miércoles, 31 de agosto de 2016

Rafa ilusionado en el US OPEN....

Bajo la recién estrenada cubierta del Arthur Ashe Stadium, la figura de un hombre que reniega a reconocer un techo. Rafael Nadal compite en elAbierto de los Estados Unidos -último Grand Slam de la temporada, a celebrar en Nueva York del 29 de agosto al 11 de septiembre- con la persistencia como bandera. El español, que ha pasado el corazón de la temporada recluido en su archipiélago de origen, alejado de la adrenalina de la competición y con el cuerpo en barbecho por una muñeca maltrecha, busca en Estados Unidos un imposible: con el cuerpo apenas templado tras la experiencia olímpica tras tres meses a la sombra, colocarse a la par de jugadores ya calientes tras una temporada casi completa en las piernas.


En La Gran Manzana, en el torneo del espectáculo, sin embargo, una puesta en escena persistente desde el primer momento: en su estreno ante el uzbeko Denis Istomin, una estampa coloreada por multitud de golpes en carrera, pelotas tomando tierra en las esquinas y un lenguaje gestual más que positivo en una circunstancia adversa que sirven para subrayar una máxima aceptada en el vestuario: ante la necesidad de levantarse, cuando la tarea exige un plus de fe para volver al camino, ninguno opera como el español. 
El mallorquín, que persigue recuperar la voz en las grandes citas del calendario, cuenta con el calor humano para abordar la tarea. Un refuerzo personal aplicado en varios planos: tanto en la configuración del banquillo (volviendo a la fórmula técnica de dos entrenadores, guiando sus pasos de la mano de Toni Nadal y Francis Roig al unísono) y fuera de la pista (refugiado por un entorno colosal de personas de confianza, con hasta 32 personas formando un círculo cercano alrededor suyo en el torneo neoyorquino - algo con precedente en finales de Grand Slam pero nunca desde el principio de un evento como reconoció el propio jugador).

Rafael Nadal, ante Denis Istomin en el Abierto de Estados Unidos. (EFE)
Rafael Nadal, ante Denis Istomin en el Abierto de Estados Unidos. (EFE)
Ante todo, la figura de un competidor con ganas de probarse. Si tras el debut el deportista habla de querer mantener intercambios más largos para curtir el cuerpo, está demostrando una ambición por volver a ser exigido a todos los niveles. Si manifiesta su apetencia por lanzar con más profundidad la pelota, notar que su cuerpo despide los golpes con la fuerza y la profundidad necesaria para marcar diferencias, está indicando sus ganas por acostumbrar el cuerpo a la intensidad que le ha sido privada tras casi tres meses al margen de la competición. Y si, desde el primer encuentro de un Grand Slam, expresa su voluntad por probar aspectos nuevos (lo indicó cuando manejaba 6-1, 4-1 su ronda inaugural en Flushing Meadows), deja a la vista la confianza para pensar en la mejora incluso atravesando una fase de readaptación al circuito.
La participación de Nadal en Nueva York sirve para resumir un sino bastante frecuente en la carrera del jugador español. Con todo demostrado y ganas por demostrar. Con un palo en las ruedas y voluntad por avanzar. Siendo arriesgado situarlo en la primera línea de favoritos, aunque no menos osado sería apartar de la pelea por la corona a un competidor de calibre histórico, su camino viene marcado por la necesidad de superar un lastre monumental: una derecha en proceso de recuperación. El golpe que termina de relanzar su juego y abrir la brecha con el grueso del vestuario está por ser reincorporada a su arsenal.
Ahí radica el mérito del mallorquín: un jugador que está resistiendo en su regreso a la competición con elementos complementarios de su colección: el servicio, clave en la conquista de su primer US Open pero nunca diferencial para un portento del juego de fondo, y el revés, formidable durante la experiencia olímpica, un medidor complementario de confianza en su etapa de esplendor y ahora una auténtica tabla de salvación para mantenerse a flote. El recurso de los grandes campeones: encontrar la personalidad sin la seña de identidad.

Para el campeón de 14 grandes, dos veces vencedor sobre las canchas duras de Flushing Meadows, Nueva York representa una cita de consecución de imposibles. Sus dos coronaciones sirven como ejemplos cristalinos para atestiguarlo: lo fue la irrupción de 2010 (completando la colección de Grand Slams) y, sin lugar a dudas, la de 2013 (clave para recuperar por segunda vez el número 1 a final de temporada - algo sin precedente en la historia del deporte). Sin la expectativa de las ediciones mencionadas pero con una tarea común a entonces, cuestionar sus propios límites, compite el balear en La Gran Manzana.
El Grand Slam del espectáculo no hizo más que comenzar. Y uno de sus visitantes más ilustres acude con una misión clásica: aferrar lo que parece fuera del alcance.

No hay comentarios: