La consolidación de la democracia fue diluyendo la potencia de los poderes fácticos. Hoy nadie diría que las Fuerzas Armadas son un poder fáctico. Y aunque es verdad que en toda sociedad -incluso en las más avanzadas- siempre hay minorías con enorme capacidad de influencia sobre las decisiones colectivas -otra cosa son los 'lobbys' o grupos de presión-, lo cierto es que su papel ha tendido a diluirse.
Las dificultades para formar Gobierno, sin embargo, han vuelto a sacarlos a la luz con una fuerza inusitada. Al menos, desde la Transición. La diferencia respecto del tardofranquismo es que ahora los poderes fácticos no se presentan de forma tan grosera y tienen una configuración más difusa, más matizada, lo que convierte a ese Gobierno en la sombra en un enemigo casi invisible que pervierte el sistema democrático.
Aunque todos los dirigentes políticos corren el riesgo de verse manipulados por los intereses oscuros de esa minoría, Pedro Sánchez, el líder del Partido Socialista, es probablemente, el dirigente político más vulnerable. No sólo él. También Albert Rivera sufre presiones inaceptables en un sistema democrático para que se entregue con armas y bagajes a la causa.
Sánchez, como todo el mundo sabe, ha dicho 'por activa y por pasiva' que votaría 'no' en un hipotético debate de investidura que la presidenta del Congreso, inexplicablemente, continúa sin convocar. Y al margen de que el secretario general socialista pueda estar equivocado, y parece evidente que perdería una doble oportunidad: sacar partido de la debilidad de Rajoy y convertirse en una alternativa creíble, no es menos obvio que las presiones que está recibiendo en las últimas semanas son intolerables. Y que serán de aurora boreal en las 48 horas que transcurran entre la primera votación y la segunda del debate de investidura, si lo hay.
La sorna del Premio Nobel
En particular, procedentes de algunos antiguos dirigentes de su partido, que se creen con legitimidad para irrumpir en un debate por el simple hecho de haber sido ministros o, incluso, presidentes del Gobierno. Probablemente, haciendo bueno aquello que comentaba un antiguo premio Nobel de Economía, que decía con sorna que el galardón de la academia sueca ya le permitía hablar de todo, aunque no tuviera ni idea.Felipe González es libre de decir lo que quiera, pero un mínimo de lealtad hacia su partido aconsejaría su silencio para centrarse en sus negocios
El caso más obvio es el de Felipe González, quien, por supuesto, es libre de decir lo que quiera, pero un mínimo de lealtad hacia su partido aconsejaría su silencio para centrarse en sus negocios. Aunque fue solo por respeto hacia una decisión que no ha sido tomada de manera déspota por Pedro Sánchez, sino que fue sancionada por el Comité Federal de su partido. Ser exministro o expresidente del Gobierno no da derecho a nada, más allá de los honores protocolarios por los servicios prestados.
El problema es todavía mayor cuando esos mismos dirigentes utilizan como altavoz medios de comunicación en los que -como sucede en el grupo Prisa- los bancos y otras compañías del Ibex son los máximos accionistas. Aunque hay también que decir que otros medios de comunicación que durante años arrearon a González y a sus ministros por ser los más incompetentes desde Viriato, se muestran hoy felices por lo que dicen el expresidente y algunos de sus subordinados.
Medios de comunicación, en muchos casos, que obtienen su principal fuente de ingresos de decisiones administrativas del Gobierno de turno, lo que les debería invalidar para influir en la opinión pública de forma tan descarada.
Algunos medios de comunicación que durante años arrearon a González, se muestran hoy felices por lo que dicen el expresidente y algunos subordinados
No son, desde luego los únicos. Agencias de 'rating', servicios de estudios, presuntos expertos, etc. son juez y parte en el debate político, y por eso no pueden aparecer ante la opinión pública como organismos independientes desnudos de parcialidad.
Es por eso que en el actual debate sobre la formación de Gobierno no sólo está en juego la elección de un Ejecutivo, sino la propia esencia del sistema democrático, que, de ningún modo, puede verse contaminado por intereses espurios como los que representan muchos de quienes aparecen ahora sobrecogidos porque no haya Gobierno, pero que en realidad defienden sus propios intereses.
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