sábado, 12 de febrero de 2022
Asturianos en el olvido...
Maximiliano Olay, un anarquista asturiano en los EEUU
Nacido en Colloto, trabajó en las fábricas de tabaco de Tampa y Nueva York, fue sindicalista, delegado de la CNT en Norteamérica y traductor y amigo de Emma Goldman.
Por
Luis Argeo
12 febrero 2022
Maximiliano Olay en un acto de solidaridad con España durante la Guerra Civil. Foto cedida por Amelia Kaplan y Alfredo Sánchez.
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Luis Argeo
Es periodista, escritor y cineasta. Junto con James D. Fernández ha sido comisario de la exposición "Emigrantes invisibles: españoles en EE UU (1868-1945)", organizada por la Fundación Consejo España-EE UU.
He leído Mirando al mundo (1941) varias veces. Siempre en folios fotocopiados. La primera vez fue después de que, hace algunos años, la nieta de Maximiliano Olay, el autor de la citada obra, me relatara en California cómo ella dio con un ejemplar original sin saber absolutamente nada de su abuelo anarquista. La fortuna arrimó dicho libro a sus manos gracias a una secretaria del instituto donde, aún con apellido Olay, la entonces joven Amelia se matriculaba para cursar bachillerato allá en los años 60. Aquella secretaria desencadenó la posibilidad de que hoy, aquí, conozcamos a una de las figuras representativas del anarquismo estadounidense. Creo firmemente que Mirando al mundo merece nuevos lectores, nueva reimpresión. Maximiliano se merece una reparación. Creo que la historia de Amelia y la búsqueda incansable de su familia la está escribiendo ella, sin prisa.
Imagino al pequeño Maximiliano -qué contradicción-, entre gallinas y otros guajes, correteando por maizales cercanos a la casa familiar que sus abuelos habían levantado en la aldea asturiana de Los Prados, Colloto. Lo imagino abriendo mucho los ojos. Se ha quedado sin panoya tierna durante los juegos de media tarde. La injusticia, o se sufre en la infancia, o nunca se termina de entender. Termina el verano de 1898, que en libros sería recordado como el año del desastre.
Imagino al Olay adolescente, hecho un paisanín, pantalón largo. Le han domado el pelo peinándolo de raya al lado. Se despide de la familia ante los molinos de Les Folgueres, en Siero. Hasta ahora, únicamente ha cruzado las aguas del río Nora. Pero tras este primer adiós embarcará en un vapor rumbo a La Habana, con media sonrisa en la cara y una carta en el bolsillo. Fue remitida tiempo atrás por su tío emigrado, quien se ocupará de recibirle en el malecón.
“Tras este primer adiós embarcará en un vapor rumbo a La Habana, con media sonrisa en la cara y una carta en el bolsillo”
Cuba, en 1908, no da para todos. Hay miles de asturianos de tercera clase por las calles. Ahí está Olay, caminando boquiabierto ante los grandes edificios del Parque Central. Pronto descubre que su tío es rico, y que él acaba de dejar atrás a un padre pobre. Imagino incómodo al joven recién llegado. Se desenvuelve como hijo de pobre entre esa nueva familia y allegados ricos. Los roces, los malentendidos, las discusiones no tardan en manifestarse. Antes de soportar mayores impertinencias, el tío rico envía a Maximiliano a Tampa, Florida. Allí también hay muchos asturianos de tercera buscándose la vida. Sabrá adaptarse.
Trabajo infantil en una fábrica de tabaco en Tampa, Florida, a principios del siglo XX.
Entre compatriotas, Maximiliano encuentra trabajo en alguna fábrica de tabacos de West Tampa, quizá en Ybor City. Son multitud. Masa. Algunos obreros se organizan en sindicatos. Eso le gusta. Le interesa. No así a los patrones. Él es un joven con ganas de aprender. La injusticia campa a sus anchas entre montículos de tabaco en rama que llega a diario desde Cuba. Los tabaqueros se llevan la peor parte de todo, incluido el calor. Me imagino a Olay leyendo “Trabajo”, de Emilio Zola. Y trabajando.
Puedo ver a Maximiliano torciendo tabaco, atento a las lecturas del lector que han contratado entre los compañeros de turno. Ese día lee alto y claro el periódico barcelonés “Tierra y Libertad”. Algunas lecturas le hacen detenerse a pensar lo que ha escuchado. Enrollar tabaco le da dinero; el dinero le permite comprarse libros. Caen en sus manos los de Anselmo Lorenzo, Bakunin, Kropotkin… Maximiliano se cartea con libertarios mejicanos y cubanos. Los marinos que llegan de España le traen impresos y pasquines anarquistas. Humanidad y justicia son palabras que pronuncia y escucha varias veces al día.
En Tampa, Maximiliano, el militante libertario, el sindicalista, es despedido de casi todas las fábricas de tabaco donde trabaja desde hace años. Son treinta y nueve. De la última se va él porque quiere. Imagino a Olay saliendo por el portalón, sin mirar atrás. Le vienen acusando de asesino, de vago, de ladrón. Nunca hay pruebas que demuestren los embustes de la policía. Él apenas es un líder sindical. Además, aún es menor de edad, no le pueden deportar. A otros amigos mayores que él, sí.
Mitin durante el sexto mes de huelga en las fábricas de Tampa, Florida.
Imagino a Olay cariacontecido. Le acaban de anunciar que su compañero en la casa de huéspedes, Manuel Pardiñas, ese tan reservado y esquivo Manuel, quien llevaba un tiempo ausente de Tampa, es el asesino del presidente del gobierno José Canalejas. Ha ocurrido hace unos días en la Puerta del Sol, Madrid. 12 de noviembre de 1912. Imagino a Olay recordando las charlas ácidas, airadas, que compartieron a costa del rey Alfonso XIII. Era éste y no el presidente el objetivo de su amigo. ¿Qué habrá ocurrido en el tiroteo? El último disparo de Pardiñas se lo reservó para sí mismo. Olay piensa. Nada estaba previsto de ese modo.
Imagino a Maximiliano deshaciendo su anárquica maleta en casa de un amigo de Nueva Orleáns. Ya es mayor de edad y tiene miedo a ser encarcelado. Busca el modo de regresar a España. Lleva cinco años fuera y no tiene dinero. Se enrola en un buque con ayuda de marineros españoles. Llega a Cádiz y no sólo no ha pagado el pasaje, sino que desembarca con 19 dólares ganados en la cocina, limpiando. Tiene tantos dólares como años. No es rico como su tío, Olay, pero es joven, listo, leído.
A casa de sus padres no llega con una palmera, sino con dos agentes de policía. Le siguen desde que desembarcó, días atrás, en Cádiz. Por lo de Pardiñas. Ahora en España le consideran una persona peligrosa. Imagino que a su madre nada de esto le hace gracia. Ni los chismes en días de mercado. Acusaciones infundadas. A Maximiliano lo que no le hace gracia es el servicio militar. Se habla con miedo del norte de África. Para evitarlo, dice otra vez adiós en casa. Vuelve a hacer las Américas. Es 1913.
“A casa de sus padres no llega con una palmera, sino con dos agentes de policía”
En La Habana, “Voluntad” es como se conoce al grupo libertario en el que Olay encuentra mayor actividad y ocupación, pues la Gran Guerra en Europa tiene paralizadas las fábricas de tabaco cubanas. Sin embargo, su verdadera voluntad es saltar otra vez al continente, a Estados Unidos. Lo hace con nombre falso. Los agentes de inmigración lo reconocen en Tampa. Imagino la soberbia en cara de estos cuando descubren el pretendido engaño del joven español. Lo devuelven a La Habana bajo la consigna: “Juan Escoto, anarquista peligroso”.
Imagino la cara enojada del tío rico, bien considerado.
Imagino la cara displicente de Olay, desembarcando en Ellis Island meses después de aquella torpeza. El billete de primera clase no le detiene en inmigración. Gracias, tío rico, se dice para sí Maximiliano.
Maximiliano Olay
Las lecturas anarquistas se completan con clases de inglés en el Centro Ferrer de Harlem. El tabaco de Nueva York también requiere de hombres sindicados para combatir la injusticia y el abuso laboral. Es 1914, y Olay necesita dinero. Dobla tabaco aquí, hace de lector allá. Siempre entre tabaqueros. Los compañeros convierten a Olay en tesorero del comité de huelga; los comités libertarios convierten a Olay en escritor; la cárcel convierte a Olay en un hombre.
Un hombre con poco dinero y muchos ideales. Un hombre al que le niegan el trabajo en fábricas y talleres. Lo imagino haciendo la maleta.
Providence, Boston, y otra vuelta a Nueva York. En 1919, Maximiliano Olay se ha transformado varias veces. Lo mismo le pasa al movimiento libertario estadounidense. La guerra ha cambiado el orden mundial. Ahora Olay es maestro de español y trabaja de traductor en Chicago. Durante los dulces años 20, lo imagino organizando el orden de los oradores para las siguientes ponencias de filosofía en el ateneo libre del grupo “Free Society”. Y escribiendo cartas en favor de los presos políticos de las cárceles soviéticas. También artículos encendidos para periódicos de toda índole, en inglés o en español: “Cultura Obrera” de Nueva York; “The Road to Freedom” de Chicago; “Revista Blanca” de Barcelona. Olay ya habla varios idiomas. Está casado con la activista Anna Edelstein, va a ser padre. Un padre no tan pobre como el suyo.
¿Quién es al cabo de diez años Maximiliano Olay?
Es un hombre volcado en la lucha antifascista. Escribe, moviliza a compatriotas, acompaña a delegaciones estudiantiles de gira, traduce mítines para que los estadounidenses conozcan la penosa situación que vive España. Cuando estalla la Guerra Civil en 1936, Olay se da cuenta de que la información es clave para que su país reciba la ayuda exterior que el pueblo necesita. El Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo establece una Delegación permanente en los Estados Unidos, con Olay al frente. Maximiliano representa a la CNT en EE.UU. Se traslada a Nueva York, deja su casa, su familia, deja todo para organizar la captación de ayuda a través de todas las organizaciones libertarias que peinan los Estados Unidos, de costa a costa. Maximiliano luce pelazo peinado hacia atrás.
Buena parte de la comunidad española en los EEUU se volcó con la República durante la Guerra Civil.
Imagino a Olay en el funeral de su paisano anarquista, Avelino González Mallada, el último alcalde republicano de Gijón, fallecido en accidente de tráfico cuando participaba en la gira que la Sociedad Internacional Antifascista y la CNT le habían preparado en una docena de colonias de inmigrantes españoles. Su coche volcó en Woodstock, en marzo de 1938. Quiero imaginar que tanto a él como a su chófer les venció el sueño.
Imagino a Olay escribiendo a máquina, lleva treinta horas despierto. Está escribiendo en inglés un nuevo “Boletín de Información” sobre la lucha en España. Se lo piden las redacciones de los grandes periódicos de Estados Unidos. Me lo imagino agotado, desesperado, enfermo. ¿Qué quedará si pierden el progreso, la justicia, el humanismo? ¿Qué quedará de Maximiliano?
Queda la entereza de su triste figura. Según cuenta Rudolf Rocker, a Olay se le pone cara de cadáver cuando se entera de la caída de Barcelona. Ambos están juntos en el despacho. Olay no pronuncia una sola palabra. Rocker sí dejaría ese momento por escrito. Él sí puede ver cómo sangra el alma de Olay. Es fácil imaginarse la escena.
Anna Edelstein, viuda de Olay, junto a su tumba. Foto cedida por Amelia Kaplan y Alfredo Sánchez
Imagino a Olay escribiendo un nuevo obituario, esta vez el de Emma Goldman (mayo, 1940), su buena amiga, a quien tradujo tantas cartas y artículos. La muerte de la célebre activista causó gran tristeza en Olay. Ambos comparten críticas severas a los anarquistas de España ante la tolerancia que han mostrado -según ellos, injustificable- para con los comunistas.
Imagino a Olay ya fallecido, 48 años, rendido ante su úlcera sangrante, escuchando a Rudolf Rocker, quien le dedica bellas palabras en el prefacio del libro que los compañeros de Olay publican tras su muerte. Un libro que se titula Mirando al mundo, que reúne varios de sus artículos. El libro que la secretaria de aquel instituto californiano regala, con orgullo, a la joven nieta del autor. Imagino que en este año 2022, arreglados los permisos con Amelia (Olay) Kaplan, yo encuentre el ímpetu y el dinero suficientes para reimprimir las palabras imperecederas, y acaso necesarias, del verdadero Maximiliano Olay.
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