No es Asturias un territorio electoral donde se produzcan grandes sorpresas en cuanto a participación. Al menos, a escala de la autonomía en su conjunto y respecto a sus propios comportamientos electorales en citas como la que aguarda a 972.197 ciudadanos y ciudadanas censados en el Principado y con derecho a voto el próximo día 28 de abril. Y aun así, la comunidad asturiana tiene sus peculiaridades internas, que se revelaron con mayor claridad que en ningunas otras elecciones generales en las últimas, las que configuraron la accidentada y abreviada XII legislatura de la democracia española. El comportamiento de los votantes asturianos definió esos rasgos en 2016 a escala de autonomía, de concejos y de barrios y distritos, dentro de las principales ciudades. Las fluctuaciones medias de abstención del Principado oscilan de modo similar a las del electorado español en bloque desde 1977; pero al acercar la lupa, se revelan diferencias muy marcadas en la conducta de los votantes asturianos.
La regularidad con una curva en descenso viene siendo la tónica en Asturias desde que en 1977 las urnas se reabrieran para elegir representantes al primer Parlamento democrático desde la II República; una regularidad rigurosamente acompasada con las tendencias del conjunto del país. Frente a la media de participación del 72,8% del conjunto de España en las citas electorales entre 1977 y 2016, en Asturias ha votado un promedio del 69,4% de los electores convocados a las urnas en unas generales. Los picos de ascenso y descenso en cada una de esas citas se acompasan también con los movimientos de participación/abstención en el Principado, siempre ligeramente por debajo de la media nacional. Así, Asturias participa de la tendencia al crecimiento general de la abstención en 2004 en lo que el informe de la Dirección General de Políticamente Interior describe como «la más larga etapa de desmovilización electoral de la vigente democracia».
De la franja superior a la zona de tibieza
En las últimas tres convocatorias para elegir representantes al Congreso y al Senado, Asturias ha salido de la franja de la alta participación -entre el 70-80% de votantes- y ha entrado en la horquilla del 60-70%, con el porcentaje de votantes más bajo de la historia democrática en 2016: un 61,1%. Lo mismo sucedía a escala del conjunto de España, donde la proporción descendía hasta el 65,5%: muy lejos, respectivamente, del 77,6% y del 80% registrados durante las elecciones que dieron el primer gobierno al PSOE en 1982, el pico más alto de la movilización electoral en España.
Pero el rasgo más llamativo en el mapa sociológico del electorado asturiano se produce no en las medias sino en los extremos: un territorio de poco más de un millón de habitantes donde en 2016 se registraron participaciones superiores al 80%, incluso al 85% en distritos puntuales, y en el que también se localizaron algunas de las mesas con la participación más baja del país, con un porcentaje apenas superior al 40%. La distribución de esa marcada desigualdad no es tan mecánica como podría pensarse en principio, en términos de centro y alas, con la mayor concentración de votantes en las zonas urbanas y más pobladas de la franja central y la menor en los distritos rurales del Occidente y el Oriente. Es verdad que los porcentajes más altos de voto se localizan en Oviedo y Gijón, ambos ligeramente por encima del 70%, y también que son los concejos interiores del Suroccidente aquellos en los que se extremó la abstención; pero también es significativo que los concejos del extremo más Occidental -Llanes, las dos Peñamelleras, Rivadedeva- superan holgadamente ese 70% de las mayores zonas urbanas. De hecho, el concejo con mayor participación en 2016 fue Peñamellera Baja, con un 77%. Otros pequeños concejos centrales como Morcín, Santo Adriano y el menos poblado de Asturias, Yernes y Tameza, también superaron la raya del 70% en las pasadas generales.
En las ciudades
El voto tampoco es homogéneo en las mayores poblaciones asturianas. Como es de esperar según los parámetros sociológicos asociados a la participación -más cuanto más nivel económico y cuanta más formación o capacitación profesional- los centros de las ciudades del triángulo Oviedo-Gijón-Avilés tienden a concentrarse en los barrios del centro y en los distritos más residenciales, y la abstención se empoza en otros de la periferia o donde se concentra la población con menor poder adquisitivo. En Oviedo, algunas mesas de Llamaquique o Buenavista llegaron al 85%, mientras que el 50% se superó por poco en colegios de La Carisa, Ventanielles o Pumarín.
En el caso de Gijón, la diferencia es algo menor entre los barrios más y menos movilizados ante las urnas. Los votantes de Viesques, Las Mestas o el entorno del parque de Isabel La Católica ejercieron su voto en un porcentaje superior al 80% por ciento y la participación tuvo sus mínimos en barrios de reciente urbanización, como Nuevo Roces, y algunos colegios de Ceares -uno de los barrios con población de mayor edad- se quedaron en el 58%. Finalmente, en Avilés, ninguno de los distritos llegó al 80%, aunque hubo mesas de la zona centro que lo rozaron. La menor concurrencia de votantes se registró en La Carrionina o La Ceba, en la periferia de la zona urbana avilesina.
Los factores de polarización política, la aparición de nuevas fuerzas en pugna, factores demográficos de fuerte impacto en Asturias -el envejecimiento de la población, la emigración juvenil, el despoblamiento- y otros de coyuntura económica como el ocaso de la minería y los planes energéticos del Gobierno pueden tener su influencia en el grado de movilización de los electores el próximo 28A asturiano, del que podría salir un mapa relativamente distinto al de 2016. Aunque, de nuevo, nada haga pensar en grandes vuelcos en cuanto a quienes votan y quienes pasan de hacerlo en la cita electoral con mayor capacidad de convocatoria en España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario