sábado, 20 de junio de 2009

Los niños del futbolín.

Millonarios de postín....jejejeje.

El elevado nivel y el rápido crecimiento de los ingresos de las estrellas del fútbol profesional despiertan pasiones. Éstas tienen dos principales dimensiones: la primera se refiere a las implicaciones económicas y competitivas para la propia industria del balompié; la segunda se centra en la descalificación moral de los altos salarios obtenidos por los jugadores, cuya aportación a un supuesto bienestar general sería inferior al de las enfermeras, los profesores o los policías, por citar algunas ilustres profesiones con salarios desproporcionadamente más bajos que los obtenidos por quienes viven de pegar patadas a un balón.

Sin embargo, estas objeciones tienen una base poco consistente y, además, no son aplicables al conjunto de los trabajadores del balompié, sino tan sólo a su elite. La mayoría de los futbolistas no son Cristiano Ronaldo o Kaká, quienes en cualquier caso no obligan a nadie a adquirir sus servicios.

¿Remuneración adecuada?


Sin necesidad de entrar en un interminable y estéril debate ético, el análisis económico ofrece suficientes instrumentos para enfocar la cuestión desde parámetros racionales. Una vía de aproximación al problema es considerar la fijación de las retribuciones salariales de los futbolistas de la misma manera que se determinan en cualquier otro mercado laboral, es decir, como una interacción de las fuerzas de la oferta y de la demanda. Si un club busca maximizar sus beneficios, el salario más alto que estará dispuesto a ofrecer a un jugador será igual a la cantidad que éste podría añadir a los ingresos de aquel si fuese contratado. Si el futbolista percibe una remuneración superior a su productividad marginal (PM), los beneficios obtenidos por el club serán menores a los que hubiese logrado de no haberlo fichado.

En un mercado laboral liberalizado, el salario del futbolista es la conexión entre su PM con el club A y la siguiente más elevada PM, que podría obtener si decidiese fichar por otro equipo. El club para el cual el jugador es más valioso, estará dispuesto a pagar más que los demás y, a la vez, espera incrementar sus ingresos si logra ficharle. En este marco, el salario reserva del futbolista no es el que obtendría si decidiese abandonar su profesión. Esto sucedía cuando los profesionales del balompié estaban atenazados por cláusulas que le impedían vender sus servicios a otros equipos aunque su contrato con el que jugaban hasta ese momento se hubiese extinguido. Ahora, su salario reserva es el que obtendría si ficha por un equipo alternativo de la liga nacional o de otras ligas extranjeras. Por ello, los ingresos de los jugadores tienden a ser más elevados. Tienen la posibilidad de apropiarse de una mayor parte del valor añadido que incorporan a sus clubes porque éstos se ven sometidos a la presión competitiva de sus rivales. Esta dinámica opera tanto si los clubes se articulan como sociedades sin ánimo de lucro como si lo son. En cualquiera de esos dos casos, la maximización de su utilidad es el triunfo en la competición y, para ello intentan comprar los mejores futbolistas disponibles

Los cambios tecnológicos
Un espectador imparcial dirá que el anterior planteamiento explica por qué el precio del factor trabajo en el mercado futbolístico ha presentado una trayectoria alcista, pero también dirá que eso no responde a la pregunta de por qué los galácticos cobran cantidades siderales. El análisis económico de las superestrellas resuelve la cuestión. Los avances tecnológicos y, sobre todo, la llegada de la televisión de pago han permitido que el fútbol sea capaz de llegar simultáneamente a muy amplias audiencias sin incurrir en un aumento paralelo de los costes de producción. Los jugadores del Real Madrid, del Barcelona o del Milán, por citar algunos ejemplos emblemáticos, hacen el mismo esfuerzo y el club soporta los mismos costes de personal si los partidos se disputan en un estadio semivacío o ante una gran audiencia de televisión. Sin embargo, la rentabilidad del espectáculo es muy distinta en uno y en otro caso -ver Rosen S, "The Economics of Superstars", American Economic Review, 71, 1981-.

La tecnología audiovisual presenta características similares a las empleadas para ofertar determinados bienes públicos -la defensa- cuyos costes de producción no dependen del número de individuos que los consumen, pero presenta una diferencia sustancial. En el fútbol no hay problemas de free-rider que impidan al vendedor apropiarse de una compensación por suministrar el servicio. Quienes no compran una entrada o no pagan la suscripción televisiva, no ven el partido. Ante este panorama, los sucesivos movimientos hacia la liberalización del mercado laboral del fútbol han incrementado la capacidad negociadora de los profesionales del balompié permitiéndoles apropiarse de una proporción más elevada de las rentas recibidas por los clubes.

Antes de la introducción de la televisión de pago, los partidos que despertaban más expectación eran retransmitidos en abierto. Esto proporcionaba grandes audiencias a las televisiones, pero impedía a los clubes apropiarse el precio de proporcionar ese servicio individual a los televidentes. Al mismo tiempo, una fuente de crecientes ingresos para los equipos de fútbol es la comercialización de productos para las masas ligados a la imagen de sus estrellas, lo que una vez más proporciona a éstas una potencia negociadora adicional. En suma, la innovación tecnológica en la televisión y la comercialización masiva explican y justifican los altos salarios de los astros del balompié, y también una mayor ventaja competitiva de los grandes clubes frente a los pequeños, ya que los primeros tienen más atractivo para las audiencias televisivas porque también lo tiene su marca.

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