domingo, 28 de noviembre de 2021
Lecturas obligadas...
A finales de noviembre se ha publicado el libro de Julen Bollain Renta Básica: una herramienta de futuro (Editorial Milenio, 2021). El prólogo, que ahora reproducimos, lo escribió Daniel Raventós. El epílogo, que publicaremos más adelante, fue escrito por Guy Standing. SP
En la Unión Europea y en gran parte del mundo la situación material para una gran mayoría de la población no rica es actualmente peor que hace un año, y era entonces también peor que hacía doce años, al inicio de la gran crisis. Exactamente la recesión actual afecta al 97 % de las economías mundiales. En el caso del reino de España esta situación si cabe es más acentuada. Así que cuando se iniciaron las primeras medidas de confinamiento en marzo de 2020 la situación ya no era precisamente buena para la mayor parte de la población. La economía mundial no estaba boyante antes de la pandemia de la COVID-19. Para gran parte de países, tanto los más ricos como las llamadas economías emergentes, el crecimiento y la inversión se habían ralentizado. A su vez, la rentabilidad del capital estaba rondando el mínimo desde la posguerra. En la zona económica de la Unión Europea, en el año 2019, se produjo un crecimiento de solamente el 1,6 %. En el 2020, en la UE la caída se situó en el 6,3 % y crecerá un triste 3,7 % en el 2021. La previsión es de un crecimiento del 3,9 % para el 2022. En el caso del reino de España, las cifras son peores que las de las economías del entorno. Cuatro millones de personas inscritas oficialmente como desempleadas en marzo, a las que hay que añadir las más de 900.000 afectadas por ERTE y los 700.000 autónomos con prestación extraordinaria por cese de actividad, sin contar la población llamada “laboralmente desanimada”. Las previsiones sobre el paro más recientes (12 de mayo) de la UE para el reino de España prevén una tasa del 15,7 % para el 2021 y del 14,4 % para el 2022. La semiparalización de la economía a causa de la pandemia ha reforzado de forma particularmente acentuada lo que ya era una realidad a principios de 2020 cuando el crecimiento era ralentizado y el incremento de la productividad bajo.
2021 está siendo un año duro. En palabras del economista británico Michael Roberts: “Las grandes empresas farmacéuticas están dispuestas a obtener enormes beneficios de las ventas de vacunas; las compañías de combustibles fósiles continúan expandiendo sus exploraciones y producción. Las empresas de todo el mundo buscan reducir los puestos de trabajo y las condiciones de los trabajadores”.[1] Algo está claro para cualquiera que constate la realidad: la pobreza, el desempleo y la desigualdad crecen y seguirán creciendo en los próximos meses.
Ante una situación tan extraordinaria cabría pensar que las respuestas también deberían haber sido extraordinarias. Centrémonos solamente en un punto: ante el incremento de personas consideradas pobres, ¿qué hizo el actual gobierno español? Es conocido: el 1 de junio de 2020 entró en vigor el llamado Ingreso Mínimo Vital (IMV), un subsidio para muy pobres, en palabras del ministro del ramo José Luis Escrivá. La idea despertó entusiasmos poco disimulados. Se pudieron leer perlas de este tenor: un avance histórico del estado de bienestar, un hito sin parangón, un rien va plus de la innovación del bienestar, un paso de gigante en la lucha contra la pobreza. La lista no termina ahí, pero es suficiente para no aumentar la vergüenza ajena. El IMV tenía que llegar a 850.000 hogares muy pobres. Obsérvese que con ello, de conseguirse, se llegaba como mucho a poco más del 20 % de los pobres contabilizados en el 2019, a los que había que añadir las nuevas remesas del 2020. En diciembre, según datos del Gobierno del reino de España, medio año después de ponerse en funcionamiento, llegaba a 160.000 hogares, el 19 % de lo previsto. Y, aunque parezca increíble, 160.000 representa solamente el 4 % de los hogares pobres, no los que hay en el año 2020, sino los que había en el 2019. No hace falta ser muy ambicioso para constatar no ya la insuficiencia, sino la miseria de esta medida. En cualquier caso, no se necesita ser muy exigente para afirmar que “avances históricos”, “hitos sin parangón” y “pasos de gigante” son merecedores de aplicarse a medidas serias y dignas y no para blufs como el IMV. No se trata de un problema de gestión, que también es verdad que ha sido tan ineficiente para tenerlo siempre como ejemplo de como no debe hacerse una política social, sino de concepción. El IMV es un subsidio condicionado y como tal tiene unos problemas intrínsecos que la gestión más impecable no puede hacer desaparecer. Lo que realmente todavía sorprende es que algunos de los gestores de este fiasco ante la crítica recibida por sectores afectados entre otros, todavía sacan pecho como gallitos alegando las dificultades que tiene toda política social. Es difícil encontrar ejemplos más tontainas de campeones de la autojustificación.
Como este libro explica con detalle, los problemas asociados a los subsidios condicionados, de los que el IMV es un ejemplo especialmente mediocre, son de una naturaleza conocida desde hace décadas en distintos lugares de la Unión Europea y en las comunidades autónomas del reino de España. Y es significativo también que en la comunidad autónoma, la vasca, en donde existe el mejor subsidio para pobres del reino de España y uno de los mejores de Europa, se esté realizando en el momento de escribir estas líneas una recogida de firmas para la Iniciativa Legislativa Popular por una renta básica universal e incondicional.
No es de extrañar que con la pandemia de la COVID-19, la propuesta de la renta básica —una asignación pública monetaria individual, pagada de forma regular, incondicional y universal— despertase el interés de muchas personas de los ámbitos más diferenciados. Es ya casi famoso el editorial del Financial Times de abril de 2020 cuando afirmaba que medidas, hasta ahora consideradas excéntricas, como la renta básica o un impuesto a las grandes fortunas, deberían empezar a contemplarse. ¡Qué mundo tan particular que medidas racionales y justas hayan sido consideradas hasta ahora como “medidas excéntricas”! Qué mayor racionalidad que un impuesto a las grandes fortunas cuando a pesar de la pandemia y de la crisis económica, las personas muy ricas han seguido acumulando riqueza en el año considerado peor en mucho tiempo para una gran porción de personas. Acumulación sin freno, debido sobre todo a la subida en Bolsa de los grupos tecnológicos y a la permisividad fiscal de los estados. Un solo tipo, Jeff Bezos, aumentó su fortuna en 74.000 millones de euros en menos de nueve meses: del 18 de marzo al 27 de diciembre. Y como ha explicado Tax Justice Network, los estados dejan de ingresar 427.000 millones de dólares por las evasiones fiscales. La misma TJN explica que esta cantidad equivale al salario de treinta y cuatro millones de trabajadoras y trabajadores de enfermería. Más cerca: el reino de España pierde o deja de ingresar unos 3.700 millones de euros anuales. ¡Qué curiosa racionalidad! O más bien: cuánta estupidez. Estupidez que causaría hilaridad si no fuera por los miles de millones de personas que sufren con esta realidad que permite la actual configuración política del mundo. Miles de millones cuya existencia material está en manos, con pocas excepciones, de los 2.095 más ricos del mundo. No hay duda de que siempre habrá quien diga que subir los impuestos a los ricos es contraproducente, es inútil, es perjudicial, es ineficiente, es innecesario… hasta que es injusto. Lo que no debería extrañar a nadie puesto que siempre ha habido gente dispuesta a justificar filosófica o teológica o técnicamente (o un poco de todo para los más osados) que la riqueza es buena no ya para los ricos sino para todos. Y así seguirá siendo según los siempre bien dispuestos peritos en legitimación de los que hablaba el genial Gramsci.
Para los defensores de cambios pequeñitos que no supongan el mínimo reajuste de lo importante, el mundo ya está bien como está en líneas generales. A lo sumo algún retoque y apaño. A los peritos en legitimación de derechas y de ciertas izquierdas no gustará este libro. Pero hay personas que, afortunadamente, no pensarán igual.
El eibartarra Julen Bollain explica en las páginas que siguen y con asequibilidad varios aspectos de la propuesta de la renta básica. Una propuesta que no tiene la simpatía de estos a los que me refería como defensores de las cosas tal cual están o a lo sumo de cambios pequeñitos que no toquen nada de lo importante, y todavía menos que enojen a los ricos. Conozco a Julen desde hace ya bastantes años. Como es inevitable, he tenido ocasión de conocer a muchas personas a lo largo de los últimos treinta años en los innumerables actos sobre la renta básica organizados por movimientos sociales, por colectivos ciudadanos o por universidades. En todos estos lugares se conoce a gente de muy diverso tipo y es muy difícil de clasificar en pocos grupos, pero no del todo imposible. Un grupo estaría formado por aquellas personas que son entusiastas de la renta básica pero no tienen ni el tiempo ni el interés en profundizar en los distintos aspectos de la propuesta; otro grupo de personas está compuesto por activistas dispuestos a defenderla y a invertir buena parte de su tiempo sin más explicaciones que su profundo convencimiento de que se trata de una medida justa; otro grupo aún lo forman personas cuyo interés por la renta básica es exclusivamente académico y ven una posibilidad de publicaciones e investigaciones instrumentalmente útiles (los trabajos académicos sobre la renta básica ya suman un número inmenso); y hay otro grupo aún de personas que intentan aprender sobre la renta básica todo lo que de útil pueda venir de cualquier campo —ya sea el académico o el de los movimientos sociales— para defender en la medida de sus posibilidades esta propuesta e intentar aportar su contribución para verla implantada lo más pronto posible. No hay duda de que todas las personas que forman estos grupos y aún otros pueden ser de gran ayuda para el posible éxito de la renta básica. Pero también es normal que algunos grupos me resulten más genuinos y fiables que otros. Determinadas formas de entender la política, entre ellas la forma de defender la renta básica, me resultan más fiables, consistentes o sólidas que otras. Mis simpatías están con las personas que a su integridad intelectual añaden su compromiso político. Debo reconocer que tuve la suerte de tener algún maestro genial al respecto, además de amigo. Fue Antoni Domènech.
Julen Bollain es de los que van en serio. Esta fue mi primera sensación cuando lo conocí y la conservo. A pesar de su juventud, demuestra seriedad académica y convicción política. Y esto no es fácil de encontrar, al menos no ha sido algo que yo haya encontrado muy abundantemente a lo largo de mi vida. Es fácil encontrar académicos de las ciencias sociales que quieren hacer carrera y quizás lo hagan bien y poco les importa en realidad el tema que están tratando si les permite dar pasos en esta dirección (la renta básica les ha sido útil a muchos en este preciso sentido), y también es frecuente encontrar personas con profundas convicciones políticas, pero quizás algo descuidadas en las bases teóricas de esas mismas convicciones. Todas estas personas pueden ser útiles, sin duda. No es muy habitual, insisto, encontrar personas que combinan buen trabajo académico (o de reflexión y estudio en general) y convicción política no instrumental.
Este libro es oportuno por varias razones. Una de ellas es que se publicará en unos momentos en donde existe una iniciativa ciudadana europea por una renta básica que empezó la recogida de firmas en septiembre del año anterior y dispone hasta el 25 de junio de 2022 para alcanzar el millón necesario. Y la mencionada ILP por una renta básica universal e incondicional en la comunidad autónoma vasca.
Este librito es el producto de ya varios años de trabajo y de investigación sobre la renta básica. No hay duda de que se trata de un trabajo que vale la pena leer. Dejó escrito un economista mucho más citado que conocido, John Maynard Keynes, que la dificultad no reside en las nuevas ideas, sino en huir de las viejas. Este libro de Julen Bollain supera muy bien esta dificultad.
Barcelona, mayo de 2021
[1] “Forecast for 2021” cuya traducción puede leerse en
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