sábado, 13 de agosto de 2016

Rafa se supera....

Si se coge el álbum de Pekín 2008 se encuentra una foto de un chico sin mangas, con pantalones piratas y el pelo algo más largo que en la actualidad. Es el Rafa Nadal de hace ocho años, el mismo, también uno muy distinto. Aquel era el primer oro que tenía el tenis español en su historia olímpica. Antes hubo otros muy buenos jugadores que consiguieron llevarse una medalla a casa, pero solo él, Rafael Nadal, pudo decir que había sido mejor que todos sus rivales en los Juegos Olímpicos. Dos olimpiadas después España vuelve a tener otro oro y, como también es lógico, en la foto se ve al más grande jugador que nunca se ha visto en el país.
Junto a él aparece a su derecha uno de sus mejores amigos, un tenista aseado y muy afortunado de haber coincidido en tiempo y espíritu con Rafa Nadal. Marc López es campeón olímpico y él es el primero en señalar a su compañero como principal motivo de haber logrado tan alta distinción. Porque sin Nadal, Marc es uno de los muchos buenos jugadores españoles a los que les falta esos centímetros para llegar a lo más alto. Su aportación ha sido buena, como experto en dobles, sacando mejor de lo que acostumbra, cruzándose en la red... también sosteniendo a Nadal, ayudándole a tomar sus encuentros juntos con el mejor humor, como si fuese una de las muchas pachangas que han ido compartiendo en estos años.
El partido final, contra los rumanos Mergea y Tecau, fue una muestra clara de todo eso. Un grito de tres sets, de muchas oportunidades perdidas y el miedo a perder, que siempre está presente. No había otra opción de ganar un oro juntos. Nadal remaba por él y por Marc, a quien la presión parecía poder a ráfagas. Los rumanos le buscaban, pero antes o después iba apareciendo el balear, el hermano mayor -aunque sea cuatro años más joven que López- para solucionar el entuerto. Sacó bien, restó bien y, sobre todo, supo leer el partido, que en este caso era crucial.
En el último set la presión llegó a niveles épicos. En un juego, sacando Mergea, los españoles fueron acumulando bolas de rotura. Una, dos, tres, cuatro... todas falladas. Los rumanos iban salvándose poco a poco. Y, después, rompieron a Marc López. Se necesitaba redoblar esfuerzos, y el equipo español sacó fuerzas de flaqueza y lo solventó. Poco a poco, sin enloquecer. Hacía mucho tiempo que no salía el Nadal más gritón, ese que celebra todos los puntos como si diesen el partido y que jalea a la grada y a los suyos. El abanderado fue el líder, sacó de nuevo su brazo izquierdo con el puño cerrado, un gesto característico que le acompaña desde que era un crío.
En la película de Nadal hay un buen puñado de victorias épicas, de esas que se recuerdan con el tiempo. Esta, aunque los rivales no sonaran como otros grandes, forma parte de esa lista. Nadal lo sabía, se dejó la piel y el corazón. El balear ha demostrado que cuando juega por España, cuando decide que cuadra en su calendario, sabe llevar las emociones al máximo. Es un ídolo absoluto de la afición, el mayor ídolo de hecho, porque gana, pero también porque transmite, tiene esa furia controlada, educada pero evidente, que marca algo más de un campeón.
Y él disfrutó como pocas veces. En el último año la sonrisa ha sido esquiva, las respuestas no siempre eran de felicidad. La rutina le atosigaba un poco. En Río de Janeiro, al menos en el doble, con su compadre, todo eso parece haberse ido. Se le vio realmente feliz, las comisuras de la boca desgastadas de tanto sonreír. Es un Nadal contento, casi emocionado. Su mejor versión.

Un Nadal diferente

Rafa fue la clave en el partido, pero para llegar a serlo ha necesitado ayuda, y entre los que siempre estuvieron alí se encuentra Marc López. Estos ocho años han servido para seguir acrecentando un historial de lujo, pero si Nadal hoy es diferente no es por sus victorias sino por todo lo contrario. En este largo tiempo ha descubierto que el físico no siempre se mantiene joven. Las articulaciones se empezaron a cascar, hubo problemas de todo tipo. Nunca se fue completamente, pero hoy tiene que afrontar el tenis de otro modo diferente. Ya no es el número 1 -la primera vez que lo fue, de hecho, estaba disputando aquellos Juegos en Pekín- y casi no aspira a ello. Su guerra en la actualidad es volver a tener un tono aceptable y ser competitivo cuando entra en un cuadro. La regularidad ha dejado de ser una obsesión, ahora tiene que asumir que el calendario del tenis, esa locura, se le queda grande.
Eso también se percibe en las fotos, en la antigua y en la nueva. Ahora ya no hay un hombre que se va a comer el mundo sino otro más reflexivo, consciente de si mismo y de sus circunstancias. El Nadal del presente sabe bien cuáles son los límites, y por eso no quiso seguir pegando raquetazos en Roland Garros. Ni reaparecer antes de tiempo. Incluso renunciar a una medalla olímpica más al descartar de su agenda el dobles mixto. No es que le guste tener que hacerlo, la ambición y las ganas no desaparecen con el tiempo, es solo que ha aprendido que la ruta hasta la victoria también necesita de las estaciones de descanso.
Nadal hoy se entrena algo menos de lo que solía hacer. Para con más frecuencia, no en pocas ocasiones obligado por molestias. No es esto un problema tan grande, pues solo quiere decir que el balear, ahora, practica como la gente normal. En sus tiempos mozos, cuando era en apariencia indestructible, se ponía a entrenar después de algunos partidos cuando no había tenido mucha faena en eliminar a su rival. Sí, no le eran suficientes horas de competición, siempre quería más. El cuerpo, sabio como es, tiene memoria, y es posible que aquellas jornadas interminables de entrenamientos le hayan servido en Río para aguantar las insesatas jornadas dobles -triples incluso- que proponía la organización. No, nadie lo entiende.
Quizá para un tenista esto de los Juegos es un poco menos que otras cosas. No es de esos deportes en los que toda la planificación tiene como desembocadura estas semanas de estío. Algunos de sus compañeros lo miran con dudas, no da dinero, no da puntos de la ATP ¿De qué sirve el prestigio? No es el caso de Nadal, él repite con frecuencia que no hubo momento más duro que bajarse del tren en marcha poco antes de Londres. Y ha hecho lo posible para evitar que le volviese a ocurrir en este 2016, aunque hubo momentos en los que el optimismo brillaba por su ausencia. Llegó a Río de Janeiro en mantillas, con mucho cuidado. Es cierto que el discurso de Nadal suele esconder algunas cosas, que para eso ha anunciado una firma de poker, pero igualmente es sobresaliente haber competido sin dejarse en el tintero un solo esfuerzo habiendo llegado con una preparación precaria.
Y lo que le queda. El camino de Nadal no ha terminado aquí, pues sigue vivo en el cuadro individual. Tiene por delante un fin de semana de pasión. Primero contra Del Potro, compañero generacional que ha tenido bastante menos suerte que Nadal con las lesiones, y eso que el español ha tenido bastantes más problemas físicos que otros más afortunados. El caso es que el argentino es un excelente tenista y parece que jugar en su continente le ha dado las fuerzas que durante estos años le han sido esquivas. En el pasado hay grandes duelos entre Delpo y Nadal, en Río de Janeiro se puede ver un nuevo episodio de una relación. Nadal, después de vaciarse en el doble, llegará cansado. Pero en el horizonte está la opción de otro oro. Más leyenda, como si tuviese poca.

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