La vigente economía de Carlos Marx
Carles Manera, Catedrático de Historia Económica Universitat de les Illes Balears, es miembro de Economistas Frente a la Crisis
Ramon Molina, Profesor Contratado Doctor de Historia Económica Universitat de les Illes Balears
La Gran Recesión ha estimulado la búsqueda de referentes teóricos que parecían olvidados. Debemos recordar la reivindicación de Keynes –a raíz sobre todo de la caída de Lehman Brothers, en setiembre de 2008–, autor en el que muchos bucearon –no siempre con las escafandras a la vista, todo sea dicho– con el objetivo de encontrar vías de trabajo para encarar la crisis más grave desde los años 1930. El libro de Robert Skidelsky, escrito en el fragor de las quiebras bancarias y del desplome hipotecario, es una buena muestra de lo afirmado, si bien Skidelsky siempre ha recordado sin disimulo alguno las cruciales ideas del maestro de Cambridge.[1]Keynes reaparece cuando pareciera que el mainstream actual no tiene más recetas que las que han conducido a la generación del problema: el descalabro de un engranaje económico y social que parecía pétreo, inmune a los ciclos, y que no se vio venir en su profunda dimensión destructiva.[2] Pero otro autor es igualmente revisitado, éste sí de perfil y con el rabillo del ojo –no fuera cosa que se detectara que puede interesar–, si bien con disimulada intensidad: Carlos Marx.
Este año 2018, conmemorativo del nacimiento del economista de Tréveris el 5 de mayo de 1818, ha abierto algunas ventanas sobre sus aportaciones en forma de congresos, seminarios y libros. Desde una perspectiva general, buena parte de aquéllas son vistas críticamente, desde el momento en que relacionan a Marx, de forma exclusiva, con los regímenes que han aplicado, supuestamente, su ideario (ese socialismo “irreal”): es la visión del Marx político, en el sentido degradado del término, cercenando así sus innegables capacidades explicativas de los procesos histórico-económicos. El Marx economista sigue siendo poco conocido (si bien es muy citado de manera superficial), a pesar de ser uno de los más relevantes, cultos e innovadores en el pensamiento económico. Esta aseveración no es personal; corresponde a la que le hizo el gran economista liberal Joseph Allois Schumpeter, quien conocía profundamente las ideas científicas de Marx, que consideraba innovadoras al margen de su ideario como activista revolucionario, con el que discrepaba de manera frontal.[3]Unas ideas que deben enmarcarse, sin lugar a dudas, en la economía política clásica, junto a economistas a los que el propio Marx admiró y criticó –como Adam Smith y David Ricardo–, o a otros con los que tuvo menos confluencias –como John Stuart Mill–. Pero que tienen, esas ideas de Marx, una diferencia substancial con los grandes clásicos predecesores: Marx –al igual que, por ejemplo, Schumpeter– considera que la economía capitalista no es ni puede ser estacionaria, de forma que el desarrollo económico supone turbulencias. En el caso del austríaco, tal perspectiva le permitió analizar con mayor detalle la evolución de los ciclos económicos y, sobre todo, la función del empresario en tales coordenadas, con una extensión explicativa hacia un aspecto que los economistas han revisitado con fuerza en los últimos tiempos: el impacto de la innovación en la economía, la capacidad para incidir así en los grandes cambios de las sociedades industriales.[4]
Una de las grandes aportaciones de Marx, en su concepto general de la economía, es la relevancia explicativa de la historia. En este punto, su teoría se refuerza en los ejemplos históricos, de manera ordenada y articulada, a través de lo que Schumpeter calificó, exactamente, como tiempo histórico, produciendo a cada instante ese estado que determinará por si mismo el siguiente. Véase aquí la argumentación de la dialéctica marxiana, asumida por un economista netamente liberal. Esta vindicación de la historia y de su relación intrínseca con la economía, constituye una epistemología esencial en la contribución de Marx. Éste realiza una mezcla química –como, una vez más, subrayó Schumpeter–: fue el primer economista de rango superior que vio y enseñó sistemáticamente cómo la teoría económica puede convertirse en análisis histórico y cómo la narrativa histórica puede convertirse en “histoire raisonnée”[5] He aquí, por tanto, un crucial gran argumento: la significación de la historia económica, “fabricada” y aprehendida por el economista, como una pieza que vertebra los hechos históricos y los económicos, de forma que supera la visión compartimentada de los mismos, que la mayoría de economistas tenían hasta Marx.
Pero en el campo específico de la economía, la compleja dispersión de la obra de Marx en este terreno, con argumentos no siempre ordenados, no impide acotar algunas consideraciones que, a nuestro entender, son también de gran utilidad en la situación económica actual. De entrada, Carlos Marx se plantea una perspectiva diferente del funcionamiento de la economía, cuando concede una función prioritaria a una noción amplia de la inversión, en relación directa –y dependiente– de la rentabilidad,[6] un argumento que parte de la crítica demoledora a la “ley” promulgada por Jean Baptiste Say (en síntesis: toda oferta genera una demanda precisa, de forma que el mercado se acaba “vaciando”).[7] La inversión, acumulación de capital en términos de Marx, es por tanto fundamental: se produce cuando las ganancias se consagran a adquirir capital constante (bienes de capital) o capital variable (salarios), para hacer crecer la producción. La acumulación se determina por la proporción de plusvalía en relación con el gasto en capital, de forma que se infiere un indicador esencial: la tasa de ganancia, con relación igualmente directa con el volumen total de la misma. Durante las crisis, la plusvalía –la ganancia– no es suficiente para valorizar el capital, ello produce un retraimiento de la inversión, de manera que se llega a un punto en que el incremento del capital genera la misma o menor plusvalía que antes de ser aumentado. Esto lleva entonces a una caída de la tasa de ganancia. Este tema ha generado investigaciones de otros autores, que se han esforzado en validar o no las tesis de Marx al respecto, particularmente la importancia que concedió a la evolución de la tasa de beneficio. En tal sentido, podríamos señalar que, para Marx:
- Las variables clave para entender la dinámica capitalista son las ganancias empresariales y la inversión.
- Ambas están relacionadas. Las ganancias estimulan la inversión; cuando suben, la inversión en bienes de capital crece estimulada por la competencia, para acabar luego declinando. Ese declinar, es seguido por un desplome de la inversión, que infiere aumento del desempleo y descenso de salarios, que caen por la presión de los desocupados en el mercado laboral. La caída de la inversión durante la recesión sigue, por tanto, a la caída de la rentabilidad. Y la inversión se recupera durante los períodos expansivos, siguiendo así la pauta de las ganancias de los empresarios.
- Se interrumpe la acumulación de capital, con la reducción de la inversión privada, que impone el descenso del PIB y el aumento del desempleo. Las crisis se presentan, entonces, cuando la rentabilidad se reduce.
- En este escenario de inversión deprimida y salarios a la baja, las ganancias crecen otra vez. En recesión, por tanto, bajan las rentas del trabajo y se “destruye” capital, de forma que se genera una devaluación general de sus activos, lo que se asocia a quiebras financieras y bancarias. Una parte de las empresas desaparece, liquida sus stocks y utillajes a precio de saldo y se favorece la concentración de las más fuertes que entran a su vez en un nuevo ciclo –ahora en un mercado menos saturado– y con menos competidores.
- La inversión se relanza y se reinicia la expansión, las empresas más innovadoras obtienen plusvalías extraordinarias por un cierto tiempo, hasta que las nuevas aplicaciones tecnológicas se generalizan y se recrudece la guerra comercial. Estamos ante el cierre de un ciclo económico que ha transitado desde la expansión y el crecimiento, hasta la parálisis y la crisis, presidido todo el proceso por las evoluciones de la ganancias empresariales y de la inversión.
Ahora bien, ¿ante la atonía de la inversión privada, la inversión pública puede ser una salida plausible? Aquí podría anudarse un enlace entre Marx y Keynes. Y todavía más: en estos aspectos –tasa de ganancia, inversión– resulta muy provechoso analizar los indicadores económicos actuales, a partir de estas claves de evolución en los beneficios y la inversión, con la siguiente lógica discursiva.[8] Parece razonable pensar que la inversión empresarial aumenta bajo criterios de rentabilidad, de manera que cuando ésta sube, la inversión también lo hace por las expectativas que generan los beneficios. Pero cuando las ganancias se reducen y la inversión privada también lo hace, y se inicia la crisis, la pregunta que se impone es: ¿cuál es entonces el papel del sector público?
Si partimos de la constatación que la variable decisiva es la inversión, es decir la acción consciente de los empresarios para valorizar su capital, es evidente que el papel del sector público puede contribuir –en ocasiones– a relanzarla en la medida en que impulse a las empresas a retomar el ciclo de inversión, mediante la inyección de gasto fiscal extraordinario para relanzar la economía. Sin embargo, ese multiplicador virtuoso no siempre funciona. Las empresas aprovechan el gasto estatal para liquidar mercancías invendidas, pero con los beneficios enjuagan deudas o se instalan en la liquidez. Cuando, tras la crisis del dólar de 1971, Nixon proclamó el famoso todos somos keynesianos y el gobierno aumentó el gasto exponencialmente pese al déficit, no consiguió apenas mitigar la parálisis inversora. Japón, con un aumento incesante de la deuda pública durante más de 25 años, no ha logrado que las empresas retomen decididamente la senda de la inversión y el crecimiento. Ese aspecto contradictorio del multiplicador ya había sido puesto de manifiesto por algunos de los keynesianos más solventes[9], a pesar de que la literatura económica al respecto es copiosa, en una dirección y otra en cuanto a la bondad de los multiplicadores. En definitiva, la ley del valor, tal como la reformula Marx a partir de los primeros esbozos de Smith y Ricardo, es decir, que tan solo el trabajo humano crea valor y solo tienen valor las mercancías generadas por trabajo humano, sigue operando en el gasto público, ya que los fondos que el Estado gasta provienen de capital previamente valorizado en plusvalía y transmutado en impuestos o en endeudamiento.
Esa es la piedra angular de todo el pensamiento económico de Marx, pero en su aparente simplicidad se encierra un componente absolutamente subversivo: en el capitalismo, el valor se genera en el trabajo productor de mercancías, pero no hay producción posible sin medios para llevarla a cabo, y los medios de producción pertenecen por definición a los capitalistas. El poder coercitivo del capital sobre el trabajo, así como el conflicto subyacente, se basa en esa apropiación, por eso Marx se esforzó por definir esa relación contradictoria en términos también históricos y necesariamente transitorios:
El capital no es una cosa, sino determinada relación social de producción perteneciente a determinada formación histórico-social (…) y le confiere a ésta un carácter específicamente social.[10]
[1] R. SKIDELSKY, El regreso de Keynes, Crítica, Barcelona, 2009; John Maynard Keynes, RBA, Madrid, 2013.
[2] La bibliografía académica es ya muy abundante al respecto. En tal contexto, los testimonios directos son muy destacables, con fuertes autocríticas, en la dirección que se ha apuntado en el texto; véase M. WOLF, La gran crisis. Cambios y consecuencias, Deusto, Madrid, 2015; B. BERNANCHE, El valor de actuar, Península, Barcelona 2016. Ante esto, la obstinación del mainstream es ya obtusa, justificando en aras de etéreas motivaciones su incapacidad predictiva, cuando se había hecho gala de todo lo contrario. Tres ejemplos de insignes economistas pueden invocarse. Para Edward Leamer, destacado econometra de UCLA, en macroeconomía la comprensión de los efectos causales es nula, y lo seguirá siendo. Eugene Fama, de la universidad de Chicago y Nobel de Economía, señala que los economistas no sabemos la causa de las recesiones. Y Gregory Mankiw, profesor en Harvard y jefe de los asesores de Bush, remacha que es imposible predecir las recesiones porque las fluctuaciones macroeconómicas no siguen ningún patrón.
[3] Para el gran economista austríaco, Marx en ningún momento traicionó la ciencia positiva por la metafísica. La crítica admiración de Schumpeter hacia Marx tiene manifestaciones distintas; así, el frío metal de la teoría económica está inmerso en tal riqueza de frases humeantes que adquiere una temperatura que no es natural en la disciplina. Consúltense la compilación de trabajos sobre Marx, que provienen de obras ya clásicas de Schumpeter, en J. A. SCHUMPETER, Karl Marx, Página Indómita, Barcelona, 2018. Véase asimismo la monumental biografía de G. STEEDMAN JONES, Karl Marx. Ilusión y grandeza, Taurus, Madrid, 2018, con amplio espacio dedicado al Marx economista y a sus medulares contribuciones en el campo de las ciencias sociales.
[4] Véase el reciente trabajo de M. MAZUCATTO en relación a estos temas: Mission-oriented research & innovation int the European Union, European Comission, Bruselas, 2018 (https://publications.europa.eu/en/publication-detail/-/publication/5b2811d1-16be-11e8-9253-01aa75ed71a1/language-en)
[5] Las citas en J. A. SCHUMPETER, op. cit., pág. 100.
[6] Wesley Mitchell, gran estudioso del ciclo económico, defendía una idea parecida; cf. Measuring Business Cycles (publicado junto a A. F. Burns), Nueva York, National Bureau of Economic Research, 1946. El ciclo económico supone la fluctuación de la producción de bienes de capital (inversión); a esto le siguen las fluctuaciones de las ganancias. Los ciclos se generan de forma endógena: ninguna nación ha encontrado soluciones. Esto se enfrenta a la síntesis neoclásica de P. Samuelson: éste indicaba que puede conseguirse pleno empleo con la tasa de formación de capital que se quiera, a partir de políticas fiscales y monetarias. Pero la historia económica demuestra que períodos alternos de prosperidad y depresión son inevitables. Y, en tal contexto, la ganancia es variable clave. Para Marx, el ciclo de crisis es un fenómeno recurrente conectado con la renovación del capital fijo y la restauración de la tasa de beneficio.
[7] De hecho, la sobreproducción aparece durante los períodos de crisis económica, un hecho que lamina por completo, para Marx, las teorías de Say. Por tanto, para Marx la sobreproducción es posible. La crisis implica exceso de oferta respecto a la demanda, de forma que el capital deja de acumularse y queda en forma de dinero; no invierte en financiar la producción, mediante la adquisición de otros bienes o la contratación de salarios.
[8] J. A. TAPIA, Rentabilidad, inversión y crisis. Teorías económicas y datos empíricos, Maia Ediciones, Madrid, 2017.
[9] A. HANSEN, Política fiscal y ciclo económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1945.
[10] K. MARX, El Capital, libro tercero, Siglo XXI, México, 1981, cap. XLVIII, pp. 1.037-38.
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