domingo, 8 de diciembre de 2024

El PSOE se desmarca , en busca de su FEMINISMO....

Congreso federal ¿Qué hay detrás del rechazo del PSOE al término ‘queer’? Las socialistas se reagrupan para disputarse el capital político del feminismo con el PP al tiempo que se abonan a las tesis ultras sobre el sexo Nuria Alabao 3/12/2024 Bluesky Icon

Activistas queer sen el Orgullo de Dublín en 2016. / Aloyisius, CC BY-SA 4.0

Activistas queer sen el Orgullo de Dublín en 2016. / Aloyisius, CC BY-SA 4.0 En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí En su último congreso federal, el PSOE ha declarado desterrados de sus documentos la sigla Q –de queer– y el + –que recoge otras identidades– en el acrónimo LGTBIQ+. También ha aprobado una enmienda destinada a acotar la participación en el deporte femenino a “personas con sexo biológico femenino”. Aunque el momento no sea el mismo, el mensaje es parecido al que lanzó el partido durante la tramitación de la conocida como ley trans. En aquellos momentos, la disputa con Podemos por el capital político del feminismo llevó a los socialistas a adoptar posturas conservadoras en relación a la autodeterminación de género –la despatologización, es decir, que una persona pueda identificarse con el género sentido sin necesidad de un informe médico como ocurría hasta la tramitación de la ley. En la pasada legislatura, el sentido original de esta batalla era una pelea por dificultar la acción de gobierno de Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad, un ministerio que las feministas del PSOE consideraban de su propiedad. Pero también era un momento muy ambivalente para la política feminista en sentido amplio: de increíble fuerza en la calle con contenidos a veces muy radicales –basta ver los manifiestos de muchas asambleas que organizan los 8M–, pero también de emergencia indiscutible de ideas conservadoras que han ido ganando terreno en este movimiento. No solo en relación a las luchas de las disidencias sexuales y de género, sino también al trabajo sexual, la pornografía –que se quieren criminalizar o prohibir– o incluso respecto de una cierta visión de la sexualidad que trasluce en algunos tratamientos mediáticos de la violencia machista –como vimos en el Caso Errejón–. Es como si una vez identificado el enorme capital político del feminismo, hubiese que demarcar claramente sus contenidos para ver quién se queda con qué parte y cuáles pueden activar a determinados electorados. En este caso, no es muy difícil descubrir una apuesta por este feminismo centrista, o más bien conservador. Es como si una vez identificado el enorme capital político del feminismo, hubiese que demarcar claramente sus contenidos para ver quién se queda con qué parte La posición del PSOE es un mensaje: como señalaba Marina Sáenz en Bluesky, “las enmiendas del PSOE compran el argumentario contra las mujeres trans, son reaccionarias, ignoran la ley y los protocolos de acceso a las competiciones deportivas y abren el paso a posibles segregaciones en deporte infantil, de base, federado o en vestuarios”. Más allá de esta cuestión, lo de la lucha por las siglas no deja de ser una cierta guerra cultural sin, de momento, concreciones muy claras. Las declaraciones grandilocuentes mientras se golpea sobre la mesa parecen ser ya parte del paisaje de la política institucional y se han demostrado útiles para agitar y agrupar a las propias bases. Pocas cuestiones son capaces de agitar tantos pánicos morales y generar tantas guerreras del teclado, manifestaciones y activismo como esta. Esta disputa en el feminismo entre feminismo incluyente y transexcluyente —o TERF— se ha producido además en toda Europa, e incluso con más virulencia que en España, y ha sido adoptado por bastantes feminismos institucionales, incluida la derecha en el gobierno, como sucedió con Rishi Sunak y los tories ingleses. Otras enmiendas a la ponencia, que no llegaron a aprobarse, proponían ir más allá, quitando también la T –por persona trans– del acrónimo. Lo de la lucha por las siglas no deja de ser una cierta guerra cultural sin, de momento, concreciones Con esta guerra contra lo queer, lo que quieren decir es que, al igual que la derecha, apuestan por unas fronteras de los sexos más definidas. Si para la ultraderecha, que quiere componer el antifeminismo como posición política, “el feminismo ha ido demasiado lejos”, podemos decir que para el PSOE –y el campo conservador– las luchas de las disidencias sexuales también “se han pasado”. Se han pasado cuando ponen en cuestión precisamente la necesidad de identificarse claramente con una de las letras de la sigla LGTBI –lesbianas, gays, personas trans, bisexuales e intersexuales–. Un feminismo para gobernarlos a todos Si en algún momento la batalla contra lo queer ha sido una disputa con el feminismo más joven salido de la generación del 15M y su lucha contra un tapón generacional en los lugares de poder social, hoy para el PSOE también implica distanciarse de este legado radicalizado, y es un claro marcador de centramiento político. Parece que las encuestas evidencian que una parte de la sociedad –y no solo de los hombres– están a favor de la igualdad pero muestran rechazo hacia ciertas posiciones esencialistas que podrían resumirse en el feminismo que elabora enunciados del tipo: “Todos los hombres son violadores en potencia”. Lo que el presidente llamaba la “incomodidad” de sus amigos con el feminismo. Esta es la lectura del PSOE y no está tan alejada de la que hace el PP. Carlos Aragonés, ex jefe de gabinete de José María Aznar, y diputado del PP reconocía hace poco la importancia política del feminismo: “Es posiblemente la fuerza política más poderosa. En España, su evolución será decisiva para definir las estrategias de los partidos. Si la izquierda mantiene el feminismo de Podemos, nosotros tendremos margen para proponer un programa propio. Pero si el PSOE adapta su discurso hacia posiciones más moderadas, el PP puede quedar emparedado entre la izquierda y Vox”. Es decir, la pelea aquí es por un feminismo de centro, es decir, conservador marcado por algunos elementos que comparten ahora mismo el PP y PSOE. Por un lado, ambos dicen trabajar en sus propias leyes contra la trata –parece que basadas en la prostitución forzada– y contra el consumo de pornografía en menores. Y tanto Feijóo como las feministas del PSOE cuestionan la ley trans por el mismo motivo, por generar “inseguridad jurídica”. El 25N pasado, en el día internacional contra la violencia de género, este líder conservador reivindicó esta lucha como propia y criticó el uso “partidista” que la izquierda hace de estas cuestiones “aislando a la derecha del movimiento feminista”. Las siglas no importan Que el PSOE use o no use la Q no importa lo más mínimo a las personas que se reivindican como queer. Lo queer en realidad proviene de una posición antiidentitaria, de aquellos y aquellas que no encajan o quieren encajar en uno de los cajones disponibles y representados por estas siglas. El contenido de sus demandas, además, está asociado a posiciones políticas más radicales, también en relación a la redistribución de la riqueza, los derechos de las migrantes, o de las trabajadoras sexuales o incluso las luchas anticarcelarias, algo que intenté explicar en este artículo. Sí, lo queer implica una posición más transgresora con el género, más antiidentitaria y más radical es sus propuestas políticas, y esa es la principal diferencia con el PSOE. Por supuesto, los colectivos o las luchas por los derechos de las personas trans en su pluralidad no necesariamente se identifican con estos postulados, o incluso los rechazan frontalmente, por eso decimos que esta amalgama de cuestiones ha tomado la forma de una guerra cultural donde la verdad no importa, sino que se construye. El principal argumento de las socialistas para rechazar lo queer –que identifican de forma errónea con la autodeterminación de género– es la defensa de las políticas públicas que se hacen “en nombre de las mujeres”; es decir las que ellas deciden que necesitamos y bajo cuya bandera gobiernan– y que supuestamente estarían amenazadas por la fluidez de género. Sin embargo, el trasfondo sociocultural es el mismo que impulsa a la extrema derecha: una política destinada a apuntalar identidades fijas en momentos de incertidumbre máxima, donde muchas personas sienten amenazadas sus condiciones de vida por la indeterminación en muchos campos: por la situación económica, el cambio climático, la guerra, los cambios culturales o sociales. Los elementos que sostienen estos discursos del PSOE se parecen cada vez más a los que elaboran Vox o los fundamentalistas Por eso, los elementos que sostienen estos discursos del PSOE se parecen cada vez más a los que elaboran Vox o los fundamentalistas: la amenaza a la infancia, el peligro de que “colapsen” las diferencias entre hombres y mujeres, el miedo al fin de la civilización. “Todo eso se suma y produce una imagen profundamente perturbadora pero excitante”, dice la investigadora Sara Garbagnoli, sobre la batalla contra la “ideología de género”. Los orígenes de estos argumentos podemos rastrearlos hasta el Vaticano, pero también los encontramos en agrupaciones ultras como el Congreso Mundial de la Familia, que en su Iª declaración de 1997 pedía “respeto por los rasgos distintivos de la masculinidad y la feminidad como determinados biológicamente y no como construidos socialmente”. “No existe otro sexo que no sea el biológico, no existe el sexo sentido”, dice Sonia Lamas, secretaria de Igualdad de la ciudad de Madrid. Mismas narrativas que los fundamentalistas que invocan cada vez más la idea del esencialismo de sexo a medida que las personas trans y no binarias adquieren más visibilidad –lo que está provocando una expansión de las posibilidades de identificación sexogenéricas. Mientras izquierda y derecha partidarias se pelean por el capital político del feminismo, la extrema derecha y los fundamentalistas se reunían estos días en el Senado en un evento organizado por la Red Política de Valores. Cuando estos actores antigénero dicen oponerse a la “ideología de género”, a menudo no distinguen entre derechos de las mujeres o de las disidencias sexuales y pueden atacar a todos por igual. Este ecosistema ultra se ha demostrado un poderoso motor político que contribuye a aupar a políticos antifeministas en buena parte del globo: de Estados Unidos a Europa pasando por Brasil o Argentina. Y que tiene importantes consecuencias materiales en la vida de las mujeres, de las disidencias sexuales, pero en realidad de la de todos, ya que sus proyectos políticos están destinados a reafirmar las jerarquías de clase, raza y género. No deberíamos olvidar que la apelación al biologicismo siempre ha sido funcional a la naturalización de la desigualdad. Porque las extremas derechas identifican bien las cuestiones de género como fundamentales en el sostenimiento de las estructuras sociales existentes. La construcción de lo masculino y lo femenino, junto con la heterosexualidad obligatoria y el modelo normativo de familia, se entrelazan con los sistemas raciales y coloniales, para configurar un determinado orden reproductivo y de género. Esa naturalización de las diferencias –que sirve para legitimar todo un sistema de desigualdad– está profundamente inscrita en nuestra percepción de la realidad y es uno de los pilares que la sostiene. Las luchas feministas autónomas, las rebeliones trans y las disidencias sexuales desafían ese entramado al cuestionar los roles asignados en la reproducción social y evidencian que las desigualdades no son ni naturales ni divinas, sino contingentes y, por tanto, pueden ser cambiadas. Como dice Judith Butler, lo esencial hoy es darnos cuenta de que “la política de género está funcionando en medio de la política de guerra; de los nuevos nacionalismos; del racismo y la nueva política de inmigración; y de la cuestión de los refugiados”. Así pues, un movimiento capaz de enfrentarse a las condiciones políticas actuales “implicaría a hombres y mujeres y a otras personas de todos los sexos, porque lo más importante no serían ‘nuestras identidades’, sino el mundo que intentamos hacer, deshacer y rehacer juntos”.

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