domingo, 4 de octubre de 2020
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Daniel Bernabé: “Si la Comunidad de Madrid cae, Casado también lo hará”
3 octubre, 2020 Eduardo Bayón 0 comentarios Daniel Bernabé
Daniel Bernabé
Daniel Bernabé (Madrid, 1980) acaba de publicar La distancia del presente (Akal, 2020), una excelente crónica de los acontecimientos políticos y sociales que acontecieron en nuestro país durante la última década. Una obra en la que se repasa de forma detallada la secuencia de hechos que nos han traído hasta la actualidad. Si hace poco más de dos años, en su anterior obra La trampa de la diversidad (Akal, 2018), puso el foco sobre las cuestiones identitarias que contribuían a la fragmentación de la clase obrera, ahora construye un ensayo que quedará como retrato de una época, esa misma en la que nuestras generaciones tomaron el relevo político.
Inicia el libro con el final del segundo mandato de Aznar y la crispación vivida tras las elecciones de 2004, ¿considera que existe alguna relación entre aquella tensión y la promovida también por sectores conservadores durante los primeros meses de la pandemia en nuestro país?
Es una situación muy interesante y muy paralela, creo que tiene una línea de unión genética. Si nos acordamos, el segundo mandato de Aznar es una legislatura muy rara. Aznar gana con mayoría absoluta, con una participación muy baja, pero esta victoria hace que se crezca. Esto conlleva que intente sacar adelante medidas que en su primera legislatura no se ha atrevido, con el problema de que no consigue sacar adelante casi ninguna: la LOU se encontró con la respuesta de los estudiantes, la huelga general promovida por los sindicatos ante la reforma laboral, el caso Prestige o la respuesta a la guerra de Irak.
En 2004 ellos consideran que las elecciones poco más que se las han robado. Se crean la narrativa para perdonarse a sí mismos tras perderlas por mentir a la gente. Entonces en la derecha, probablemente en FAES, se dan cuenta de que aunque ganen las elecciones, si el sentido común del país sigue siendo progresista, esa victoria te vale relativamente para poco. Ellos se proponen entonces cambiar el sentido común del país, el cual, en parte, lo han conseguido durante los últimos diecisiete años, a través de autores revisionistas o del TDT Party —en referencia a las televisiones digitales ultraconservadoras—, que sirvieron para asentar el fermento, junto a toda la retórica de lo incorrecto en contraposición a las políticas identitarias del progresismo. Esta restauración aznarista se sustantiva mucho en el otoño rojigualdo que surge como respuesta al 1 de octubre catalán. Vox en ese momento es una de las opciones mejor situadas para acaparar esa sensación que se había creado en España durante los últimos años. En ese sentido, tanto el inicio del gobierno de Zapatero, como la teoría de la conspiración del 11-M, como la política de los ataúdes utilizada por Casado y Vox durante esta pandemia, no solo se parecen, sino que están unidas genéticamente.
Sostiene en el libro que la derecha ha conseguido que el nacionalismo más ferviente esté más presente que nunca. ¿Quiere esto decir que los sectores conservadores están ganando la batalla identitaria y cultural a la que alude de forma recurrente Cayetana Álvarez de Toledo?
No sé si la están ganando o perdiendo, pero sí percibo que ha habido un cambio en la sociedad española que es tangible. Por ejemplo, la cuestión del nacionalismo español. Hace veinte años ningún partido situaba como eje de su campaña el concepto España. En las últimas elecciones generales, todos los partidos, exceptuando a Unidas Podemos, llevaban la palabra España en sus eslóganes o aparecían con grandes banderas rojigualdas en sus mítines, incluido el PSOE. Esto es un cambio sustancial.
El progresismo debería tener en cuenta que si pones todas tus cartas en la batalla cultural, tienes que tener resortes y herramientas para llevarla a cabo. Esta gente tiene televisiones, editoriales, radios. Tiene una capacidad y espacio para expresar sus ideas, cosa que la izquierda no tiene, más allá de un cierto progresismo que es invitado a ‘Al Rojo Vivo’ por Ferreras, pero la izquierda, como izquierda transformadora, no tiene medios propios para luchar esa batalla cultural.
La corrupción política es una de las protagonistas indiscutibles del libro, ¿han desaparecido los factores estructurales en España que contribuían a su existencia?
No. Pueden desaparecer. Este Gobierno tiene muchos enemigos, también internos. Aunque los tres partidos que componen el ejecutivo, Unidas Podemos, PSOE y el partido de Nadia Calviño, pugnan muchas veces por ver hasta dónde se puede llegar, la relación con Europa nos puede cambiar el sustrato en el que se apoyaba la corrupción. La corrupción no es más que la fórmula que el capitalismo ha adoptado en España. Fundamentalmente ha sido un sector privado que mediante unos conseguidores se relacionaba con un sector público, fundamento en partidos políticos, especialmente el PP, que lo dominaba. Entonces lo que se hacía era extraer dinero público, a través de esos conseguidores, para que llegase mediante obras amañadas con precios inflados, de donde se sacaban mordidas para financiar a ese partido. Así es como ha funcionado la corrupción. En mayor medida como la Gürtel, pero de igual forma en cualquier ayuntamiento del PP donde también se haya dado. Esto demuestra que el capitalismo en España tiene unas líneas muy concretas, que siempre se ha basado en la especulación. Se puede ver desde la primera Guerra Mundial, cuando España vende a los contendientes en la guerra, teóricamente desde una posición neutral, todo tipo de bienes básicos. Ese dinero que entró en el país, en lugar de servir para renovar el sistema productivo se usó para comprar suelo con el que especular. Eso fue hace cien años, pero ahora la Comunidad de Madrid va a aprobar una nueva ley del suelo, en esta situación. Esto es así porque son incapaces de imaginar otra alternativa, lo cual es desastroso para el propio país, ya que cuando viene un golpe tan fuerte como el actual, no estamos preparados.
Uno de los escándalos más actuales ha sido la huida del Rey emérito tras diversas informaciones relativas a su fortuna en el extranjero, cuyo origen puede ser ilícito. ¿Considera que la institución monárquica está en una crisis insalvable pese al intento de fijar la Corona que supuso la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe VI?
Cuando Felipe VI llega, es porque a Juan Carlos I lo echan. No abdica, le abdican. Un Rey tiene unas atribuciones muy concretas, es decir, es la representación del poder, no de la soberanía, sino de un poder de clase. Cuando Juan Carlos I falla en su función lo hace por su vida privada, que es la de un tipo moralmente deleznable. La llegada de Felipe VI fue recibida con una desatención en la que las calles de Madrid estaban vacías. Esto contrasta, por ejemplo, con las bodas de las Infantas, las cuales fueron una celebración, tanto en Sevilla como en Barcelona. Por el contrario, su coronación fue un fracaso que puso nerviosos a muchos sectores. Además, en la crisis con Cataluña de 2017 a Felipe VI le impulsan a dar un mensaje como si fuese el 23-F de su padre. Con esto ocurre que le empiezan a hacer un «Rey de parte». Se empieza a ver que el monarca no es esa figura neutral, sino que cada vez está más escorado a la derecha. Ahora, sin que sea la primera preocupación, la gente está empezando a ser descreída respecto a la Monarquía. Este desapego no significa tener apego a lo contrario. No creo que ahora existan en España más republicanos que hace seis meses o un año, pero sí creo que hay más desapegados a la Monarquía. Eso es un peligro, en el sentido de que no sé si estamos más cerca de Azaña o de la dictadura de Primo de Rivera. La izquierda republicana debe saber jugar muy bien su papel, para saber en qué momento debe acabar con esta anomalía histórica que es la monarquía española, pero también con el cuidado de no dejar la puerta abierta a cuestiones que pueden ser mucho peores.
Precisamente, el descontento respecto a las instituciones y el malestar social que se convirtió en desafección política durante el tiempo en el que se destaparon los principales casos de corrupción, fue posteriormente canalizado por Podemos durante su irrupción. Durante sus inicios, su discurso impugnaba el sistema político del 78, ¿Qué queda de aquello una vez que han logrado el acceso al poder a través del gobierno de coalición?
Podemos en su primera época impugna el 78 porque huye totalmente de las conceptualizaciones de izquierda y de la crítica frontal del sistema económico, porque es absolutamente cierto que criticar al capitalismo en abstracto no tiene réditos políticos. El problema está en que al impugnar el régimen del 78 generacionalmente fuimos injustos. Es cierto que se construyó sobre el 78 una gran mentira, por resumirla, la gran mentira de Victoria Prego en aquel documental que todos vimos cuando éramos pequeños y que hablaba de una Transición que nunca fue así, obviando por completo la violencia ultraderechista que se llevó por delante cientos de vidas. Ahora, la Transición también supuso el esfuerzo y el sacrificio de mucha gente de izquierdas, que conscientemente sabían que estaban cediendo más de lo que debían a cambio de conseguir un acuerdo que abriese un periodo de paz y no volver al 36. Con su impugnación, Podemos consiguió remover los cimientos, pero también se ganó la antipatía de quienes les vieron como unos adanistas que no tenían mucho respeto a lo que había ocurrido. Al final, la política real los ha ido situando en las coordenadas de lo posible, en esa lucha entre el horizonte hacia el qué quieres avanzar y los límites que tienes para llegar a él.
Los conflictos internos de Podemos también han marcado su trayectoria durante los últimos años, ¿en el divorcio político de Iglesias y Errejón hubo más de discrepancia política o de lucha por el poder?
Lucha por el poder, sin duda alguna. No había tantas diferencias de fondo en Podemos entre ninguno de los tres sectores. El problema era que Podemos tenía una cuestión muy particular que a mí me sigue asombrando: discutían todo en público y encima luego expresaban sus tácticas políticas públicamente. Una arrogancia que estaba muy bien, pero era decirle al enemigo cuál era su mapa de la batalla. Cuando tenían sus propias pugnas por el poder, empezaron a justificarlas teóricamente, cuando hubiese sido mucho más sencillo incluso justificarlas con la táctica. Eso creó una apariencia de grandes diferencias. Yo no creo que las hubiera. De hecho, cuando Más Madrid y Podemos están en el parlamento autonómico sus propuestas son prácticamente iguales.
¿Se contagió en exceso Podemos del discurso antipartidista del 15M y, por ello, no fue capaz de construir una organización más sólida?
El primer gran acto de Podemos, que fue en un cine en el que estaba metida toda la progresía madrileña al margen del PSOE, estuvo marcado por unas intervenciones en las que se repetía constantemente que no eran un partido. Había una obsesión por lo procedimental, por encima del qué queremos hacer. Esto llevó a hablar más del cómo y del qué somos. Podrían haber construido una organización más firme si hubiesen sabido cuál querían, pero es que cada uno quería una. Ahí Iglesias tiene razón en que aquello era un desbarajuste, por eso hay un momento en el que tienen que construir el partido. Es verdad, que de otra forma hubiese crecido mucho más despacio y que en aquel momento la pulsión dominante era esa.
Uno de los factores que explica la permanencia del Partido Socialista es la solidez de su estructura organizativa y territorial. Además de esto, las diversas renovaciones de sus élites dirigentes durante esta década no han estado exentas también de divisiones profundas. ¿Supuso el triunfo de Sánchez en las primarias de 2017 el inicio de un nuevo PSOE?
Sí, sin duda. Sánchez es el Podemos y la indignación del PSOE. Los militantes socialistas tenían clavado en el corazón que el 15-M en sus consignas les gritaba que el PSOE era lo mismo que el PP. Sánchez lo que supone es una ruptura porque antes han roto el partido los que no son Sánchez. Los de Felipe González, por resumir, ponen al PSOE en el mayor peligro que ha vivido desde 1978, eso es algo por lo que nadie les ha pasado factura. El golpe de Ferraz es algo inaudito, al quitar un secretario general de esa forma. Lo inédito, es que Sánchez, cuando todo el mundo le da por muerto, se va a dar una entrevista con Jordi Évole. En su canto del cisne, dice auténticas novedades en una entrevista, al hablar de los medios que presionan o del poder económico, expresando lo que la indignación y Podemos llevaban denunciando cinco años. Ahora bien, es más inaudito todavía, que Sánchez como el renacido consiga volver a presentarse a las primarias y ganarlas.
Sánchez es un tipo al que toda la izquierda más allá del PSOE despreció. A pesar de que su ideología es poco clara, al menos, durante estos meses de Gobierno ha mostrado una cierta capacidad y dureza. Es una figura que ha crecido en esta última crisis.
Respecto al Gobierno de coalición, en el libro considera su formación de forma positiva. Tras estos meses en los que se ha enfrentado a una situación sin precedentes, ¿cómo valora su gestión?
El Gobierno de coalición lo recibí con mucha alegría, porque creo que es el culmen de la lucha de mucha gente durante diez años. ¿El Gobierno de coalición es posible por Iglesias y Sanchez? Sí ¿Lo es por unos pactos parlamentarios muy hábiles de última hora? Lo es, pero es que esto ha sido posible por la concatenación de sucesos que abarcan una década y yo ese día me acuerdo de toda la gente que lo ha pasado mal. En ese sentido me causa una cierta emoción, sabiendo los límites de un Gobierno en este contexto en el que incluso la economía está de una u otra forma intervenida por la Unión Europea.
Es muy difícil valorar su gestión, porque en sus primeros cien días se encuentra con el apocalipsis en el que tienes que confinar a un país, se te empieza a morir la gente a miles y tienes que parar la economía, retrocediendo unos cuantos puntos en el PIB. Dicho esto, creo que este Gobierno pecó de una imprevisión notable, como la mayoría de gobiernos de su entorno. Esto también lo sufre, porque la primera ola del coronavirus nos entra por nuestra retaguardia, por Reino Unido con el turismo y no por Italia o China. Luego ha sido un Gobierno capaz de llevar adelante unas medidas de confinamiento muy duras. En el ámbito económico se está enfrentando a la crisis con unas líneas notablemente diferentes a la anterior. Ha conseguido un acuerdo beneficioso en líneas generales para los intereses de España y la Unión Europea. Además, se enfrentó a un intento de desalojo de ese Gobierno, con la utilización del lawfare y de la agitación en la calle por parte de la ultraderecha y de sectores que ven como una anomalía la presencia de Podemos en el Gobierno. De hecho, en la primera semana de la pandemia, personajes de la derecha moderada hablaban ya de un Gobierno de concentración. En este sentido, la propia resistencia del ejecutivo es notable. También tienen errores y una clara línea de aceptación de alguna ortodoxia neoliberal que es inútil en estos momentos, junto con brillos socialdemócratas que se expresan muy bien en las políticas de Unidas Podemos, con una ministra como Yolanda Díaz, por ejemplo, que está haciendo un trabajo muy notable, siendo la primera ministra de trabajo en mucho tiempo que mantiene una voz coherente entre sindicatos y patronal.
Cataluña y el conflicto territorial también tienen un protagonismo indudable durante la última década. ¿Cómo ve en la actualidad al independentismo catalán tras la inhabilitación de Torra?
Lo veo intentando salir de una ensoñación. El 1 de octubre de 2017 es uno de los mayores éxitos de movilización de gente transversal, pero luego no había nada preparado. De hecho, no sabían con quién se la estaban jugando. Entre ellos con todo el Estado profundo, quien leyó de forma correcta que ese reto les iba a venir muy bien, ya que a partir de 2017 la indignación Podemos desaparece y pasamos a otro contexto en el que incluso llega la ultraderecha. Los independentistas tienen que asumir que ese procés murió justo cuando llegó a su culmen, porque no había nada y llevan tres años dándole vueltas e intentando participar en un baile con las instituciones judiciales que a ambos les viene bien. Eso no conduce a ninguna parte y en Cataluña se percibe ya que la gente está cansada. El problema es que hay un sector de Cataluña que está absolutamente convencido, porque así se lo contaron sus líderes, que la independencia está a la vuelta de la esquina. Esto es mentira, ya que la independencia de Cataluña nunca ha estado más lejos como lo está ahora.
¿Hay margen para una reconfiguración del escenario político catalán en el que sea factible un tripartito de izquierdas?
Sin ser conocedor en profundidad del escenario catalán, la ruptura del PDECat es un síntoma claro de que hay una parte del independentismo de derechas que quiere volver a ser CIU. Además, la influencia de Euskadi con dos fuerzas nacionalistas de izquierda y derecha en una posición de política real en el parlamento, ha dejado en fuera de juego al independentismo catalán. Respecto a ERC, siempre ha tenido dos almas, una más centrada en lo socialdemócrata y otra absolutamente independentista como principal vector de cambio. Al final, la utilidad no puede ser meramente narrativa, no puedes vivir siempre de la independencia que va a llegar en el futuro. ERC va a llegar a un momento en el que tenga que elegir si sigue en esta vía muerta que no conduce a ninguna parte o vuelve a hacer política.
Sitúa el ascenso de Vox en el mitin celebrado en el Palacio de Vistalegre el siete de octubre de 2018 al que acudieron más de diez mil personas. Antes de ese acontecimiento y cuando Vox aún era un actor intrascendente, Pablo Casado aludió a la formación ultraderechistas durante las primarias en las que se enfrentó a Soraya Saénz de Santamaría, al afirmar que el PP estaba perdiendo miles de votantes hacia los de Abascal, cuando esto no era así. ¿Considera que cuestiones como esta, al igual que la posterior política de pactos del PP con Vox, ha supuesto contribuir a su normalización, le ha otorgado protagonismo y ha ayudado a su ascenso electoral?
Cuando Casado habla de Vox en ese momento está usando una táctica que dice “yo quiero ser esto, pero no me dejáis serlo y nos van a arrebatar los votos”. Eso en ese momento no es cierto, pero él mismo, al dar a Vox esa posibilidad, los pone en el centro del debate. Aquel Congreso del PP es muy interesante, porque es el resultado de una espantada de Rajoy que deja a Soraya Saénz de Santamaria en una derrota frente a Casado. Tanto Saénz de Santamaría como Susana Díaz eran las candidatas de buena parte de los poderes de este país que, junto a la figura de Felipe VI, constituían para ellos la restauración perfecta. Ninguna cosa ocurrió. Por el contrario, Casado es un tipo al que es también muy difícil de situar políticamente, un producto político muy de estos tiempos, pero que tiene el sayón aznarista por encima. Lo que sucede es que las condiciones para que Vox se diera, Aznar ya las había situado antes con su proyecto de restauración y la FAES, no para que surgiera un tercer partido, sino para que el PP se situase hacia ahí. Vox es una escisión del PP, que surge entre otras figuras con Alejo Vidal Quadras, el ultraderechista del PP en Cataluña. Ahí hay algo que no se controla, que es la rama atlantista de Vox, o lo que es lo mismo, la relación de estos con Steve Bannon y el trumpismo, lo que se escapa de este proyecto de restauración. Estos apuestan por él y le inyectan dinero, como el que llega desde México de grupos ultra católicos. A pesar de todo esto, hay un caldo de cultivo fomentado y ampliado por el momento independista catalán. El punto clave fue después de las elecciones andaluzas cuando les dan carta de legitimidad al pactar con ellos.
¿Tiene Vox margen para ser un partido más transversal adoptando un discurso de ultraderecha populista?
Sí, lo tendría. Por suerte Vox adolece de la cintura política que sí tiene una parte de la ultraderecha europea, como por ejemplo Le Pen. Son un partido ultraconservador, ultraliberal y, de vez en cuando, juegan al populismo antiglobalista. El problema para ellos es que juegan muy mal esa baza, al igual que la del obrerismo. Lo que ocurre es que en cuanto la izquierda deje más posibilidades abiertas en este último espacio, más tendrá Vox de ocuparlas. De ahí que hayan intentado lanzar el sindicato, aunque les está funcionando mal.
En el futuro más inmediato de Vox será clave su competición con el PP, que aunque ha consolidado su liderazgo en el bloque de la derecha está lejos de la victoria electoral. ¿Ve futuro al liderazgo político de Pablo Casado?
El PP está pasando uno de los momentos más difíciles de su historia. Si la Kitchen sigue adelante, aunque depende mucho del aparato de justicia, y si se supiese lo que Bárcenas nunca llegó a contar para proteger a su mujer de la cárcel, el PP desaparecería. Sería el Tangentópolis de la derecha en España. Estamos en una situación paradójica, en la que incluso el PP puede llegar a tener el colchón de plumas de parte del progresismo de este país que no quiera ver que el PP se caiga para que el mando de la derecha no esté en manos de Vox. Ahora bien, si la Comunidad de Madrid cae, Casado también lo hará, porque Feijóo no va a permitir mucho más que este circo siga adelante. El problema de que caiga Madrid, es lo que hay debajo de las alfombras. El PP juega de esta forma con la propia destrucción que ha creado en las instituciones. Eso el PP, Casado al poco que las cosas se tuerzan no va a ser candidato en las próximas elecciones generales.
Durante estos años hemos asistido al surgimiento de nuevos medios de comunicación y, especialmente, a la aparición de diversos espacios de actualidad política con un enfoque muy particular centrado en el entretenimiento. ¿Qué opinión le merece el papel que juegan y hasta qué punto son influyentes en la sociedad?
Durante mucho tiempo el país ha sido ajeno a la política. A todo el mundo le importaba poco lo que sucedía en la política mientras hubiese crédito. Cuando llega la crisis la televisión estaba huérfana de espacios de política que era lo que en ese momento le interesaba a la gente. De repente, readaptan Tómbola al formato político, lo que nos hace encontrarnos con programas que son mucho más ágiles, pero que también hacen daño a la política. Primero, con 59 segundos y, posteriormente, con la llegada de Ferreras a La Sexta en el año 2012, en el que transforma una televisión de entretenimiento flojilla en el referente del info-espectáculo. En un momento en el que cada día pasaban cosas, tenías un programa que empezaba con la música de la serie The Pacific, cómo no ibas a querer verlo. Un programa, además, que juega con la iconografía republicana de los años 30. Esto es el signo de los tiempos. Lo que Ferreras construye es tan loable como criticable.
La década 2010-2020 que se aborda a lo largo del libro, podría resumirse como la del tiempo en el que cambiamos, la cuestión ahora es ¿hacia dónde intuye que vamos a cambiar tras esta crisis sanitaria y económica?
Cambiaremos de acuerdo a los actores políticos y a la fuerza que tengan en la liza constante que se desprende de una sociedad todavía basada en la lucha de clases. En ese sentido, la clase trabajadora aparece como un sujeto político inarticulado, por lo que hay pocas esperanzas si no se actúa mediante las fuerzas que pueden articularlo. El descontento puede tirar más hacia la antipolítica como los chalecos amarillos, ya que no vamos a volver a un 15-M que no sea violento, o bien, depende también de si las fuerzas de izquierdas consiguen articular un sujeto político. En ese papel, nos pese o no nos guste, el PSOE va a tener que jugar un papel fundamental, al igual que los sindicatos. Estos últimos están muchísimo mejor ahora que en el año 2010. Por ejemplo, Unai Sordo y su equipo están recuperando la personalidad que Comisiones Obreras había tenido y que otros secretarios generales como Fidalgo le habían arrebatado transformándolo en poco más que una agencia de abogados. Creo que es ahí, en los sindicatos, donde está la mayor esperanza. Al final, la única forma de cambiar esto es como se ha hecho siempre, no hay mayores secretos ni atajos.
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