Cuba, la tierra de las oportundiades
M.Gallego (Enviada Especial)
El Gobierno cubano echa las redes a los ahorros de sus emigrantes al permitirles volver a casa a montar negocios en estos tiempos de apertura.
A principios del siglo pasado los españoles que se fueron a hacer las Américas volvían con las pequeñas fortunas amasadas que cundían más en la pobreza española, se compraban casas con palmeras y se hacían con un status social que nunca hubieran podido lograr si no se hubieran ido de inmigrantes. Hace año y medio Mauricio Estrada, de 48 años, también hizo ese camino a la inversa, como un creciente número de cubanos que cambian la España de la crisis por su vieja Habana en busca de oportunidades.
En el contenedor que el Gobierno cubano le permitió fletar con sus bienes como repatriado metió un gran capote y una espada que presiden ahora la pared del restaurante español Toros y Tapas, donde prepara la cocina que aprendió a hacer en España. «Esto nunca hubiera sido posible si no hubieran cambiado las leyes para dejarnos volver, comprar propiedades y montar negocios», explica. «De la manera que era antes, con la gente inventando para poner el negocio a nombre de otro, imposible».
El 2011 el Gobierno de Raúl Castro aprobó una ley para atraer los capitales de los expatriados a los que permite recuperar la residencia siempre que tengan algún familiar cercano en la isla que se haga cargo de ellos y les garantice un lugar donde vivir. Ya en 2012, cuando entró en vigor, más de mil cubanos se acogieron a ella tras seis meses de trámite. Al año siguiente el hermano de Estrada, que tiene en Madrid una empresa de venta de maquinaria de segunda mano para artes gráficas, le convenció para que no se hiciera hippie en Ibiza y buscase para ambos el sueño americano en su Cuba natal.
Había encontrado una casa en mal estado en el barrio de las embajadas de Miramar Playa que podía comprar por poco dinero, restaurar y convertir en el restaurante que el sábado por la noche llenó el cupo legal de 50 comensales a la vez. «Me han dejado vacío, no tengo cochinillo, ni paletilla de cordero, ni...». Mauricio trabaja de sol a sol para el avituallamiento y el operativo de hacer rodar este restaurante con una veintena de empleados, algo particularmente difícil estos días en que la seguridad implantada para la llegada de Obama ha dejado muchas calles cortadas y camiones de reparto que no pueden llegar a la capital. Su hermano, desde Madrid, pone el capital, la gestoría, los conocimientos empresariales y lo que más hecha de menos de España: «Internet hasta en el teléfono móvil».
Clientela española
Ambos se fueron a España inspirados por el entorno de su madre, que trabajó toda la vida de secretaria de la agencia EFE en La Habana. Entre Madrid, Barcelona, Canarias, Ibiza y la Costa Brava, Mauricio trabajó de pintor, de camarero y de pinche hasta dirigir la cocina de un hotel con 1.500 huéspedes. En La Habana, «donde todo el mundo sabe que faltan cosas», no se complica la vida. Para la ensaladilla, el pulpo en vinagre y la carne mechada nunca le van a faltar ingredientes. Los españoles del país adoptivo que le permite tener doble nacionalidad y viajar sin restricciones son su principal clientela, incluyendo a los funcionarios del consulado. «Como estuve tanto tiempo en España (13 años), dicen que mi comida sabe a España». A pocas manzanas está Casa Pilar, el otro restaurante español de Miramar que entraña el caso contrario, una española que lleva toda la vida en Cuba. Mauricio, que no entra en política ni en juzgar a la competencia, sólo advierte que en esa cocina no está ella, sino un cocinero cubano.
En sus mesas se sientan estos días muchos estadounidenses que considera «gente amable y generosa», que gasta sin reparos y deja buenas propinas. «A los estadounidenses no sólo los veo, sino que los veo venir». El año pasado montaron una feria de vinos californianos en el Palacio de Convenciones «a lo grande», donde les enseñaron que tienen «hasta Albariño, ¡y bueno!». Intuye que en breve se comerán el mercado de vinos españoles en Cuba, abaratados por el transporte, «porque los vinos españoles de aquí son caros y malos», explica.
Hay días que se levanta y la nevera se ha roto, el mecánico no ha venido, le falla un cocinero o no encuentra mercancía, y entonces se pone a dar vueltas a la manzana encadenando cigarrillos, pero está convencido de que el futuro pinta bien. «A cualquier cubano le recomendaría que volviera y monte un negocio, salvo que tenga muy buen trabajo y esté forrado».
En el contenedor que el Gobierno cubano le permitió fletar con sus bienes como repatriado metió un gran capote y una espada que presiden ahora la pared del restaurante español Toros y Tapas, donde prepara la cocina que aprendió a hacer en España. «Esto nunca hubiera sido posible si no hubieran cambiado las leyes para dejarnos volver, comprar propiedades y montar negocios», explica. «De la manera que era antes, con la gente inventando para poner el negocio a nombre de otro, imposible».
El 2011 el Gobierno de Raúl Castro aprobó una ley para atraer los capitales de los expatriados a los que permite recuperar la residencia siempre que tengan algún familiar cercano en la isla que se haga cargo de ellos y les garantice un lugar donde vivir. Ya en 2012, cuando entró en vigor, más de mil cubanos se acogieron a ella tras seis meses de trámite. Al año siguiente el hermano de Estrada, que tiene en Madrid una empresa de venta de maquinaria de segunda mano para artes gráficas, le convenció para que no se hiciera hippie en Ibiza y buscase para ambos el sueño americano en su Cuba natal.
Había encontrado una casa en mal estado en el barrio de las embajadas de Miramar Playa que podía comprar por poco dinero, restaurar y convertir en el restaurante que el sábado por la noche llenó el cupo legal de 50 comensales a la vez. «Me han dejado vacío, no tengo cochinillo, ni paletilla de cordero, ni...». Mauricio trabaja de sol a sol para el avituallamiento y el operativo de hacer rodar este restaurante con una veintena de empleados, algo particularmente difícil estos días en que la seguridad implantada para la llegada de Obama ha dejado muchas calles cortadas y camiones de reparto que no pueden llegar a la capital. Su hermano, desde Madrid, pone el capital, la gestoría, los conocimientos empresariales y lo que más hecha de menos de España: «Internet hasta en el teléfono móvil».
Clientela española
Ambos se fueron a España inspirados por el entorno de su madre, que trabajó toda la vida de secretaria de la agencia EFE en La Habana. Entre Madrid, Barcelona, Canarias, Ibiza y la Costa Brava, Mauricio trabajó de pintor, de camarero y de pinche hasta dirigir la cocina de un hotel con 1.500 huéspedes. En La Habana, «donde todo el mundo sabe que faltan cosas», no se complica la vida. Para la ensaladilla, el pulpo en vinagre y la carne mechada nunca le van a faltar ingredientes. Los españoles del país adoptivo que le permite tener doble nacionalidad y viajar sin restricciones son su principal clientela, incluyendo a los funcionarios del consulado. «Como estuve tanto tiempo en España (13 años), dicen que mi comida sabe a España». A pocas manzanas está Casa Pilar, el otro restaurante español de Miramar que entraña el caso contrario, una española que lleva toda la vida en Cuba. Mauricio, que no entra en política ni en juzgar a la competencia, sólo advierte que en esa cocina no está ella, sino un cocinero cubano.
En sus mesas se sientan estos días muchos estadounidenses que considera «gente amable y generosa», que gasta sin reparos y deja buenas propinas. «A los estadounidenses no sólo los veo, sino que los veo venir». El año pasado montaron una feria de vinos californianos en el Palacio de Convenciones «a lo grande», donde les enseñaron que tienen «hasta Albariño, ¡y bueno!». Intuye que en breve se comerán el mercado de vinos españoles en Cuba, abaratados por el transporte, «porque los vinos españoles de aquí son caros y malos», explica.
Hay días que se levanta y la nevera se ha roto, el mecánico no ha venido, le falla un cocinero o no encuentra mercancía, y entonces se pone a dar vueltas a la manzana encadenando cigarrillos, pero está convencido de que el futuro pinta bien. «A cualquier cubano le recomendaría que volviera y monte un negocio, salvo que tenga muy buen trabajo y esté forrado».
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