Un grupo de electores republicanos se agolpa frente a una pantalla que emite el discurso de Trump, en Times Square (Nueva York). / E. B.
Un grupo de electores republicanos se agolpa frente a una pantalla que emite el discurso de Trump, en Times Square (Nueva York). / E. B. En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Los estadounidenses no vibran con la política con el mismo fervor que los franceses. El imaginario de Hollywood instaló en Europa la idea de que las carreras a la Casa Blanca son la repera. Mítines multitudinarios, líderes carismáticos, brillantes estrategas… Nada más lejos de la realidad. Estados Unidos es un país marcado por la desafección –más de un tercio de su electorado se abstiene– y la desorientación ideológica. La política se percibe como un espectáculo, en que un bufón como el ultraderechista Donald Trump tiene todas las de ganar. El expresidente y sus acólitos celebraron el 27 de octubre un mitin esperpéntico en el Madison Square Garden, cuyo gran protagonista fue el humorista Tony Hinchcliffe, que habló de Puerto Rico como una “isla de basura”. Los analistas, que a veces desencriptan la realidad de manera demasiado sesuda, interpretaron esas palabras como un disparo en el pie por parte del bando republicano. Podía convertirse en un punto de inflexión a favor de la demócrata Kamala Harris, decían. Difícilmente se imaginaban la marea trumpista en que se convertirían las elecciones del 5 de noviembre. Cerca del Madison Square Garden, Times Square era el principal punto de interés el martes en Nueva York para seguir la noche electoral. Un par de pantallas gigantes difundían el recuento en medio del frenesí de paneles publicitarios. Eran las diez de la noche y tres horas antes habían empezado a contar los votos en algunos estados de la costa este. Aunque ya se vislumbraba una posible victoria de Trump, que ya iba por delante en Georgia y Carolina del Norte (dos de los siete swing states), la indiferencia predominaba entre los paseantes de la icónica plaza. Un ambiente parecido había en los bares de la zona donde prometían una “fiesta electoral”. A pesar de que el país se dirigía hacia un regreso a la presidencia del ultraderechista Trump, con una versión bastante más radical que la de 2016, los neoyorquinos seguían como si fuera una noche de ocio cualquiera. Sentada en la barra de una coctelería en Manhattan, y con el rostro cada vez más serio, Stephanie Akanbi, de 32 años, lamentaba que Trump encabezara con tanta claridad el recuento. “Cuando fue presidente, dañó la democracia. Pero me temo que mucha gente no se toma suficientemente en serio este tipo de cosas”, aseguraba esta empleada en el sector sanitario, sobre un mandatario declarado culpable por 34 delitos. El ambiente era insípido y solo lo animaron la llegada de los simpatizantes de Trump, con gorras con el eslogan “Make America great again” Crece el apoyo a Trump entre las minorías A medida que avanzaba el recuento, un corrillo con decenas de personas se formó enfrente de una de las grandes pantallas en Times Square. Había una joven con una camiseta propalestina, otra mujer con una gorra de Bernie Sanders, un hombre aparentemente exultante con una bandera azul y un aguilucho amarillo… El ambiente era insípido y solo lo animaron la llegada de los simpatizantes de Trump, con gorras rojas con el eslogan “Make America great again”. “¿Cuántas gorras ves de los votantes de Trump y cuántas de los de Kamala?”, se preguntaba con sorna Nasim Khonsary, de 32 años, quien afirmaba haber votado al aspirante populista “porque siempre dice lo que piensa y hace lo que dice”. La vicepresidenta “es una manipuladora. Un día dice que es negra para atraer a los afroamericanos, el otro que viene de India para seducir a los indios”, criticaba esta estudiante de doctorado en una escuela de negocios en Los Ángeles. Sorprendía la notable presencia de mujeres e hispanos. Aunque los americanos blancos representan el núcleo duro del trumpismo, ha crecido de manera preocupante el respaldo de las minorías, por ejemplo, del 54% de los hombres hispanos. Un votante de Trump posa con una gorra de ‘Maga’ (Make America Great Again) en Nueva York. / Enric Bonet “Se trata de un dirigente que dijo que le gustaría ser dictador durante un día y la gente está contenta de que haya ganado”, lamentaba Diana, que llevaba una gorra de Sanders, cuya derrota en las primarias de 2020 dejó la incógnita de lo que hubiera sucedido si Trump se hubieran enfrentado con un representante del ala izquierda del Partido Demócrata. El equipo de Harris “se ha equivocado al no tener en cuenta a todos aquellos que están cabreados”, sostenía esta periodista, de 40 años. “Los estadounidenses desean un cambio, pero tengo mis dudas de que sepan realmente qué tipo de cambio desean”, añadía sobre un país que en los últimos años ha experimentado un incipiente resurgimiento de la lucha sindical. “Trump ha sido normalizado” El regreso de Trump a la Casa Blanca no se entiende sin el malestar económico. El 40% de los votantes consideran la economía como su principal preocupación. Los demócratas han sufrido el espejismo de los buenos datos del crecimiento del PIB, un factor secundario ante la elevada inflación (de dos dígitos en 2022) y las profundas desigualdades. La mayoría de los ciudadanos estadounidenses comparten el mismo sentimiento de declive y pérdida de poder adquisitivo. Y muchos de ellos tienen un recuerdo parcial, casi mistificado, de la situación económica durante la primera presidencia de Trump, olvidando la fuerte recesión de 2020 debido al covid-19. El trumpismo parecía una excepción cuando irrumpió. Y ahora es casi la norma en un Occidente en declive A diferencia de 2016, donde la inesperada victoria del populista provocó caídas en las bolsas mundiales, esta vez han subido de manera considerable. Wall Street ha celebrado su retorno a la Casa Blanca con una apertura récord, de más del 3% en el Dow Jones. También lo han recibido con números verdes los mercados europeos (París, Londres, Fráncfort…). Muchos de ellos esperan expectantes las bajadas de tipos de interés y la batería de reformas neoliberales prometida por Trump, sobre todo a través de bajadas de impuestos a las empresas y los más ricos. El triunfo del expresidente se ha beneficiado de una extraña alianza entre las élites del capitalismo tecnológico y especulativo –bloque abanderado por Elon Musk, propietario de Tesla y X– y un amplio espectro de clases medias (desde las franjas altas hasta las bajas). Una coalición sui generis fruto de la actual crisis del modelo neoliberal estadounidense, que podría ser la tumba política del propio Trump. Los movimientos sociales, como Black Lives Matter, tuvieron un rol preponderante en su derrota en 2020. De hecho, en 2016, desde el día después de las elecciones, se produjeron manifestaciones en Nueva York, Washington y otras de las principales ciudades. Pero ahora hay más dudas de cómo reaccionarán los sectores progresistas. “Trump ha sido normalizado por la mayoría de los habitantes de este país. Hace ocho años, resultaba mucho más peligroso pasearse con una gorra de ‘Maga’ (Make America Great Again) en Nueva York. Y fíjate ahora, estamos rodeados de gente que la lleva”, reconocía James, de 31 años, un simpatizante demócrata que trabaja como consultor. El trumpismo parecía una excepción cuando irrumpió. Y ahora es casi la norma en un Occidente en declive. Autor > Enric Bonet Ver más artículos @EnricQuart Suscríbete a CTXTOrgullosas
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