jueves, 25 de agosto de 2016

El Luto del Bipartidismo dura ...demasiado!

La Vanguardia_El tiempo transcurrido desde las elecciones generales del pasado 20 de diciembre y los bloqueos para formar gobierno están alimentando alguno de los viejos fantasmas que dominaron en el pasado la vida política española. Uno de ellos es la idea de España como un país ingobernable, necesitado de liderazgos fuertes y soluciones extraparlamentarias ad hoc. Otro es la percepción de que la clase política española está movida sólo por intereses particulares –ya sean personales o de partido–, y es incapaz de atender al interés general.
Pero bien mirado, no somos raros. Cuando nos comparamos con otros países europeos salimos bien parados. Por un lado, la dificultad para formar gobierno es un rasgo habitual en democracias parlamentarias multipartido, como Holanda, Bélgica o Alemania. Por otro, hay que poner en valor que a pesar de las profundas fracturas que se han abierto en la sociedad española después de la crisis financiera, los rescates bancarios pagados con recursos públicos y las políticas económicas de austeridad, la vida política no se haya visto emponzoñada con la aparición de formaciones xenófobas y ultranacionalistas. El debate político está centrado en la dimensión social de nuestros problemas. Este es un elemento de decencia que habla en favor de nuestra vida política.
El retraso en la formación de gobierno también ha hecho visible un aspecto positivo en ocasiones cuestionado: la Administración y los servicios públicos han seguido funcionando razonablemente bien en presencia de un gobierno provisional. Esta independencia entre Administración y política habla bien de nuestro país.
Por lo tanto, no somos raros. Pero, sin duda, algo va mal en nuestra política. Para ver qué es, conviene identificar los tres elementos que dan forma al proceso de formación de gobierno. El primero son las elecciones. El segundo es la regla constitucional que regula ese proceso. El tercero es la habilidad de los líderes políticos para llegar a acuerdos. Veamos.
Primero. ¿Fallan los electores al no dar la mayoría absoluta a un partido? En modo alguno. Las elecciones del 20-D han traído una mayor amplitud de preferencias políticas de los votantes. Una diversidad que se corresponde con las fracturas sociales que han aparecido en la sociedad. Las segundas elecciones generales del 26 de junio han confirmado el multipartidismo. Las elecciones están recogiendo bien las diferentes preferencias políticas de los ciudadanos. Unas terceras elecciones no son la solución.
Segundo. ¿Falla la regla constitucional que regula la investidura? Sin duda. Es una regla pensada para una situación de bipartidismo. No preveía que el candidato natural pudiese renunciar. Ni que se pudiese llegar a una situación en la que ningún candidato tuviera la mayoría absoluta parlamentaria, o más votos a favor que en contra. Es necesaria una nueva regla constitucional. Pero no será posible hasta que haya nuevo gobierno. Mientras tanto, lo racional no es convocar terceras elecciones, sino que sea investido aquel candidato que logre el mayor número de apoyos parlamentarios y que los demás faciliten la formación de un gobierno en ­minoría.
Tercero. ¿Falla la capacidad y la habilidad de los líderes políticos y las direcciones de los partidos para negociar y pactar un gobierno en un escenario multipartido? Así es. Pero puede que la razón de esa incapacidad no sea el interés personal o de partido, como a veces se dice, sino la ausencia de cultura política del acuerdo y la persistencia de rivalidades que vienen del pasado. Hasta ahora los dos grandes partidos, PP y PSOE, funcionaban en modo enfrentamiento bipartidista. Ahora necesitan pasar al modo cooperación multipartido.
Este tránsito del enfrentamiento a la cooperación no podía ser fácil. Como ocurre en todos los ámbitos de la vida, el tránsito entre lo que muere y lo que nace necesita un periodo de luto, de despedida de lo viejo. La conducta de los dos grandes partidos estatales españoles está aún en el proceso de luto por la muerte del bipartidismo.
Pero hay que reconocer que algo está cambiando. ¿Alguien hubiese apostado hace unas semanas a que Mariano Rajoy y la dirección del Partido Popular estarían dispuestos a aceptar unas condiciones como las que ha puesto Albert Rivera para lograr el apoyo de Ciudadanos? Lo que estamos viendo es un cambio importante en los hábitos del principal partido español. Su paso del modo confrontación al modo cooperación. A la espera de resultados, ese paso es en sí mismo un avance notable en la cultura política española.
¿Qué sería ahora deseable? Que por parte del resto de partidos se acabe con el bloqueo político ad hominem, es decir, contra las personas. Eso envenena y emponzoña la vida política.
No soy capaz de entrever dónde está la salida. Los caminos de la política son inescrutables. Pero, en cualquier caso, ¿terceras elecciones? Sinceramente, no, gracias.

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