Carlos Mazón, presidente del PP valenciano, junto a José María Aznar en la presentación de un libro el pasado 20 de junio de 2023. / PP Comunitat Valenciana
Carlos Mazón, presidente del PP valenciano, junto a José María Aznar en la presentación de un libro el pasado 20 de junio de 2023. / PP Comunitat Valenciana A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! 1- En el mundo de la pareja los cambios son tan lentos que nadie los ve hasta que, ñaca, es demasiado tarde. Lo que explica que, así, en general, los cambios son difíciles de visualizar, pues o bien son desmesuradamente lentos, o bien son, para acabarla de liar, desmesuradamente rápidos. Lo que sigue a continuación es un intento calmado de ver, en lo que tienen de estructurales o chungos, pequeños cambios acaecidos recientemente en el País Valencià, BCN y CAT. Verán que, en ese trance, opto por señalar cosas no señaladas, pero eso es lo bueno de analizar cambios que no transcurren en el mundo de la pareja: que, al menos en mi caso, los veo, snif, mejor y antes. 2- Lo novedoso del pacto PP-Vox –la extended version de 50 puntos; muchos puntos, por otra parte; nadie, en toda su vida, ha cumplido jamás 50 puntos– no es lo señalado en todos los medios. Humildemente, creo que el pacto no supone la preponderancia de Vox sobre PP, ni una revisión epistemológica de la derecha esp. Más bien el pacto visualiza a la derecha esp de siempre, revolucionaria desde Aznar –algo importante, pues no puede haber dos derechas revolucionarias en la misma cultura– y, por lo mismo desmesurada, si bien ya conocida y sin capacidad de sorpresa. El pacto ofrece, no obstante, algunas variables –punto 5–, que conforman novedades ya apuntadas e intuidas, pero en verdad reales y efectivas. Y en verdad, por lo mismo, peligrosas y preocupantes. El pacto supone que el 92% del presupuesto de la CA lo gestiona el PP 3- El pacto supone que el 92% del presupuesto de la CA lo gestiona el PP. El PP, vamos, ha velado para que Vox solo gestionara un 8% de la pasta. Es posible que el PP no tuviera otro interés. Que no fuera la pasta, quiero decir. Hasta aquí ninguna novedad. 4- Sobre las áreas del 92%. La derecha española se divide, tradicionalmente, en 3 sectores –para orientarnos e ir rapidito: a) el católico, b) el falangista y c) el estraperlista; importante: no se pongan románticos, que el sector mayoritario es el c)–, que suelen tirar unidos a través de un patriotismo ya conocido y un neoliberalismo ya experimentadoZzzzz. Un corpus que parece que no ha variado mucho en el pacto PP-Vox, salvo en algunas pocas novedades. Les paso una: el procesismo –la capacidad de crear objetos para no hablar de políticas reales; el PP, mientras planificaba su venganza patria sobre el procesismo cat, tomó muy buena nota de sus posibilidades; infinitas–, como el que se puede vertebrar a través de la reivindicación rampante, eléctrica, de un nuevo sistema de financiación. Supongo, a su vez, que esa demanda programática no será programática, es decir, no transcurrirá en la política, sino en el sentimentalismo, a través de la guerra cultural. Con las palabras guerra y cultural, ya nos acercamos a los cambios estructurales y novedosos del pacto, y al aludido punto 6. 5- Vox consigue a) una vicepresidencia para un torero –lo que es espectacular, hasta que comprendes que no es una novedad; en otros biotopos ya hay toreros haciendo política, entendiendo el concepto torero como el/la señoro/a que, cual espontáneo, salta al ruedo de la política sin otro capote que sus mitos, sus gritos y su escasa preparación; los Governs de Puigdemont o de Torra, en ese sentido, eran Governs de toreros; los de Ayuso, lo son; Rajoy era muy tauromaquia y mucho tauromaquia; Feijóo, cuando improvisa, y cuando no, parece el Niño del Botafumeiro, banderillero experimental–. Pero Vox València también ha conseguido las conselleries de Justícia y de Agricultura. Lo que no es mucho. Vox quería otras y más cachas. Educació y Serveis Socials. Es importante saber que ni las ha olido. Pero también es importante señalar lo que ha obtenido, y que supone el 8% del presupuesto. Es decir, poco, nada. Pero suficiente, mucho, demasiado para sus funciones. Sus funciones: el PP cede a Vox algo que Vox hará gratis –si descontamos el sueldo y las dietas–, en su imposibilidad de hacer, pongamos, gestión o política. Se trata de algo estructural. De lo estructural en el pacto, de su novedad: guerra cultural. 6- La guerra cultural –rampante, non-stop, 24h sur 24h, por importe del 8% del presupuesto, y que crispará hasta a un muerto, me temo– nacerá –frecuentemente, que no siempre– en los dominios de Vox, a través de un vicepresi que cada día abrirá la boca de la cara varias veces, y dos conselleries, sobre las que pivotará también el monocultivo de la guerra cultural. En caso de que esa guerra cultural emitida por Vox tenga repercusiones negativas, o no previstas, el PP, a su vez, solo tendrá que desmarcarse de ella y de Vox. Lo que es un win-win. Como ha sucedido, de hecho, con la primera guerra cultural emitida y no deseada completamente, contra el maltrato de género. Me dicen por el pinganillo que la guerra cultural será –inicialmente, que luego, cuando engrasan la máquina, va sola– a través de a) los aludidos conceptos género y maltrato de género. A través de b) retirar presupuestos y subvenciones –esto es importante: las nuevas extremas derechas no derogan leyes, sino presupuestos– para identificar el ADN de personas asesinadas durante el franquismo unplugged, un servicio y posibilidad que ofrecía la anterior Generalitat. A través de c) antipolíticas agrarias –en este caso no se pretende, me apuntan, valorar, al estilo C&L, la tuberculosis bovina como animal de compañía, sino potenciar el uso de químicos prohibidos por la UE–. Y, claro, el llenapistas, el top-one de la crispación: la cosa lingüística, jugar con la imposición de otra ortografía y otra gramática para el valenciano, un despropósito, en tanto que el PP de Zaplana, en 1995, aparcó, forever, esa polémica sobreexplotadaZzzzz, y ya muy lejana. La guerra cultural limita con varias líneas rojas, que impedirían que la guerra cultural evolucione a revolución extremo-derechista real 7- Es importante saber que esa guerra cultural limita con varias líneas rojas, que impedirían, en principio, que la guerra cultural evolucione a revolución extremo-derechista real, a un cambio del marco legal efectivo –salvo la aludida retirada de presupuestos y subvenciones en aquellas áreas en las que se quiera intervenir realmente y, claro, salvo los cambios en el sentido común colectivo, a través de raca-raca continuo–. Esos límites que no evitarán la confusión, el apasionamiento, la polarización y la crispación, pero sí, en principio, los cambios estructurales, son: a) el marco legal de la UE, y con él, el TEDH y el TSJE –MUY importante–, el b) marco legal estatal –si bien no necesariamente su CGPJ, ni su TS–, y c) el marco legal autonómico, en ocasiones. Sí, la labor legislativa en la CA puede resultar asfixiante en el País Valencià –recuerden el periodo 1995-2015–. En aquella época no existía, propiamente, la guerra cultural, sino su madre, la política de marcos y de bloques. Aun así, y pese al dominio del PP en aquella disciplina, el PP se limitó a lo suyo –el estraperlo; el estraperlo es la seña de identidad del PP, y más aún del levantino, cuya estética estrapelista le ahoga, que diría un Unamuno cachondo y revivido, lo que son, ahora que lo veo, dos imposibles–. El PP de allí y de entonces llegó al punto de protagonizar un enfrentamiento literal ante la Justicia europea, por una ley de pelotazo inmobiliario que atentaba contra todos los códigos, incluido el morse. Ese enfrentamiento, que el PP valenciano llevó al límite, no lo traspasó, recordémoslo. 8- La única novedad que aporta el pacto PP-Vox es la guerra cultural, OK. ¿Señalar eso es puerilizar a las extremas derechas? No. Es señalar que su gran apuesta y éxito es la guerra cultural, ese punto en el que transcurren las nuevas extremas derechas. Que no son el fascismo clásico, aunque integre, en ocasiones, a sus nietos. Lo que es, me temo, anecdótico. Son, sencillamente –¿sencillamente?–, la mayor amenaza actual sobre la democracia. Y están ganando. Precisan algo que ya existe en Estados Unidos, la UE, Sudamérica, Asia, tras varias décadas de neoliberalismo. Una sociedad con grandiosas diferencias de renta, sumamente polarizada y habituada a la locura y a la crispación cotidianas, al grito. Sobre la confusión, que esas derechas crean con esas guerras, elaboran sus políticas reales. Que suelen ser, debajo del ruido, a) el estraperlo, y b) una amenaza estructural a la sociedad, a su c) cohesión, y a la d) democracia. Debajo del ruido, los combates y los berridos de la guerra cultural, y debajo de las políticas ocultas tras todo ello, está la realidad. En este caso, me temo, el estancamiento salarial en el Estado con mayor retroceso en la convergencia salarial con Europa, a lo que se agrega una inflación –por aumento de beneficios de las empresas by the face– del 16% –mucho–, pero que es mucho más cuando pensamos que eso es solo una media, y que la inflación es mucho mayor, incalculable, dolorosa, una mordida, en las grandes ciudades, y que un inmigrante –son todos doctores en economía de la vida– con el que suelo hablar me ha demostrado con facturas que la inflación de alimentos es, respecto a 2020, de en torno al 50% en mi ciudad. 9- La guerra cultural no es una genialidad. La puede hacer todo el mundo. Es simple y barata y no precisa conocimientos o especial inteligencia. Es más, la inteligencia suele ser un lastre y límite para la disciplina. En CAT y MAD hay illuminatis que creen incluso que con esa disciplina extremoderechista se pueden emitir cosas sencillas y tiernas desde la izquierda. En el caso que nos ocupa, la extrema derecha esp, esa cosa formada por PP y Vox, la guerra cultural, tal y como se ha formulado en València, será tan intensa y extensa que puede no necesitar uniformidad, a condición de que reine también en MAD y en sus medios. Lo que ya sucede, sin victoria del PP en unas generales. Así, parece, en el País Valencià, la guerra cultural irá a tope, con Vox en el Govern. En Balears, también, si bien con otra forma. Con Vox fuera del Govern, pero detentando la presidencia del Parlament –lo que garantiza enviar al guano una institución democrática, así como un flujo constante de fakes y guerra cultural, como experimentaron los ciudadanos que disfrutaron de la trumpista Borràs en la presidència del Parlament de Cat, hasta que fue sentenciada por, sorpresa, delito de estraperlo–. Da igual, por eso mismo, lo que ocurra en Extremadura, donde incluso puede presidir la CA un sociata, mientras van dibujando a María Guardiola, una mezcla de compañera del metal, gobernadora de Alaska y Meloni y, por ello, un ser más meditado que un unicornio. En Aragón, en ese sentido, qué importa que esté Vox en el Gobierno, cuando se dispone de la iniciativa para la guerra cultural en la mayoría del Estado, de forma matizada y con la posibilidad de dar un paso atrás y echar la culpa a los chicos/as Vox si una guerra puntual sale mal una tarde. 10- Ahora que lo hemos dejado tan bajo, es el momento de hablar de Cat, ese festival del humor. Reír es importante porque reír es lo contrario y el antídoto de una guerra cultural, esa cosa tan seria, dramática y a vida o muerte. Pero ya si eso se lo cuento el próximo día, o esto sería más largo que la condena a un torero –extremo-derechista– / al otro lado del –extinto– telón de acero. AUTOR > Guillem Martínez Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). VER MÁS ARTÍCULOS
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