Del canto al diálogo
Música
21 DE SEPTIEMBRE DE 2010 - NÚMERO: 963
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«La flauta mágica es, junto al Hamlet de Shakespeare y a la Gioconda de Leonardo, el tercer gran enigma de nuestra cultura». La afirmación del germanista Peter von Matt resume a la perfección el aura de misterio que, desde su nacimiento, envuelve la última ópera de Mozart. Ninguna creación musical ha suscitado tantas interpretaciones y lecturas. Fábula moral, cuento masónico, alegoría metafísica, divertimento popular: todo esto, y más, es La flauta mágica. Las múltiples fuentes de las que echaron mano Mozart y su libretista Schikaneder (el poema caballeresco, el cuento de hadas, la comedia del arte, el esoterismo oriental) parecen conjurarse para crear una trama laberíntica, una densa selva de imágenes y símbolos que eluden cualquier lectura resolutiva. Durante el Romanticismo y buena parte del siglo XX, muchas de las contradicciones de la Flauta se resolvieron estableciendo una separación neta entre el libreto de Schikaneder -tachado de mediocre e incongruente- y la música -sublime- de Mozart. Un reflejo de esa actitud se encuentra todavía en las históricas grabaciones de Klemperer y Karajan en Emi, donde las partes dialogadas son eliminadas por completo como si se tratara de un apéndice inútil. Los registros realizados a partir de los años sesenta supusieron un cambio de actitud significativo aunque tímido: se reintegraban los diálogos, aunque reducidos a la mínima expresión por medio de drásticos tijeretazos. Solo en tiempos recientes se ha empezado a rehabilitar el vilipendiado texto de Schikaneder y estudiosos como Wilhelm Seidl o Jan Assmann lo consideran ahora un elemento imprescindible para la comprensión global de la obra. Efectos sonoros Restablecer el libreto de Schikaneder en su totalidad es precisamente el punto de partida de la reciente aproximación a la Flauta mágica de René Jacobs. Como consecuencia más inmediata, la proporción entre música y prosa se modifica notablemente. La ópera se acerca a las tres horas de duración y su fisonomía va asemejándose a la de una pieza teatral con números musicales. No es éste el primer registro que ofrece los diálogos completos. Ya lo hicieron las pioneras y subestimadas versiones de Norrington (Virgin, 1991) y Östman (L´Oiseau Lyre, 1993), pero ninguna de ellas iguala el grado de fantasía desplegado aquí en el tratamiento de las partes habladas. La entrega y la habilidad actoral de los cantantes contribuyen a que la acrecentada amplitud de los diálogos no represente un obstáculo tampoco para el oyente de habla no alemana. No menos sugerente resulta el propósito de «ambientar» la acción con la frecuente inclusión de efectos especiales (estruendos, truenos, goteos de agua, vientos, cantos de pájaro) sugeridos en el texto o en la partitura, lo que devuelve a la Flauta su naturaleza de espectáculo popular, donde lo mágico y lo prodigioso están en primer plano. Flexibilidad rítmica Esta Flauta llega al disco después de pasar previamente por el escenario (Festival de Aix-en-Provence de 2009), y ello se nota en el sentido dramático que destila cada instante. Jacobs escoge tempi por lo general rápidos, otorgando a la música una viveza que no está reñida con la intensidad emotiva. El director hace gala en todo momento de una gran flexibilidad rítmica. Como en el arranque, sorprendentemente lento, del dúo entre Papageno y Papagena, que Jacobs se encarga luego de acelerar progresivamente. En el apartado instrumental cabe destacar la extraordinaria aportación orquestal de la Akademie für Alte Musik, con instrumentos originales. Donde Jacobs suele despertar mayores reticencias es en la elección del reparto vocal, y esta Flauta no constituye una excepción. Al director belga le gusta trabajar con voces jóvenes y livianas, capaces de adaptarse a sus peculiares enfoques interpretativos. No faltará quien, por ejemplo, ponga reparos al Tamino de Daniel Behle o al Sarastro de Marcos Fink, desprovisto de la solemnidad de otros intérpretes. No obstante, la ausencia de voces de marcada personalidad tiene su compensación en el trabajo de equipo y en la homogeneidad del conjunto. Y aunque es cierto que ningún cantante deslumbra, todos cumplen con solvencia. En la última década, René Jacobs se ha coronado como uno de los directores mozartianos más interesantes y originales del panorama musical. Intérprete inteligente y nunca convencional, sus novedosos enfoques suelen fundamentarse en criterios sólidos y poseen, por encima de todo, una indiscutible musicalidad. A finales de los noventa, sorprendió a todos con un Così fan tutte chispeante y teatral. Repitió la hazaña años más tarde con unas Bodas de Fígaro frenéticas y endiabladas, para cerrar la trilogía dapontiana con un Don Giovanni atractivo pero desigual. Convincente ha sido también su exploración de la ópera seria mozartiana (Idomeneo, Clemenza di Tito). Con La flauta mágica acomete ahora la vertiente del singspiel y los resultados le acompañan una vez más. Quienes escuchen esta nueva versión, encontrarán en ella una multitud de detalles novedosos y reveladores, fiel reflejo de una visión muy personal de la obra.
Restablecer el libreto de Schikaneder en su totalidad es precisamente el punto de partida de la reciente aproximación a la Flauta mágica de René Jacobs. Como consecuencia más inmediata, la proporción entre música y prosa se modifica notablemente. La ópera se acerca a las tres horas de duración y su fisonomía va asemejándose a la de una pieza teatral con números musicales. No es éste el primer registro que ofrece los diálogos completos. Ya lo hicieron las pioneras y subestimadas versiones de Norrington (Virgin, 1991) y Östman (L?Oiseau Lyre, 1993), pero ninguna de ellas iguala el grado de fantasía desplegado aquí en el tratamiento de las partes habladas. La entrega y la habilidad actoral de los cantantes contribuyen a que la acrecentada amplitud de los diálogos no represente un obstáculo tampoco para el oyente de habla no alemana. No menos sugerente resulta el propósito de «ambientar» la acción con la frecuente inclusión de efectos especiales (estruendos, truenos, goteos de agua, vientos, cantos de pájaro) sugeridos en el texto o en la partitura, lo que devuelve a la Flauta su naturaleza de espectáculo popular, donde lo mágico y lo prodigioso están en primer plano.
Flexibilidad rítmica
Esta Flauta llega al disco después de pasar previamente por el escenario (Festival de Aix-en-Provence de 2009), y ello se nota en el sentido dramático que destila cada instante. Jacobs escoge tempi por lo general rápidos, otorgando a la música una viveza que no está reñida con la intensidad emotiva. El director hace gala en todo momento de una gran flexibilidad rítmica. Como en el arranque, sorprendentemente lento, del dúo entre Papageno y Papagena, que Jacobs se encarga luego de acelerar progresivamente. En el apartado instrumental cabe destacar la extraordinaria aportación orquestal de la Akademie für Alte Musik, con instrumentos originales.
Donde Jacobs suele despertar mayores reticencias es en la elección del reparto vocal, y esta Flauta no constituye una excepción. Al director belga le gusta trabajar con voces jóvenes y livianas, capaces de adaptarse a sus peculiares enfoques interpretativos. No faltará quien, por ejemplo, ponga reparos al Tamino de Daniel Behle o al Sarastro de Marcos Fink, desprovisto de la solemnidad de otros intérpretes. No obstante, la ausencia de voces de marcada personalidad tiene su compensación en el trabajo de equipo y en la homogeneidad del conjunto. Y aunque es cierto que ningún cantante deslumbra, todos cumplen con solvencia.
En la última década, René Jacobs se ha coronado como uno de los directores mozartianos más interesantes y originales del panorama musical. Intérprete inteligente y nunca convencional, sus novedosos enfoques suelen fundamentarse en criterios sólidos y poseen, por encima de todo, una indiscutible musicalidad. A finales de los noventa, sorprendió a todos con un Così fan tutte chispeante y teatral. Repitió la hazaña años más tarde con unas Bodas de Fígaro frenéticas y endiabladas, para cerrar la trilogía dapontiana con un Don Giovanni atractivo pero desigual. Convincente ha sido también su exploración de la ópera seria mozartiana (Idomeneo, Clemenza di Tito). Con La flauta mágica acomete ahora la vertiente del singspiel y los resultados le acompañan una vez más. Quienes escuchen esta nueva versión, encontrarán en ella una multitud de detalles novedosos y reveladores, fiel reflejo de una visión muy personal de la obra.
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