No, no pudo ser, esta vez no. Bruno Hortelano había llegado a Río de Janeiro en un momento excelente de forma, rebajó su récord de España en las previas del 200 y se plantó en las semifinales con el pensamiento en ser finalista. Era un objetivo ambicioso, nunca un español lo ha logrado, y él, por el momento no ha sido primero. Era, decimos, una meta difícil, pero en el velocista español no parece tener límites y, menos aún ponerse límites. Relajado, con el pensamiento puesto en una marca que le diese un sitio en la final (en ese momento estaba en 20.09 la repesca, lo que le obligaba a otro récord de España más) corrió suelto, bien, pero sus piernas fueron insuficientes.
Hortelano corría en la tercera serie, la última, y sabía por lo tanto cuáles eran los registros previos que tenía que batir. Una cosa es saberlo y otra que tu cuerpo responda para poder hacerlos. Sabía que era muy complicado entrar por puestos, le había caído en suerte una serie en la que había un buen montón de competidores de nivel: Gatlin, Edward, Martina o Blake, todos ellos con mejores marcas que Bruno.
Antes de eso, es importante decirlo, había corrido Usain Bolt. Había volado Bolt. El jamaicano no suele exprimirse en estas series clasificatorias, él no lo necesita para estar en la final -su 19.19 sigue siendo una marcianada a años luz de cualquier otro sprinter- pero, en este caso, aunque solo fuese en los últimos metros, sí que decidió correr de verdad. No fue por una cuestión personal sino porque, en un momento, cuando enfilaba ya el final de la recta, sintió a su derecha el aliento de Andre De Grasse, el prometedor velocista canadiense que ya fue bronce en el 100.
A Bolt se le pasó por la cabeza que, esta vez, podría no ser el mejor en su serie. Como no estaba dispuesto a consentirlo aceleró un poco más, se lo tomó en serio y terminó dejando un crono de 19.78, fantástico para una serie clasificatoria. De Grasse, que corrió mucho, se quedó en un muy meritorio 19.80. Lleva un mes diciendo que quiere batir su propio récord. Suena a una locura, pero las locuras de Bolt no deben ser tomadas en broma.
Ya había pasado aquello cuando Hortelano se colocó e la salida. Miró al suelo, empujó con fuerza los tacos para ver que todo estaba en su sitio. Ya estaban dentro Bolt, De Grasse, Merritt y LeMaitre. No era sencillo, pero tenía que intentarlo. Corrió, mucho. No empezó de una manera brillante, los primeros metros benefician a los corredores más explosivos que él, pero cuando terminó la curva empezó a progresar.
A su izquierda Gatlin parecía atrancarse, le había superado, pero no demasiado. El problema mayor estaba a su derecha, donde el panameñoEdward, especialista en la distancia, se veía muy suelto. Y también Martina, cuya descalificación en Amsterdam, hizo de Bruno campeón de Europa. Llegó Edward, con 20.07, Martina, con 20.10 y después Gatlin y Hortelano, con una marca de 20.16. No rebajó su récord de España, de 20.12. Se quedó a solo cuatro milésimas, con la décima mejor marca de todos los participantes en los Juegos. Bien, pero no lo suficiente.
Entrar en unas finales de Juegos Olímpicos es algo de una dificultad enorme. Lo saben bien los atletas, que pasan años entrenando sabiendo, en la mayoría de los casos, que eso nunca llegará a pasar. Hortelano, aún joven, tendrá más opciones en el futuro. Lo seguro es que no le faltará determinación. En Río, como en Amsterdam unas semanas antes, ha demostrado que está hecho de la pasta de los valientes, de los inconformistas, de los que siempre quieren más y no entienden de lo que es un límite personal. Es así en su carrera deportiva y también en la académica, una mente matemática que tiene un objetivo. Quizá en Tokio.
La longitud femenina
Se dirimía la carrera de los más rápidos pero, solo un poco más allá, en el foso de salto, se veía otro gran espectáculo. Había una favorita clara, la estadounidense Brittney Reese. Tiene un cuerpo portentoso, es alta, de espalda cuadrada y zancada colosal. Bate muy duro y era favorita prohibitiva, más aún cuando consiguió un salto larguísimo, de 7.15 metros. Ninguna saltadora había llegado nunca a esa marca.
Pero siempre hay una primera vez. Su compatriota Tianna Bartoletta tenía que saltar después de ella. Corrió a toda velocidad, ajustó la batida hasta rozar la plastilina, despegó y, con una técnica depuradísima, se fue hasta 7.17. Y ahí terminó la historia, porque nadie más podía llegar a esa marca. Un enorme concurso en el que la serbia Spanovic consiguió un 7.08 y en el que se quedó Mihambo, alemana, fuera del podio con 6.95.
Era una noche de grandes finales femeninas. Desperaba una gran curiosidad la del 200, que enfrentaba a dos atletas tremendas como b, jamaicana y campeona de 100 metros, y Dafne Schippers. Ganó la primera y consiguió un tremendo doblete que postergó a la holandesa a una plata. Son dos modos completamente diferentes de correr. En Thompson no parece existir esfuerzo, es todo fluido, sencillo, natural Schippers es más de fuerza bruta, va clavada, pero igualmente avanza rápido. No lo suficiente para sobrepasar a la jamaicana, en estado de gracia.
Por último, y como colofón, estaban los 100 metros vallas. Una prueba extraña, tanto que la recordwoman del mundo, Kendra Harrison, que consiguió la mejor marca de siempre hace menos de un mes, veía desde casa lo que acontecía. No fue capaz de clasificarse en los trials americanos. Todo se entendió a ver la carrera y el resultado de la misma: triplete estadounidense. Rollins oro, Ali plata y Castlin bronce. La primera vez que esta prueba iza solo unos colores al cielo.
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