jueves, 3 de octubre de 2013

Revolcones?

Economía y política: es necesario un cambio radical para enfrentarse a la crisis

Alfonso Prieto es miembro de Economistas Frente a la Crisis
El proceso de degradación de la política en España, también presente con diferentes matices e intensidad en el resto de Europa, se hace más evidente con la irrupción de la crisis hace ya cinco años, pero viene de más lejos.
Parece una maldición que con la desaparición de la generación de políticos que coincidieron en la dirección de los principales países de la Unión Europea entre el inicio de la década de los años ochenta y la mitad de la década siguiente, sus sustitutos dieran claras muestras de incapacidad para afrontar de forma adecuada la solución de los problemas que surgieron con la globalización que irrumpió tras la caída de la Unión Soviética y la desaparición del mundo bipolar. En efecto, las elites políticas, tanto conservadoras como progresistas, con las matizaciones necesarias a las que obliga eludir equiparaciones imposibles (como en el caso de España), parecen sufrir una pérdida de “calidad” y adecuación por su incapacidad ante los retos a los que deben enfrentarse. El final del Siglo XX y lo que llevamos cumplido del actual pone en evidencia esta aseveración.
Como muestra la historia, las fuerzas políticas en cada momento histórico se polarizan en torno a una cuestión central: en estos últimos años, el mantenimiento versus destrucción del estado del bienestar, especialmente del modelo social europeo, en el que, obviamente, ponemos nuestra atención. Lo primero que cabría señalar es que las posiciones conservadoras está ganando por goleada en su empeño destructivo, ante la incapacidad de la socialdemocracia y otras fuerzas  progresistas, que no encuentran su rumbo en el mundo globalizado. Entonces, ¿deberíamos hablar de la adecuación y eficacia de los conservadores europeos para el logro de sus propósitos y de que la degradación solo estaría afectando a las fuerzas de progresistas? No parece que sea el caso, a pesar de algunas apariencias.
No se trata solo de poner la atención en la acumulación de riqueza en unas cada vez más reducidas elites del mundo financiero y sus aledaños (el famoso 1%), que es, en sí misma, la razón para poner en cuestión lo que está ocurriendo a escala global. Es el aumento imparable de la desigualdad en el 99% del resto de la población mundial, desigualdad que crece de forma arrolladora en el caso de los países desarrollados y que hace inviable el sistema sobre el que se asienta este modelo que se está imponiendo contra la inmensa mayoría, lo que debería hacerlo imposible.
De qué forma los sistemas políticos en el mundo desarrollado están contribuyendo a la voladura de los equilibrios que venían funcionando desde el final de la II Guerra Mundial, con grandes avances en distintos ámbitos, que favorecían la convivencia social a partir de un reparto de la renta, si no equitativo, sí suficiente para producir un funcionamiento equilibrado de las sociedades occidentales, que dio lugar a los mayores avances sociales y económicos de la historia en esos países. Esta es la cuestión central que debe ocuparnos a la hora de analizar lo que nos está pasando. Porque, en principio, no parece muy lógico que sean las organizaciones políticas que están poniendo en cuestión el bienestar de las mayorías los que cuenten con un mayor apoyo social. Pero es lo que está ocurriendo. Al menos hasta ahora y de forma muy clara en la sociedad española. Pero también en otras: Portugal y Grecia, de manera más evidente.
Lo llamativo es que para llevar adelante estas políticas, las fuerzas políticas conservadoras en España, y en otros países, estén seleccionando a políticos abiertamente incompetentes. Descaradamente inadecuados. ¿Por qué? Una explicación podría ser que, ante el desmantelamiento que ha sufrido la izquierda en estos años, las elites de la derecha no necesitan de sus “mejores figuras”, que estarían desarrollando sus actividades en el mundo de los negocios, convertido en el sistema de apropiación de rentas ajenas que ha dado lugar a la situación por la que estamos atravesando. Cualquiera valdría para desarrollar una política que simplemente se dirige al desmantelamiento del estado del bienestar y su paso a manos privadas, para convertirlo en otro negocio más y en la vía que permitirá que la desigualdad siga creciendo. ¿Hasta cuándo podrá seguir esta forma de “gobernar”?
Sería esta teoría la que explicaría que un inepto absoluto como Rajoy pueda presidir el gobierno en nuestro país, rodeado de un grupo de ineptos labrados a su imagen y semejanza. Y ante este estado de cosas, la izquierda habla, parlotea, discute, se divide, se enfada… Y la ciudadanía bastante tiene con ocuparse de llegar de mala manera a fin de mes, entre crecientes dificultades y desamparada ante el espectáculo al que tiene que asistir, viendo a sus hijos consumirse en el desempleo que todos calificamos de inadmisible. La derecha tiene su modelo, disparatado cortoplacista (en principio, ya se verá), pero la izquierda parece carecer de toda idea de qué quiere que sea el país, de qué hacer para que, al menos, se alivie la situación, esa situación inadmisible para la inmensa mayoría.
Resulta descorazonador asistir al comportamiento de los partidos socialdemócratas europeos, en Francia, Alemania y Holanda, inanes o abiertamente alineados contra el estado del bienestar, como es el caso holandés, que hace decir al nuevo monarca de los Países Bajos que el estado de bienestar es insostenible y hay que ir hacia una sociedad “participativa”. Esta miserable declaración parece no merecer ninguna respuesta de los partidos “hermanos” del resto de Europa. Ahora, ante el resultado de las elecciones alemanas, el SPD se configura como el aliado de Merkel para seguir aplicando las políticas austericidas que están empobreciendo a amplias capas de la población de numerosos países.
Y si a alguien le quedaban dudas sobre los límites a los que están dispuestos a llegar, o sobrepasar, en la destrucción no precisamente creadora, la modificación que se pretende del sistema público de pensiones en España deja meridianamente claro que van a por todas, aunque para ello tengan que sumir en la pobreza a millones de ciudadanos que ya perciben unas magras pensiones. Porque aunque el país sea una ruina, seguirá siendo “suyo”, que es de lo que se trata. Estos objetivos tan miserables, que negarán y esconderán detrás de las mentiras que haya que decir cuando se acerquen las elecciones, es lo único que contiene el plan de la derecha reaccionaria, representada por los citados ineptos, pero que para devastar el país se bastan y sobran.
Es verdad que las protestas son crecientes y ya algunos ministros encuentran serias dificultades para presentarse en público y tienen que suspender actos en los que pretendían esconderse en el débil escudo que hoy representa la desprestigiada Familia Real. Qué lejos queda, y qué impensable resulta hoy, la figura de William Beveridge, un liberal que contribuyó decisivamente al desarrollo de las políticas sociales, impulsor en 1942, cuando Londres sufría los bombardeos alemanes, de las primeras leyes de protección por desempleo de los trabajadores británicos. ¿Puede alguien imaginar hoy alguna figura política entre los conservadores europeos o españoles de la altura moral de Beveridge?
Ante esta ausencia, es preciso actuar. Es necesario forzar un pacto de las fuerzas progresistas que impida la continuación de este proceso de degradación económica y social que es claro que lleva, inevitablemente, a la ruina del país. Pero, para eso es necesario que aparezcan figuras con la altura moral y profesional que les faculte para proponer al país un rumbo diferente, sabiendo lo que hay que hacer para que los objetivos que deben fijarse puedan alcanzarse, antes de que el país se desangre. El problema es que un pacto de estas características requiere que la selección interna de los partidos funcione de una forma más democrática y abierta y que la política atraiga a las personas más idóneas para este empeño.
Ante el reto que España y Europa tienen por delante no valen  planteamientos cortoplacistas e ineficaces. Es necesario que los partidos emprendan procesos de apertura a la sociedad, de transparencia de su vida interna, de cercanía con los verdaderos problemas a los que se enfrentan los ciudadanos día a día. No es posible que sigamos asistiendo al enriquecimiento de las minorías mientras la ciudadanía no encuentra medios para salir de la insoportable situación a la que se ve sometida. No debería permitirse que el rescate de la banca se haga a costa de los contribuyentes, a la vez que los servicios públicos van desapareciendo para convertirse en negocio, con la justificación de que son insostenibles. No puede ser que todos estemos trabajando para que los bancos recuperen sus ganancias, puestas en cuestión por la forma en que se comportaron en los años anteriores al colapso, en los que ya obtuvieron pingües beneficios. Es preciso acabar con este estado de cosas. La inacción nos convierte en súbditos de los poderosos y de los triunfantes delincuentes de cuello blanco.
¿Cómo es que no estamos ya en esa tarea ineludible?

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