Rubiales y Louzán, en la praza do Obradoiro (Santiago de Compostela). / Real Federación Gallega de Fútbol
Rubiales y Louzán, en la praza do Obradoiro (Santiago de Compostela). / Real Federación Gallega de Fútbol En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Decía Clemenceau, o Groucho Marx, que la justicia militar –¿o era la inteligencia militar?– era a la justicia (o a la inteligencia) como la música militar era a la música. En cualquiera de las posibles combinaciones de autoría o concepto, lo que queda claro es que no existe una opinión general demasiado favorable sobre la música militar. Los llamados “hombres del fútbol”, esa élite variopinta –dirigentes federativos, mandatarios, presidentes y directivos, representantes y apoderados– que vive de ese deporte sin tener que practicarlo, suscitan parecida unanimidad. A la experiencia nos remitimos. El proceso tradicional en la esfera planetaria era que el líder de prestigio se acabase revelando como un delincuente de cuello blanco. En el hábitat deportivo hispano (y en otros de parejo bagaje democrático), el puesto suele servir para blanquear una trayectoria empresarial non sancta o como trampolín para desarrollar una exitosa línea de negocio para la que el ocupante se había revelado incapaz hasta entonces. Y nunca pasaba nada. De hecho, la última trinchera de defensa del rubialismo venía siendo algo tipo: “Con las que hizo, van y lo trincan por un morreo”. La ventaja es que sobre Louzán podemos tener de todo, menos dudas. Rafael Louzán Abal (Ribadumia, Pontevedra, 1967) es, en teoría, funcionario, pero nadie pondría la mano en el fuego por que haya aprobado oposición alguna u otro tipo de examen en ninguno de los días de su vida. Ni falta que le hizo. A diferencia de esos emprendedores que se han aupado por sus propios medios y esfuerzos desde la fortuna familiar, Louzán ha labrado su carrera administrativa, deportiva y política gracias al puesto de bedel en el polideportivo municipal que le otorgó el alcalde de su pueblo. El alcalde José Ramón Barral, Nené, era de AP (y después PP) y contrabandista, socio y sucesor de Vicente Otero Terito (el reacio a la diversidad empresarial en Fariña) en una época en la que los grandes del Negocio recibían la insignia de oro y brillantes del Partido, como fuerzas vivas que eran. Louzán fue elegido concejal en 1995 e iba a sustituir a su mentor en la cabeza de la lista en 1999, cuando arreciaban los titulares negativos, pero al final Nené se aferró y Louzán fue de segundo. En 2001, los titulares se concretaron en una detención, y Nené tuvo que dejarlo. Quien se quedó con el sillón fue la número 3, no el 2. No sabemos si en la medida regeneradora influyó positiva o negativamente el hecho de que el presidente provincial del PP era su antiguo ahijado político y laboral, pero a Nené no le gustó y durante tres convocatorias presentó batalla municipal con una formación independiente, sin éxito, pero rozándolo, y amenazando siempre con que iba a tirar de la manta que cubría a su antiguo protegido. Murió el año pasado sin hacerlo, pero Louzán ya estaba en otra batalla. En 2002, aliado a lo que se conocía como “el sindicato de alcaldes” (el sector rural, más o menos galleguista), le ganó la Diputación al sector capitalino, ese que coloquialmente se refería al edificio y la institución como “Palacio”. A Mariano Rajoy, vamos. Para aquellos lectores que residan en comunidades uniprovinciales o no le concedan mucha atención a la idiosincrasia de las corporaciones locales, sepan que las diputaciones son una especie de unicornios de la administración territorial, otra herencia borbónica obsoleta más, cuyo gobierno no se elige por el método que quería el citado teórico pontevedrés (“es el vecino el que elige al alcalde…”), sino de forma todavía más indirecta, y que no recauda, pero gasta. Mucho, o pocos muchos, en donde le conviene a esos que no han elegido los vecinos. Como presidente del unicornio provincial pontevedrés, Louzán se convirtió en un paladín de las instalaciones deportivas, en concreto de los campos de hierba artificial (proyectó 70, cuando la provincia tiene 62 ayuntamientos, y en todos crece estupendamente la hierba natural). También remodeló Pasarón, el campo del Pontevedra F.C., para que tuviese parámetros UEFA, y lo hizo como las catedrales, en varias fases y con otros tantos sobrecostes (que pasaron por los juzgados, igual que la luz por los vitrales: sin afectarlos). También practicó otra de las modalidades de los dirigentes provinciales, que es promover mociones de censura para sumar alcaldías al PP. Las obras, deportivas o no, alguien tiene que ejecutarlas. Algunas informaciones periodísticas repararon en que la empresa que había fundado el chófer personal de Louzán cuando era albañil se convirtió de pronto en una de las mayores adjudicatarias de la Diputación. Posteriormente, la sociedad pasó a manos de un tío del chófer, expeón de maquinaria de la propia institución y administrador de otra empresa cuyo objeto social era la “construcción de autopistas, carreteras, campos de aterrizaje, vías férreas y centros deportivos”. Tanto Louzán como Manuel Fraga e incluso la oposición atribuyeron estas denuncias en medios a reyertas internas dentro del PP. Obviamente, solo alguien “de dentro” podía elaborar interminables listas de parientes adjudicatarios de contratos o de puestos de trabajo de la Diputación (40 tan sólo de Ribadumia, población con 5.000 habitantes). “Si es algo ilegal, que vayan al juzgado”, retó el presidente. Las reyertas en el PP de Galicia eran algo más que internas a comienzos del milenio. En plena crisis del Prestige, Génova reforzó su siempre cuestionado poder enviando a un atildado tecnócrata –o así se vendía– llamado Alberto Núñez Feijóo para sustituir al hombre fuerte de Fraga, Xosé Cuiña. El problema era que “el nuevo” tenía el apoyo de A Coruña, donde el PP no gobernaba, y en contra las diputaciones de Lugo y Ourense, en las que sí. Y en Pontevedra estaba Louzán. Teóricamente era de Cuiña, pero también de los que ven la hierba crecer. No sólo cambió de bando él, sino que amenazó con “cortar el grifo” (sic) diputacional a los reacios. En la que había sido su provincia, Xosé Cuiña ni siquiera logró reunir los avales para presentarse a ser oficialmente lo que siempre había sido de manera oficiosa: sucesor de Fraga. Louzán teóricamente era de Cuiña, pero también de los que ven la hierba crecer Tanta actividad promotora siempre genera papeles, y algunos acaban en los juzgados. De la acusación de cohecho pasivo por cobrar sobrecoste en el alquiler de unos bajos, Louzán se libró porque el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia consideró que las pruebas aportadas por la Fiscalía (informes de la Agencia Tributaria y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado) eran inadmisibles porque la investigación fue “prospectiva y estuvo apoyada en la declaración de una persona anónima cuya verosimilitud en todo su contenido era de difícil apreciación”. Su nombre apareció también como implicado en la Operación Patos, acusado junto con el alcalde de Vigo, Abel Caballero, y una treintena de políticos más por, entre otras cosas, favorecer a determinadas empresas en la adjudicación de obras. “Yo no adjudico las obras, ni estoy en las mesas de contratación, son los técnicos”, argumentaba. Fue una de aquellas macrocausas anticorrupción que acabaron como el parto de los montes, pero en este caso, los pelos que cogió en la gatera fueron los de Louzán. En 2021 recibió una condena de dos años de cárcel por fraude y ocho de inhabilitación por prevaricación por haber pagado dos veces (en realidad, vez y media) el mismo campo de fútbol de hierba artificial en Moraña. El recurso anuló el delito de fraude y rebajó un año la inhabilitación que, como sabrán hasta la saciedad, está pendiente de ser sancionada en el Supremo. A Louzán todo eso le pilla lejos. Ya dijimos que oía crecer la hierba (la natural). En 2014 decidió dar el salto a su otra especialidad, el deporte, y se presentó a la presidencia de la Real Federación Gallega de Fútbol (RFGF), aprovechando que el saliente, un veterano alcalde socialista, había sido condenado por prevaricación, y que campos de hierba artificial construidos por doquier son amores. Eran aquellos tiempos en los que los presidentes del Dépor y del Celta, Lendoiro y Horacio Gómez, eran cargos políticos conservadores, y la Diputación de Ourense había comprado el CD Ourense. Louzán dio el salto justo a tiempo porque las elecciones locales de 2015 fueron una debacle para el PP de Galicia, y perdió la Diputación de Pontevedra. Al año siguiente, abandonó la presidencia del PP provincial, aprovechando para anunciar más mociones de censura. A partir de entonces, las obras correrían a cargo de la RFGF. Y desde el 16 de diciembre de 2024, de la RFEF. Como habrán leído y escuchado si les interesa el tema, a partir del 5 de febrero se producirán también distintas variables: o la sentencia de inhabilitación especial es firme o no lo es, y la presidencia de la RFEF es un cargo público o no, por lo que la inhabilitación, firme u oscilante, le podrá concernir o no dependiendo de si el afectado decide o no realizar las oportunas modificaciones estatutarias mientras pueda o reclamar a los cómplices necesarios para que acudan en su defensa o dejarlos para futuras ocasiones. El caso es que –destripe– seguirá siendo presidente –admirador de Florentino Pérez: “A su entera disposición”– hasta que a todos nos importe un rábano el asunto o todas las obras estén rematadas. Como dicen ahora: cero pruebas, cero dudas. Publicidad Publicidad Publicidad Artículos relacionados >
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