jueves, 18 de abril de 2013

A los Vivítopes....


¿Por qué se bautiza con champán en las botaduras?



La respuesta a la pregunta formulada en el titular es simple, pues, al igual que la mayor parte de Europa, hemos heredado la liturgia de la botadura vía Francia. Y ya se sabe qué bien saben vender sus productos estos galos. También ha influido que se pusiera de moda en Estados Unidos a principios del siglo pasado, por ser una bebida asociada a la gran vida y a lo festivo.
Que conste que ha habido intentos de españolizar el asunto como el deMaría Cristina, la Reina Gobernadora, que bautizó algún buque de guerra repudiando el champán en favor del vino de Jerez. Debemos tener en cuenta que en otras épocas producíamos champán español y no cava como en la actualidad.

(Foto: Botadura en Bilbao del 'Infanta María Teresa'. | Comba)
Sea espumoso o no -orgullos nacionales aparte-, lo realmente importante, como veremos más adelante, es que sea vino. Y estallar la botella contra el barco es sólo una parte de un todo. Para realizar un bautizo/botadura en condiciones, se precisa de otros muchos elementos.
Lo primero es convocar a un público numeroso. Esto es muy necesario para crear ambiente, pues a la gente le encantan estas cosas de aplaudir y vitorear. En el caso de que seamos religiosos precisaremos de los servicios de un sacerdote para que, hisopo en mano, bendiga la embarcación, dándole un plus de solemnidad mistérica al acto. Habremos buscado también una madrina, cuanto más notable mejor, que será la encargada de bautizarlo y lanzará la famosa botella de champaña contra la quilla o el casco de la embarcación. Lógicamente se habrá elegido un buen nombre, pues es costumbre arraigada el no cambiarlo aunque el barco, en el transcurso de su vida, vaya teniendo diferentes armadores.
Todo lo anterior será convenientemente aderezado con unos bonitos discursos y a ser posible amenizado por una buena banda de música. Por último, una vez acabada la ceremonia, se suele convidar a comer a una selección de ilustres invitados. Puede gustar mucho, por ejemplo, almorzar en la nave del astillero donde se ha construido el navío.

(Foto: Almuerzo tras una botadura en los astilleros de Nervión. | Comba)
Pero como suele pasar, todo este tinglado no se monta porque sí y comprobaremos como transciende lo que es la pura celebración. Sabemos que en muchas culturas ha existido, y todavía existe, algún tipo de ritual que se lleva a cabo al botar una embarcación. Parece oportuno tratar de ganar, a través de una ceremonia, tanto la benevolencia de determinada deidad como su favor para con la embarcación y tripulación.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría, por lo menos en la antigüedad, adentrarse en los dominios de Poseidón o Neptuno sin llevar a cabo una ofrenda en condiciones. Es por esto que los diferentes pueblos del Mediterráneo sacrificaban animales a sus dioses protectores. Los Vikingos, en cambio, siempre tan exagerados y brutotes, preferían inmolaciones humanas y se cargaban a algún pobre infeliz para estas ocasiones. El caso era derramar sangre, pues como es sabido era la única manera de agradar a los dioses.
Menos mal que en algún momento, por influencia cristiana, a alguien del Mare Nostrum, se le ocurrió mudar la sangre por vino, pues a más de ser menos cruento, resulta cromáticamente parecido y lo más importante, se demostró que esta libación también complacía a las divinidades. Además, como suele suceder en estas cosas místicas, parece ser que después del ritual se organizaba un banquete donde seguramente darían buena cuenta del vino sobrante de la ofrenda, que ya se ocuparían los celebrantes de que fuera abundante.
Por lo tanto podríamos afirmar, que en la actualidad cuando se organiza la botadura de un barco, aparte de lo festivo del acto, repetimos de manera inconsciente ese deseo ancestral de querer proteger tanto al barco como a su dotación de cualquier posible mal o infortunio.
(Nota para futuras madrinas: Para evitar sustos y pleitos con el público o incluso los invitados, se recomienda vivamente la costumbre de controlar la trayectoria de la botella envolviéndola en una red y atándola con una cuerda a la embarcación. Esta precaución se empezó a tomar para evitar que algún espectador, llegado un accidente, se querelle contra la madrina. Es lo que precisamente le sucedió a aquella princesa inglesa, que a la hora de bautizar una embarcación, lanzó la botella con tanto ímpetu como mala puntería, alcanzando a un infortunado espectador y casi lo bota, sí, pero al más allá.)
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