Europa vuelve a decepcionar y
ya se habla de una 'década perdida'
El repunte de la zona euro después de una prolongada recesión perdió fuerza en el tercer trimestre, intensificando los temores de que el bloque esté en medio de una "década perdida" caracterizada por estancamiento económico, desempleo y descontento político.
Aunque se espera que el crecimiento mejore ligeramente el año entrante, la zona euro está muy lejos de recuperar el nivel de producción y empleo que tenía antes de que se desatara la crisis financiera y económica.
Los años de recesión y la erosión de las redes de seguridad social debido a los programas de austeridad, están provocando un rechazo hacia la clase política de Europa. Se anticipa que los votantes castiguen a los principales partidos en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, donde los movimientos de protesta, como los de extrema derecha e izquierda, podrían lograr grandes avances en la región.
La débil recuperación se siente como una recesión permanente en gran parte del continente. La sensación es particularmente aguda en los endeudados países del sur, como España y Grecia, donde las familias y los gobiernos pasan apuros para pagar deudas gigantescas en un momento en que sus ingresos están bajo presión.
"La preocupación es el sentimiento dominante", reconoce Alain Fontaine, propietario del restaurante Le Mesturet, en el centro de París. El empresario decidió aplazar los planes de renovación del local, al igual que los aumentos de sueldos de sus empleados. Fontaine está nervioso por la demanda de los consumidores y futuras alzas de impuestos.
El Producto Interno Bruto de los 17 países que forman la zona euro creció apenas 0,1% en el último trimestre, 0,4% anualizado, según datos publicados el jueves. Se trata de una desaceleración drástica en comparación con el segundo trimestre, cuando las autoridades económicas albergaban la esperanza de que lo peor de la crisis hubiera pasado.
La titubeante recuperación indica que la crisis del bloque no ha acabado, sino que está cambiando de naturaleza. Las turbulencias de los mercados financieros que amenazaron con desmantelar el euro entre 2010 y 2012 se han mantenido bajo control desde que el Banco Central Europeo prometiera el año pasado que haría "lo que fuera necesario" para salvar el euro. No obstante, la sensación de malestar crónico que persiste es más difícil de abordar.
La debilidad de la demanda y la inflación baja aparecen como obstáculos difíciles de salvar para que la zona euro genere el crecimiento que necesita para reparar las finanzas de sus bancos, consumidores y gobiernos.
Tampoco existe una solución de política directa. Las tasas del BCE cercanas a cero no parecen estimular el crédito ni la inversión.
Las autoridades económicas de Europa rechazan las referencias a una década perdida, un término que se utilizó para describir las crisis de la deuda externa de América Latina en los años 80 y el estancamiento japonés en los 90. "Si uno se fija en la zona euro desde una distancia, se da cuenta de que los fundamentos en esta área son probablemente los más fuertes en el mundo", dijo la semana pasada Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo y mencionó la reducción de las deudas soberanas y los altos superávits comerciales.De todos modos, muchos economistas señalan que esas dos características son, más que fortalezas, síntomas de problemas más amplios: una política fiscal demasiado inflexible en un bache y la falta de demanda en Europa. A otras grandes economías, incluida Estados Unidos, les preocupa que Europa no esté cumpliendo su papel a la hora de sostener el crecimiento global.
Casi ningún país de la zona euro registró un crecimiento dinámico en el último trimestre, lo que echó por la borda los comentarios sobre una Europa que se expande a dos velocidades. Incluso Alemania apenas creció 0,3% el trimestre pasado, o un 1,3% interanual, conforme la débil demanda en el continente y el desigual crecimiento global perjudicaron sus exportaciones.
Alemania, el único país que según muchos economistas podría dar un impulso a sus vecinos, se resiste e incluso se ofende ante los llamados internacionales para que aumente su gasto público y privado. El país sigue aferrado a su costumbre de consumir mucho menos de lo que produce, lo que hace que dependa del consumo del resto del mundo.
La oposición de Alemania a los planes de estímulo del BCE también está ahondando las divisiones entre los miembros de la zona euro, poniendo de manifiesto las diferencias de cada uno sobre cómo dirigir una economía.
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