sábado, 28 de diciembre de 2024
El Rey o...Ese trasto Institucional...RECOMENDADO.
28 diciembre 2024
Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).
En estos lares simbolizamos el bucle de los años con el perifollo navideño, que siempre presenta los mismos componentes: emotividad, tradición, puerilidad y mal gusto. No podemos tocar, ver, ni oír el tiempo, pero, tuneando a Einstein, tenemos una intuición tenaz de él. Lo sentimos como algo que fluye y el fin de año parece algo que remansa ese flujo. Por eso se superponen recuerdos de épocas muy distintas y nos acordamos de todo el mundo. La racionalidad secuencia las cosas, mientras que la emotividad está hecha de superposición y simultaneidad. Estos días de tiempo detenido son entonces emotivos, abundan buenos deseos, brindis llenos de sobreentendidos, citas rituales y tristezas espesas por ausencias. Son, decíamos, días de tradición, es decir, días en que repetimos conductas colectivas que tienen perdido su propósito, que muchas veces ni siquiera conocemos. ¿Por qué comemos turrón solo en estas fechas? ¿Por qué el canturreo de los niños de S. Ildefonso, por qué precisamente uvas en Nochevieja, quién discurrió lo del roscón de Reyes? Ni lo sabemos ni nos importa, es tradición, una de esas conductas simbólicas en las que nos encontramos y reconocemos las generaciones. La religión o el solsticio tienen poco papel en estas celebraciones. Así son las tradiciones, la motivación original es, como mucho, un ornamento. Son, decíamos también, días de puerilidad. En ese tiempo remansado, todos esos recuerdos que flotan lo hacen suavizados y sin pinchos, en modo Disney. No solo los niños son el núcleo de estas fiestas, sino que todo el mundo tiene un punto bobalicón en sus maneras, abunda la superficialidad. En tiempos en que el odio es negocio y todos estamos alterados por los traficantes de la mala baba, en estas fechas de aniñamiento nos dejamos edulcorar hasta la banalización simplona. Y son, finalmente, días de mal gusto. Hay gente que canta bien y gente que canta mal. Si la costumbre fuera cantar desde nuestra ventana con un micro y un altavoz, nuestros oídos recibirían una bonita cacofonía, formada por la mezcla casual de la canción de cada uno y los gallos de la mayoría que somos malos cantores. No esa la costumbre, pero sí la de hacer todos, o muchos, de decoradores, diseñadores y luminotécnicos, cada uno a su bola y todos confundiendo la alegría con la estridencia. Y, sin ser poetas más que unos pocos, todo el mundo hace sus pinitos de expresión sentimental y frases trascendentes. Un buen amasijo de mal gusto. Y no lo digo como queja. Todos estuvimos en juergas o momentos de comunión colectiva en que no importa cantar mal. Que durante unos días no importe tentar la epilepsia con parpadeos de luces chillonas es parte de la distensión de estos días donde nada tiene consecuencias y, de hecho, sí que resulta alegre este parque temático kitsch.
El discurso del Rey suele compartir con el resto de la Navidad el mal gusto, el topicazo y las palabras engoladas
El Rey es parte la costumbre de las fechas navideñas, como Harry Potter, Love Actually o La jungla de cristal. Es verdad que este año fue de los más bajos en audiencia, pero resultaría raro que no hubiera alocución. El discurso del Rey suele compartir con el resto de la Navidad el mal gusto, el topicazo y las palabras engoladas que se dejan en el diccionario el significado y solo encadenan en las frases sus carcasas sonoras. Abunda en pensamientos como que, por encima de las divergencias legítimas, los políticos deben buscar el bien común, y chorradas manidas así. Aunque algo sí dijo y algo calló. En todo caso, el mal gusto no es una limitación de Felipe VI. La monarquía en una democracia es una institución que se agota en protocolos y conductas regladas, repetidas y rígidas. Nada debe sorprender, provocar o desafiar a nadie, y eso solo lo cumplen las palabras y gestos vacíos. Además, la figura del Rey, de cualquier Rey, no puede proyectarse como una figura anodina y vacía. A los monárquicos le gusta fingir, y llegar a creer, que el Rey merece su condición y que, si España no fuera una monarquía, sería el mejor presidente de la república. Así que, cuando el Rey encadena vaciedades, porque su función exige que sea así, tiene que haber una reacción mediática y política de asentimiento y reconocimiento, como si cada frase fuera un tesoro que deberíamos retener en nuestra mente y nuestras decisiones. Esta reacción cortesana de sublimar lo banal forma un cuadro recargado y algo chistoso, y no tiene solución. Ni es admisible en una democracia que un jefe de Estado no elegido piense, analice, proponga o decida, ni es decoroso para un país que la performance del jefe de Estado sea la de un muñeco sin criterio al que se da cuerda. Allá cada uno si quiere embelesarse, rebelarse o reírse, pero el cuadro no tiene remedio. Que el discurso del Rey encaje en el mal gusto de la Navidad, pero sin el toque divertido que tienen las luces, es una exigencia de la democracia. Pero, decíamos, el Rey sí dijo y sí calló.
Su discurso deja un muestrario de palabras para que cada uno elija la que le gusta y todo el mundo sienta que el Rey le dio la razón. Al hablar de la inmigración, aparecieron expresiones como «tensiones», «erosión de la cohesión social», «civismo» y «firmeza». Esas palabras suenan, en medio del oropel, como campanillas para que los xenófobos sientan su cutrez racista elevada a sentido común por la realeza. Pero, enredadas en esas frases, aparecen expresiones como «sociedades abiertas», «integración», «dignidad», «ser humano» y «calidad de la democracia», que permiten al PSOE y prensa progresista no disruptiva perorar que la realeza está con la modernidad y la tolerancia. El Rey pone su muestrario léxico a disposición para que cada uno se sirva de lo que necesite. Por eso, hasta cierto punto, sí que dijo algo. Pero también calló. Dijo que España era un gran país y que lo repetiría las veces que hiciera falta. Una de las cosas que tiene como gran país es que, antes de la inmigración, era uno de los países más seguros y con menos criminalidad de Europa; y después de las oleadas migratorias también. No hace falta invocar la «firmeza» ni exigir «civismo» a los recién llegados, porque este gran país no mermó ni un ápice su seguridad.
Popper subrayó que solo se dice en ciencia algo si se niega algo. En los discursos políticos, solo se dice algo cuando lo que se dice tiene compromiso de acción y niega lo que dicen otros y la acción que pretenden otros. Hablando en plata, en política si no dices algo que moleste a alguien no estás diciendo nada. El Rey dijo cosas como que hay que conseguir que los jóvenes accedan a la vivienda, que es un problema grave, que deben dialogar las instituciones y los agentes y llegar a un entendimiento entre todos que facilite la solución de problema tan crucial (me estoy dando sueño). Nadie puede negar nada de esto y eso significa que no se está diciendo nada. En la alusión a la dana, qué se puede decir que no sea hablar, no para decir nada, sino como contacto empático. Pero cuando se trata de democracia o dictadura, el Rey sí debe decir algo (y sí lo dijo en el discurso). Cuando se trató de una acción política que buscaba la secesión de Cataluña, el Rey dijo y habló por los codos. Cuando se trata de la gente trabaje para su casero (los alquileres se llevan salarios enteros), sí puede decir algo, lo básico, lo obvio, pero no tan obvio que no sea nada. La vivienda es un conflicto entre quienes quieren vivir del trabajo de otros y quienes quieren vivir de su trabajo. Dicen Pedro Vallín (a quien esperamos pronto en su sitio) y Javier Gomá que la democracia no da respuesta moral a los conflictos, no dice que haya un bando bueno. Pero, así como las democracias incluyen a partes en conflicto y a conflictos de intereses, son también los regímenes más firmes en el sostenimiento de los derechos. Ese es uno de los bordes en los que la Corona sí tiene que decir y no hablar sin decir. En asunto de derechos, quien no los protege los estorba y la Corona es un trasto institucional muy grueso que tiende a estorbar, a poco que se descuide.
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