Marcelo
El expresidente del Principado y candidato a la reelección como senador del PSOE, Vicente Álvarez Areces, elogia en esta tribuna la figura del histórico socialista Marcelo García
MARTES 15 DE DICIEMBRE DE 2015
Recuerdo a Marcelo, en los últimos días de su vida, en la Casa del pueblo de Gijón, en sus tertulias diarias, conviviendo con los jóvenes que se mueven como el pez en el agua entre el post y el twit, pendientes de las pantallas y las redes sociales. Porque, en las viejas casas del pueblo, aún pervive otra manera de ver el socialismo, ese que mete los ojos entre los periódicos, critica y analiza la realidad cambiante, fraguando un contraste de tiempos entre lo que estamos viviendo y lo contemplado desde la distancia del tiempo. El socialismo de viejas vietnamitas, el de verdades económicas y plusvalías, marxista y demócrata, el de la verdad crepuscular que vive pendiente de las grandes ideas.
Marcelo García era de estos últimos, de esos que aspiraban a la igualdad de todos los hombres: socialista, obrero, español, el de la casa del pueblo, el de la tasca y el de la reunión clandestina. Aún conservaba en sus ojos el fulgor de la lucha obrera, cuando acogía a los compañeros vascos o sevillanos en su casa, en aquella “ longa noite de pedra” que expresa el poemario de Celso Emilio Ferreiro.
Niño de la guerra sin exilio, vivió bajo el ideario republicano de sus padres que luego haría propio. Su juventud es un recuerdo leal a la guerrilla durante varios años. Desde que su padre se ve obligado a exiliarse a Francia, en el 47, nace la forja de un sindicalista en Gijón, que trabajó de guaje en la mina, que estudiaba Matemáticas en la academia Cura Sama, dirigida por José Luis García Rúa, en la que yo impartía clases desde mi juventud, y alguna que otra conferencia los Sábados, para alimentar el debate de la resistencia.
Marcelo, que tenía unas manos gruesas y duras de antiguo ayudante minero y obrero de la construcción, escondía tras sus gafas y su frondoso bigote la sonrisa pícara y la mirada astuta de quien había sido protagonista de la lucha contra el franquismo y constructor de la política democrática desde el gobierno municipal de Gijón. Locuaz y generoso, no dudaba en contar su vida, quizá porque en conjunto, había protagonizado las páginas más importantes del libro de la lucha por la democracia en España, donde la clandestinidad había venido a ser una universidad de ciencias políticas en la que se explicaban los valores eternos, los que permanecen sobre la coyuntura, los de la verdadera casta.
Marcelo, que tenía unas manos gruesas y duras de antiguo ayudante minero y obrero de la construcción, escondía tras sus gafas y su frondoso bigote la sonrisa pícara y la mirada astuta de quien había sido protagonista de la lucha contra el franquismo y constructor de la política democrática desde el gobierno municipal de Gijón. Locuaz y generoso, no dudaba en contar su vida, quizá porque en conjunto, había protagonizado las páginas más importantes del libro de la lucha por la democracia en España, donde la clandestinidad había venido a ser una universidad de ciencias políticas en la que se explicaban los valores eternos, los que permanecen sobre la coyuntura, los de la verdadera casta.
Entre una cosa y otra estaba el socialista convencido, aquel que manejaba como un catedrático la ética de la libertad, se movía por las estructuras del partido con inteligencia, amante del debate y de la calle. Sólo la evocación de Marcelo García es ya una referencia moral socialista y democrática, tan evidente como necesario en el mundo que hoy vivimos.
Marx, Pablo Iglesias, Largo Caballero y cientos de miles de héroes anónimos .Todavía suena bien la Internacional. Aún recuerdo su pequeña figura bajo una chaqueta de pana de corte antiguo, con su inseparable Encarna. Siquiera por haber alumbrado aquella página humana valió la pena vivir. Hasta siempre Marcelo.
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