martes, 4 de julio de 2023
Fernando de Valdés Salas, el heredero de....Cisneros.
Fernando de Valdés y Salas, una vida dedicada al poder
El inquisidor y fundador de la Universidad asturiana vuelve a ser noticia por la restauración de su mausoleo en Salas.
Por
Arantza Margolles
4 julio 2023
Retrato de Fernando Valdés Salas.
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Fernando de Valdés y Salas, una vida dedicada al poder
4 julio 2023
Arantza Margolles
Arantza Margolles
Es historiadora.
“Incomparable varón”. Así definió a Fernando Valdés Salas, en 1668, José Pellicer[1]. Cronista, gongorista y atlantólogo, Pellicer fue uno de tantos genealogistas que trazaron, en aquel Siglo de Oro cuyas glorias comenzaban a abocanar, las historias que aún hoy se cuentan. Aquí, en Asturias, todo parte de Tirso de Avilés, contemporáneo durante sus primeros 38 años de vida de aquel ‘varón incomparable’ que fue el salense Fernando Valdés, cuyo mausoleo, en la colegiata que él mismo financió, acaba de ser inaugurado tras meses de restauración. Si Pellicer incluyó a Valdés Salas para justificar la grandeza del noveno conde de Miranda, Fernando de Zúñiga, Tirso hizo uso de la fantasía muchas veces a la hora de echar raíces en la Historia. El ascenso social que justificaban las genealogías propagó, también, su frecuente falsificación. Camina, pues, la historiografía del siglo XXI sobre tierras movedizas y una sola certeza: Fernando de Valdés Salas, incomparable para bien o para mal, existió. Y fue tan poderoso como sugiere la grandilocuencia del mausoleo que Pompeo Leoni le realizó, y que, más de tres lustros después de la muerte del inquisidor, llegó a la colegiata de Salas. Su tierra natal. Desde esta semana vuelve a lucir en todo su esplendor tras los trabajos de restauración de los que ha sido objeto.
Tiempos nuevos y viejos
Natal, sí, aunque lejana. Hijo de Juan Fernández de Valdés y de Mencía de Llano y Valdés, señores de Salas, Fernando, probablemente segundón, marchó pronto de Asturias para formarse como religioso en Salamanca, en el colegio de San Bartolomé. Pronto encontraría acomodo como brazo derecho de Francisco Jiménez de Cisneros, quien a la sazón lideraba una institución moderna, pero vieja a la par. Había sido la bula Exigit sincerae devotionis affectus, en 1478, la que diera lugar a un Tribunal de la Inquisición propio de Castilla -en Aragón perduraba, aún, el de raíz medieval- que, sin embargo, muy pronto fue desligado de Roma para pasar al control absoluto por parte de sus fundadores, los Reyes Católicos. Pasaba a ser, así, un órgano bajo jurisdicción regia; de cariz más político que religioso; el primero que pudo considerarse, en 1484, proto-español, al ser la única institución, por entonces, que ejercía su autoridad en los territorios tanto de Castilla como de Aragón.
Cardenal Cisneros
‘Tanto monta, monta tanto’, que decía el mote heráldico de Isabel y Fernando. Ahí anda, de nuevo, la genealogía de blasones, de escudos; la genealogía del poder. Cisneros, que se sepa, no dejó descendencia biológica, pero cuando murió, en 1517, en pleno pleito dinástico y en plena, y tensa, espera de la llegada desde Flandes del príncipe Carlos -le retrasaban un accidentado desembarco en Asturias y la desconfianza de su consejero, Guillermo de Croy, en el agonizante inquisidor general- sí tuvo un heredero oficioso: el asturiano Fernando Valdés Salas, quien acababa de viajar a Flandes, y que no tardaría en conocer las ideas contra las que desarrollaría toda su trayectoria política posterior. Nueve días antes de la muerte de Cisneros en Roa (Burgos), un religioso alemán, Martín Lutero, había clavado en la puerta de la Schlosskirche de Wittenberg un listado de 95 tesis que revolucionarían el mundo. Y también la vida de Valdés-Salas.
Las tesis de Lutero
Promulgaba Lutero la vuelta a la espiritualidad original de la iglesia; la libre interpretación de la fe; la abolición del celibato; la supresión del culto a las imágenes y el alejamiento de Roma. Un desafío a la autoridad, de cualquier forma, que trascendió a la política internacional en 1521, con la Dieta de Worms. Un año después, Valdés Salas regresó a España, convertido en visitador del reino. Todo era política. Controlar los pasos de Lutero, intervenir en el apaciguamiento de Navarra o participar de las negociaciones para el viaje a España de Isabel, la princesa portuguesa cuyo matrimonio con el rey y emperador atraería no solo la estabilidad política con el país vecino, sino también un saneamiento de las cuentas del nuestro, naciente y ya endeudado. A Valdés Salas ya solo le quedaba subir.
Ausencias y aumentos
Lo hizo, sin prisa pero sin pausa, con intensidad y, sobre todo, muchas ausencias. Convertido en obispo de Elna en 1529, nunca llegaría pisar el suelo de aquella lejana diócesis pirenaica. A Orense, donde ascendió al cargo en 1530, solo hizo una breve visita; González Novalín, su más reciente y denodado biógrafo, justificaba su ausencia de Asturias tras asumir el obispado de Oviedo en 1532 por lo “dilatado y abrupto” del territorio, con “malas condiciones para que un obispo pudiera controlar no solamente la cura pastoral de los fieles sino también la obediencia de sus muchos señoríos temporales”. Ocurría que Valdés Salas compaginaba todos aquellos cargos eclesiásticos con tantos otros civiles. Presidente de la Real Chancillería de Valladolid primero; del Consejo Real de Castilla, después. Entre tanto: obispo en León, en Sigüenza; a Sevilla, al fin, llega en 1546. Todo a punto para el último ascenso, el más importante. Un año más tarde, Felipe II hace inquisidor general a Valdés Salas y las críticas se desatan.
Estatua de Valdés Salas, en el patio del Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo. Foto: Alisa Guerrero
Parten, sobre todo, de Bartolomé de Carranza, fraile dominico; pensador de confianza de Carlos I, conferenciante en el Concilio de Trento y, a priori, poco sospechoso de comulgar, nunca mejor dicho, con la fiebre protestante que ya expandía sus tentáculos por toda Europa. O sí, quien sabe; podría ser, dirían los partidarios de Valdés, que hubiera sido el disimulo el que hubiera llevado a Carranza, enviado a Inglaterra tras las nupcias de Felipe II con María Tudor, a quemar los restos mortales de Catherine Dammartin, la ex monja que se había casado con el protestante Pedro Martir Vermigli, o los de Martín Bucero, su inspirador. La cuestión es que en 1557, cuando Carranza vuelve a España y es nombrado arzobispo de Toledo, Valdés Salas, inquisidor general desde hace una década, promueve su caída. Le acusa de inclinaciones luteranas en sus Comentarios al Cathecismo Cristiano, de haber conminado al protestantismo a la condesa de Buendía, a la que había aconsejado no rezar el paternóster ni el avemaría a los santos.
Mausoleo en Salas al inquisidor y fundador de la Universidad de Oviedo/Uviéu.
Del otro lado, Carranza afeaba -llevaba años haciéndolo- al asturiano de no haber cumplido correctamente con sus cargos; de estar ausente de las diócesis que regentó e, incluso, de valirse de la jurisdicción del Santo Oficio “para conminar y perseguir a sus deudores insolventes” o de poner “por inquisidores a deudos y criados suyos, y hombres indoctos”. Aún hoy los estudios discrepan sobre los verdaderos motivos de la pugna, que duró 17 años y sobrevivió, por tanto, al propio Valdés. Se ha llegado a hablar de envidias por parte del salense; del ánimo con el que este ambicionaba hacerse, también, con el arzobispado de Toledo. No parece plausible, habida cuenta de la elevada edad que, por entonces, contaba ya Valdés Salas. Pero este, como llegarían a decir alguno de sus hagiógrafos, era hijo de su tiempo, y “adoptó las ideas de su siglo, participando de su intolerancia y fanatismo”. En 1559, el año en el que se arrestó a Carranza, Valdés había impulsado varios autos de fe, en Valladolid y en Sevilla, para frenar las ideas luteranas. Decenas de personas fueron ajusticiadas y de otras tantas, muertas tiempo atrás, se quemaron sus huesos y sus casas.
De los libros prohibidos a la Universidad
No todo serían sombras en la biografía de Valdés Salas, por más que ni siquiera Menéndez Pelayo le absuelva en demasía de su mala fama. Hombre de contrastes, bajo su mandato se publicó el primer Índice de Libros Prohibidos, por medio del cual se censuraba la publicación y tenencia de las obras de Erasmo, pero también del Cancionero general o del Lazarillo de Tormes; sin embargo, en su testamento, redactado cuando el salense superaba los 80 años de edad, dejó garantizada la creación de un centro del saber: la Universidad de Oviedo. Según Gracia Noriega[2], fue tal vez para compensar el abandono de sus diócesis en vida que Valdés Salas quiso beneficiarlas después de muerto con lo que sería, en palabras de Marañón de Espinosa, “el más ilustre y ordenado testamento y mejor ordenada y empleada hacienda”, que era mucha, y muy crecida desde que aquel hidalgo segundón saliera de la villa de Salas rumbo a Salamanca. Benefició tanto a Oviedo como a Orense; a Salamanca como a Sigüenza; a Sevilla y a Salas; no, en cambio, a Elna y León, apenas si sedes de tránsito hacia su crecimiento personal. Los obituarios suelen definir, aún hoy, a ese tipo de figura como estadista. Fernando Valdés Salas, fuera de toda duda o cuestión, lo fue.
[1] Pellicer de Touar (1668). Ivstificacion de la grandeça y cobertvra de primera clase, en la casa y persona de don Fernando de Zvñiga.
[2] Gracia Noriega, J.I. (2008) El arzobispo Fernando de Valdés: la Mitra, la Universidad y la hoguera.
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