El historiador Diego Díaz.
El historiador Diego Díaz. IVÁN G. FERNÁNDEZ A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Recoge Diego Díaz (Oviedo, 1981) en Pasionaria: la vida inesperada de Dolores Ibárruri (Hoja de Lata, 2021) una cita de Manuel Vázquez Montalbán: “Si un personaje histórico español”, decía el escritor, “no se merece el todo o la nada es Dolores Ibárruri”. La biografía escrita por este historiador y periodista asturiano, autor también de Disputar las banderas: los comunistas, España y las cuestiones nacionales (1921-1982) y director de la revista Nortes, es reflejo de esa idea: se pintan en ella todos los claroscuros de un personaje que encarnó unipersonalmente el siglo XX como pocos españoles. Diego, su libro presenta una Pasionaria feminista, aunque ella no se conceptuara así. Quería ser maestra, pero su madre le dijo que la vida de una mujer era “hilar, parir y llorar”. En el libro planteo que toda la vida inesperada de Pasionaria es en realidad una resistencia contra ese mandato. Vivió como una condena que su familia le impidiera cursar los estudios de magisterio y le obligara a trabajar en un taller de costura primero, y después en la casa de unos pequeños burgueses de la zona minera de Vizcaya. Su vida tampoco fue mucho más feliz cuando se casó con Julián Ruiz, un hombre de su época, por muy valiente y socialista que fuera. En los actos públicos solía presentarse con orgullo como hija y mujer de mineros, pero sabía bien que esa era una vida dura, monótona y con pocas alegrías. La militancia política le permitió reinventarse, ganar autonomía, hacerse independiente económicamente, y en los años treinta trasladó esa experiencia personal al partido. Animó a las mujeres a ingresar en el PCE y en Mujeres Antifascistas. Entendió la necesidad de construir espacios no mixtos en los que las mujeres se atrevieran a organizarse políticamente sin tutelas masculinas. En eso fue mucho más perspicaz que Federica Montseny, que no estuvo en absoluto en la génesis de otra experiencia tan interesante como fue la libertaria Mujeres Libres. Vivió como una condena que su familia le impidiera cursar los estudios de magisterio y le obligara a trabajar en un taller de costura primero, y después en la casa de unos pequeños burgueses Sin embargo, Pasionaria también encarna una imagen muy tradicional en comparación con otras políticas de la época. Su estampa es la de una mujer de y del pueblo y también recuerda muchas veces al imaginario cristiano: llegará a ser una especie de Virgen roja (y eso acabará chocando de algún modo con una vida privada liberada: el Partido acaba obligándola a terminar su relación con Francisco Antón). Es una de las contradicciones más apasionantes del personaje: la Dolores que quería proyectarse hacia el exterior como una señora de y del pueblo y la Dolores privada, que llevó una vida totalmente inesperada para una mujer de su época y de su clase social. Una señora que se separa de su marido y deja su aldea para desarrollar su carrera política en una gran ciudad como Madrid, que prioriza la militancia sobre la crianza, que da una segunda oportunidad al amor en la Guerra Civil y vive un romance con un joven de veintiocho años cuando ya tiene cuarenta y peina canas… Dolores merece una gran novela, una serie de televisión o una película. Es un personaje apasionante. También en sus zonas de sombra, que no fueron pocas. Los partidos comunistas fueron, para mucha gente, un reemplazo bastante explícito de la Iglesia, con un Vaticano (Moscú), un Papa (el SG del PCUS), textos sagrados, ceremonias, una gran herejía y un gran heresiarca (Trotski), rituales de confesión y expiación... Y también, con frecuencia, una moral conservadora. En lo del Vaticano tienes toda la razón, aunque, ojo, la idea de la Comintern como partido internacional disciplinado tenía toda su razón después de la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Aquello fue una masacre de obreros y campesinos bendecida en cada país por cada sección nacional de la Segunda Internacional. Fue una auténtica vergüenza que los partidos de La Internacional animaran a los proletarios del mundo a asesinarse entre ellos, y la Tercera Internacional surge como reacción a aquel festival de los nacionalismos más mortíferos. La idea de los bolcheviques fundando el partido internacional de la revolución es vacunar al movimiento obrero frente al nacionalismo con una organización cien por cien internacionalista, supervisada desde Moscú a través de tutores que eviten que las distintas secciones nacionales vuelvan a las andadas. El problema es que una buena idea terminó derivando en los años veinte y treinta en que un señor argentino o moldavo, cumpliendo las indicaciones de un ucraniano o bielorruso, dijera a los comunistas de Cuenca o Ferrol cómo debían hacer la revolución. También en que se confundiera defender a la URSS frente a las agresiones del imperialismo con quedarse de brazos cruzados mientras los nazis invadían tu país, como les pasó a los comunistas franceses y belgas después del Pacto Germano-Soviético. Discrepo en lo del moralismo. No creo que los comunistas fueran más conservadores en lo moral que socialistas, anarquistas o trotskistas. El machismo y la homofobia impregnan a toda la sociedad, y la izquierda forma parte de la sociedad. Otra cosa es que las minorías de mujeres y hombres que han luchado por transformar las mentalidades, las costumbres y las formas de relacionarnos, han salido siempre de la izquierda. Pienso en Alejandra Kollontái, la gran feminista bolchevique, con la que se legaliza el aborto y la homosexualidad en los primeros años de la Revolución rusa, en las primeras campañas para despenalizar la homosexualidad en Alemania, con el apoyo del SPD, antes de la Primera Guerra Mundial, o en Lucía Sánchez Saornil, lesbiana y fundadora de Mujeres Libres. Para la propia Dolores, cristiana en su juventud, el Partido ¿no acaba siendo un sustituto de la Iglesia? Terminará siendo una militante particularmente obediente. Tenía inquietudes. Le pedía a la vida más. Por encima de la media y seguramente mucho más por encima de la media para alguien que había nacido en un pueblo minero de Vizcaya en 1895. Al principio canalizó esos anhelos a través de la Iglesia. Luego encontró en la Casa del Pueblo y en el movimiento socialista un lugar más racional para desarrollar ese anhelo de trascendencia, que por otra parte creo que está muy bien tener en esta vida. Con respecto a lo que me planteas sobre su obediencia, tengo dudas. Hay veces en las que se solapa un saludable sentido de la disciplina, especialmente valioso en tiempos duros y violentos como los que le tocó vivir, con otras cosas ya menos edificantes, que recuerdan a la anulación de la personalidad y el sentido crítico, cuando no a la sumisión más enfermiza o el peloteo a los superiores para ganar en comodidad y tranquilidad. Sin embargo, en el libro también destaco una de sus decisiones políticas más difíciles: alzar la voz contra la invasión soviética de Checoslovaquia. Hay de todo en la vida de Dolores. Cuando Dolores y Julián se conocen, él le da a leer un libro de Víctor Hugo. Era minero, trabajaba de sol a sol, y había ido a la escuela hasta los trece años Incide en el valor pedagógico de los sindicatos, los partidos obreros y sus sedes, donde siempre había buenas bibliotecas que, además, ni siquiera eran solo de catecismos marxistas, sino de novela, historia de España... La misma Pasionaria es ejemplo de eso. Cuando Dolores y Julián se conocen, él le da a leer un libro de Víctor Hugo. Era minero, trabajaba de sol a sol, y había ido a la escuela hasta los trece años. Es emocionante adentrarse en la historia de ese gran proyecto cultural que desplegó el movimiento obrero en toda España en forma de casas del pueblo, ateneos o bibliotecas circulantes. Fueron auténticas universidades populares y el franquismo, como brazo armado de las clases dominantes, identificó muy bien para sus intereses que esos eran lugares a destruir porque en ellos las clases trabajadoras se sacudían los complejos de inferioridad y la influencia de curas y caciques, adquirían cultura, sentido crítico y autoconfianza para exigir, con todo el derecho, su parte en el reparto de la tarta. Dolores es una de esas autodidactas que gracias a lo que aprende en la Casa del Pueblo puede convertirse en los años veinte en dirigente política y social de primer nivel. Reivindica también, y lo reivindica así, lo que la democracia occidental debe al estalinismo. Nos salvó de la barbarie fascista y democratizó nuestras sociedades gente que militaba en organizaciones fieles a un sistema tenebroso, aunque muchas veces por desconocimiento. Y nos salvó a tiros, con bombas, con sabotajes. Alguna vez hemos hablado de su desagrado hacia el antifascismo pasivo de figuras tipo Stefan Zweig. Ufff… Menudo melón has abierto. Voy a tratar de resumirlo. Básicamente creo que Stalin y el estalinismo fueron algo terriblemente siniestro, pero que la historia del siglo XX está llena de héroes que fueron estalinistas, si no durante todo el tiempo, al menos en algún momento de sus vidas. Pienso en buena parte de quienes lucharon en las Brigadas Internacionales o en las resistencias contra el nazifascismo y los regímenes colaboracionistas, pero también en quienes nutrieron los movimientos contra el imperialismo, el colonialismo y el racismo, como los comunistas norteamericanos y los sudafricanos. Bastantes de estos estalinistas se desengañaron con el tiempo. Algunos lo fueron toda la vida. Otros muchos acabaron siendo víctimas de otros estalinistas. Me viene a la mente un tipo como Artur London. Es difícil encontrar personajes inmaculados en un siglo tan violento, y no estaría mal empezar a sacudirnos de ciertas miradas que no contextualizan la brutalidad del estalinismo en su tiempo, que fue el del auge de los fascismos o el de unas democracias liberales que disparaban balas contra los obreros en huelga y los movimientos anticoloniales. La realidad de los peores años del siglo XX es que mientras muchos liberales se fueron al exilio para no estar “ni con unos ni con otros”, hibernaron o directamente se acomodaron a lo que había, como hizo San Ortega y Gasset, miles de comunistas sacrificaron sus vidas en la lucha contra el fascismo. No fueron los únicos antifascistas, pero sí estuvieron entre los más consecuentes y abnegados. Convertir en referente de virtud pública a quien se buscaba un refugio para escribir que “el mundo se ha vuelto loco” me parece inquietante, no tanto por esos intelectuales que partieron al exilio, y a los que comprendo totalmente desde el punto de vista humano, como por quienes hoy los reivindican desde el “ni fascismo ni antifascismo”. No tengo mucha simpatía por esa especie de club de fans de Chaves Nogales y la Tercera España que preside Andrés Trapiello. Reivindico una memoria democrática para adultos, hecha con luces y sombras, frente a ese tipo de relatos historiográficos sobre demócratas fetén en tiempos de extremismos, que me parecen de un infantilismo sonrojante. De Pasionaria, a mí me resulta muy interesante su interés en la historia de España. Decía que, de no haber sido quien fue, hubiera sido maestra. Y su discurso era muy historicista, incluso nacionalista español: presentar al PCE como heredero de Sagunto, Covadonga, los Sitios de Zaragoza, etcétera. Bueno, es el tema de mi anterior libro, Disputar las banderas, así que me interesa mucho. Los comunistas descubren en los años treinta que el patriotismo es un talismán demasiado poderoso como para dejarlo en manos de los reaccionarios y a partir de 1935 defienden una reapropiación frentepopulista y antifascista de la nación. Realmente los republicanos y parte de los socialistas llevaban décadas haciendo esto, pero los comunistas van a ser muy eficaces en la difusión de ese nuevo patriotismo español antifascista durante la guerra. Por eso llenan su discurso de todo tipo de imágenes históricas fácilmente reconocibles para el español medio. Se trata de movilizar a la gente para el combate. Dolores será una enorme propagandista de esa idea de que el pueblo español libra una segunda Guerra de la Independencia contra Hitler y Mussolini, ya que son ellos quienes mueven los hilos de una marioneta llamada Francisco Franco. Lo que también pienso es que no es solo una cuestión de ingeniería retórica. Los dirigentes políticos se lo creen. Ven a Franco como un apéndice de la estrategia imperialista de Alemania e Italia, y se convencen de que la izquierda y el movimiento obrero están defendiendo no solo la democracia y las conquistas sociales de la República, sino también la propia integridad de España. Se funden República, nación y clase, porque mientras la gran burguesía y los terratenientes están del lado de Franco, y con ello de la Alemania nazi y de la Italia fascista, son las clases populares las que defienden la República, y por tanto la soberanía nacional. Dolores nunca renunció a ese patriotismo antifascista, pero siempre lo conjugó con una idea plurinacional de España. Era hija de un aldeano euskaldún que hablaba mal castellano y siempre tuvo una raíz vasca muy viva, compatible con un gran sentimiento de españolidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario