miércoles, 1 de diciembre de 2021
No estoy yo tan seguro como Prunetti.
Nos han vendido que la clase obrera ha muerto, pero está viva y luchando en las calles”
El escritor italiano Alberto Prunetti pasó por Asturies en la gira de presentación de su trilogía Working Class, que edita el sello gijonés Hoja de Lata
Por
Paco Álvarez
30 noviembre 2021
Alberto Prunetti, en la planta baja de la Casa Sindical de Xixón. Foto: Luis Sevilla
Madrid, Xixón y Salamanca fueron, por ese orden, las ciudades que el escritor y traductor italiano Alberto Prunetti (Piombino, 1973) visitó la semana pasada en una gira de presentación de sus libros Amianto y 108 metros, una visita largamente esperada por sus lectoras y lectores en castellano, ya que la pandemia obligó a posponerla. La presentación en la Casa Sindical gijonesa, organizada por la editorial Hoja de Lata con la colaboración de Podemos Asturies y la Corriente Sindical d’Izquierda, fue la que reunió más público, quizás porque, echando mano de uno de los símiles futbolísticos que le gustan al autor toscano, el hijo de Renato en cierto modo jugaba en casa: de Xixón son la editorial que está publicando en castellano su trilogía Working Class; el escritor Ricardo Menéndez Salmón, autor del profundo prólogo de 108 metros, y el traductor de los dos títulos. El tercer título de esa trilogía que ya ha comenzado a ser traducida en cinco idiomas (castellano, catalán, francés, inglés y griego) agotó su primera edición en italiano en pocos días y verá la luz en unos meses en castellano con el título de El círculo de los blasfemos.
¿Cuándo y por qué decidió contar la historia de su padre, Renato?
Hubo un periodo de cinco años tras su muerte en el que yo era capaz de verbalizar su historia, no era capaz ni siquiera de contármela a mí mismo. Renato enfermó en 2002, murió en 2004, y hasta 2009 no quise volver a pensar en esta historia, era como un nudo que no quería desatar. Eso guardaba relación con una especie de sentimiento de culpa, porque cuando hablé con los médicos que lo atendían me dijeron que los casos de tumores tenían que ver con el estilo de vida de las personas, que no había relación con el trabajo que desarrollaba. Yo les expliqué que Renato había estado trabajando durante años en los lugares de mayor penosidad laboral, pero ellos respondieron que el problema estaba en el pulmón y que ellos no se ocupaban de lo que pudiera haber alrededor de eso. Se descargaba toda la culpa en el propio obrero, no se ponía el acento en la vertiente social. Renato había intentado obtener la prejubilación por la exposición al amianto, pero se la denegaron, no porque no existiese el problema, sino porque no había logrado probar la influencia del amianto debido a que la empresa había levantado un muro infranqueable. Luego el sindicato nos dijo que había la posibilidad de retomar la demanda para el reconocimiento de la exposición ocupacional y yo ayudé a mi madre con el papeleo. En ese proceso burocrático teníamos que demostrar que Renato había trabajado en distintas acerías, refinerías y plantas industriales a las que lo enviaban en labores de mantenimiento.
¿Y a partir de ahí el hijo de Renato fue reconstruyendo la historia laboral del padre?
Eso es. Cuando empecé a encajar esas piezas me di cuenta de que los desplazamientos de Renato dibujaban el mapa de los lugares más contaminados de Italia, él había trabajado en los lugares donde hay mayor número de enfermedades laborales, daños medioambientales, contaminación, la expectativa de vida más baja… Le pedí a mi madre que me hablara de los sitios en los que él había estado trabajando y ella me contaba cosas como: “Allí es donde una vez, comiendo tortelli con los compañeros, se emborrachó y acabaron discutiendo por temas de fútbol, porque uno era de la Juventus y el otro del Milan…”. Mi madre llevaba la conversación hacia esas microhistorias, que a mí me resultaban muy divertidas, así que las fui anotando y vi que aquello no eran unos simples apuntes, sino que detrás había una novela protagonizada por un obrero. Decidí seguir adelante con mis recuerdos y con los de mi madre para escribirla.
Una de las conclusiones que deja la lectura del libro es que el amianto es el veneno, pero el envenenador es otro: el patrón.
Sí, el amianto es una máquina para matar personas pero funciona al cabo de veinte o de cuarenta años, y ese lapso de tiempo permitió que hiciera mucho dinero mucha gente, desde quien lo fabricaba hasta quien lo incorporaba en la industria. Era un material que se empleaba en numerosos sectores: la construcción, los astilleros, la automoción, el sistema ferroviario… Costaba muy poco y los patronos del amianto se hicieron muy ricos, el dueño de Eternit se convirtió en uno de los hombres más ricos de Suiza. A partir de la década de los setenta el empresariado del amianto ya sabía que el material era nocivo pero hizo lo posible para ocultar esa información, en primer términos, y después, cuando las evidencias científicas ya eran concluyentes, se dedicó a diluir esa sensación de peligrosidad y de riesgo.
El autor livornés, con sus dos libros publicados en castellano. Foto: Luis Sevilla
Tanto Amianto como 108 metros son libros de un género fronterizo entre la novela, el ensayo, el diario…
Sí, eso era algo que me gustaba mucho al principio, me parecía una novedad, pero ahora lo hacen todos y estoy comenzando a distanciarme un poco de ese enfoque. No quería escribir un ensayo en tercera persona donde Renato fuera un número, una estadística. Creo que la fuerza de esta historia radica en que, contándola con instrumentos propios de la narrativa, obligo a los lectores a identificarse con Renato. Un ensayo en tercera persona marca las distancias, esa zona de seguridad que hay entre el lector y la historia que se da en el ensayo, en la novela se salva, porque te pide que te proyectes dentro como lector para llegar a identificarte con la narración. Me interesaba contar la historia personal refrendándola con la historia del país, de una clase social. Y creo que ahí radica la fuerza del libro, porque yo vengo a Asturies y la gente me dice: “Esa que cuentas es también la historia de mi familia, de mi abuelo…”. Expongo la historia personal de un obrero criado en Maremma, en la provincia de Livorno, que trabajaba en instalaciones del norte de Italia, pero que es una pieza de una historia más grande, una historia que considera universal quien se ha criado en la clase obrera.
¿Qué cree que le diría Renato si viviera y viera que ha contado su historia en un libro? Lo pregunto porque la de Renato, como refleja en su trilogía, era una generación en la que no se buscaba el protagonismo individual, sino colectivo.
Es cierto. En una ocasión gané un premio literario y al volver a casa mi abuela me dijo: “Muy bien, señorito, pero ahora ve a llenar de troncos la leñera”. Estaba casi ofendida por haberme visto en televisión dándomelas de importante. Creo que esa es la razón por la cual mi madre se mostraba también algo reacia a verse reflejada. Yo había escrito varias páginas sobre ella y me pidió que no la sacara en el libro. En el tercer título de la trilogía por fin conseguí implicarla, pero con la condición de que yo le dejara leerlo primero. No sé, eso de aparecer en un libro lo ven como algo propio de privilegiados…
Pero me imagino que en el fondo se siente satisfecha al ver reflejada la historia de su familia en estos libros.
Por un lado está contenta pero, por otro, si Renato estuviera vivo yo no hubiera escrito Amianto. Sinceramente, me he convertido en escritor con este libro, no con los dos títulos que había escrito anteriormente. Y eso es algo que me genera tristeza, paradójicamente he tenido que contar una historia sólida a causa de la muerte de mi padre. Con todo, lo más importante es que, aunque se trate de una historia trágica, en ningún momento he presentado a Renato como una víctima. Si lo hubiera presentado como una víctima, Renato habría vuelto desde el Infierno de Dante para liarse a patadas conmigo. El tono victimista, quejica, no iba con la gente como Renato. Y yo no buscaba que el lector dijera “Ay, pobrecito”, sino que entendiera las causas sociales por las cuales Renato enfermó y murió.
Alberto Prunetti, en la calle Fernández Vallín de Xixón. Foto: Luis Sevilla
Usted ha dicho y ha escrito en varias ocasiones que el relato de la clase trabajadora debemos escribirlo desde la propia clase trabajadora. También por eso es importante usar en la narración la primera persona, ¿no?
Sí, también por eso. Hay en ello un elemento negativo, porque siempre estamos rumiando nuestras historias, nuestra mala suerte, nuestra tristeza, mientras que un autor de clase media puede escribir perfectamente sobre jardinería, sobre vacaciones en Provenza o sobre ópera, y las grandes editoriales compran y venden esas historias. En cambio tú, si eres de clase obrera, tienes que escribir sobre el padre muerto, sobre abusos en el ámbito familiar o qué sé yo… Pero es cierto que, básicamente, nadie puede contar nuestra historia como la contamos nosotros y nosotras. Yo me doy cuenta enseguida cuando alguien que está escribiendo sobre obreros no viene de esta clase social, porque en su escritura no siento el olor de las cosas, es una cuestión de olfato. Y esto guarda relación con eso que se dice en Italia: que sólo lee la gente de clase media, de la burguesía, se dice que los obreros no leen. Yo me pregunto por qué deberían leer si sus historias no se ven reflejadas en los libros. De vez en cuando pueden leer un libro y resulta que descubren que la historia que cuenta dista mucha de la suya. El libro puede convertirse en un enemigo que te dice que no estás en el bando adecuado. Es importante escribir historias sobre gente corriente para que la gente corriente vuelva a leer.
Esas historias de la gente corriente, de la clase trabajadora, quizás no tengan mucha épica, pero siempre tienen poética.
No sé, yo en realidad he intentado desarrollar en mis libros una especie de épica harapienta, eso que en España se llama el género picaresco.
De hecho el protagonista de 108 metros, que es usted, recuerda en cierto modo al protagonista de El Lazarillo de Tormes, que aparte de intentar sobrevivir no desaprovechaba la ocasión de devolverle el golpe al amo de turno que lo explotaba.
Sí, esa historia de aquellos años que pasé allí la cuento a través del llamado género del héroe cómico. En mis libros hay ese rastro heroico-cómico y hay también algo del western a la italiana, del spaghetti western de películas de Sergio Leone como ¡Agáchate, maldito! o Hasta que llegó su hora, o de los filmes de Sam Peckinpah que acaban con una épica triste, de viejos héroes de un pasado lejano que la modernidad ha matado. En esa imagen vi la historia obrera de los cowboys del metal como mi padre. Yo no podría contar una épica aristocrática, así que la he convertido en una épica llena de barro y de mierda.
Con el segundo libro de la trilogía, 108 metros, cambia el protagonista, cambia el escenario, cambia la época y la generación, cambia el tono narrativo… Lo que no cambia es la explotación laboral que sufría y que sigue sufriendo la clase trabajadora.
La situación de explotación laboral es tal vez peor que entonces. No se da una situación de pérdida de la salud física por el trabajo como en Amianto, pero sí quizás de pérdida de la salud mental. En 108 metros invierto los papeles: el padre, que era el protagonista en el primer libro, pasa a ser un personaje secundario y el hijo, que era un personaje secundario en Amianto, aquí pasa a ser el protagonista. El padre ve que su hijo, al que con mucho esfuerzo y sacrificio ha mandado a la universidad y se ha licenciado, tiene un título universitario que no vale lo mismo para todos. Si tu familia tiene enchufes, si tu padre trabaja en la industria cultural basta con descolgar el teléfono para que te ponga en contacto con la persona apropiada. Pero si eres un estudiante de clase obrera, encima el primero de la familia que llega a la universidad, ni siquiera los tuyos entienden demasiado qué estás haciendo. Yo mismo no entendía tras el primer año qué estaba haciendo, porque no tenía dinero para irme de Erasmus, no tenía dinero para hacer prácticas no remuneradas… Cuando acabé la carrera empecé a mandar currículos inútiles que iban a parar a ninguna parte, porque nadie contestaba, así que me puse a trabajar como jardinero, como pizzero y como limpiador de establos en un club hípico. Después de dos años con esa vida me marché a Inglaterra, pero como emigrante básico, no formando parte de eso que llaman la ‘fuga de cerebros’. En 108 metros hablo de esa emigración italiana en Inglaterra con un sello picaresco, muy grotesco, sarcástico, lleno de humor, con un componente casi surrealista.
Hay algunos personajes rocambolescos desfilando por la narración…
Muy rocambolescos. Cuando estaba como limpiador en un centro comercial los ingleses que trabajaban conmigo eran un poco borderline, tenían algún tipo de problema. Después, cuando trabajé como pinche de cocina en un comedor escolar, mis compañeros de trabajo parecían personajes de Trainspotting. Eran los hijos veinteañeros de la working class británica del pasado, arruinados por las borracheras, los líos, las drogas y las peleas.
El sentido del humor es una constante en su escritura. En una entrevista que le hicieron en La Marea decía que “si no hay sentido del humor, no es mi revolución”.
Creo que el sentido del humor es una herramienta más, la parodia y la caricatura son instrumentos de la lucha de clases. A la manera pirata, hay que ir al abordaje del lector a través del sentido del humor.
¿Cuándo decidió, o cuándo fue consciente, de que estaba afrontando una trilogía de literatura obrera?
Después de escribir Amianto, antes no. Cuando se publicó me di cuenta de que tenía que contar también la otra parte, mi experiencia en Reino Unido.
Esos dos primeros libros han tenido muy buena acogida en castellano. ¿Esperaba ese éxito?
La verdad es que no conocía el poanorama editorial español. Mis libros tuvieron muy buena acogida en España y en Grecia, en Francia no demasiado y en Gran Bretaña es aún pronto para saberlo, porque 108 metros se publicó hace unas pocas semanas.
Incluso la vicepresidenta Yolanda Díaz recomendó en redes sociales la lectura de Amianto y de 108 metros.
Sí, también ella es hija de un obrero, si no me equivoco. Me alegra mucho que hayan tenido tan buena acogida en España.
Daniel Ripa, Francisco Álvarez, Alberto Prunetti, Aitana Castaño y Héctor González, en la presentación de la Casa Sindical. Foto: Luis Sevilla
En unos meses se publicará en castellano el tercer libro de la trilogía. ¿Qué encontraremos en ese libro?
Es una obra de ficción en mayor medida que las anteriores. Parto de la idea del infierno que supone el trabajo en la actualidad, de las vidas obreras que acaban en el infierno. Parodio la Divina Comedia de Dante Alighieri, en clave obrera, siempre con humor. Le cuento esa historia a mi hija Elettra, para que esa transmisión del testimonio evite que se pierda o que se disperse la memoria obrera. Y consigo que hable mi madre en un par de capítulos del libro.
Los grandes poderes económicos son cada vez más fuertes y la conciencia de pertenencia a la clase trabajadora es cada vez menor. ¿Cómo se puede revertir esta situación?
No lo sé, pero veo que la realidad que vivimos es de todo menos pacificada. En estos días hay luchas obreras muy potentes en España y en Italia, como la de los obreros del metal de Cádiz o la de los obreros de GKN en Toscana. Nos han vendido que la clase obrera ha muerto, pero la tumba está vacía. Hubo un funeral sin muerto, la clase obrera está viva y está luchando en las calles, de manera solidaria. Y esta es una magnífica noticia. Debemos repensarnos como personas de clase trabajadora, siendo conscientes de que la clase trabajadora actual no es como la del pasado. La nueva clase trabajadora está formada por mujeres que se encargan de la limpieza de las habitaciones de hotel, enfermeras que están a cargo de la salud de las personas en los hospitales, trabajadores inmigrantes que transportan paquetería de una punta a otra del país o que entregan comida a domicilio…
¿Tras esta trilogía tiene intención de seguir faenando en la literatura working class?
Quería hacer un volumen de cuentos, y me gustaría también escribir sobre la burguesía invirtiendo el punto de vista. Pero una editorial italiana que tiene una colección en la que autores italianos y extranjeros cuentan el modo en el que escriben me ha pedido que abra mi taller de narración, que saque las herramientas y explique cómo son las historias de mis libros, que significa hoy en día hacer literatura obrera. Es un ensayo híbrido, porque de vez en cuando introduzco algún relato, se publicará a finales del próximo año.
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