Gabriel Tortella (Barcelona, 1936) ha escrito un libro* junto a otros autores sobre Cataluña. Se dirá que nada nuevo. Entre otras cosas, porque parte de una obviedad: “Cataluña no se entiende sin el resto de España, ni el resto de España sin Cataluña”. Puede parecer una verdad de perogrullo, pero lo cierto, como sostiene el profesor Tortella, es que esta premisa hay que repetirla con cierta frecuencia. Probablemente, porque en Cataluña se ha construido un mito en torno a su identidad nacional que ha prendido en determinados sectores de la sociedad catalana. Y para lograr ese objetivo lo que se ha hecho es manosear la historia a modo de cobertura ideológica.
Tortella sitúa el origen reciente de la tragedia en el largo mandato de Jordi Pujol, que puso los cimientos del independentismo a partir de la construcción nacional en aspectos como la lengua, la educación o la recuperación de viejas instituciones a las que se les ha dado un barniz democrático con una pizca de nacionalismo.
P.- Al final va a tener razón Ortega cuando hablaba de la célebre 'conllevanza'...
R.- Sin duda, pero en los dos sentidos. Como dice Ortega, nosotros tenemos que llevarnos bien con Cataluña y Cataluña con nosotros. Tiene que haber un esfuerzo por parte de ambos. Para entender lo que nos pasa habría que remontarse a 1898. El desastre de Cuba no fue para la economía española ningún desastre, pero sí para los industriales catalanes, que perdieron los mercados antillanos y que los tenían absolutamente copados. Eso provocó los primeros conatos de un incipiente nacionalismo en la burguesía catalana. La Lliga de Cambó ganó las primeras elecciones en 1901, y eso rompió el esquema tradicional de la España de entonces, que se basaba en un partido conservador y otro liberal. Por primera vez la burguesía catalana competía con ellos. Prat de la Riba, el gran ideólogo de la Lliga, es quien dice, de forma increíble, que Cataluña es una nación y España no lo es, lo cual es sorprendente.
Lo peor es que la plurinacionalidad siempre se ha disuelto con violencia. No hay ningún ejemplo que haya tenido efectos positivos
P.- Esa mercancía ideológica es la que ha asumido ahora una determinada izquierda cuando dice que España es, en realidad, un Estado plurinacional.
R.- El plurinacionalismo ha sido siempre y en todas partes una bomba de relojería. No hay país plurinacional que no se haya ido al garete. Plurinacional era la Unión Soviética, y ya sabemos en lo que quedó. Plurinacional era el imperio austrohúngaro y mira cómo sucumbió. Plurinacional era la Yugoslavia de Tito y ya sabemos lo que pasó. Pero lo peor es que esta plurinacionalidad siempre se ha disuelto con violencia. No hay ningún ejemplo que haya tenido efectos positivos.
P.- ¿Y por qué triunfa esa idea en algunos ambientes que se suponen ilustrados; en particular, en la izquierda convertida al independentismo?
R.- Yo creo que la izquierda ha muerto de éxito en todo el mundo. La socialdemocracia ha vencido en toda línea. Todos los países modernos son socialdemócratas, aunque estén gobernados por partidos conservadores. Por lo tanto, todas aquellas reivindicaciones clásicas, muchas de ellas heroicas, del socialismo del siglo XIX, se han alcanzado.
P.- Ya decía Nixon, a principios de los 70, aquello de “ahora todos somos keynesianos”…
R.- Keynes fue uno de los grandes profetas de la socialdemocracia casi sin saberlo. Yo le tengo una enorme admiración. Él dijo que el mundo del siglo XIX se había acabado y demostró que el gasto público, siempre que no sea excesivo, es una buena cosa. El Estado de bienestar estabiliza la economía. Eso ya se ha logrado. Pero la izquierda, una determinada izquierda, ha quedado desorientada y ahora lo que hace es buscar causas para hacer su revolución, toda vez que la causa principal -el Estado de bienestar- ya la ha logrado. Y por eso, abraza todo tipos de reivindicaciones: el feminismo, las minorías territoriales, los refugiados, el Tercer Mundo…
P.- ¿O el cambio climático?
R.- La verdad es que no entiendo por qué luchar contra el cambio climático es de izquierdas, cuando es de puro sentido común. Lo que pasa -continúa Tortella- es que la izquierda, en el ámbito doméstico, ha logrado sus objetivos, y una de las nuevas causas son las minorías nacionales, como lo hicieron Marx y Engels en el caso de Polonia. Así es como han asumido presuntas opresiones de minorías que, en el caso de Cataluña, son simplemente falsas, son mentira. No hay evidencia ninguna de que Cataluña sea un pueblo oprimido. Hay mucha desorientación. Ya en las discusiones del anterior 'Estatut', a finales de los años 70, se observó un cambio: la izquierda comenzó a hacerse nacionalista. Seguramente, porque al franquismo le salió el tiro por la culata y desprestigió todo aquello que patrocinaba, como la unidad de España. Y lo que consiguió es que cuando acabó el franquismo todos aquellos mensajes de la dictadura se convirtieron en las bestias negras. Mucha izquierda que no era nacionalista comenzó a compartir la nueva simbología.
No hay evidencia ninguna de que Cataluña sea un pueblo oprimido. Hay mucha desorientación
P.- Pero es curioso que también prestigiosos economistas catalanes -muchos de ellos de extraordinario currículo- se han hecho independentistas, como el exconseller Mas-Colell...
R.- Fíjese que Mas-Collel venía del PSUC. Y en esto coincide con economistas como Xala i Martín, que es justo lo contrario, mucho más liberal. Yo creo que lo que les pasa es que esperan que en una Cataluña independiente se conviertan en los mandamases de la economía. Mucha gente todavía prefiere ser cabeza de ratón antes que cola de león. Y mucha gente en Cataluña lo que quiere es evitar la competencia de quien no habla catalán: 'Todo para nosotros', piensan. La independencia te convierte en el rey de la montaña. Pero también cuenta que en Cataluña ir a contracorriente es muy duro. Y de ahí el mérito tremendo de Ciudadanos.
P.- Dice usted en el libro que lo que pasa en Cataluña tiene mucho que ver con la educación. ¿Habría que recentralizar esa competencia?
R.- El Ministerio de Educación debiera tomar cartas en este asunto. Lo que no puede ser es que el sistema educativo siga siendo una fábrica de nacionalistas catalanes separatistas. Los indicadores educativos son muy malos dada la renta nacional de Cataluña. Es un desastre. Recuerdo haber hablado de esto con Mercera Cabrera cuando era ministra de Educación y ella, que es una gran historiadora, decía: 'Pues allí no pasa nada'. No sólo se les está moldeando las mentes a los chicos, sino que, además, se les está educando mal. Y aunque sólo fuera por eso, el Ministerio debería tomar cartas en el asunto. Lo que pasa es que a los políticos españoles lo último que les preocupa es la educación. Recuerdo que mi amigo Javier Solana, cuando era ministro, lo único que quería era salir de allí. No veía el momento de marcharse. Y eso que Solana ha sido uno de los mejores, lo cual, dicho sea de paso, no es decir mucho. Estuvo más feliz en Exteriores, un ministerio para el que no tenía en aquel momento suficiente cualificación. Se le nombró porque había estudiado en EEUU. Ahora bien, en Educación estaba bien asesorado por otros amigos suyos físicos, como Juan Rojo o Pere Pascual. Los políticos no quieren Educación porque quema mucho.
P.- ¿Qué habría que hacer con Cataluña?
R.- Lo primero que hay que decir es que Madrid vive muy de espaldas a Cataluña. Los catalanes tienen mucha razón en algunas cosas que dicen. A Cataluña se le considera una caja negra y lo único que interesa es que no den demasiado la lata. Una de las pocas cosas inteligentes que hizo Esperanza Aguirre fue decir: 'En Madrid vamos a dar clases de catalán si la gente lo pide'.
Es verdad que muchos catalanes ya no conocen la historia de España, pero muchos españoles tampoco conocen la de Cataluña. Yo, que estudié en un colegio excelente, como es el Colegio Estudio, no estudié nada sobre Cataluña. Seguíamos a Menéndez Pidal, que tenía una visión muy centralista de la historia. Yo ahora estoy haciendo campaña para que nombren a Jordi Nadal miembro de la Real Academia de la Historia. Nadal es el gran historiador económico de Cataluña y con ochenta y pico años tiene muchísimos más méritos que la mayor parte de los actuales académicos. Y lo digo yo, que soy de Jordi Nadal medio amigo y medio enemigo. Son este tipo de cosas las que molestan. No se hace un esfuerzo por conocer Cataluña.
P.- Elliot cuenta en su monumental Conde Duque que los reyes tardaban 20 o 25 años en visitar Cataluña y que eso generó muchos conflictos...
R.- En aquel tiempo podía justificarse: los viajes resultaban carísimos y todo era mucho más complicado, pero ahora no.
P.- Zapatero, cuando era presidente, decidió trasladar la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones a Barcelona, y recordará la que se armó. El PP protestó.
R.- Se hizo mal. Fue una medida tomada de forma oportunista. Había gente que trabajaba en Madrid y lógicamente no quería irse a Barcelona. Se improvisó. Eso hay que hacerlo 'ex novo'. Es necesario que haya cátedras de catalán en Madrid o en otras ciudades.
Ahora amenazan con la independencia. ¿La quieren? Sí. Pero se dan cuenta de que es un lío tremendo
P.- ¿Habría que integrar a los nacionalistas en el Gobierno de España?
R.- Sin duda. A Pujol se le invitó a participar, pero no quiso jamás. Para los nacionalistas catalanes, quienes colaboran con el Gobierno son unos traidores, como le consideraron a Laureano Figuerola, creador de la peseta, a quien no le pueden ver ni en pintura. A Cambó le quieren medio regular. Hubo, incluso, gente catalana como López Rodó que ayudó a civilizar el franquismo, comoSardá, Estapé… A Solé Tura le trataron en Barcelona como a un apestado, y eso, probablemente, le aceleró el cáncer. Pero luego se quejan de que no se cuenta con ellos.
P.- ¿Cómo va a acabar eso que se llama la cuestión catalana?
R.- Yo creo que con la 'conllevanza'. Mis amigos catalanes reconocen que la independencia no llegará. Ellos mismos se dan cuenta de que sería undisparate. A mí el libro que me abrió mucho los ojos fue uno de Vicens Vives sobre la Cataluña del siglo XIX, y en él se puede ver como el Principado pesó mucho en la política española, tenía un poder tremendo. Entonces, lo que se hacía era amenazar con la revolución social si se eliminaban los aranceles. Bueno, pues esto es algo que los catalanes siguen haciendo. Lo que pasa es que ahora amenazan con la independencia. ¿La quieren? Sí. Pero se dan cuenta de que es un lío tremendo. Siguen agitándola porque piensan que conseguirán mucho más. Lo que pasa es que todo esto de la independencia tiene un coste, tanto para Cataluña como para España.
Cataluña en España. Historia y Mito. Gabriel Tortella, José Luis García Ruiz, Clara Eugenia Núñez y Gloria Quiroga. Editorial Gadir 2016.
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