sábado, 8 de julio de 2023
Está claro !!!!
Yolanda Díaz o Santiago Abascal en la vicepresidencia del Gobierno: esa es la disyuntiva
Quienes duden sobre ir o no a votar, que se pregunten si es lo mismo que lo público esté condicionado por todo lo que representa la candidata gallega o por lo poco que defiende el hombre del Cromañón.
Por
Paco Álvarez
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Yolanda Díaz, en un acto. Foto: Sumar
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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.
«El pueblo solo es soberano el día de las elecciones», se quejaba el gran escritor gallego Castelao. Seguramente no le faltaba razón por entonces y seguramente esa idea se ha afianzado en estos tiempos, en los que la política está embadurnada por la distracción mediática y está regida por fuerzas telúricas que se mueven oscuramente en el subsuelo y que deciden el día a día de nuestras vidas sin pedirnos permiso por profanar derechos, conquistas, esperanzas…
Pero a los que me salen con eso de «Yo paso de la política» (y encima esperan que agradezca su comentario metiéndoles una zanahoria en la boca para premiar su buenrollismo y su supuesta neutralidad) suelo decirles algo así: «Tú puedes pasar de la política, pero la política no va a pasar de ti. La política tiene capacidad decisoria sobre tu salud, tu derecho a la educación, tu acceso a servicios y prestaciones básicas, incluso sobre tu memoria y sobre la memoria colectiva…».
Respeto a la gente de izquierdas que por su ideario nunca votó y no tiene intención de votar, pero me jode esa gente que alardea gratuitamente de que es apolítica, que presume de que pasa de la política (como si ello fuera un título de pureza y de libertad) y luego te viene a llorar cuando alguna decisión política les afecta.
Yo nunca he pasado de la política, siempre he votado y tengo intención de seguir haciéndolo. Las primeras elecciones en las que tenía edad para hacerlo me pillaron en el barrio madrileño de Aluche, donde compartía piso con otros tres estudiantes durante mi primer curso de la carrera de Periodismo en la Complutense. Por si la emoción de votar por primera vez no fuera suficiente, me ofrecí como apoderado de la candidatura al Parlamento Europeo que encabezaba Santiago Carrillo. Fue una jornada complicada: el compañero al que acompañaba como apoderado en aquel colegio electoral tuvo un problema de salud y lo evacuaron en ambulancia, así que me quedé solo tratando de que no me desbordaran las urnas que tenía que monitorizar, mi timidez juvenil y las miradas hostiles de algunas personas cuando veían que en la credencial que llevaba al cuello había una hoz y un martillo.
Con todo, para mí fue una experiencia inolvidable. Porque era consciente de que aquel gesto sencillo de meter una papeleta en una urna suponía el ejercicio de un derecho, de un placer, que mi abuelo Francisco, humilde republicano de Cueru, en el concejo asturiano de Candamu, solo había podido practicar en la brevísima primavera tricolor de la Segunda República. Y porque era consciente de que mi madre, Natividad (trabajadora del servicio doméstico, como se decía entonces), y de que mi padre, Julio César (obrero de la construcción), habían perdido los mejores años de su vida bajo el silencio del franquismo, sin que les reconocieran el derecho a decidir nada.
Esa España de la negación y el silencio es la que representa a día de hoy el partido fascista Vox, que acude a las urnas representado por los herederos de aquellos que cuando no fueron capaces de llenar las urnas de votos afines a los señoritos decidieron llenar las cunetas de cadáveres obreros, con el golpe de Estado franquista y con el respaldo de los ejércitos genocidas de Adolf Hitler y de Benito Mussolini. Qué triste sería que esos fascistas que nunca creyeron en las urnas logren en ellas la legitimidad el próximo día 23 para borrar la memoria y para cancelar derechos.
No es necesario votar con entusiasmo. El entusiasmo es un bien escaso en la vida (a mí no me sobra últimamente). Quizás es más importante votar con esperanza. O votar con rebeldía. O votar con lealtad a la honestidad que representaron quienes nos precedieron. O votar coherentemente con lo que representamos. O votar simplemente siguiendo la letra de Pablo Milanés: «La vida no vale nada si, en fin, lo que me rodea no puedo cambiar».
Pero es necesario votar, gente. En las elecciones del 23J la lista más votada será la de Pedro Sánchez o la de Alberto Núñez Feijoo, pero quienes condicionarán las políticas de uno u otro signo serán las candidaturas que representan Yolanda Díaz o Santiago Abascal. La disyuntiva es así de sencilla: habrá una vicepresidenta llamada Yolanda o habrá un vicepresidente de los tiempos del hombre de Cromañón llamado Santiago.
Como dije unos párrafos atrás, yo tengo el vicio de votar. Y voto siempre con la mano izquierda. El 23J votaré a Sumar.
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