sábado, 2 de noviembre de 2024

Demasiado...fango.RECOMENDADO

Nortes | Centraes na periferia ActualidáTemesCulturesMemoriaOpiniónGaleríesXenteHazte socia de Nortes ActualidáDestacaesOpinión La dana y el fango El negacionismo no intenta negar cosas sabidas, sino algo más profundo: intenta minar el crédito de los canales ordinarios de transmisión del conocimiento. Por Enrique Del Teso 2 noviembre 2024 Efectos de la dana. Decía Elías Canetti que solo en la masa descansamos del miedo natural a ser tocados. Cuando deja de importarnos quiénes son los desconocidos con los que nos apretujamos, descargamos la individualidad en un cuerpo mayor, la masa, que tiene sus propias pautas de conducta, ajenas a lo que somos fuera de ella. La masa nos traga en un concierto de rock, en un incendio, en un linchamiento o en una situación de pánico, hace compulsiva nuestra conducta y podemos vernos dando codazos en un supermercado para acumular más papel higiénico. En situaciones como la de Valencia se ve por todas partes el fenómeno inverso. Parece como si la calamidad centrifugase a la gente y la dejara escurrida, sin inercias ni rutinas, con los protocolos de atención disparados y la empatía desbordada, más sociales y menos masa que nunca. En estas horas de muertes y horizonte de fango, se acumulan historias anónimas de grandezas esparcidas como lluvia fina sobre el desastre: «Hay quien se remanga y coge una pala y se mete en el barro. Hay quien ofrece su tractor para ayudar en el desescombro. Hay quien abre su casa para los que han perdido todo, para que puedan darse una ducha, descansar, cargar el móvil. Hay quien prepara bocadillos para los voluntarios. Hay quien tiene un negocio y ofrece lo que le queda en el almacén, lo mismo alimentos que herramientas o mantas», sintetiza Isaac Rosa. Pero hay quienes no nos quieren así, nos quieren masa descontrolada cuando más falta hacemos como individuos. Nos quieren formando una masa que nos trague entre bramidos, bulos, ruido, furia y sinrazón. No respiran fuera del fango. Estas catástrofes, que tanto dolor y tantas pequeñas grandezas traen, hacen también el papel de la cucharilla que presiona la bolsa de té contra la taza sacándole su peor amargor. Los vahos de las tripas más bajas de nuestra vida pública se esparcieron por redes sociales, prensa cavernaria y política institucional también cavernaria. Como en todos los lances, está el momento y está lo que trasciende el momento. Feijóo protagoniza, con sus corifeos mediáticos, una buena ración de la mezquindad del momento. Feijóo tiene algo que recuerda a la caja negra de los aviones. No parece afectarle el ridículo, la corrupción palmaria o cualquiera de las cosas que desgastan a otros políticos. Es un sujeto amojamado, sin expresión ni escrúpulos, en quien se dan por descontadas la bajeza y la mentira, y a quien es difícil desgastar porque no hay nada que desgastar, es ya puro hueso de indignidad. Pocas veces se junta con tal intensidad en un sujeto la grisura, la tristeza, la inmoralidad y la total falta de talento. En su actuación se mezclaron el ridículo y la impiedad. Porque ridículo es pretender que él gestionó las ayudas europeas hablando con von der Leyen, ridículo es propalar que él es el coordinador de las presidencias autonómicas, ridículo es su berrinche desnortado porque el Gobierno no le informó de nada y ridículo es que intente hacerse el populista sin cambiar su semblante funerario. Mazón subrayó lo estrafalario de sus maneras haciendo piña con Sánchez y agradeciéndole su prontitud en la gestión. Mazón había empezado siguiendo el ideario reaccionario de no hacer nada y después culpar al enemigo rojo. Pero debió quedar sobrepasado por las dimensiones del desastre y se puso a trabajar tarde, mal y nunca en el problema. La impiedad de Feijóo empieza en la falta de compostura ante la muerte y la tragedia. Nos tienen acostumbrados a ello. Solo los muertos de ETA merecen su atención y solo si los pueden usar. Los muertos del 11 M no les gustaron, acosaron a Pilar Manjón y entorpecieron hasta donde pudieron el apresamiento de los asesinos. Hacen befa de los asesinados por la dictadura (la dictadura, no la guerra, como les gusta falsificar). Tuvieron episodios sonoros de desatención en la pandemia. Valencia recuerda la gestión del PP del accidente del metro de 2006, la censura en la televisión autonómica y los años de maltrato despreciable a las víctimas. ¿Por qué iban a importarles ahora estos muertos y esta catástrofe? Efectos de la dana. Decía que está el momento y está lo que lo trasciende. Las miserias que estamos viendo van más allá de la pequeñez de un personaje en particular. Para tener la sensación de que esto es un país (no una unidad de destino en lo universal, no un espíritu y una raza ni chorradas así), un país en el sentido normal de un racimo de personas que organizan sus cosas comunes, hay que vivir aquí y salir a la calle. Si uno solo se fija en la representación política, no puede ver más que una quiebra irrecuperable. No son unos y otros, son las derechas. Al hilo de la destrucción, aparece todo su arsenal. Aparecen los bulos dementes, en tal cantidad y con tales artes de difusión, que diluyen en ellos las informaciones oficiales y veraces que es urgente que guíen la conducta de la población. Aparecen esos bulos que quieren inflamar odio a partir del desastre, que lanzan furias violentas y enloquecidas contra el Gobierno por, dicen, derrumbar presas que hubieran parado la calamidad. Es lo que dicen para acabar mentando al gran hacedor de pantanos Francisco Franco. En aguas tan fecales se mezcla Feijóo sembrando dudas sobre los datos de la AEMET. El negacionismo es una parte estratégica esencial de la estrategia ultra, en la que hay que incluir sin ambages al PP. El negacionismo no intenta negar cosas sabidas, sino algo más profundo. Intenta minar el crédito de los canales ordinarios de transmisión del conocimiento. Las cosas no las sabemos porque las hayamos visto o tengamos formación para darlas por verdaderas. La mayoría las sabemos por haberlas leído o aprendido de otros. Sin canales de transmisión del conocimiento, como sin carreteras o sin conducción eléctrica, simplemente no hay conocimiento, algo muy querido por estos activismos sombríos. Y, por supuesto, el negacionismo mata. Mata cuando afecta a vacunas y pautas médicas. Mata cuando afecta a la alteración del soporte vital de nuestra especie y las demás y, por tanto, a las actuaciones para evitar catástrofes medioambientales. Y mata cuando se erosiona la atención a las alertas de la AEMET, como el mentecato de Feijóo intenta. Nos queda por ver lo que estén tramando MAR y su pandilla de quinquis. Florentino Pérez y su Real Madrid protagonizaron una escena singularmente simbólica en la entrega de los balones de oro. El resultado fue un éxito para España. Pero el Real Madrid no estuvo. Equipo tantas veces emblemático del cotarro patriotero no tenía patria que celebrar, porque ni controlaba los hilos que movían oro y botas ni había oro y botas para el club. A eso se reduce su patria. Las derechas históricamente no tienen más patria que la que gobiernen. Y cuando la gobiernan, no tienen más patria que sus oligarquías y allegados ideológicos. La patria es el límite del razonamiento, quien la menciona anuncia que hasta ahí llegó el entendimiento y quien la tiene a flor de piel, en el balcón o en la muñeca anuncia a voz en grito que no tiene más razonamiento que ¡a por ellos, oe! Sobreactúan los símbolos nacionales como gesto de hostilidad hacia los demás españoles. Y la Corona, uno de esos símbolos, se deja sobreactuar. Solo tuvieron un período constructivo durante la transición, cuando sentían lo que después Aznar llamaría complejo, esa sensación de que deben una disculpa para deambular por la democracia que tanto empeño pusieron en contener. Fuera del Gobierno, la patria es algo ocupado por patógenos externos que hay que derribar («dejen que caiga España, ya la levantaremos», decía Montoro). Las fuerzas oscuras desatadas en esta tragedia actúan todos los días y pudren las instituciones del Estado para acabar con la anomalía de un gobierno que no es suyo. Sánchez no es odiado por rojo (a buena parte con el rojerío de Sánchez), ni por terrorista, ni por romper España. Es por algo peor: que gana y gobierna. Es por lo que tanto odiaron a Felipe González: porque era invencible. En este momento debemos quedarnos con el baño de grandeza y solidaridad de tanta gente y por la actuación profesional de quienes tienen que proteger y actuar. A los mequetrefes solo hay exigirles que no estorben y que dejen de proteger a España de los españoles.

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