viernes, 24 de diciembre de 2021
Nochebuenas carbayonas en la Historia....
El incendio de 1521 que arrasó la ciudad supuso el fin de la Edad Media en Oviedo
Hoy se cumplen quinientos años del suceso que redujo la capital a cenizas y que propició su paso «hacia la Modernidad»
ALBERTO ARCE
OVIEDO.
Viernes, 24 diciembre 2021, 00:22
En la Nochebuena de 1521, las brasas procedentes del horno que calentaba uno de los hogares de la calle Cimadevilla originaron el suceso más importante y catastrófico de la historia de Oviedo. Un incendio que duraría dos meses y que reduciría a cenizas la ciudad ahora -al menos desde 1938- «muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena». Las llamas lo calcinaron todo a su paso y reconfigurarían para siempre el urbanismo ovetense. Apenas quedaron en pie la Catedral (sin sus andamios ni los elementos de madera), el grueso de la «civitas episcopal» resguardada por la muralla del Rey Casto y el palacio de la Rúa, ambos de piedra. Hubo quien lo relacionó con un castigo de Dios en torno a la persecución sufrida por Diego de Muros, obispo a la sazón, y quien, simplemente, lo achacó a la propia morfología de un entramado urbano medieval poblado de calles estrechas, con salientes, telas y voladizos que prácticamente conectaban entre sí todas las casas, estas de madera. También hubo quien lo identificó como un fuego provocado similar a aquel con el que Nerón mandó hacer arder Roma, pero es una hipótesis que no se valora. Hoy se cumplen 500 años, medio milenio, de un capítulo escrito a fuego sobre la tez de la vieja Vetusta que describiría 'Clarín' hace ahora algo menos de un par de siglos.
Uno que, a pesar de todos los males que trajo consigo y su ferocidad, tal y como constata la cronista oficial de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, permitió que la capital asturiana dejase atrás una Edad Media que comenzaba a alargarse ligeramente más de la cuenta. «Aquel suceso fue nefasto», señala; sin embargo, y «pese a sus graves consecuencias, supuso mucho para la ciudad y resultó muy positivo aunque parezca un contrasentido, porque permitió a Oviedo salir del mundo antiguo en el que estaba sumido hacia la Modernidad».
Según Ruiz-Tilve, y así aparece en las pocas crónicas que se conservan, «se quemó la mayor parte de la ciudad antigua, se tiraron muchas casas y aparecieron otras nuevas, pero también se modernizaron las costumbres». Así, continúa, «fue una especie de punto de inflexión que puso fin a nuestra particular Edad Media». Eso, repite, «dentro de todo lo malo que supuso y de todas las víctimas, que a día de hoy seguimos sin saber cuántas fueron, por desgracia, fue algo positivo por la transformación de la ciudad que llegaría después».
El cambio fue notable. Las consecuencias más inmediatas se comenzaron a ver en decisiones como la de intentar formar un cuerpo de bomberos o la orden de sacar todos los hornos de pan a la zona extramuros, iniciando con ello la tradición noctámbula de los «gatos del fornu». No en vano, habían sido necesarios dos meses para sofocar las llamas que se llevaron por delante las calles Cimadevilla, Rúa, La Herrería, Portal, San Antonio, toda la zona de Socastiello, Los Hospitales de San Juan y San Julián, parte del monasterio de San Pelayo, la Chantría, La Lonja y la actual Gascona. Lo que quedó fue, según las crónicas, una ciudad «destruida» y «deshabitada».
Lo que vino después fue el paso definitivo para que la Modernidad terminase de despegar. Ya en febrero de 1522, la ciudad pidió ayuda al monarca, Carlos I, para iniciar su reconstrucción ante la falta de recursos. Este le concedió a la ciudad la celebración de un mercado semanal libre de impuestos que se ha mantenido casi inalterado hasta nuestros días. Ese fue el germen, relata la historiadora Arantxa Margolles, «de la actual ciudad de servicios». «Ese mercado atrae mucha población y supone un cambio fundamental en una ciudad cuya economía prácticamente provenía del sector primario y de las pequeñas artesanías para consumo interno», expone.
Tras el incendio, el concejo planteó una reconstrucción de manera organizada, con ordenanzas específicas sobre la forma de construir y los materiales a utilizar, frenar la habitual costumbre de ocupar la vía pública, con la intención de modificar la trama urbana, homogeneizando las fachadas, enderezando y ampliando las calles. No se anduvieron con ligerezas. Todas las construcciones futuras debían atenerse a la nueva norma «bajo pena del pago de 20.000 maravedís para la cámara y fisco de su majestad».
Pasado y presente
«La ciudad había ido degenerando tanto urbanística como formal y funcionalmente, y como ocurre hoy mismo, la inacción, dejación y nefasta actuación de la administración pública genera desgracias irreparables que solo una desgracia puede remediar», asevera, a su vez, el arquitecto Felipe Díaz-Miranda. Eso sí, «la trama urbana de la ciudad es más potente que cualquier acontecimiento que pueda a ocurrir en la misma y esa trama urbana, a pesar del incendio, ha pervivido hasta el día de hoy», determina. Y para muestra, un barrio Antiguo que vuelve a urgir mejoras. Y ahí, Díaz-Miranda ligó el pasado al presente. «Espero que el nuevo Plan General propicie la redacción de un plan especial de reforma interior del casco histórico, pero no a la manera de un incendio, sino para reparar la precaria situación que padecen los vecinos y la zona».
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