lunes, 26 de enero de 2009

Y vá de alfombras.

Llegó el tiempo de dar paso a las aspiradoras.

A levantar las alfombras, que vienen los auditores
Agustín Marco
finanzas.com
26/01/2009 - 08:27


Con mucho cuidado, intentando no elevar la voz y evitando el dramatismo, nuestros grandes directivos empiezan a quitarse la careta. Casi como a Solbes y Zapatero, les ha costado año y medio admitir la realidad, pero ahora han comenzado a admitir que no son ni tan sólidos, ni tan solventes, ni tan inmunes al tsumani mundial como nos trataron de hacer creer hasta hace bien poco.
Algunos lo hacen en silencio, haciendo bueno aquello del que calla otorga. Otros, los que no tienen más remedio de acudir a algún acto oficial, diciendo en voz baja lo que desde alguna tribuna, como esta, venimos advirtiendo desde hace meses. No por afán de jugar a profeta o a agorero, sino por la creencia de que sabiendo dónde estamos en realidad es más fácil tomar las decisiones adecuadas para salir del agujero.
Los últimos en hacerlo han sido el consejero delegado de Banco Sabadell, José Guardiola, y el director general de La Caixa, Juan Maria Nin. Ambos han admitido que la banca española tiene una salud más delicada de lo que todos los grandes banqueros han vendido hasta la fecha y que no se descarta -es decir, se contempla- la necesidad de recapitalizarla, ya sea de forma privada o con la compra de participaciones por parte del Estado.
Es decir, que en España va a ocurrir, por otros motivos, lo que ya ha sucedido en Estados Unidos, en Alemania y en el Reino Unido, pero con seis o doce meses de retraso. Son palabras casi textuales de Nin, un veterano de la banca española, un ejecutivo afable y bastante pegado a calle -su negocio son los particulares y las pymes-, de los pocos que ha admitido haber gestionado el riesgo, una obviedad que muchos han negado.
Pero ¿por qué admiten ahora que lo que les viene doliendo desde hace tiempo no es una pierna, sino el corazón, que ya no bombea sangre?. Muy sencillo. Porque en los tres primeros trimestres del pasado año gran parte de las compañías han jugado con la contabilidad para no reconocer que su salud flojeaba a una velocidad de vértigo y que sus cuentas andaban tiritando, especialmente las de la banca, infectadas por tanto impago de los promotores.
Lo hacían porque confiaban en que o que Solbes tuviera razón o que el tsunami, creado por ellos mismos, remitiera. Lo primero era difícil porque ya saben que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo y lo segundo imposible porque el juguete diabólico es de tal dimensión que ya no saben cómo dominarlo.
Pero ahora resulta que llega el auditor con traje de policía y a este no se le puede engañar. Se acabaron los artilugios y no queda otra que hacerse una resonancia, que no una radiografía, y enseñar las vergüenzas. Es hora de sacar la patita y preparar a ahorradores y accionistas para que no se asusten cuando en pocos días se conozcan los resultados del conjunto del año. Los va a haber y de los gordos porque los auditores, en su obligada revisión anual, tienen que verificar esos números y no queda más remedio que levantar las alfombras.
Tras lo de Enron, que se llevó por delante a Arthur Andersen, no creo que caigan en la tentación de ser cómplices.

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