Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump. / Luis Grañena
Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump. / Luis Grañena En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Para entender las elecciones presidenciales en Estados Unidos tenemos que hacernos no una, sino dos preguntas distintas. En primer lugar, ¿cómo se explica el voto a Donald Trump? En segundo lugar, ¿por qué Kamala Harris no ha conseguido movilizar a su electorado? Comparemos los resultados (provisionales) de 2024 con los de 2020: Trump tiene aproximadamente el mismo número de votantes. Si gana por 4 o 5 millones de votos, es porque Harris ha quedado muy por detrás de Joe Biden, quizá por 8 millones (sobre 81). Por consiguiente, podemos estimar que una décima parte del electorado demócrata de 2020 se ha abstenido en 2024. Por ejemplo, en el estado de Nueva York, que se ha decantado por los demócratas, si Trump reduce a la mitad la diferencia en términos porcentuales, su electorado se mantiene estable, pero Harris ha perdido casi un millón de votos. Efectivamente, la participación sigue siendo alta, pero ha caído. Si no tenemos en cuenta la abstención, podemos creer erróneamente que parte del electorado se ha pasado de un bando al otro. Pero las elecciones no son un juego de suma cero. En realidad, el voto a Trump es estable; el que cae es el voto demócrata. La abstención, por definición, no aparece en las encuestas a pie de urna. Sin embargo, la mayoría de las interpretaciones se basan en estos porcentajes de votantes. Tomemos el ejemplo de la brecha de género, la diferencia de voto entre hombres y mujeres, que se ha acentuado especialmente desde 1996. Tras la sentencia del Tribunal Supremo contra el derecho federal al aborto, en 2022, la movilización de las mujeres pesó mucho en las urnas. En 2024, ¿el ostentoso sexismo de Trump no reforzaría esta tendencia? No ha sido así: efectivamente, Harris ganó entre las mujeres, pero menos que Joe Biden antes que ella, y también menos que Trump entre los hombres. Para explicar estas cifras paradójicas, podemos formular la doble hipótesis de una fuerte movilización entre los hombres (incluidos los latinos), y una débil movilización entre las mujeres (al menos las blancas, que dieron la mayoría de sus votos al candidato republicano). De este modo, el voto masculinista acabó imponiéndose al feminista. ¿Por qué se han desmovilizado las mujeres? La campaña de Harris recuerda a la de Hillary Clinton en 2016. Ninguna de las dos desafió las políticas neoliberales propugnadas por el Partido Demócrata. El final de la campaña ha empeorado las cosas: para ganarse al centro, Harris parecía ceder a los intereses de las grandes empresas. Sin embargo, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, las jóvenes votantes son cada vez más liberales, es decir, más de izquierdas (30 puntos más que los jóvenes votantes). En otras palabras, su feminismo no se limita a los derechos de la mujer. Tanto más cuanto que las mujeres están más expuestas socialmente, con salarios y pensiones más bajos y mayores cargas familiares, y son por tanto más sensibles a las cuestiones relativas a la protección social. No apoyaron a Trump, pero eran menos partidarias de que Harris se convirtiera en la primera mujer presidenta. Por tanto, la cuestión económica influye en la abstención, no solo de las mujeres votantes, sino también de los votantes que han desertado del Partido Demócrata. Es el caso de las clases trabajadoras. Ya en 2016, se decía que se habían ganado a Trump. Sin embargo, entre los votantes con ingresos bajos, Hillary Clinton seguía liderando por unos diez puntos, pero ya mucho menos que Barack Obama antes que ella. En 2024, los ingresos ya no influyen mucho en el voto. Harris aventaja ligeramente a su oponente entre los votantes más pobres y más ricos, mientras que Trump gana por un pequeño margen en las demás categorías. Sin embargo, esta casi igualdad es un hecho importante: el voto de clase se ha acabado. Como señala el senador Bernie Sanders, encarnación de la izquierda demócrata: “No debería sorprendernos que el Partido Demócrata que abandonó a las clases trabajadoras esté siendo abandonado por estas”. De modo que no ha habido ningún “frente demócrata”. Aunque las condiciones económicas, y la inflación en particular, desempeñan un papel en la desafección hacia Harris, no explican la afección hacia Trump. Es importante recordar que las respuestas de las encuestas no pueden tomarse al pie de la letra. Por ejemplo, ¿la situación financiera del 81% de los votantes de Trump era realmente mejor hace cuatro años, en plena Covid? Es cierto que los votantes demócratas están satisfechos con la economía: los insatisfechos no acudieron a votar. Es igualmente cierto que los votantes republicanos, que dicen estar muy insatisfechos con la economía, esgrimen una motivación económica casi tanto como su rechazo a la inmigración. Pero esto se debe a que los encuestadores se lo preguntan; espontáneamente, apenas la mencionan. En vano, sus asesores intentaron convencer a Trump de que dedicara un discurso a la economía, “el tema más importante”. Sin embargo en agosto, ante una multitud, se burló de esos “intelectuales”. La verdadera división son los títulos, no el dinero, es decir, un antielitismo cultural que perdona a los multimillonarios. Por consiguiente, prefiere hablar de fronteras y de inseguridad (o de las risas de su adversario): “eso nos gusta”. Y es un éxito. Como en 2016, nadie sabe cuál será la política económica de Trump, al igual que todo el mundo ignora cuál será su política en materia de inmigración y derechos. Sus votantes no votan por sus intereses, sino como reacción a sus pasiones. El electorado de Trump sabe lo que representa, lo que ha hecho y lo que puede hacer. Fue elegido con pleno conocimiento de causa. No fue elegido a pesar de su sexismo, su racismo, su xenofobia, a pesar de sus convicciones y de su intento de golpe de Estado abortado, sino por todo ello: los trumpistas disfrutan con estas transgresiones. El resentimiento de sus votantes no es la traducción de un desclasamiento objetivo; es un voto transclasista. Nadie ve hoy en Trump un remedio para el neoliberalismo; es un síntoma neofascista del mismo. Hillary Clinton tenía razón al calificar a la mitad de los votantes de Trump de “deplorables”. Trump encarna un poderoso deseo de desigualdad como reacción a todas las demandas de igualdad. En la misma proporción, los votantes de ambos bandos sienten que la democracia está a salvo o, por el contrario, que está en peligro. Por consiguiente, el voto a Trump es, o bien indiferencia hacia la democracia, amenazada el 6 de enero de 2021, o bien odio a la democracia, protegida por el Estado de derecho. Al mismo tiempo, entre los demócratas, como ya expliqué en 2016 tras la derrota de Hillary Clinton, la clave del fracaso o del éxito “es la abstención, ¡estúpido!”. De modo que para movilizar a la izquierda, no hay que elegir entre la crítica al neoliberalismo y la resistencia al neofascismo: se trata del mismo deseo democrático de igualdad.
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