sábado, 2 de noviembre de 2024

Muchas interrogantes y....otras tantas ecplicaciones....

Elecciones EE.UU.: El bloque trumpista. Dossier Robert Kuttner Edoardo Campanella Harold Meyerson Amanda Marcotte 27/10/2024 Facebook Twitter Telegram En el Valle de las Sombras: ¿Por qué apoyan a Donald Trump tantos multimillonarios de Silicon Valley? Robert Kuttner Hace una década, los titanes tecnológicos de Silicon Valley eran ferozmente libertarios, pero como liberales sociales apoyaban mayoritariamente a los demócratas. Los republicanos, a su vez, eran hostiles a muchos multimillonarios tecnológicos. El bienhechor Bill Gates, de Microsoft, era sospechosamente liberal. Jeff Bezos, de Amazon, había comprado The Washington Post en 2013, lo mantenía financieramente a flote y apoyaba su independencia editorial. Los directivos de Facebook, Mark Zuckerberg, Dustin Moskovitz y Chris Hughes, se identificaban como demócratas y apoyaban causas progresistas. Sólo había un trumpista de extrema derecha entre la élite tecnológica: Peter Thiel, cofundador de PayPal y Palantir, y uno de los primeros mecenas financieros de J.D. Vance. Pero en los últimos años se ha producido un cambio notable. Entre los principales partidarios de Trump se encuentran Mark Andreessen y Ben Horowitz, de la legendaria empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, los gemelos Winklevoss, famosos por Facebook y las criptomonedas, los inversores de capital riesgo Chamath Palihapitiya y David Sacks, y muchos más. Andreessen y Horowitz, en un podcast publicado en julio, sonaban sumamente apocalípticos. «Está en juego el futuro de los Estados Unidos», advertía Horowitz. Se refería no a la profundización de la demencia de Trump, sino a la propuesta del presidente Biden de un impuesto sobre las plusvalías de los activos no realizados. Andreessen iba más allá: «Primero te cargas las startups y el capital riesgo. Así que, enhorabuena, te cargas la industria tecnológica, básicamente. Y en segundo lugar, te cargas la base impositiva de California: ¡California está acabada!». Horowitz citaba otro escándalo: el intento de regular las criptomonedas. «Han ido luchando contra nosotros a cada paso del camino», afirmaba, acusando a la administración Biden de “bombardear” la criptoindustria, y «utilizar el Estado administrativo para tratar básicamente de aplastar al sector». Andreessen y Horowitz han invertido muy fuertemente en criptomonedas y en blockchain. Tal como sigue señalando TheAmerican Prospect, las criptomonedas no añaden nada de valor al sistema financiero, salvo riesgos sistémicos. Ofrecen simplemente oportunidades para que personas con información privilegiada e inversores ingenuos apuesten por pseudodivisas artificiales, y toda la potencia informática necesaria para «minar» Bitcoin empeora la crisis climática. Ambos hombres también acusaron a la administración de ser hostil a la IA, citando una orden ejecutiva muy mansa del presidente Biden, que abordaba el muy real potencial de abuso de la IA. De hecho, es muy poco probable que un Congreso muy dividido, que también está en el ajo de las criptomonedas, apruebe impuestos más altos. Los titanes de la tecnología están furiosos con Biden, no por las amenazas inminentes (y exageradas), sino por su osadía al intentar regular la tecnología. Estos tipos tienen todo el dinero y todo el aplauso que alguien pueda necesitar. Pero se toman como una afrenta personal que alguien pretenda gravarles o regularles. Eso no se le hace a un amo del universo. Ben Horowitz admiraba a Al Gore y era cercano a Barack Obama. Apoyó a Hillary Clinton en 2016. Su conversión al trumpismo y su creciente histeria le vienen de familia. Su padre, David Horowitz, que tiene hoy 85 años de edad, fue uno de los casos más notorios de un creyente convencido que migró de la extrema izquierda a la extrema derecha. David empezó como periodista y escribió cuatro libros serios con Peter Collier sobre influyentes familias estadounidenses como los Rockefeller. Trabajó para Ramparts [revista radical de la Nueva Izquierda norteamericana] ycayó prendado de los Panteras Negras. Pero tuvo un momento en el que retrocedió ante la violencia de los Panteras, y en los años 80 ya andaba demonizando a la izquierda moderada junto a la extrema izquierda. No sólo apoyan a Trump los titanes tecnológicos. Entre otros apoyos se cuentan los de multimillonarios de fondos de cobertura y de capital privado como William Ackman y John Paulson, y financieros de la corriente principal Wall Street como el cofundador de Blackstone, Steve Schwarzman. Pero el pensamiento de los magnates de Silicon Valley ofrece un atisbo importante de algo más profundo y alarmante. En esencia, cuando un gobierno progresista se toma medianamente en serio la imposición fiscal del capitalismo o la regulación de sus excesos, algunos multimillonarios optan por el fascismo en toda regla. En este caso, optan por el fascismo personificado en una figura que no sólo es autoritaria, sino que es un demente. El temperamento dictatorial de Trump coincide con el suyo. En su podcast, Horowitz y Andreessen describieron con cariño una cena íntima. Andreessen declaró: «Ben y yo cenamos con el ex presidente (...) en Bedminster, su club de golf en Nueva Jersey. Estuvimos literalmente con él y llegamos a conocerle como persona. Y así fue, ya sabes, es un tipo muy complicado». Uno piensa en Neville Chamberlain a su vuelta de Munich. Y no se trata sólo de multimillonarios narcisistas de la tecnología. Con la democracia misma en juego, ¿dónde están los ejecutivos de la lista Fortune 500 favorables a Harris? En ninguna parte. Puede que no apoyen a Trump de forma tan flagrante y entusiasta como Andreessen y Horowitz, pero a la hora de la verdad aceptarán los recortes fiscales y la desregulación sin preocuparse demasiado por el fascismo. Hay, por supuesto, un eco de 1933, cuando gran parte de la élite empresarial alemana se unió a Hitler. Y durante unos años, hasta que la propia locura de Hitler desembocó en una guerra que dejó a Alemania hecha cenizas, a los banqueros e industriales que eran estrechos aliados de los nazis les fue muy bien, ya que Hitler aplastó al movimiento sindical alemán y se embarcó en un rápido programa de rearme que fue muy rentable para los contratistas militares. Hay una ironía más. En un principio, Trump se convirtió en una fuerza seria en la política norteamericana como tribuno de las frustraciones de personas despreciadas y descontentas, principalmente hombres blancos de clase trabajadora o pequeños empresarios de ciudades que estaban viéndose destruidas por el globalismo. Para ese grupo de votantes, el «Make America Great Again» [«Hagamos de nuevo grande a Norteamérica»]evocaba una América en la que los negros sabían cuál era su lugar, las esposas se ocupaban de la cocina y la crianza de los hijos, los trabajadores agrícolas inmigrantes venían a recoger la cosecha y volvían a casa, y abundaban los empleos bien remunerados en las fábricas. En el poder, lo único que consiguió fue desregulación, recortes fiscales para los ricos y puestos de supervisión laboral ocupados por brutales destructores de sindicatos. Los votantes atraídos por la nostálgica versión de MAGA de mediados del siglo XX no tienen nada en común con los multimillonarios de la tecnología y los ejecutivos corporativos cuya versión del globalismo libertario sigue cepillándose a los trabajadores de a pie. Hitler también dirigió una coalición de trabajadores descontentos y ricos industriales, y estos últimos se llevaron con diferencia la mayor parte de sus ingresos económicos. El hecho de que ambos grupos MAGA vean la salvación en el mismo führer es una conexión más con el fascismo. Fuente: The American Prospect, octubre de 2024 Las elecciones norteamericanas y la crisis de la identidad blanca Edoardo Campanella Las elecciones presidenciales de 2024 deben verse como parte de un conflicto político a más largo plazo que acabará con la erradicación o la restauración de la jerarquía racial histórica del país. El bandazo del Partido Republicano hacia el autoritarismo y la búsqueda del gobierno de las minorías no se puede comprender en otros términos. La «crisis de la democracia» en los países occidentales se atribuye generalmente al aumento de la desigualdad, al vaciamiento de la clase media y a la política de migración masiva. Pero otro factor importante es la demografía, especialmente en los Estados Unidos, donde la amenaza a la democracia sigue la evolución que afecta a los votantes blancos. Además, dado que las tendencias demográficas no pueden invertirse fácilmente, es probable que la creciente disfuncionalidad de los Estados Unidos sea un factor persistente en la política mundial durante mucho tiempo. Para 2044, los norteamericanos blancos representarán el 49.7% de la población, frente al 70% actual y casi el 90% en los años 60. Este cambio podría tener enormes consecuencias desde el punto de vista político y psicológico. Por primera vez en la historia del país, los norteamericanos blancos serán minoría, aunque sigan siendo más numerosos que los negros, los hispanos y otros grupos de población. La menguante influencia política de los votantes blancos ya está creando una sensación de pérdida de estatus y marginación, como reflejan en parte las encuestas que muestran que casi el 60% de los republicanos «se sienten como extraños en su propio país». Con este telón de fondo, las elecciones presidenciales de 2024 deben considerarse parte de un conflicto político a más largo plazo que acabará con la erradicación o la restauración de la jerarquía racial histórica del país. En pocas palabras, los demócratas de hoy abrazan la idea de una democracia multirracial, mientras que los republicanos quieren hacer que el país «vuelva a ser grande» restableciendo elementos de la antigua supremacía blanca. Este conflicto es anterior a Donald Trump. Los candidatos presidenciales republicanos han obtenido la mayoría del voto blanco en todas las elecciones desde 1964, año en que el demócrata Lyndon B. Johnson ganó la Casa Blanca y firmó las leyes de Derecho al Voto y de Derechos Civiles. Más recientemente, la victoria de Barack Obama en 2008 fue un momento de reflexión para el electorado blanco, buena parte del cual empezó a plantearse las implicaciones de la cambiante estructura demográfica del país. Tras la reelección de Obama en 2012, el Comité Nacional Republicano redactó un informe en el que reconocía la necesidad de que el partido se centrara más en atraer a las minorías. Pero a escala de los estados, los republicanos se movieron en la dirección opuesta, redoblando sus llamamientos a los votantes blancos a través de medidas de supresión del voto y distritos electorales del Congreso racialmente delimitados. Luego, en 2016, Trump aprovechó el descontento de los blancos para conseguir la designación como candidato del Partido Republicano. Otra presidencia de Trump intensificaría la batalla para restaurar la jerarquía racial y política histórica de Estados Unidos, dados los planes de Trump de deportar a millones de inmigrantes indocumentados. Pero aunque Trump resulte derrotado, proseguirá la lucha. Es probable que el trumpismo sobreviva, porque la doctrina «Make America Great Again» impregna ahora un Partido Republicano que se ha librado de los conservadores moderados. Podría parecer suicida que un partido apueste su futuro a un grupo demográfico cuyo peso político está destinado a decaer – aunque el apoyo de los votantes no blancos haya aumentado en los últimos años (reflejando mensajes eficaces sobre la reactivación de los sectores de la economía donde las minorías étnicas también encuentran empleo). Pero la Constitución norteamericana ofrece una explicación a esta estrategia. Como señalan, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, el sistema norteamericana incluye varias instituciones contramayoritarias destinadas a garantizar la estabilidad, pero que también pueden empoderar a una minoría política. Lo que cuenta en las elecciones presidenciales, por ejemplo, no es el voto popular, sino el Colegio Electoral. Así ganó Trump en 2016, pese a recibir menos votos que su oponente. Del mismo modo, a cada estado se le asignan dos escaños en el Senado, independientemente del tamaño de su población. En 2040, el 70% de los norteamericanos, aproximadamente, vivirá en solo 15 estados, mientras que el 30% restante, desproporcionadamente más blanco y de mayor edad, elegirá a 70 senadores. La combinación de tendencias demográficas, un Partido Republicano trumpificado y unas normas constitucionales contramayoritarias harán que la democracia estadounidense sea muy disfuncional en los próximos años. Aunque sus sólidos cimientos institucionales pueden ayudar a evitar que EEUU sucumba a la autocracia, parece destinado a periodos de mayor tensión y conflicto político. En este contexto, no es descabellado imaginar crisis constitucionales entre el gobierno federal y las asambleas legislativas de los estados sobre la gestión de las elecciones y el derecho de voto; o entre el Congreso y un Tribunal Supremo de extrema derecha sobre los derechos civiles; o entre el Congreso y un presidente polarizador. No hay soluciones rápidas. Cualquier enmienda constitucional para eliminar el Colegio Electoral o reformar el Senado y el Tribunal Supremo (que no tiene límite de mandatos para los jueces) estaría acabada antes de empezar, porque necesitaría supermayorías en ambas cámaras del Congreso y la ratificación de tres cuartas partes de los estados. ¿Podrían los estadounidenses converger hacia el centro y marginar a la extrema derecha y a la extrema izquierda? No parece probable a corto plazo. Las elecciones de este año no arrojarán un resultado binario. Una victoria de la vicepresidenta Kamala Harris no salvará a la democracia estadounidense, y una victoria de Trump no la matará de repente. Por el contrario, será una entrega más del prolongado conflicto demográfico que comenzó hace seis décadas y que no muestra signos de terminar. Fuente: Project Syndicate, 24 de octubre de 2024 La brecha de género en las elecciones norteamericanas: Por qué los hombres de clase trabajadora se decantan por Trump Harold Meyerson La carrera presidencial de 2024 revela una sorprendente división de género, ya que los hombres de clase trabajadora gravitan hacia Trump mientras que las mujeres favorecen a Harris. Las elecciones presidenciales de este año parecen estar entre las más reñidas de la historia de los Estados Unidos, pero ya son históricas por las grandes divergencias -en preferencias presidenciales y valores más amplios- entre hombres y mujeres. Una encuesta de Suffolk University/USA Todaypublicada el miércoles [23 de octubre] muestra que Donald Trump va por delante entre los votantes masculinos por un margen de 53% a 37%, mientras que Kamala Harris lleva la delantera entre las mujeres por un margen idéntico de 53% a 36% (en conjunto, la encuesta da a Harris una ventaja de sólo un punto porcentual, lo que refleja prácticamente todas las demás encuestas, que muestran un empate). El mayor obstáculo estriba para Harris en ganarse a los varones de clase trabajadora. Los graduados universitarios la prefieren claramente; los que tienen títulos de postgrado o son profesionales la prefieren por un margen semejante, mientras que quienes fueron a una escuela de oficios (que ofrece instrucción en trabajos para obreros) prefieren a Trump por un margen de 63% a 29 %. A mediados del siglo XX, los hombres de clase trabajadora constituían el núcleo de la base de votantes demócratas, el epicentro de la coalición del New Deal que cimentó el partido desde 1932 hasta 1968. En las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, como consecuencia de las altas tasas de sindicación y la ausencia de competencia extranjera, que podía hacer bajar los salarios nacionales, los hombres de clase trabajadora ganaban a menudo lo suficiente para mantener a su familia, aunque sus cónyuges no trabajaran fuera de casa. A menudo ganaban lo suficiente para convertirse en propietarios (de hecho, existe una correlación histórica entre ciudades con altos índices de sindicación y altos índices de propiedad de vivienda). En las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, la ciudad con mayor índice de propiedad de vivienda entre la clase trabajadora era Detroit, centro de la industria automovilística sindicalizada. Hoy lo es Las Vegas, centro del sector hotelero sindicalizado). Pero la economía que permitía a los hombres de clase trabajadora mantener a su familia y convertirse en propietarios de una vivienda ha desaparecido en gran medida del paisaje estadounidense. Con la reducción de la afiliación sindical a un escaso 6% de la mano de obra del sector privado (frente al 40% de mediados del siglo XX), con una producción tecnológica y robotizada que reduce la necesidad de trabajadores en la industria manufacturera, la construcción y, quizás pronto, en el transporte (todos ellos sectores profesionales dominados por los hombres), y con una gran parte de la producción norteamericana deslocalizada a otros países, ya no existen los trabajos manuales o de cuello azul remunerados que permitieron a sus abuelos mantener a su familia y, acaso, enviar a sus hijos a la universidad. Y como la clase media obrera de la generación de sus abuelos ha desaparecido, ha aumentado vertiginosamente la diferencia de ingresos y riqueza entre los licenciados universitarios y los trabajadores que tienen sólo estudios secundarios (bachillerato). Las muy legítimas preocupaciones económicas de los hombres de la clase trabajadora parecen ser aún mayores entre los hombres jóvenes de la clase trabajadora, que ven un futuro en el que sus habilidades pueden tener aún menos demanda. También ven una economía en la que los empleos remunerados en profesiones dominadas por las mujeres, como la enseñanza y la atención sanitaria, probablemente aumenten, en lugar de disminuir, aun cuando los empleos profesionales históricamente cerrados a las mujeres se estén llenando de tantas mujeres como hombres. Todo esto ha hecho que no pocos jóvenes norteamericanos, sobre todo de clase trabajadora, sean presa de los llamamientos antifeministas e hipermasculinos de la extrema derecha. En la Convención Nacional Republicana de este verano, los dos oradores encargados de hacer subir a Donald Trump al escenario para su discurso de aceptación fueron el presidente de la liga de lucha en jaula de artes marciales mixtas y el actor más célebre en lo que pasa por lucha libre profesional, Hulk Hogan. Y la semana pasada, mientras hablaba en el estado indeciso de Pensilvania, Trump se entregó a una digresión de doce minutos en torno al principal golfista profesional de los años 50 y 60, Arnold Palmer, y el supuesto tamaño de su pene. En cierto sentido, Trump estaba confirmando una tesis expuesta en un artículo publicado en 2020 en la revista Personality and Social Psychology Bulletin por Eric Knowles (profesor de Psicología de la Universidad de Nueva York) y Sarah DiMuccio (investigadora doctora en Psicología social), que comparaba datos sobre el apoyo a Trump con datos sobre la inseguridad masculina. En concreto, Knowles y DiMuccio se fijaron en el tipo de datos que generalmente eluden los politólogos y los periodistas políticos (y nos incluimos en esto). Investigaron los datos de búsqueda en Google Trends de los 12 meses inmediatamente anteriores a las elecciones de 2016 sobre disfunción eréctil, tamaño del pene, alargamiento del pene, caída del cabello, tapones capilares, testosterona y Viagra (cuidados de afirmación de género de un tipo u otro) y los etiquetaron como índices de Hombría Precaria. Elaboraron un mapa de los Estados Unidos que mostraba dónde eran más frecuentes esas búsquedas en Google (en los Apalaches y el Sur profundo). Y al ejecutar los análisis de regresión estadística habituales, encontraron una fuerte correlación predictiva entre los índices de esas búsquedas en Google y los votos a Donald Trump en 2016 (aunque, por supuesto, también eran votos contra Hillary Clinton). Siendo yo más marxiano que freudiano, creo que las raíces de esta ansiedad son económicas, no psicológicas. Dicho esto, el programa económico inicial de Harris hacía hincapié en reforzar lo que ella denominaba «la economía de los cuidados». Abogaba por aumentar la desgravación fiscal a las familias con hijos (hasta 6.000 dólares al año para aquellas familias con hijos menores de un año), ofrecer guarderías asequibles y educación preescolar gratuita y, más recientemente, proporcionar ayuda a las familias que también tienen que cuidar de sus mayores. Son todas ellas medidas de previsión social necesarias, progresistas y largamente esperadas, pero, por decirlo suavemente, no está claro cuál es su atractivo para aquellos jóvenes que creen que van a carecer de medios económicos para formar una familia o establecer relaciones duraderas. He sostenido que Harris necesita impulsar lo que he llamado «la economía de la construcción» junto a la economía de la asistencia, subrayando su compromiso con la creación de empleos remunerados en profesiones manuales. Ha ampliado su programa para incluir algunas propuestas de este tipo, como proporcionar los recursos financieros necesarios para construir tres millones de nuevas viviendas en los próximos cuatro años. Sin embargo, lo ha presentado principalmente como una forma de abordar la escasez real de viviendas del país, señalando sólo en segundo lugar que también crearía muchos miles de puestos de trabajo en la construcción. La deriva de los jóvenes de clase trabajadora hacia la extrema derecha no es, por desgracia, un problema exclusivo de los Estados Unidos; es evidente en la mayoría de los países con economías desarrolladas que están pasando del empleo de la era de la producción al de la era de la información. A falta de políticas económicas que puedan ofrecer a esos jóvenes la esperanza de un futuro seguro, serán presa de demagogos que crean chivos expiatorios contra los que ensañarse. Donald Trump está dando una clase magistral de este tipo de chivos expiatorios a medida que se acerca el día de las elecciones; puede todavía devolverle a la Casa Blanca. Fuente: Social Europe, 25 de octubre de 2024 «Empecé a entender lo que era el patriarcado»: Cómo expulsó Donald Trump a las mujeres republicanas del Partido Republicano Amanda Marcotte FILADELFIA - Melanie Barton-Gauss, una profesora jubilada de Florida, viajó a la Ciudad del Amor Fraternal [sobrenombre de Filadelfia] pocas semanas antes de las elecciones presidenciales para difundir su mensaje de conversión política. «Después del 6 de enero, hice algo que en mi familia se considera impensable: Abandoné el Partido Republicano y me afilié al Partido Demócrata. Y dejé la iglesia». Barton-Gauss forma parte de una gira en autobús por el estado clave del campo de batalla, organizada por Republican Voters Against Trump (RVAT – Votantes republicanos contra Trump). El grupo se asoció con The Bulwark [El baluarte], un medio político fundado por Never Trump Republicans[Republicanos de Trump, Jamás] para una serie de grabaciones de podcast y otros actos que ponen el foco en republicanos y ex republicanos que apoyan a la vicepresidenta Kamala Harris. Dirigirse a miembros del Partido Republicano de toda la vida que albergan dudas sobre otro mandato de DonaldTrump es una estrategia central de la campaña de Harris. Los organizadores de RVAT creen que hay suficientes votantes de derechas como para que estados indecisos como Pensilvania, Michigan y Wisconsin se decanten por los demócratas. El hecho de que la gran mayoría de los antiguos votantes de Trump estén dispuestos a volver a votar por él puede parecer incomprensible para los demócratas, especialmente después de la fallida respuesta a la pandemia y el intento de golpe de Estado del expresidente. Sin embargo, en las conversaciones con mujeres que votaron anteriormente a Trump y se han arrepentido, quedó claro por qué puede ser tan difícil -incluso para quienes en el fondo saben que no es así- alejarse de ello. Al contar su historia, estas mujeres esperan persuadir a otros republicanos de que, por duro que pueda ser rebelarse contra la familia y la comunidad, es un precio que merece la pena pagar para poder mirarse al espejo la mañana del 6 de noviembre. «Recuerdo haber pensado antes de depositar ese voto: ¿qué tenemos que perder?» ha declarado a Salon Rebecca Foster, una mujer de Florida que votó por Trump en 2016. Recordaba un sentimiento de relativa apatía por la política antes de Trump, pero se dio cuenta «bastante pronto de que había cometido un grave error.» En los años transcurridos desde entonces ha estado trabajando para acabar con la carrera política de Trump «en parte por culpa y en parte por determinación.» «Me sentí avergonzada», declaró Ursula Schneider, de Arizona, sobre su voto en favor de Trump en 2016. «Siempre fui una mujer fuerte. Siempre creí en los derechos de las mujeres y, sin embargo, había vivido en esta cultura misógina durante todo este tiempo.» Schneider describió cómo había sido republicana de toda la vida y una devota cristiana evangélica toda su vida adulta. En 2018, sin embargo, «tuve un problema con mi iglesia». Schneider era una voluntaria extremadamente activa, pero quería un papel de mayor liderazgo. Pero «debido a que tenía vagina», afirmó, la dirección de la iglesia le comunicó que eso no era posible. Eso impulsó en Schneider un periplo de exploración de nuevas ideas, que se tradujo incluso en votar por el presidente Joe Biden en 2020. «La iglesia era toda mi vida. Perdimos toda nuestra comunidad y perdimos nuestras relaciones familiares», explicó Schneider. Aun así, se alegró del cambio. «Tenía 44 años cuando empezó esto. Tuve la sensación de que había desperdiciado gran parte de mi vida», dijo, pero “me sentí libre por vez primera”. En la última encuesta del New York Times/Siena College, Harris consigue el 9% de los votantes republicanos, una cifra sorprendentemente elevada en estos tiempos polarizados. (Trump, en cambio, consigue sólo alrededor del 3% de los demócratas.) John Conway, director de estrategia de RVAT, explicó que el mayor obstáculo para conseguir que los republicanos recelosos de Trump se pasen al otro bando es la identidad: «El voto es muy tribal» y “la identidad republicana sigue siendo muy poderosa”. Así que su grupo realza «las historias de estos antiguos votantes de Trump» para «permitir a otros votantes que comparten esa misma identidad republicana» que voten Harris en la creencia de que hacen bien. Amanda Becker, en The 19th, informó la semana pasada de que «las mujeres mayores de 50 años se han desplazado más que cualquier otro grupo de votantes», porque están pasando de las filas republicanas a apoyar a Harris (las mujeres jóvenes votaban ya mayoritariamente a los demócratas.) El tema de los derechos reproductivos es el que mejor ilustra por qué razón está ocurriendo esto. Todas las mujeres que hablaron con Salon en el acto de la RVAT en Filadelfia daban cuenta de un gran cambio en su forma de ver la cuestión del aborto tras la decisión del Tribunal Supremo de poner fin al derecho al aborto. «Yo pensaba que era próvida [antiabortista]», declaró Foster, que se sintió horrorizada cuando el Tribunal Supremo anuló el caso Roe contra Wade [que legalizó el aborto en los EE.UU.]. «Nunca he creído que me corresponda decirle a otra persona qué hacer con su cuerpo». Este era un tema compartido. Mientras era legal el aborto, resultaba fácil para las mujeres de las comunidades conservadoras considerar la cuestión como un asunto personal, no legal. Sin embargo, con la supresión de ese derecho, se ha puesto claramente de manifiesto la diferencia entre convicción personal y mandato legal. «Yo crecí siendo próvida, pero soy muy firme en mi postura de que mis opiniones sobre el aborto son opiniones personales mías», me dijo Barton-Gauss. «Nadie más tiene derecho tampoco a imponer nuestras opiniones religiosas personales a otra persona». Reiteró que los fundadores del país nación «no pretendieron nunca que este país fuera una teocracia». Tal como señaló Conway, la identidad es una parte central a la hora de decidir el voto. En la era de Trump, muchas mujeres republicanas no pueden evitar caer en la cuenta de que su identidad de partido entra en conflicto con la imagen que tienen de sí mismas como mujeres fuertes y competentes. «Empecé a comprender lo que era la misoginia, y empecé a entender lo que era el patriarcado», explicó Schneider sobre su tránsito de la derecha religiosa a su actual autoidentificación como moderada. Barton-Gauss destaca los comentarios sexistas del compañero de candidatura de Trump, el senador de Ohio J.D. Vance, como su arremetida contra las «señoras con gato y sin hijos “ y las maestras que no tienen hijos, o cuando aceptó que «toda la finalidad» o la «mujer postmenopáusica» ha de centrarse en criar nietos. «¿Qué se cree? ¿Que se supone que tenemos que estar descalzas y embarazadas?», bromea. Vance, sostiene, quiere mujeres cuyas «vidas se reduzca enteramente a ser portadoras y cuidadoras de niños». Pero, declara, «yo no he ido a la universidad para que me releguen únicamente a ese papel». Foster lamenta que la «nube oscura» que es Trump haya emborronado lo que debería ser ese momento «histórico para las mujeres y las niñas» de la candidatura de Harris. «Es triste», afirma, que casi no se preste atención a la posibilidad de que los Estados Unidos tengan pronto a su primera mujer presidenta. Tiene la esperanza de poder señalar a los votantes republicanos que no hay por qué avergonzarse de votar a Harris para que haga historia. Ahora mismo, los demócratas temen gafar las posibilidades de Harris si le dan demasiada importancia a su género. Sin embargo, si Harris gana, es probable que esto cambie. La amenaza que Foster describe como algo «que se cierne sobre todos nosotros» retrocederá y este será un hito que celebraremos. Si eso ocurre, Harris le deberá su victoria a una coalición de mayoría femenina, y entre ellas a aquellas mujeres que se atrevieron a romper con su pasado republicanos para poder votar a una presidenta demócrata. Fuente: Salon, 21 de octubre de 2024. Robert Kuttner cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es “Going Big: FDR's Legacy, Biden's New Deal, and the Struggle to Save Democracy” (New Press, 2022). Edoardo Campanella profesor del Mossavar-Rahmani Center for Business and Government de la Harvard Kennedy School, es coautor (con Marta Dassù) de “Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West” (Oxford University Press, 2019). Harold Meyerson veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente. Amanda Marcotte periodista y escritora feminista, es redactora jefe de política de la revista digital Salon, en la que publica Standing Room Only, un boletín político semanal, y autora de “Troll Nation: How The Right Became Trump-Worshipping Monsters Set On Rat-F·cking Liberals, America, and Truth Itself”. Fuente: WWW.sinpermiso.info, 27-10-24 Temática: Elecciones Estados Unidos Extrema derecha Traducción:Lucas Antón Facebook Twitter Telegram Subscripción por correo electrónico a nuestras novedades semanales: mi@correo.electronico Otros artículos recientes Elecciones EE.UU.: La estafa del Colegio Electoral. Dossier Joshua Holzer Maximina Juson Ed Rampell Melanie McFarland 27/10/2024 Escuchar a la izquierda de Ucrania Sotsialnyi Rukh 27/10/2024 Sin Permiso: República y socialismo, también para el siglo XXI

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