domingo, 20 de febrero de 2022
Lúcido Papell...
Contra el localismo suicida y de relincho
Antonio PapellPor ANTONIO PAPELL
Contra el localismo suicida y de relincho 1
El Imperio Romano, muñidor de la Cultura con mayúscula que nos precede y de la que descendemos, consiguió su esplendor gracias al liderazgo centralista de Roma, que expandió y mantuvo su ascendiente sobre todo el orbe conocido en la época. Las calzadas romanas aún en gran parte intactas son hoy el vestigio de aquel entramado controlado por el poder imperial. La decadencia, seguida por una oscura Edad Media de siglos, se caracterizó por el desmembramiento, por la destrucción de la gran maquinaria que había sido capaz de promover un gran salto hacia delante de toda la humanidad. El surgimiento de los Estados Modernos, ya en el siglo XVIII, con la Revolución Francesa y la independencia de los Estados Unidos, se hizo asimismo al calor de una centralización creciente, basada en los emergentes valores democráticos que fueron perfeccionándose por caminos institucionales.
La disgregación provincial de la representación política es un atraso que camina contracorriente y que atenta contra las invocaciones integradoras de los grandes nombres de la generación del 98
Desde el siglo XV, con la unión de los reinos, España se ha acrisolado como un país complejo, una auténtica nación de naciones, en que el engrudo global ha ido ganando fortaleza sobre los pegamentos que han formado las identidades diferenciales, periféricas, sin eclipsarlas. La Primera República fracasó sin embargo por la endeblez de aquel incipiente federalismo, que degeneró en cantonalismo. El Nuevo Régimen surgido con la Revolución del 68, no llegó sin embargo a cuajar hasta que, con la Segunda República, cristalizó una idea potente del Estado, al que se le encargaron determinados equilibrios innovadores. El franquismo fue un centralismo autoritario que soldó ciertos elementos, pero introdujo cuñas muy lesivas entre territorios y el desenlace de nuestro proceso histórico fue la Constitución de 1978, la más duradera de todas, que goza de buena salud, y que ha sabido combinar, con general acierto y algunas dificultades graves pero no insolubles, un Estado cuasi federal con la autonomía de las regiones y nacionalidades, en un todo relativamente armónico y sensiblemente funcional.
Las dos grandes crisis del Siglo XXI, la económico financiera de 2008-2014 y la sanitaria de 2020, han desacreditado a los grandes partidos tradicionales que se turnaban al frente del Estado. Pero junto a formaciones nuevas —Podemos, Ciudadanos, Vox— han surgido también partidos provinciales, no en grado alarmante todavía, pero con una abundancia creciente. Junto a Teruel existe, que ya tiene representación estatal, en las elecciones de Castilla y León han conseguido siete escaños tres formaciones de esta clase, por Ávila, León y Soria. Curiosamente, aunque no cabe hablar en este caso de trasvase directo de votos, siete son también los escaños que ha perdido el PSOE con relación a las anteriores elecciones.
El éxito de semejantes experimentos provinciales permite suponer con aprensión que no pararán en los territorios en que se han implantado (CyL y Aragón) sino que proseguirán en otras provincias. En Andalucía, en concreto, ya están en marcha experimentos semejantes en Jaén y en Huelva… Está por ver que logren arraigar ya que las realidades sociopolíticas en distintos territorios son diversas, pero bien podría ser que en un futuro no muy lejano la fractura se hiciera muy patente en el Congreso español, lo cual, en principio, tampoco parecería una buena noticia.
Cabe afirmar, con reservas, que el surgimiento de estos movimientos provinciales es un acicate, un recordatorio, una denuncia de la pasividad con que los partidos estatales han afrontado los problemas de pequeña escala, pero la reducción al absurdo de la solución demuestra que no es la mejor de las posibles: si todo el mundo optara por vincular su participación política a lo local, al problema cercano, a las necesidades próximas, la comunidad autónoma y el Estado y la comunidad supranacional europea quedarían desabastecidos, las nociones gregarias de nuestro entorno se evaporarían y el ser humano sería una pobre criatura ínfima ligada a su enclavamiento físico y a sus circunstancias específicas. La política nacional no puede ser localista, y el hecho de que Soria tenga problemas concretos o haya padecido una desatención injusta y prolongada no justifica que sus ciudadanos hayan de desentenderse del proyecto general de país, ni que dejen de participar en la construcción colectiva de las grandes tendencias de mañana.
Conviene señalar, en fin, que el localismo degrada la visión superior que ha de inspirar las políticas democráticas. En el bien entendido de que la responsabilidad no es de quienes promueven la fractura sino de quienes la auspician y provocan. La insurrección federalista que en el marco de la I República Española (1873-1874) acaeció en la provincia de Murcia con el objetivo de constituirla en un cantón federal —el llamado cantón de Cartagena— cuyo propósito era instaurar en España “desde abajo” la República Federal sin esperar a que las Cortes Constituyentes elegidas en mayo de 1873 elaboraran y aprobaran la nueva Constitución, y que resistió el asedio de las fuerzas del gobierno hasta el 12 de enero de 1874, fue sobre todo culpa de los visionarios que pretendieron sustituir el anacronismo monárquico con lucubraciones utópicas e inviables que acabarían alumbrando la Revolución de 1868.
En definitiva, la disgregación provincial de la representación política es un atraso que camina contracorriente y que atenta contra las invocaciones integradoras de los grandes nombres de la generación del 98, que lanzaron estímulos para que España superara sus viejos traumas, saliera de la decadencia y entrara en la modernidad. Pío Baroja denunció acerbamente el “kabileñismo ibérico” y Unamuno incitaba a Castilla a castellanizar España; a Galicia, a galleguizarla, a Andalucía, a andalucizarla: a Cataluña, a catalanizarla; y a Vasconia, a vasconizarla. Pero todos dentro de la Patria grande, no del “localismo suicida y de relincho”, porque “somos los vascos, por vascos, dos veces españoles, y en español está todo lo que hemos hecho de duradero” y “nuestra independencia estriba en tratar de ser la cabeza, y más que la cabeza, el corazón dirigente de la España máxima del mañana”.
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