Iban a por él. ¿Lo sabía? Más de una vez consiguió sortear sucesivas trampas. Pero esta vez sí, le han cazado bien. Iglesias ha caído como un pardillo en el cepo formateado de un chalet de folleto inmobiliario. Le han hecho daño, mucho daño y más que le van a hacer.Desde que rechazó aquel non nato gobierno Rivera-Sánchez son muchas las facturas que tiene que pagar y ahora que pueden, los poderosos se las van a pasar una a una al cobro inmediato. Buen lector no debía haber olvidado el consejo de uno de sus teóricos preferidos, “el enemigo nunca duerme.” Por razones éticas y estéticas, ha sido un inmenso error caer en la tentación de Galapagar; por razones políticas, el error es doble, porque inevitablemente te cogen y luego, además, te hacen picadillo. ¿Por qué, no obstante, lo hizo? Quizás, la respuesta tenga más que ver con Freud que con Marx.
De lo que se trata ahora es de que la caída de Iglesias arrastre la de Podemos. Abatida la cabeza, la cacería no terminará hasta cobrarse el cuerpo. Cuando la derecha extrema prepara el asalto a los cielos de la Moncloa, ahí está el aquelarre joseantoniano de este fin de semana, la palataforma falangista de Ciudadanos, ningún regalo mejor y más oportuno para la derecha que la desintegración de la más combativa formación de izquierda española. No es que Pablo Iglesias sea Lenin, todo lo ocurrido indica que de un profesor de ciencias políticas dificilmente surge un dirigente político, pero sí que ha sido y es todavía la columna vertebral sobre la que descansa Podemos. Por esta razón, trabajan para que la onda expansiva del chalet desemboque en una implosión controlada del edificio de los morados.
La consulta a los militantes es tan innecesaria como inútil. Con el riesgo añadido, además, de socializar el doble error de su líder. Nadie concibe un resultado negativo, ni mucho menos que resuelva la crisis política de Podemos. Ese brutal descoyuntamiento moral de Iglesias al que se entregan todos los carniceros de la Brunete Mediática desde los platós televisivos, genera la solidaridad de la militancia morada con su líder, compartan o no su decisión. Ni siquiera los sectores críticos se suman a este despiece de Podemos, porque saben que hoy por hoy es difícil sustituir su liderazgo. Lo que no quiere decir que mañana pueda surgir algún fuego amigo, aprovechando el intenso fuego enemigo.
La alcaldesa Ada Colau y los alcaldes Ribó y Kichi, que con muy distinto acento se desmarcan de Iglesias, reflejan con su actitud que el problema del chalet no se encuentra entre el más de medio millón de sus militantes, sino entre esos cinco millones de sus electores, muy ajenos al patriotismo de partido de Podemos, o al culto exacerbado a la personalidad del líder. Que los ediles de Barcelona, Valencia y Cádiz, que tienen que afrontar las urnas municipales en un año, no cierren filas con el líder cazado expresa su enorme preocupación ante la probable reacción condenatoria de sus propios electorados. Cuando se vive el desconcierto que hoy invade a los morados, el fantasma de la temida abstención reaparece en el horizonte con fuerza.
Toda crisis, sin embargo, encierra siempre una oportunidad. La de Podemos no puede ser otra que la de constituirse, por fin, como partido político. El hecho de que todavía no lo sea, de que carezca de una dirección colectiva y de una red de cuadros articulados en una organización sólida, ha jugado un papel nada desdeñable en el error de Iglesias. Que nadie, consejero o amigo, haya evitado este garrafal error, refleja la falta de un colectivo orgánico; en definitiva, la ausencia de un partido. De existir, quizás otra habría sido la historia; incluso la posibilidad de reemplazar al actual líder por otro dirigente, hoy por hoy parece imposible, ya que la salida de Iglesias crearía, al menos de momento, un vacío letal en Podemos.
No es casual que asistamos ya al reparto de la túnica sagrada de Podemos. Tanto Sánchez como Garzón sueñan con la recuperación de lo que consideran votos prestados a Podemos. El secretario general del PSOE, que contempla como su electorado corre tras ese flautista de Hamelin que es Albert Rivera, aspira a llevarse un buen puñado de votantes morados descontentos por el error de Iglesias. Y el dirigente de Izquierda Unida, que acaba de anunciar ayer la compra de un piso ajustado a su compromiso social en el mismo pueblo que acaba de abandonar Iglesias, ambiciona también esos votos para su formación. No es un pronóstico agorero, pero: o Podemos decide hacerse mayor y salir de la adolescencia política, o será engullido por los otros dos partidos de la izquierda y por la creciente abstención. La esperanza que Podemos levantó en la sociedad española corre el peligro de evaporarse en las verdes praderas de un jardín de Galapagar. La gran interrogante, sin embargo, sigue siendo: ¿Por qué Iglesias olvidó que el enemigo nunca duerme?
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