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Las cartas del abuelo fusilado que se demoraron 86 años
Los nietos de Evaristo Suárez-Cartavio Morán, portuario de San Esteban, reciben por fin las misivas en las que se despedía de los suyos.
Por
Xuan Cándano
10 diciembre 2024
San Esteban en sus años de puerto carbonero. .
“Sin más, un abrazo de este tu hermano que muere queriéndovos”. Así termina la carta de despedida a su hermano Esteban y a toda su familia de Evaristo Suárez-Cartavio Morán desde la cárcel de Oviedo. Fue fusilado en mayo de 1938. Pero los destinatarios nunca la leyeron, al igual que otra carta enviada a su hermana Fermina, porque la familia tardó 86 años en recibir esas misivas escritas a mano. Ayer fueron entregadas a dos de los nietos de Evaristo, los hermanos Marta y Guillermo Suárez-Cartavio, en el domicilio de ella en Avilés, ciudad en la que residen ambos.
Las cartas estaban en un domicilio de Trubia y fueron localizadas mientras hacían limpieza la hija y la nieta de un octogenario que las había recibido de un pariente político, que dijo que las había localizado hace algo más de diez años en un astillero abandonado del puerto de San Esteban, en la desembocadura del río Nalón. La nieta, Daira Álvarez, comunicó el hallazgo hace unos días por las redes sociales para localizar a los descendientes de Evaristo y ayer, con su madre, Noemí Fanjul, acudió personalmente a Avilés a hacer entrega de las cartas.
Marta y Guillermo al recibir las cartas de su abuelo en Avilés. Tras ellos Carlos, el marido de Marta.
En los textos, con folios oficiales del régimen franquista, incluyendo una foto y vivas al dictador y a España en una de las cartas, Evaristo se despide con emoción de los suyos, aunque intenta no dar concesiones a la sentimentalidad. Saluda efusivamente a sus hermanos “y en especial a mis queridísimos hijos”. “No creas que me tiembla el pulso, tengo bastante serenidad para sufrir la condena que se me impone, cuando esta carta recibas ya no estaré”, le dice a Fermina. En la destinada a Esteban, al que pide que no se olvide de sus hijos, indica el nombre de quien le delató en San Esteban, de donde eran el delator y el republicano fusilado. Después de citarlo por su nombre y su mote familiar, Evaristo alude a las acusaciones que padeció: “(….) me llevó él mismo preso y me acusó en mi presencia de ser de la checa de Pravia y en Figaredo de andar requisando los comercios en una camioneta, ser comunista peligroso, dar mítines y ser voluntario en el frente (…)”.
Las dos cartas enviadas por Evaristo.
Evaristo Suárez-Cartavio Morán fue maquinista de una de las grúas del puerto de San Esteban desde julio de 1923 hasta la caída del Frente Norte en manos de las tropas franquistas en octubre de 1937. Cuando lo fusilaron tenía 43 años y tres hijos, dos mujeres y un varón, Guillermo, el padre de Marta y Guillermo. Era viudo desde que años atrás muriera su esposa, Concepción. Está enterrado en la fosa común del cementerio de Oviedo como otros muchos represaliados republicanos.
Concepción y Evaristo.
Tras la muerte de su padre, Guillermo y sus hermanas fueron separados al quedar a su cargo distintos familiares, en San Esteban, Avilés y Olloniego. La represión franquista también se cebó en Guillermo. Militante de las Juventudes Socialistas, estuvo encerrado siendo menor de edad en el campo de concentración de Camposancos en La Guardia, en la provincia de Pontevedra, en la frontera con Portugal. Más tarde tuvo que hacer el servicio militar y estuvo en un Batallón de Trabajadores, una peripecia que se prolongó durante años. Estuvo a punto de ser fusilado dos veces. Más tarde sería marino mercante, siempre en el barco “Lolita Artázar”, y acabó trabajando en la factoría de Ensidesa en Avilés.
Los hijos de Guillermo recibieron la aparición de las cartas del abuelo Evaristo con mucha emoción y la noticia les despejó algunas dudas, aunque mantienen otras muchas sobre esta historia familiar que su padre no ocultaba, pero prefería evitar porque le causaba gran dolor. Sí les contaba que Evaristo estaba enterrado en la fosa común de Oviedo y a su hijo le dijo cómo podría reconocer el cadáver si un día era recuperado, por unas lesiones en un dedo: “Si algún día levantan esa fosa ese cadáver es tuyo”.
“El día que murió, hará veinte años, se presentó en mi casa diciéndome: ya murió el hijo puta que denunció a mi padre”.
Tan conmocionados están con “las cartas desde el más allá”, como las llama Guillermo, que los dos hermanos prefirieron no leerlas cuando las recibieron en el último día del puente de La Santa Constitución, símbolo del espíritu de concordia tras el restablecimiento de la democracia 40 años después de la guerra civil. “Yo preguntaba mucho y nunca me dijo nada, yo tengo que dormirlo bien todo esto”, dice Guillermo.
Marta con el retrato de sus abuelos.
Los nietos de Evaristo no tienen rencor alguno, como tampoco lo tenía su padre, aunque vivió toda su vida con un cierto tormento por la suerte de aquel obrero pasado por las armas por sus ideas políticas. Y conocía el nombre del delator de su padre. “El día que murió, hará veinte años, se presentó en mi casa diciéndome: ya murió el hijo puta que denunció a mi padre”. Y tomaron un vino en su recuerdo.
Ahora Marta y Guillermo piensan escarbar más en la biografía de su abuelo, del que solo conservan una fotografía, en la que aparece con su abuela. Marta lloró cuando aparecieron las cartas, durmió mal algún día desde entonces y sus sentimientos oscilan entre la sorpresa, la pena y la alegría: “Me apena no haberlo conocido y lo que sufrió mi padre por el suyo. Y no saber más de lo que pasó en mi familia”.
Y entre los misterios a resolver está ahora para los Suárez-Cartavio el periplo de las cartas que acaban de recibir. ¿Cómo aparecieron abandonadas en un astillero? ¿Por qué no llegaron a sus destinatarios? Un retraso de 86 años tan inexplicable como desgarrador para las cartas de un abuelo desde el más allá.
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