El silencio de Unidos Podemos pone nervioso a Pedro Sánchez
La nueva estrategia política de la alianza de izquierdas condiciona los movimientos de la derecha del PSOE y anuncia una legislatura complicada para PP y Ciudadanos.
Rafael Alba / 13-08-2016 • 11:09
Ya lo habrán leído porque es uno de los temas favoritos de la prensa de la ‘casta’. Tras el batacazo electoral, tanto los portavoces habituales de Unidos Podemos, como sus principales líderes se han quedado fuera de juego, han perdido todo el peso que tenían en las instituciones y han entrado en una crisis de identidad de grandes proporciones que se refleja sobre todo en el manto de silencio que se extiende sobre sus líderes. Esos chicos y chicas tan mediáticos y pura carne de plato como Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Iñigo Errejón o Carolina Bescansa, que antes actuaban hasta en Radio Taxi y ahora venden cara su presencia hasta en los grandes focos irradiadores de opinión del ‘prime time’. ¿Será cierto entonces que se encuentran recluidos en la consulta de algún psicólogo argentino de la cuerda de Ernesto Laclau?
Yo no apostaría por ello. Tras la supuesta desaparición veraniega de Podemos hay un giro estratégico que demuestra que los ‘morados’ y sus confluencias aliadas han aprendido rápidamente la dura lección recibida en su última cita con las urnas. Los líderes del partido están ‘ausentes’, más o menos, de los debates que tienen lugar en los medios de comunicación, pero ni se han enrocado ni practican la política del avestruz. Al contrario, como en sus inicios, la acción ha vuelto a iniciarse por la base, porque la campaña de activación de los círculos no es, simplemente, una suerte de censo, o no sólo es eso. Se trata de regresar a los orígenes, aumentar la presencia en las calles y alimentar las luchas en las que aún se ven envueltos los colectivos de izquierdas que llevaron al partido en volandas desde su aparición hace un par de años y de los que, poco más o menos, se habían divorciado en su accidentada primera legislatura.
Porque mientras sus tres grandes rivales políticos siguen empeñados en el sainete de la investidura sin fecha, todavía pasan cosas que afectan a la vida cotidiana. Asuntos que, además, pueden marcar la diferencia en las próximas elecciones autonómicas de Galicia y Euskadi, en las que Ciudadanos no se juega gran cosa, es un partido casi irrelevante en ambos territorios, pero el PP y el PSOE sí. Tanto que no parece fácil que pueda haber gobierno antes de que se cierren esas urnas y se conozcan los resultados, por lo menos si todo depende a esas alturas aun de la postura sobre el asunto que tenga Pedro Sánchez, el otro ‘ilustre’ desaparecido del verano.
Y quizá el principal caballo de batalla, dispuesto para ocupar el escenario en septiembre justo en el momento preciso sea la puesta en funcionamiento de la LOMCE de José Ignacio Wert y sus revalidas. Esa ley educativa que demuestra a la perfección la verdadera voluntad de pacto del presidente en funciones, Mariano Rajoy, que va a dar luz verde a una norma fundamental en un asunto altamente sensible, a pesar de que fue aprobada en solitario por el PP en los lejanos años de las mayorías absolutas y de que, prácticamente, todas las autonomías están en contra, lo mismo que el 80% de los profesores universitarios.
Un asunto sobre el que, por cierto, no se ha escuchado ni a los portavoces de Ciudadanos, ni a su líder Albert Rivera, decir esta boca es mía. Y en el que no parece probable a estas alturas que decida cambiar de actitud. Entre otras cosas, porque podría suponerle un problema de gran calado entre su militancia y su parroquia donde no abundan, como es perfectamente visible los antiguos alumnos de las escuelas públicas.
Todo parece indicar que muy pronto la Marea Verde, el movimiento en el que se agrupan los profesionales de la educación, los padres y los alumnos que quieren cambiar el actual sistema, volverá a las calles y con su presencia se hará patente de nuevo la necesidad de agrupar una mayoría progresista que frene las políticas sectarias y retrógradas que pretende seguir aplicando el PP, ahora, además, con la ayuda de siempre dispuestos jóvenes leones naranjas. En este punto, por ejemplo, hay muchas coincidencias entre los dos partidos en los que parecen haberse organizado ahora los conservadores españoles.
Sobre todo, por sus conexiones con las empresas privadas de un sector que, desde el punto de vista, del Estado, y lo mismo que sucede con la sanidad, no puede ser tratado como se trata cualquier otro negocio. Y no es el único ni mucho menos, como pronto tendremos oportunidad de ver. Y no me refiero al recurrente estribillo de la unidad de España que tantas veces entonan a coro.
Hay, por supuesto, muchos otros temas sobre la mesa, desde la política de refugiados, al paro juvenil y a los efectos devastadores de la precariedad laboral en las nuevas generaciones en los que dar la batalla. Y deben ser las auténticas prioridades estratégicas de Unido Podemos y las confluencias. Al menos si pretenden, como todo parece indicar, recuperar ese millón de votos que perdieron en seis meses, que hizo imposible sus pretensiones de consolidarse como fuerza hegemónica de la izquierda y puso más fácil a las fuerzas conservadoras ilusionarse con la posibilidad de conservar el poder. Aunque, como se ve, ni siquiera así lo van a tener fácil.
Pervive la amenaza constante que, para todos, incluso para los promotores de ese ‘lavado de culpas’ que supondría mantener a Mariano Rajoy en La Moncloa, supone la evolución judicial, lenta pero imparable, de todos los casos relacionados con la corrupción política que hay sobre la mesa. Con un poder tan fragmentado como el que tenemos, muchos jueces van a campar por sus respetos.
Habrá sentencias condenatorias y lo que es peor, una lluvia de noticias constante sobre los distintos casos que pesará como una losa sobre todos los partidos políticos que hayan participado en la operación de mantener en el poder a las figuras relevantes del viejo y agotado régimen político vigente desde 1978. A esos tipos que se están fajando duramente en una lucha en la que les va la vida, viejos enemigos, pero siempre aliados cuando las cosas vienen mal, como el actual líder del PP y el astuto ex presidente del Gobierno Felipe González.
Esa es una cosecha política que caerá de los árboles aceituneros sin necesidad de varearlos. Y que no podrá recoger ya nadie que se haya visto envuelto en la actual operación de salvamento de Rajoy. Y no es la única. A estas alturas del partido y tras el ‘fiasco’ que supuso su entendimiento con Albert Rivera, Pedro Sánchez sabe ya que si las calles se agitan de nuevo, como puede pasar, le va a resultar muy difícil quitarse el ‘sambenito’ de haber sido el líder bajo cuyo mandato se confirmó lo que muchos ciudadanos progresistas pensaban: que el PSOE no era más que la otra cara de la moneda de un sistema dual de partidos creado para defender unos intereses concretos que, además, están bastante alejados de lo que en teoría deberían corresponder a una formación de izquierdas.
Sin contar con que queda una pregunta fundamental por responder: ¿Cómo va a ‘venderse’ como líder de la oposición un tipo que haya contribuido por acción u omisión a permitir la formación de un gobierno que va a poner en práctica políticas contrarias a las clases medias y trabajadoras que aún son, no lo olvidemos, los principales graneros de votos del socialismo?
Y tampoco habría que olvidar que mientras Iglesias sigue en la cima sin que se atisben opositores de calado para desalojarle de allí, Rajoy está en disposición de elegir el momento en que quiere desaparecer del escenario y Rivera es el único líder visible de un partido concebido desde su origen como agrupación de franquicias avaladas por el encanto personal del fundador, Sánchez se está jugando su supervivencia política en este envite. Sabe que ha logrado mantenerse por los pelos y sólo gracia a haber evitado ‘in extremis’ un ‘sorpasso’ anunciado que le hubiera conducido directamente al oprobio de la dimisión. Pero sorteo ese peligro y cogió fuerzas. Ahora va a vender cara su derrota.
Con ese panorama, si el ala derecha del PSOE y sus aliados mediáticos del grupo Prisa quieren conseguir una abstención socialista que permita a Rajoy formar gobierno van a tener que mancharse las manos. Sánchez ya no está para más juegos y se teme lo peor. Conoce bien la catadura moral de los rivales que tiene enfrente, de esos compañeros de partido que llevan meses haciéndole la cama, y se ha dado cuenta a tiempo de su juego.
Pretenden que facilite la operación en marcha, permita al actual líder del PP seguir en el poder y luego pague el precio político de una decisión que no es suya. Pero esta vez a lo mejor el secretario general del PSOE no se traga el anzuelo. Y su último movimiento, esa inesperada petición de una comisión de investigación sobre la financiación irregular del PP, demuestra que también él quiere dar la batalla. Que también Ciudadanos va a pagar un precio, muy alto, por su decisión de facilitarle las cosas al presidente del Gobierno en funciones.
Yo no apostaría por ello. Tras la supuesta desaparición veraniega de Podemos hay un giro estratégico que demuestra que los ‘morados’ y sus confluencias aliadas han aprendido rápidamente la dura lección recibida en su última cita con las urnas. Los líderes del partido están ‘ausentes’, más o menos, de los debates que tienen lugar en los medios de comunicación, pero ni se han enrocado ni practican la política del avestruz. Al contrario, como en sus inicios, la acción ha vuelto a iniciarse por la base, porque la campaña de activación de los círculos no es, simplemente, una suerte de censo, o no sólo es eso. Se trata de regresar a los orígenes, aumentar la presencia en las calles y alimentar las luchas en las que aún se ven envueltos los colectivos de izquierdas que llevaron al partido en volandas desde su aparición hace un par de años y de los que, poco más o menos, se habían divorciado en su accidentada primera legislatura.
Porque mientras sus tres grandes rivales políticos siguen empeñados en el sainete de la investidura sin fecha, todavía pasan cosas que afectan a la vida cotidiana. Asuntos que, además, pueden marcar la diferencia en las próximas elecciones autonómicas de Galicia y Euskadi, en las que Ciudadanos no se juega gran cosa, es un partido casi irrelevante en ambos territorios, pero el PP y el PSOE sí. Tanto que no parece fácil que pueda haber gobierno antes de que se cierren esas urnas y se conozcan los resultados, por lo menos si todo depende a esas alturas aun de la postura sobre el asunto que tenga Pedro Sánchez, el otro ‘ilustre’ desaparecido del verano.
Y quizá el principal caballo de batalla, dispuesto para ocupar el escenario en septiembre justo en el momento preciso sea la puesta en funcionamiento de la LOMCE de José Ignacio Wert y sus revalidas. Esa ley educativa que demuestra a la perfección la verdadera voluntad de pacto del presidente en funciones, Mariano Rajoy, que va a dar luz verde a una norma fundamental en un asunto altamente sensible, a pesar de que fue aprobada en solitario por el PP en los lejanos años de las mayorías absolutas y de que, prácticamente, todas las autonomías están en contra, lo mismo que el 80% de los profesores universitarios.
Un asunto sobre el que, por cierto, no se ha escuchado ni a los portavoces de Ciudadanos, ni a su líder Albert Rivera, decir esta boca es mía. Y en el que no parece probable a estas alturas que decida cambiar de actitud. Entre otras cosas, porque podría suponerle un problema de gran calado entre su militancia y su parroquia donde no abundan, como es perfectamente visible los antiguos alumnos de las escuelas públicas.
Todo parece indicar que muy pronto la Marea Verde, el movimiento en el que se agrupan los profesionales de la educación, los padres y los alumnos que quieren cambiar el actual sistema, volverá a las calles y con su presencia se hará patente de nuevo la necesidad de agrupar una mayoría progresista que frene las políticas sectarias y retrógradas que pretende seguir aplicando el PP, ahora, además, con la ayuda de siempre dispuestos jóvenes leones naranjas. En este punto, por ejemplo, hay muchas coincidencias entre los dos partidos en los que parecen haberse organizado ahora los conservadores españoles.
Sobre todo, por sus conexiones con las empresas privadas de un sector que, desde el punto de vista, del Estado, y lo mismo que sucede con la sanidad, no puede ser tratado como se trata cualquier otro negocio. Y no es el único ni mucho menos, como pronto tendremos oportunidad de ver. Y no me refiero al recurrente estribillo de la unidad de España que tantas veces entonan a coro.
Hay, por supuesto, muchos otros temas sobre la mesa, desde la política de refugiados, al paro juvenil y a los efectos devastadores de la precariedad laboral en las nuevas generaciones en los que dar la batalla. Y deben ser las auténticas prioridades estratégicas de Unido Podemos y las confluencias. Al menos si pretenden, como todo parece indicar, recuperar ese millón de votos que perdieron en seis meses, que hizo imposible sus pretensiones de consolidarse como fuerza hegemónica de la izquierda y puso más fácil a las fuerzas conservadoras ilusionarse con la posibilidad de conservar el poder. Aunque, como se ve, ni siquiera así lo van a tener fácil.
Pervive la amenaza constante que, para todos, incluso para los promotores de ese ‘lavado de culpas’ que supondría mantener a Mariano Rajoy en La Moncloa, supone la evolución judicial, lenta pero imparable, de todos los casos relacionados con la corrupción política que hay sobre la mesa. Con un poder tan fragmentado como el que tenemos, muchos jueces van a campar por sus respetos.
Habrá sentencias condenatorias y lo que es peor, una lluvia de noticias constante sobre los distintos casos que pesará como una losa sobre todos los partidos políticos que hayan participado en la operación de mantener en el poder a las figuras relevantes del viejo y agotado régimen político vigente desde 1978. A esos tipos que se están fajando duramente en una lucha en la que les va la vida, viejos enemigos, pero siempre aliados cuando las cosas vienen mal, como el actual líder del PP y el astuto ex presidente del Gobierno Felipe González.
Esa es una cosecha política que caerá de los árboles aceituneros sin necesidad de varearlos. Y que no podrá recoger ya nadie que se haya visto envuelto en la actual operación de salvamento de Rajoy. Y no es la única. A estas alturas del partido y tras el ‘fiasco’ que supuso su entendimiento con Albert Rivera, Pedro Sánchez sabe ya que si las calles se agitan de nuevo, como puede pasar, le va a resultar muy difícil quitarse el ‘sambenito’ de haber sido el líder bajo cuyo mandato se confirmó lo que muchos ciudadanos progresistas pensaban: que el PSOE no era más que la otra cara de la moneda de un sistema dual de partidos creado para defender unos intereses concretos que, además, están bastante alejados de lo que en teoría deberían corresponder a una formación de izquierdas.
Sin contar con que queda una pregunta fundamental por responder: ¿Cómo va a ‘venderse’ como líder de la oposición un tipo que haya contribuido por acción u omisión a permitir la formación de un gobierno que va a poner en práctica políticas contrarias a las clases medias y trabajadoras que aún son, no lo olvidemos, los principales graneros de votos del socialismo?
Y tampoco habría que olvidar que mientras Iglesias sigue en la cima sin que se atisben opositores de calado para desalojarle de allí, Rajoy está en disposición de elegir el momento en que quiere desaparecer del escenario y Rivera es el único líder visible de un partido concebido desde su origen como agrupación de franquicias avaladas por el encanto personal del fundador, Sánchez se está jugando su supervivencia política en este envite. Sabe que ha logrado mantenerse por los pelos y sólo gracia a haber evitado ‘in extremis’ un ‘sorpasso’ anunciado que le hubiera conducido directamente al oprobio de la dimisión. Pero sorteo ese peligro y cogió fuerzas. Ahora va a vender cara su derrota.
Con ese panorama, si el ala derecha del PSOE y sus aliados mediáticos del grupo Prisa quieren conseguir una abstención socialista que permita a Rajoy formar gobierno van a tener que mancharse las manos. Sánchez ya no está para más juegos y se teme lo peor. Conoce bien la catadura moral de los rivales que tiene enfrente, de esos compañeros de partido que llevan meses haciéndole la cama, y se ha dado cuenta a tiempo de su juego.
Pretenden que facilite la operación en marcha, permita al actual líder del PP seguir en el poder y luego pague el precio político de una decisión que no es suya. Pero esta vez a lo mejor el secretario general del PSOE no se traga el anzuelo. Y su último movimiento, esa inesperada petición de una comisión de investigación sobre la financiación irregular del PP, demuestra que también él quiere dar la batalla. Que también Ciudadanos va a pagar un precio, muy alto, por su decisión de facilitarle las cosas al presidente del Gobierno en funciones.
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