miércoles, 17 de noviembre de 2021
Aclaraciones pertinentes...
‘Otras políticas’: Ser mujer no implica ser feminista
Las posturas políticas de las cinco mujeres de la reunión se encuentran lejos del feminismo al defender la prostitución, los vientres de alquiler o la identidad de género y religiosa
Por Tania Lezcano -17 noviembre 2021 07:30
El hecho de que las mujeres ocupen cada vez más puestos en el poder y participen en la vida pública es sin duda positivo. Por ello, la alianza entre las políticas más importantes de partidos que se dicen de izquierdas podría resultar interesante. Hablamos del encuentro en Valencia bajo el nombre Otras políticas, con la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, la coordinadora general de Más Madrid, Mónica García; y la portavoz del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía (MDyC) en Ceuta, Fátima Hamed.
Sin embargo, es un error creer que una mujer es de por sí feminista. Margaret Thatcher no era feminista, Kamala Harris no es feminista. Son ejemplos del neoliberalismo más exacerbado. Por eso, es necesario analizar las posturas políticas de las cinco mujeres y el mensaje que lanzaron desde el encuentro, ya que puede llevar a equívocos dentro de la izquierda y, contrariamente a lo que pueda parecer, puede en realidad ayudar a desmontar la lucha feminista. Porque pocas cosas hay más antifeministas que defender la prostitución o los vientres de alquiler, si bien no todas las participantes tienen la misma postura en todos los temas.
Apoyo a la prostitución y vientres de alquiler
No es un secreto que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha convertido en un referente para la lucha de los mal llamados sindicatos de prostitutas, apoyándolos abiertamente, como es el caso del «sindicato» Otras. Antes de nada, hay que recordar que un sindicato ampara a quienes trabajan por cuenta ajena. Así, defender un sindicato de prostitutas es defender la prostitución como trabajo por cuenta ajena, es decir, proxenetismo. Bajo la idea de que regulando la prostitución se combatirá la trata —algo que en países como Holanda ha demostrado ser un fracaso— cabe preguntarse: Si en cualquier otro trabajo la empresa en la práctica obliga en muchas ocasiones a los trabajadores a quedarse más horas sin pagarlas, ¿qué hace creer a los regulacionistas que con la prostitución sería diferente?
Esto pasando por alto el mero hecho de que explotar sexualmente un cuerpo no es un trabajo. Existe una comparación muy útil por las redes que expone lo siguiente: «Si tu padre o tu hermano entran por la puerta y tú no puedes atenderles, no es un trabajo». Independientemente de todo esto, el tema es tan sencillo como que el feminismo es abolicionista de base porque busca la liberación de todas las mujeres de cualquier tipo de opresión por sexo, y la prostitución es la opresión por sexo más antigua del mundo.
Por su parte, Mónica Oltra se manifestó en su día contra la regulación de la prostitución, pero apoya otro de los grandes ataques contra las mujeres: la explotación reproductiva. Defiende la llamada donación inter vivos, eliminando así el aspecto de lucro, pero igualando la sangre o un órgano con un ser con conciencia propia que es sujeto de pleno derecho, como analizamos en este artículo. El resto de mujeres no se han manifestado sobre este tema, ni a favor ni en contra, lo que resulta cuando menos alarmante.
Identidad de género
Si algo tienen en común las políticas del encuentro es que defienden a ultranza el reconocimiento de la identidad de género, es decir, del instrumento que ha utilizado históricamente el patriarcado para oprimir a las mujeres. El feminismo busca la abolición del género mientras el neoliberalismo intenta blindar una herramienta opresora por naturaleza, además de profundamente individualista. Precisamente esto también beneficia tremendamente al capitalismo y destruye las luchas colectivas. Por ello, ni el feminismo ni la izquierda en su totalidad han sido nunca identitarias ni deben serlo. Volviendo al tema, no está de más recordar que sexo no es igual a género. El género es toda la conducta social, los comportamientos y actitudes impuestos desde que nacemos para que nos comportemos de una manera u otra según si hemos nacido varones o hembras. Los roles y estereotipos.
El feminismo defiende acabar con esas imposiciones, de manera que los seres humanos crezcan libres sin sufrir discriminación por hacer «cosas de chicos» o «cosas de chicas». Es decir, que estas «cosas de chicos» y «de chicas» no existan. La identidad de género es justamente lo contrario: blinda esos comportamientos, con la diferencia de que ya no importa si se nace varón o hembra. Sí se defiende esa libertad de elección entre «cosas de chicos» y «de chicas», pero el sexismo sigue presente, esas «cosas» siguen existiendo divididas y no solo eso, sino que se hace identidad de la propia opresión, de esos comportamientos y actitudes impuestos que son opresores por naturaleza. Lo grave de todo esto es que la opresión hacia las mujeres es por sexo, no por cómo se sienten, y este instrumento destruye por completo los enfoques y estudios que diferencian entre el trato a varones y hembras, o la atención a mujeres por violencias específicas contra ellas, entre otras cosas.
La religión como identidad
En este juego de identitarismos se encuentra, por supuesto, la religión. Fátima Hamed ha sido duramente criticada por llevar velo. No se trata de atacar a una mujer de manera individual y más en este tema, ya que la opresión del patriarcado islámico pasa incluso por encima de ella —muy interesante este artículo de Násara Iahdih Said en el que explica el funcionamiento de este patriarcado—. Aun así, es cierto que la portavoz del MDyC de Ceuta defiende la «libertad» del uso del hiyab.
Desde el feminismo, Mimunt Hamido Yahia, autora del libro No nos taparán. Islam, velo, patriarcado, considera que es compatible ser creyente y feminista, pero no defender el velo, pues es un «símbolo misógino, una bandera de rendición al patriarcado». Añade que «todas las religiones discriminan a las mujeres por ser mujeres, no es algo intrínseco a la religión islámica. En Europa el hiyab se disfraza de símbolo identitario, pero no solo se usa para tapar a las mujeres, sino para decir ‘estas mujeres son nuestras’».
Por su parte, la escritora y feminista Najat el Hachmi, destaca que «también es la bandera del fundamentalismo» y que no es posible ser feminista y defender el hiyab, porque «es un símbolo de sometimiento, la punta del iceberg de un entramado de normas para controlar nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestras vidas». Es más, la ideología islamista lleva décadas expandiendo su propia visión de la religión, cada vez más estricta, ya que hay rincones en el norte de África donde las mujeres no están obligadas a llevarlo y las generaciones anteriores ven con estupor cómo se expande esa ideología, especialmente partiendo desde Europa.
En definitiva, las mujeres llevan siglos enfrentándose al férreo control de la religión católica, solo en el caso de Europa. En el mundo, muchas mujeres siguen sufriendo prácticas terribles por parte de sus propios patriarcados. ¿Por qué alguien que se dice de izquierdas y ha condenado siempre el poder de la Iglesia defiende el mito de la libre elección y esconde bajo el paraguas de la «diversidad» la opresión hacia las mujeres por el patriarcado islámico, en este caso? Eso sí, aunque parezca una obviedad, hay que destacar que nos referimos al patriarcado religioso, al control, como cuando hablamos de la Iglesia. Nada que ver con las creencias personales de cada individuo.
El feminismo no es amor
Finalmente, en el acto se observaron entre las participantes muchos gestos de cariño que son comprensibles para expresar su afecto mutuo. Pero en actos políticos nada es casual y Mónica Oltra lo dejó claro: «Caminemos juntas desde la diferencia, la escucha y el amor». También Yolanda Díaz: «Frente a los del ruido y el odio, la herramienta es el amor, la esperanza». Estas palabras, unidas al clima de amor y armonía que envolvía el acto, dan la sensación de que la lucha feminista consiste en amor y cuidados.
Algo así han dicho también otros cargos o excargos de Podemos. El año pasado, Pablo Echenique escribió un tuit que generó sarpullidos en el movimiento feminista. En un contexto de defensa de la ministra de Igualdad, Irene Montero, añadía que «el feminismo es cuidar». En la misma línea, Juan Carlos Monedero, también en un tuit en el que defendía el concepto de «matria» acuñado por Yolanda Díaz, aseguraba que «dicen los paleoantropólogos que hay una memoria biológica en las mujeres más dirigida a la cooperación, al diálogo, al encuentro, que se activa si las condiciones sociales son propicias». Estas palabras refuerzan el sexismo tradicional que asegura que el cerebro de hombres y mujeres viene marcado por comportamientos innatos, algo que hace décadas la ciencia desmontó y una idea que el feminismo tanto ha combatido durante siglos.
Aunque Yolanda Díaz y Mónica Oltra se refieren a la inclusión del amor en la lucha que hay que llevar a cabo, la idea que subyace sigue siendo la misma: somos mujeres y tenemos más capacidad de amar; la revolución se hace con amor. Si bien es importante incluir el elemento de sororidad entre las mujeres, no es amor incondicional, sino una condición de hermanamiento necesaria para la lucha conjunta ante una opresión común.
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