Lluis Bassets-Las elecciones no son la fiesta de la democracia como quiso describir el tópico surgido de convocatorias en que poco se juega o lo que se juega eran los estrechos márgenes que ofrecían dos opciones, la cara y la cruz del mismo sistema, sino una ruda competición, un deporte de riesgo y de contacto en el que unos ganan y otros pierden.
La izquierda ha ganado a la derecha. Dentro de la izquierda, la socialdemocracia ha regresado a su antigua centralidad, que es la de partido de Gobierno, algo que tendrá una larga reverberación europea e internacional. Es decir, el PSOE ha ganado ampliamente a Podemos. Pero dentro de la derecha, la vieja rama del PP ha caído hasta la vulgaridaddel empate con la nueva de Ciudadanos, con la que abrirá una competencia que se aventura sangrienta.
La novedad inquietante, que nos parangona a los males ajenos, es Vox, es la extrema derecha, cuya agenda ha contaminado la campaña y amenaza con contaminar la política futura. No hay bipartidismo, pero hay un bloque de izquierda, más potente, y otro de derechas, que ha errado su objetivo, y entre ambos nos dan el retrato de siempre de un país de centroizquierda, surgido de nuevo ante el anuncio del tripartito derechista que se anunciaba.
También han ganado las ideas plurales de España sobre la España de una idea sola, obsesiva y solitaria. El diálogo frente a la aplicación del artículo 155. La independencia de la justicia frente al juramento de santa Gadea para impedir ni siquiera imaginar algún día que pueda ser conveniente un indulto para los políticos independentistas. La idea de la Constitución como regla y campo de juego que a todos acoge frente a la idea de la Constitución como proyectil y barrera para echar del campo de juego a los indeseables. La política frente a la mera administración, que al final se reduce a la acción de la policía y de la justicia. Las viejas dos Españas frente a la España europea y plural.
Ha ganado el respeto a la legalidad constitucional sobre el unilateralismo. La vocación del catalanismo por influir e incluso gobernar en España ha empezado a eclipsar la renacida pulsión revoltosa, propia de carlistas y anarquistas. Es un peldaño más hacia el final que nadie quiere proclamar aunque esté escrito y sentenciado.
La mayor victoria es de la propia democracia representativa, avalada por una participación de calidades reconstituyentes. Hoy hay más opciones con posibilidades de gobernar o de influir en la formación de Gobierno. Los ciudadanos han querido dárselas a los diputados que han elegido. Es natural que haya dificultades para conformar la nueva mayoría para la investidura y para el Gobierno, pero con estas cartas, que permiten abrir juegos a derecha e izquierda, nadie puede discutirle a Pedro Sánchez la obligación y el derecho a formar Gobierno, sin otra línea roja que la Constitución, pasando página de la munición con frecuencia infame de la campaña electoral.
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