lunes, 23 de diciembre de 2024
Hablando de MUFACE y el rostro....
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MUFACE, monstruo agónico embrión del verdadero monstruo
El mercado no reparte, el lucro privado, necesario para tantas cosas, no sirve para gestionar derechos.
Por
Enrique Del Teso
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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).
Las rutinas siempre dan sensación de seguridad. Hay asuntos cotidianos en que uno se resiste a ser aventurero y dejar la senda trillada en la que todo es previsible y en la que se siente ese calor que da lo malo conocido. Cuando empecé a tener dinero propio, abrí una cartilla en la Caja de Ahorros. No fue exactamente una elección. Si me hubieran preguntado por qué la abría en esa entidad, me hubiera encogido de hombros, como cuando en los 80 le preguntaban a un mexicano al azar por qué había votado al PRI. Por ese mecanismo, cuando saqué las oposiciones que me hicieron funcionario y mutualista de MUFACE, elegí la Seguridad Social. No llegué a saber qué opciones privadas había. En realidad, no llegué a entender lo que era exactamente MUFACE. Solo pregunté si podía seguir con el seguro de toda la vida (así llamaba todo el mundo a la Seguridad Social cuando yo era niño: el Seguro), me dijeron que sí y tema resuelto. La cartilla de la Caja de Ahorros, leche de La Central, Telefónica y el Seguro, no hay nada como ir por lo segado.
Obviamente, los tiempos hicieron imposible abandonarse a rutinas tan placenteras. Las Cajas desaparecieron, engullidas en un Cristo de farándulas políticas y arcanos financieros, y hubo que buscar otra cosa. Con la leche ahí seguimos, la única audacia que me permití fue pasarme a la desnatada. De Telefónica, con el estallido de servicios digitales, solo tenía la opción de huir o entonar el hágase en mí según tu palabra, como ante el recibo de la luz. Y de ahí sí hui. Y en la Seguridad Social sigo. Durante un tiempo lo de la Seguridad Social era cosa de inercia, pero los tiempos obligan fruncir el ceño y apretar los puños. La rutina presenta grietas por las que se va el calor de lo malo conocido. Lo que me interesa de la estridencia mediática de MUFACE en estos días no es el asunto en sí, sino lo que enseña.
Ningún plan urbanístico consiste en dinamitar la ciudad para reconstruirla con eficiencia óptima
Stephen Gould, a través de su famoso ejemplo del pulgar del panda, formula el principio de imperfección histórica. Ningún plan urbanístico consiste en dinamitar la ciudad para reconstruirla con eficiencia óptima. En la naturaleza, ningún proceso evolutivo consiste en una mutación integral de un organismo. Todo lo que cambia o evoluciona, cultural o natural, tiene algo de parcheo sobre lo que ya hay. El principio de Gould es que todo lo que sea perfectamente eficiente es nuevo, lo que tiene historia acumula rarezas e imperfecciones. Es raro que la primera persona del verbo «saber» sea «yo sé» y no «yo sabo», como sería lo lógico y eficiente. Si hubiera que dar una razón desganada del porqué de esa rareza, la concretaríamos en una palabra: la historia. Lo de MUFACE es como lo de yo sabo. Es una rareza que solo se entiende por la historia. En el caso de los funcionarios, la obligación del Estado de atender la salud de la gente se cubre dándoles acceso a la Seguridad social, como a los demás, o pagándoles aseguradoras privadas para que les den la misma asistencia, más o menos. Las aseguradoras no quieren renovar el convenio con el Estado, porque dicen que necesitan más dinero, mucho más dinero. La circunstancia nos saca de la rutina y concentra la atención en la rareza de MUFACE. Hay disfunciones históricas incorregibles. Tendremos que seguir diciendo yo sé, y no yo sabo, y seguiremos teniendo en los teclados la letra más usada, la «a», en el dedo más torpe de la mano más torpe. Eso ya no tiene remedio. Pero la rareza de MUFACE sí tiene remedio. El gasto que se inyecta en las aseguradoras puede inyectarse en la Seguridad Social para acoger a millón y medio de usuarios más. Hay cuerpos de funcionarios que gritan ante esta posibilidad. Gritan, pero no razonan. No se ve cómo justificar la excepción de los funcionarios (salvo por lo de antes: la historia). MUFACE no puede desaparecer de golpe, porque no es tan sencillo el reacomodo en la Seguridad Social, pero la tendencia ha de ser hacia su desaparición.
Pero no es esto lo que me interesa. El ceño fruncido y los puños apretados que mencioné antes no es porque los funcionarios sigan teniendo o no la excepción de MUFACE. Las aseguradoras concertadas con MUFACE piden más dinero porque dicen que tienen más gastos. Y eso debe interesarnos. MUFACE es una maqueta de cómo funciona la atención sanitaria cuando el Estado la presta a través de entidades privadas. Por supuesto, hay razones objetivas para que haya más gasto. La esperanza de vida es mayor (estamos a punto de adelantar a los japoneses), lo que quiere decir que las edades en que se enferma y se gasta en sanidad son más largas. La ambición de buena salud es mayor y hay que aumentar las coberturas (un diabético tiene derecho a los avances que mejoran su calidad de vida). Pero no hay que olvidar que, poniendo la salud en manos privadas, aparece el mercado. Gemini, la IA de Google, fue sincera conmigo en el informe sobre esta cuestión. Lo que paga MUFACE a una mutua privada es menos que lo que le pagan otros clientes. Entonces no le compensa MUFACE, pero no porque pierda. Una vez más, la empresa privada no busca el beneficio, sino el máximo beneficio. Gemini también menciona los honorarios de los médicos, que también crecen cuanto más dependan del mercado. MUFACE, decíamos, es la maqueta de lo que pasa cuando la sanidad pública se concierta con entidades privadas.
No hay diferencia inmediata para la población entre que le cubra su atención sanitaria la Seguridad Social o que lo hagan mutuas privadas y el Estado pague la factura. El problema es lo que pasa con esa factura cuando es el mercado el que la determina. Operar un ojo de cataratas puede constar 2000 € o menos, porque la Seguridad Social hace la mayoría de esas operaciones y al lucro privado le queda un trozo pequeño del pastel. Cuando no hay Seguridad Social, el funcionamiento ordinario del mercado hará subir los precios de esa misma operación y la clínica privada que pedía al Estado 2000 € empezará a pedirle más hasta llegar al punto de no interesarle, como les pasa a las mutuas de MUFACE. Al principio, no se notará la privatización. En Madrid ya se notan cosas, pero todavía se nota poco en lo fundamental. El problema no es, en principio, de maldad. El mercado no reparte, el lucro privado, necesario para tantas cosas, no sirve para gestionar derechos. Si hay hambre en determinadas barriadas, no se solucionará abriendo restaurantes, la actividad privada no sirve para eso, igual que la gestión pública no es eficiente para fabricar zapatos. Si el monstruo público se va retirando de la intervención sanitaria directa, el mercado irá subiendo los precios y el Estado no podrá pagar la asistencia de la población a precio de mercado. Lo que hace subir los precios cuando un producto escasea es la ansiedad añadida que se tiene por obtenerlo, que da al vendedor la capacidad de pedir más esfuerzo por él. La ansiedad por la salud propia o la de tu hija no tiene límite y la extensión del lucro privado para la salud solo puede ser un desastre para la mayoría, como sabemos de sobra por la experiencia de otros países. Decía que el problema no es de maldad, en principio. Pero también. Ya vemos lo que hacen los oligopolios de la energía y las comunicaciones. Los gigantes privados de la sanidad, donde la sanidad está privatizada, son también lobbies poderosos con influencia política y corruptores de voluntades a costa de nuestro pellejo. Para qué recordar lo que asoma en Madrid entre Quirón y el loco de las querellas.
La igualdad que se reclama en lo social es relativa. Nadie dice que todo el mundo tenga que ganar el mismo sueldo. Pero en otros terrenos es radical y extremista. Todos tenemos el mismo derecho a la salud, en la atención sanitaria debemos ser iguales, radicalmente iguales, fanáticamente iguales. Es nuestro derecho. El mercado no gestiona derechos. Cuando se privatiza la gestión de nuestro derecho a la salud, la palabra privatizar hace honor a su etimología, que la emparenta con «privar». Privatizar la sanidad acaba siendo privar de la sanidad para la mayoría. MUFACE es estos días un pequeño parque temático
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