, motivada por el hecho de que percibo que se está extendiendo en España una percepción que está creciendo rápidamente, incluso en círculos progresistas, de que tales cambios hoy no se pueden hacer a nivel nacional, pues se considera que la globalización económica en general y la europeización de la economía española en particular imposibilitan tales cambios, a no ser que haya un cambio a nivel mundial o, en el caso español, a nivel de la UE o al menos de la Eurozona.
Ni que decir tiene que hay elementos de tal opinión que son acertados, excepto cuando concluyen –como lo hacen a menudo- que no hay nada que hacer hasta que se cambie lo supranacional. En esta percepción, los Estados-nación han desaparecido o deberían desaparecer (algo en lo que autores como Toni Negri continúan insistiendo). El argumento de la globalización (que los conservadores y liberales -y Negri- aplauden) ignora que la economía mundial ha estado siempre globalizada. En realidad, estaba más globalizada a principios del siglo XX que ahora. Y también ignora que algunos de los países más globalizados, como los países nórdicos europeos (que son los que tienen mayores indicadores de globalización), son los que tradicionalmente han tenido salarios más altos y Estados del Bienestar más desarrollados. El conflicto Capital-Trabajo (que solía llamarse “lucha de clases”) tiene lugar predominantemente (pero no exclusivamente) a nivel de Estado-nación. Y ello continúa siendo así. En realidad, el problema no es la globalización, sino el tipo de globalización, que sistemáticamente favorece a los Estados-nación más dominantes en el área internacional o en la Eurozona. Hoy los Estados-nación juegan un papel clave en la reproducción del orden (mejor dicho, desorden) internacional. No hay empresas multinacionales. Son empresas transnacionales.
Naturalmente que se necesita llevar las estrategias de cambio a nivel global y/o a nivel de la Eurozona. Pero esta estrategia conlleva la articulación de las luchas que tienen lugar a nivel de cada Estado-nación con las luchas a nivel de las instituciones europeas, unas instituciones que –de nuevo- son controladas y hegemonizadas por los grupos económicos y financieros dominantes de los Estados-nación como Alemania, aliados con los establishments financieros y económicos de cada país. El establishment financiero-económico español, a través del gobierno Rajoy, está consiguiendo lo que siempre ha deseado (la reducción salarial, y el desmantelamiento del Estado del Bienestar) con la inestimable ayuda del gobierno Merkel en Alemania, que representa los intereses financieros y económicos dominantes de aquel país. En contra de lo que se está diciendo, los Estados-nación juegan un papel clave en la reproducción de aquel dominio. La evidencia científica que apoya tal tesis es abrumadora. Las empresas mal llamadas multinacionales, son en realidad transnacionales, es decir, están basadas en un Estado-nación. Telefónica, prototipo de lo que se define como una multinacional, es una empresa española. El hecho de que su producción y distribución ocurra en varios países, no quiere decir que sea propiedad de varios países. En realidad, para entender el comportamiento de Telefónica, hay que entender la relación entre aquella empresa y el Estado español. Son, pues, los Estados los que continúan teniendo un gran protagonismo en la esfera mundial. Atribuir la continuidad de las políticas neoliberales por parte del Estado español a la imposibilidad de cambiarlas debido a la europeización de la economía española es hacerle el juego al argumentario de las élites dominantes en el país. Naturalmente que el sistema de gobernanza de la UE dificulta enormemente la posibilidad de cambios en cada país. No hay duda de ello. Pero que sea difícil no quiere decir que sea imposible. Hay que romper con un determinismo globalizador que está paralizando a las izquierdas, mostrando que sí que hay alternativas, tal como Juan Torres, Alberto Garzón y yo mostramos en su día, cuando escribimos el libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España (2011).
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