El día interminable de Nadal: tres desafíos, dos victorias y una medalla
El partido final, contra los rumanos Mergea y Tecau, fue una muestra clara de todo eso. Un grito de tres sets, de muchas oportunidades perdidas y el miedo a perder, que siempre está presente. No había otra opción de ganar un oro juntos. Nadal remaba por él y por Marc, a quien la presión parecía poder a ráfagas. Los rumanos le buscaban, pero antes o después iba apareciendo el balear, el hermano mayor -aunque sea cuatro años más joven que López- para solucionar el entuerto. Sacó bien, restó bien y, sobre todo, supo leer el partido, que en este caso era crucial.
En el último set la presión llegó a niveles épicos. En un juego, sacando Mergea, los españoles fueron acumulando bolas de rotura. Una, dos, tres, cuatro... todas falladas. Los rumanos iban salvándose poco a poco. Y, después, rompieron a Marc López. Se necesitaba redoblar esfuerzos, y el equipo español sacó fuerzas de flaqueza y lo solventó. Poco a poco, sin enloquecer. Hacía mucho tiempo que no salía el Nadal más gritón, ese que celebra todos los puntos como si diesen el partido y que jalea a la grada y a los suyos. El abanderado fue el líder, sacó de nuevo su brazo izquierdo con el puño cerrado, un gesto característico que le acompaña desde que era un crío.
En la película de Nadal hay un buen puñado de victorias épicas, de esas que se recuerdan con el tiempo. Esta, aunque los rivales no sonaran como otros grandes, forma parte de esa lista. Nadal lo sabía, se dejó la piel y el corazón. El balear ha demostrado que cuando juega por España, cuando decide que cuadra en su calendario, sabe llevar las emociones al máximo. Es un ídolo absoluto de la afición, el mayor ídolo de hecho, porque gana, pero también porque transmite, tiene esa furia controlada, educada pero evidente, que marca algo más de un campeón.
Un Nadal diferente
Rafa fue la clave en el partido, pero para llegar a serlo ha necesitado ayuda, y entre los que siempre estuvieron alí se encuentra Marc López. Estos ocho años han servido para seguir acrecentando un historial de lujo, pero si Nadal hoy es diferente no es por sus victorias sino por todo lo contrario. En este largo tiempo ha descubierto que el físico no siempre se mantiene joven. Las articulaciones se empezaron a cascar, hubo problemas de todo tipo. Nunca se fue completamente, pero hoy tiene que afrontar el tenis de otro modo diferente. Ya no es el número 1 -la primera vez que lo fue, de hecho, estaba disputando aquellos Juegos en Pekín- y casi no aspira a ello. Su guerra en la actualidad es volver a tener un tono aceptable y ser competitivo cuando entra en un cuadro. La regularidad ha dejado de ser una obsesión, ahora tiene que asumir que el calendario del tenis, esa locura, se le queda grande.Eso también se percibe en las fotos, en la antigua y en la nueva. Ahora ya no hay un hombre que se va a comer el mundo sino otro más reflexivo, consciente de si mismo y de sus circunstancias. El Nadal del presente sabe bien cuáles son los límites, y por eso no quiso seguir pegando raquetazos en Roland Garros. Ni reaparecer antes de tiempo. Incluso renunciar a una medalla olímpica más al descartar de su agenda el dobles mixto. No es que le guste tener que hacerlo, la ambición y las ganas no desaparecen con el tiempo, es solo que ha aprendido que la ruta hasta la victoria también necesita de las estaciones de descanso.
Nadal hoy se entrena algo menos de lo que solía hacer. Para con más frecuencia, no en pocas ocasiones obligado por molestias. No es esto un problema tan grande, pues solo quiere decir que el balear, ahora, practica como la gente normal. En sus tiempos mozos, cuando era en apariencia indestructible, se ponía a entrenar después de algunos partidos cuando no había tenido mucha faena en eliminar a su rival. Sí, no le eran suficientes horas de competición, siempre quería más. El cuerpo, sabio como es, tiene memoria, y es posible que aquellas jornadas interminables de entrenamientos le hayan servido en Río para aguantar las insesatas jornadas dobles -triples incluso- que proponía la organización. No, nadie lo entiende.
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