domingo, 3 de julio de 2022
Los Clarínes de G.Morán....
Kaliningrado
Faltos de recursos para seguir mintiendo impunemente el Gobierno extorsiona el comunicado y habla de Ceuta y Melilla, como si tal asunto se hubiera tratado
Kaliningrado La nieta del presidente de Estados Unidos Maisy; el presidente de Estados Unidos, Joe Biden; la esposa de Pedro Sánchez, Begoña Gómez, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez conversan a su llegada a la cena informal transatlántica a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno en el Museo del Prado
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PUBLICADO 02/07/2022 04:45
ACTUALIZADO 02/07/2022 05:07
Se acabó el festejo y nos quedamos sin saber qué celebraban. Nos queda recitar con voz engolada la Marcha Triunfal de Rubén Darío. Como desconozco si ahora se da en las escuelas, se lo recuerdo: ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines. Nada mejor para ponernos en situación. Llegaron y se fueron. Nos dejaron para rumiar el Concepto Estratégico; una expresión que se fabricó para dar lustre y que los periodistas tuviéramos una percha de la que colgar las ocurrencias que consientan llenar las páginas. Cada uno tiene sus inclinaciones y las mías serían poder escuchar las palabras de Pedro Sánchez explicando las Meninas velazqueñas a la treintena de jefes del mundo y las de su esposa Begoña ante el Guernica de Picasso para las señoras. ¡Menudo lío el del protocolo con el marido del presidente de Luxemburgo, para evitar cualquier reproche de homofobia! Por primera vez en mi vida sentí piedad por un presidente de los Estados Unidos viéndole ascender peldaño a peldaño la escalera interminable del Palacio Real. Los instantes en que al presidente Roosevelt le pasaban de la silla de ruedas al sillón se hacían sin fotógrafos.
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Eran otros tiempos, en los que el espectáculo se limitaba a posar y lo importante no se veía. Ahora nos hacen ver como importante lo que tiene de espectáculo, pero por lo demás estamos perdidos en la ignorancia. Lo que sea que hayan decidido nos enteraremos con el tiempo y por sus efectos. La invasión rusa de Ucrania ha iniciado una guerra y nosotros estamos en la OTAN, esa organización defensiva u ofensiva según decidan los Estados Unidos. La opción de Suecia y Finlandia de protegerse bajo el paraguas de la Alianza Atlántica es tan trascendental como para que la discusión sobre las bondades y perjuicios de estar donde estamos se haya convertido en una frivolidad de niños consentidos.
Falto de recursos para seguir mintiendo impunemente el Gobierno extorsiona el comunicado y habla de Ceuta y Melilla, como si tal asunto se hubiera tratado. El islamismo en el Sahel, la referencia a China, la cita -apenas un apunte- sobre la crisis económica, que no nos amenaza porque ya está aquí. Todo eso no son más que pinceladas para completar el cuadro. El frente está en Europa y de esa trinchera no se sale si no es a riesgo de que te vuelen la cabeza. Hemos asumido que debemos pegarnos un tiro en el pie, lo demás son pendejadas. El gobierno español, casi diríamos que España entera, ha ejercido de anfitrión y a fe que ha cumplido. Somos buenos servidores e incluso destacamos en algunos detalles gracias al paisaje, los museos y las fiestas flamencas para distraer a la Señora y a las nietas del patrón. Los necesitamos más que ellos a nosotros, y ahora mucho más. Por tanto, Rubén Darío a todo pasto; es el momento del resonar de los claros clarines que acompañan a los primeros muertos del combate.
Desde finales de los años setenta del pasado siglo sentí una auténtica obsesión por conocer Kaliningrado. Era una ciudad imposible de visitar, vedada entonces a los extranjeros e incluso a los propios rusos; a quien lograba entrar ya no le permitían salir. Un secreto al borde del mar Báltico y extremo occidental de la ruinosa Unión Soviética. Pareja con Vladivostok, a 10.000 kilómetros redondos, la otra punta asiática del país más grande de la tierra, el de los nueve husos horarios, concentraban las bases navales más importantes del Imperio ruso que se desmoronaba. Fracasé en el intento porque bastaba decir Kaliningrado para que la embajada y los consulados negaran hasta su existencia. Lo intenté desde Polonia, su vecina fronteriza. Perplejidad general. No existía comunicación alguna.
Lo conseguí cuando ya el régimen soviético había caído y el mundo del este europeo había cambiado sin saber hacia dónde. Kaliningrado era un símbolo de muchas cosas. Se había llamado durante siglos Königsberg, capital de la Prusia oriental. Allí nació y murió Kant, el patriarca de la filosofía alemana. También E.T.G. Hoffmann, el de los cuentos. Fue en tiempos alemana, polaca y rusa, y la II Guerra Mundial la dejó arrasada entre los bombardeos de la RAF británica y la artillería soviética. Desde entonces fue rusa y lo primero que hizo Stalin fue desterrar a la población alemana mayoritaria y después cambiarle el nombre. Le puso el de su fiel Mijail Kalinin, que acababa de morir en 1946. Un personaje inocuo, capaz de ser presidente de la URSS y tener a su mujer Ekaterina en un gulag siberiano, víctima del Gran Terror estaliniano de 1937.
¿Y a qué viene esta historia de Kaliningrado? Pues a algo muy sencillo y poco recordado como son los cambios que se produjeron en las últimas décadas. Aquella ciudad que yo visité formaba parte de la Federación Rusa haciendo frontera con Polonia. Hoy es un enclave aislado entre Bielorrusia y dos países pertenecientes a la OTAN, Polonia y Lituania. Si usted quiere saber si alguno de esos genios de la geopolítica tertuliana tiene zorra idea del laberinto postsoviético pregúntele por el Corredor Suwalki. Son 96 kilómetros, ni uno más, que unen los dos países de la Alianza Atlántica, allí donde se encajona la Rusia de Kaliningrado, un millón de habitantes que dependen de Putin, y la Bielorrusia del tirano Lukashenko. Pero ese Corredor que lleva por nombre la ciudad polaca de Suwalki es como una entelequia, pero existe; tiene fronteras armadas, pero son flexibles; manejan monedas que no deberían intercambiarse aunque las usen; hay tráfico de mercancías, prohibidas para el resto, y todo eso en plena guerra de Ucrania, algo más abajo en el mapa. Entre Kaliningrado y Kiev median 850 kilómetros.
Que a nadie se le ocurra visitar el feo villorrio de Kaliningrado pensando que puede encontrar vestigios del Königsberg kantiano. Todo quedó arrasado. Las reconstrucciones -subvencionadas por la antigua República Federal Alemana- semejan escenografías de opereta vienesa. Lo que no destrozó la guerra lo acabó de rematar el régimen soviético. Sólo merece la pena visitar el zoológico. Allí el animal emblemático es un hipopótamo. ¡Un hipopótamo en los fríos nórdicos! Lo conservan en una sala, sobrecalentado por el agua y metido en una especie de piscina donde sus excrementos ayudan, dicen, a conservar el microclima idóneo. Apesta, pero él aguanta y de vez en cuando asoma la cabeza y bufa. No es raro que haya quien quiera ver en ese mastodóntico animal sobreviviendo entre la mierda, un símbolo. Otro más. Quizá de la brutalidad inexplicable que genera la mugre; tan difícil de analizar. Como la ciudad de Kaliningrado.
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