viernes, 15 de noviembre de 2024

Las fijaciones de Paco " El Rana " y.....otros.

JAIRO MARCOS Y Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ / PERIODISTAS “Existe el derecho a permanecer donde has nacido” Miguel Ángel Ortega Lucas 10/11/2024

Jairo Marcos y M. Ángeles Fernández. / Jorge Zorilla

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(…) La república primero, el franquismo después y la democracia en la época más reciente han perpetuado el plan establecido”. Esas líneas pertenecen a Memorias ahogadas (Pepitas de Calabaza), escrito al alimón por el tándem periodístico formado por Mª Ángeles Fernández y Jairo Marcos (1983). Es una narración poderosa, pero no tiene más ficción que la que la imaginación del lector pueda añadirle al tantear entre líneas el pudoroso sufrimiento de tantas personas que desfilan por sus páginas. Personas reales, desterradas de sus casas cuando el gobierno de turno consideraba que el entorno en que vivían debía convertirse en un embalse. Pudiera ser realismo mágico, pero es crónica real de muertes anunciadas, sentenciadas y silenciadas a lo largo de nuestra historia reciente. Valles y pueblos enteros sepultados literalmente por el agua, y vidas ahogadas después por una orfandad que no remite nunca. “El principio utilitarista por encima del derecho a la vida”, escriben los autores. Pero –y esto es lo que convierte al libro en periodismo de calibre– el pulso interpretativo es sólo el cauce para los testimonios, datos y hechos con que consiguen revelar un rostro sombrío, lacerante de pura verdad, del mapa de España que solemos ver en las noticias. De paso, los meandros de su investigación acaban exhumando otras historias, muy poco conocidas, que van a dar a un mismo pozo: el de la ignorancia y el olvido de todo lo que estorba a los relatos oficiales. Jairo y Mª Ángeles –que trabajan juntos desde hace años bajo el lema común Desplazados– ya contaban con experiencia cubriendo conflictos entre pueblos y empresas hidroeléctricas en América Latina. Esta vez quisieron mirar la cuestión “en nuestro entorno más cercano”. La idea de esta larga crónica data de hace casi una década, pero fue la lectura de otro libro de Julio Llamazares, Distintas formas de mirar el agua, lo que de alguna forma prendió la mecha. Es una cuestión central del primer capítulo de Memorias ahogadas –la realidad acaba por buscar el simbolismo–: el escritor Juan Benet (Madrid, 1927), ingeniero antes que pontífice de las letras españolas, fue quien concibió el plan para el embalse del río Porma, en León, por el cual fueron sumergidos seis pueblos en 1967: “Vegamián, Armada, Campillo, Ferreras, Lodares y Quintanilla. Las mejores tierras de Camposolillo y Utrero fueron expropiadas”, por lo que “los ocho pueblos terminaron sepultados”… Dándose la circunstancia de que Vegamián era el pueblo natal del también futuro escritor Julio Llamazares (1955). “Así que escribes gracias a mí”, dijo Benet a éste cuando se conocieron. Y sí: es probable que Llamazares –doce años cuando el diluvio– empezara a escribir, entre otras cosas, para conjurar la soledad, después de que Benet y cía. sepultaran Vegamián tal y como un soplo bíblico barre Macondo de la memoria de los hombres… La obra más célebre de Benet, Volverás a Región, que concibió en la zona del embalse, está, escribís, “ambientada en estos parajes del nordeste leonés (…) Describe un espacio de ruina y desolación. Un horizonte entre montañas abocado al olvido sobre el que planea la Guerra Civil. Una Región donde lo mejor es no estar y tampoco ser”… Jairo Marcos: Yo diría que Benet es un tipo convencido de que hay que dominar a la Naturaleza, ponerla al servicio del ser humano. Y encontró una tierra que, según él, no pasaba nada porque se inundase. Hay varios párrafos de Volverás a Región en que lo dice [“¿Qué otra anticipación del porvenir que no sea la cita con la muerte cabe en esta tierra?”, pregunta el personaje del Dr. Daniel Sebastián; “a modo de premonición”, dicen los periodistas]. Pero entiendo que era el convencimiento de la época, y todavía el de ahora: hagamos a la Naturaleza a nuestra imagen y semejanza. No es que fuera un rara avis en ese sentido. Más bien lo sería Llamazares, por su sensibilidad y por donde le tocó vivir la historia. Ser ingeniero en una España tan analfabeta como la de entonces también daba cierto poder Mª Ángeles Fdez.: Yo creo que Benet fue hijo de su tiempo, por la visión de control y por la idea de la España seca que había que compensar, que viene de Joaquín Costa y del siglo XIX. Él bebe de ahí, de esa visión utilitarista de la tierra. Además, ser ingeniero en una España tan analfabeta como la de entonces también daba cierto poder; se conjugaba todo. Algo muy valioso del libro es lo bien que se escucha el habla de la gente afectada; la gente común con sus acentos y su forma transparente de explicar lo que les sucede. Se tiene la sensación de acceder a unas memorias ahogadas cada vez más también por los medios de comunicación masivos. No sé si compartís esta impresión. MAF: El libro ahonda en eso porque como periodistas buscábamos hace tiempo salirnos de las temáticas de la prensa hegemónica, que muchas veces no llegan a nada; ir a otro tipo de vidas que son igual o más importantes y noticiosas. Este trabajo recoge esa inquietud de buscar historias así. Mirar lo que pasa ahí al lado, en el pueblo, en la carretera por la que conduces… Eso ya implica una decisión narrativa, periodística, sobre qué cosas queremos contar. Que España tenga esta cantidad de embalses hace que esto sea como es. Se debe a la gente que estaba ahí, que expulsaron, y que moldeaba el paisaje. Nos parece fundamental buscar esas historias que no salen en los medios tradicionales. JM: Yo diría que es sobre todo un libro de escucha. Hay muchas notas comunes entre las diferentes personas con las que hablamos. Una es que casi todas se sorprendían; nos decían: “¿Pero de verdad queréis que os cuente algo…?”. La sorpresa de que alguien se interese por una historia tanto tiempo silenciada. No es un libro antiembalses, pero desde luego, desde el posicionamiento de qué historias queremos escuchar, está claro. No decimos qué queremos que pienses, pero el posicionamiento es muy concreto. Empezando por cosas como las que contáis sobre los presos republicanos que trabajaron como mano de obra esclava en el embalse de la cuenca del Ebro. [“El franquismo contaba con un voluminoso banco de empleo, el Fichero Fisiotécnico (…) Esas fichas, a las que tenían acceso el director de la cárcel y el capellán, se cruzaban posteriormente con las demandas tanto de los organismos oficiales como de empresarios y terratenientes que habían puesto de su parte para ganar la guerra y que, una vez concluida, se cobraron los favores solicitando mano de obra presa para el crecimiento de su negocio…”.] Hay mucha gente que no sabe que hubo campos de concentración en España. JM: Y también gente que no sabe que debajo de los embalses hay pueblos… No es casualidad. Quizás ahora se lea menos o seamos más ignorantes, no lo sé; pero esto es un olvido fabricado. MAF: Porque también es un libro de silencios. Creo que hay cosas que han sido silenciadas de manera decidida. En los capítulos finales hablamos del accidente laboral de Torrejón el Rubio [Cáceres], del que justo hoy [22 de octubre] se cumplen 59 años: el accidente laboral más grave de la historia de España. No se sabe cuánta gente murió. Se estima que por lo menos cien, pero no se sabe. Fue una negligencia. Esto fue al lado de mi pueblo, pero yo lo conocí hace no muchos años. Cuando nos pusimos a ahondar –caso sobreseído, sin condenados, haciendo firmar a las familias para que se callaran…–, gente más mayor se quedaba alucinada porque no tenían ni idea de esto. Hay un desconocimiento muy grande. Hay gente que no sabe que debajo de los embalses hay pueblos… No es casualidad Hay otro hilo sumergido, digamos, que llega hasta ahora mismo con respecto a la gestión del agua por parte de quienes tienen ese poder. ¿Diríais que el agua tiene unos dueños concretos, aunque se le llame “bien común”? ¿Cuánta diferencia podéis percibir entre las dinámicas franquistas y lo de ahora? JM: De entrada hay una diferencia fundamental, que es el poder contestatario de la gente. Las grandes resistencias que hubo en Riaño (León) significaron un antes y un después, aunque se perdiera. En Biscarrués (Huesca) sí consiguieron que no hubiera un embalse. Ahora bien: respecto a la ordenación del territorio, la gestión del agua… Aunque se venda de manera más democrática, se puede ver lo opacas que son las confederaciones hidrográficas. MAF: Las gestiones de los ríos y de los acuíferos se rigen por las confederaciones hidrográficas de cada cuenca, que tienen un poder importante, y donde los regantes tienen un peso específico, además de las hidroeléctricas. Hay unos usos que se priorizan, que suelen ser los de hidroeléctricas y regantes, por delante de los que contemplan que el río tenga su labor ecosistémica. En España el agua está en manos de hidroeléctricas y de regantes. Sigue esa dinámica y ese peso, aunque haya una ciudadanía cada vez más concienciada. ¿Cuáles fueron las historias que más os impactaron personalmente, en todo este viaje que supuso el libro? JM: Es difícil quedarse con una sola… La de Amparo, por ejemplo: hija de falangistas que se enamora y se casa con Domingo, uno de los presos republicanos [en las obras del mencionado embalse del Ebro, nada más terminada la guerra civil]… También contamos cómo, en la provincia de Guadalajara, lo que era un balneario regio, de aguas curativas desde tiempos de los romanos, al llegar la guerra se convierte en un sanatorio psiquiátrico llevado por el Socorro Rojo, porque Madrid no daba abasto con los enfermos de ningún tipo. Allí llegó un psiquiatra, Eduardo Varela, de línea muy humanista, que enseñó a los internos a hacerse pasar por “locos” para que no les enviaran al frente a combatir. Un historión… Hay otro apartado íntegro [“Lo perdimos todo”] con Justina Peña, una de las mujeres desplazadas por esos embalses de Guadalajara en 1952: parece que no cuenta nada, pero lo cuenta todo… MAF: En mi caso, todavía alucino con lo que pasa con los hijos de los trabajadores que fallecieron en Torrejón, en una zona que ahora es el parque natural de Monfragüe. Querían poner un monolito como homenaje a los que murieron en ese accidente. Sólo poner una placa, en un sitio donde además hay un montón de señalizaciones para senderismo. Pero hasta que no salió una noticia en El País no consiguieron que la Junta de Extremadura les cogiera el teléfono. Iberdrola les ofreció un sitio donde estaba la antigua ermita, y de hecho pagó el monolito… pero como es terreno suyo, propiedad de Iberdrola, el monolito no se puede visitar, está vallado. Una tomadura de pelo detrás de otra. Sesenta años después les siguen ninguneando para poner una placa. Esto explica muchas cosas, creo. Algo que también transmite el libro es lo del presunto “bien común” y el “progreso” para acabar reventando la identidad de la gente: dónde se nace, dónde se muere, adónde tienen que irse muchos para seguir viviendo… JM: Habla de la identidad entendida de varias formas. Porque, el que se va, sigue construyendo la memoria del pueblo que dejó desde el otro sitio. Al hacer un embalse y obligar a la gente a irse te cargas su infancia, sus relaciones personales, se dividen familias… Te cargas la identidad colectiva. Hay muchos sitios que se crean en torno a un río, y si ese río desaparece, la identidad cambia. La cuestión de la identidad atraviesa todo el libro; no sólo la de quien resiste en un lugar para permanecer, también la de la persona que se va y sigue construyéndola en otro sitio. Hay muchos sitios que se crean en torno a un río, y si ese río desaparece, la identidad cambia MAF: Para mí este libro empezó como una historia de gente que perdió su hogar, pero también habla mucho de la defensa del territorio y del paisaje. La gente que se desplazaba cambiaba su horizonte, muchas veces de ver montañas a ver llanuras, y todo eso te cambia la percepción del mundo y tu vínculo con él. Es un libro de identidad y de defensa del territorio. El derecho a migrar es una cosa, pero también está el de permanecer donde has nacido. Uno también es el sitio en el que vive. Hay un término más o menos reciente, solastalgia, para definir la sensación de pena y orfandad personales ante la destrucción de un entorno natural, como cuando un incendio arrasa un bosque. De ahí que mucha gente en este libro se agarre a lo simbólico, ¿verdad? Como el caso de Isidoro, de Vegamián, que se negaba a que le cambiaran su lugar de nacimiento en el DNI, porque él nació allí aunque el pueblo ya no exista. JM: Es que la gente se agarra mucho a lo simbólico. Hay gente que guarda una viga, una puerta, una llave… Cerraron muchos con llave, aunque iba a ser inundada la casa. Y la llave ya no sirve, pero es una cuestión simbólica. Carmina, una de las personas que expulsaron del embalse del Porma, ahora está en un pueblo de colonización de la provincia de Palencia: vive como traumatizada porque le han robado las montañas de León y le han puesto las planicies. Todos los días, al levantarse y ver llano, se acuerda de dónde viene. MAF: Todos nos han contado que murió mucha gente mayor de pena al irse de su pueblo. Todo el tiempo nos cuentan que cayeron como moscas. Es algo que se repite en todos los sitios. Gente del mundo rural, que trabajaba la tierra… Hace poco falleció Paca Castillo, que aguantó veinte años en Jánovas [Huesca; 5 habitantes según el INE de 2023]. La puteaban todos los días para que se fuera. Justina, la que mencionaba Jairo, falleció en abril. Siento no haber podido darles el libro. JM: Justina nació en Santa María de Poyos, Guadalajara, donde el balneario que luego fue sanatorio. Tras el embalse del río Buendía acabó en Valladolid [poblado de San Bernardo: “barracones de madera con techumbre de uralita, donde las fincas que les dieron eran malas y la vida, peor, porque ni les pagaron”]… luego en Palencia [Cascón de la Nava: “otra vez los barracones… así empezaron muchos pueblos blancos de casas idénticas y calles repetidas en la colonización franquista”]… luego vivió a temporadas también en Burgos con su hija. Cuando veía el Telediario, miraba el tiempo de los cuatro sitios, aunque hacía muchos años que se había ido de Guadalajara. …“Comienza a hablar nada más saludarla”, escriben Jairo y Mª Ángeles, “sin aguardar siquiera unas preguntas a las que tampoco está acostumbrada, sorprendida de que sus memorias tengan el mínimo interés (“¿y qué os voy a contar yo?”) y la menor utilidad (“no sé si os servirá de algo”). Justina, noventa años, no sabe que es una mujer hecha para ser dicha en voz alta con la profundidad de las palabras sencillas”.

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