jueves, 10 de febrero de 2022
La Centralidad de Y.D.
Yolanda Díaz y la centralidad
Como afirma Maquiavelo, el ritmo que le ha metido la Ministra al Gobierno es bueno, porque no deja espacio a la reacción, ni para urdir algo contra ella ni para advertir la bipolaridad de un país que desea arder en llamas.
Por
Víctor Guillot
10 febrero 2022
Yolanda Díaz, junto a Pepe Álvarez y Unai Sordo tras el anuncio de la subida del SMI. Foto: Ministerio de Trabajo y Economía social
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Víctor Guillot es periodista y dirige el Centro de Interpretación del Cine en Asturias. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y el diario digital migijon. Colabora en la Cadena Ser. Su último libro, junto a Rubén Paniceres, se titula "Ceniza a las cenizas. David Bowie y la revolución visual de la cultura pop" (Ed. Rema y vive).
Yolanda Díaz, desde que ocupó el Ministerio de Trabajo, se ha expresado con una ternura rubia y hermética, casi como una diosa griega, entre la leyenda comunista y el carisma gallego. Hubo un momento, cuando aparecía en las tertulias de La Sexta, en que era para los españoles como una versión emotiva y fervorosa de la indignación de la calle, una visión simpática y periférica, femenina y feminista de la razón política emanada del 15M que dulcificaba la versión más agreste y callejera, fulgente y adanista de Pablo Iglesias.
Uno creyó hace menos de un año que nombrarla vicepresidenta del gobierno de Pedro Sánchez era poco menos que una forma de asesinarla políticamente, por la espalda, con lentitud, desangrándola, de un modo maquiavélico, como una erosión constante, bien a través de los zarpazos de los propios, bien a través de los mordiscos ajenos. Pero ya digo, desde que asumió la cartera de Trabajo su discurso fue adquiriendo una pureza institucional, acercándose a la centralidad de la clase obrera, que no es lo mismo que el centro, abrazando su discurso a eso que los hombres llamaron el interés el general.
Yolanda Díaz en la Universidad Popular Asturiana de Podemos Asturies. Foto: David Aguilar Sánchez
La disparatada convalidación del decreto que regula la reforma laboral nos deja una mujer más dura. Sospecho que ella ha sabido ver esta jugada como algo más que un error informático. Confirma que las palabras del PP van por un camino y sus votos van por otro, mayormente, con la CEOE, aunque el protagonismo de la tarde-noche se la llevara un tal Casero que, según me cuenta algún diputado del PP, puede parecer una caricatura, pero no tiene un pelo de tonto. Yo esa tarde brindé con un Chivas de 12 años por la Ministra, por la reforma, por la clase trabajadora.
Maquiavelo recomienda al político mantener en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos, encadenando sus acciones para no conceder a sus adversarios espacio para poder urdir algo tranquilamente contra él. Tal vez Yolanda Díaz no haya leído a Maquiavelo, ni falta que le hace, pero está siguiendo a rajatabla su consejo y, en cuanto ha sido aprobada la reforma laboral, ha comenzado a galopar con tanta rapidez y seguridad en sí misma que nadie ha encontrado argumentos y razones para oponerse a la subida del Salario Mínimo Interprofesional anunciado este miércoles.
“Díaz ha comenzado a galopar con tanta rapidez y seguridad en sí misma que nadie ha encontrado argumentos y razones para oponerse a la subida del SMI”
A la media hora de haber sido aprobada la reforma laboral, Díaz hablaba de concordia, consenso, conciliación, recuperación de derechos laborales, de historia sobre una democracia frágil y tambaleante, demostrando que la reforma era el reflejo de la voluntad de los españoles representados por una exigua mayoría en el hemiciclo del Congreso y por la mesa de negociación en la que estaban incluidos los sindicatos y las patronales. A los seis días, ha anunciado la subida del SMI que alcanzará la cota histórica de los mil euros, como una declaración rupturista que reforzaba la confianza que la soberanía del pueblo español había entregado a Pedro Sánchez. A su manera, la subida es una contraofensiva a las críticas de Pablo Iglesias a la reforma, a los ataques del PP y de Vox, apuntalando la centralidad que busca, desde la economía, mejorar la vida de las personas. No sé hasta que punto es ella la que arrastra los acontecimientos o si se deja arrastrar, pero, como afirma Maquiavelo, este ritmo que le ha metido al Gobierno es bueno, porque no deja espacio a la reacción, ni para urdir algo contra ella ni para advertir la bipolaridad de un país que desea arder en llamas.
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